







El nuevo plan de acción de la IA, un documento de 26 páginas que va mucho más allá de la definición de una estrategia tecnológica: es una pieza clave de la nueva política económica de Estados Unidos. Quizá por eso los principales miembros del gabinete, incluido el propio Trump, salieron a explicarlo públicamente en un acto organizado por All-In, el podcast de moda en la Casa Blanca. Todo estaba cuidadosamente preparado. La jornada comenzó con un video sobre la llegada del hombre a la Luna. No era un gesto casual. La analogía era clara: la IA como el nuevo gran salto de Estados Unidos.


Scott Bessent, secretario del Tesoro, aseguró que estamos a punto de entrar en una nueva era. Una década de expansión económica, similar a los años noventa cuando la tecnología impulsó el crecimiento, desdibujó los ciclos económicos y alimentó una confianza casi ciega en los mercados. En ese contexto, los problemas fiscales pasaban a un segundo plano.
Si la IA cumple lo prometido, la economía se acelerará, el déficit dejará de ser un problema… y Trump podrá decir que sus detractores estaban equivocados. La sombra de una deuda asfixiante habrá desaparecido.
El plan traduce esa visión ambiciosa en acciones concretas agrupadas en tres áreas: impulsar la innovación, construir la infraestructura crítica y proyectar los modelos estadounidenses en el exterior. En la práctica, esto significa eliminar trabas regulatorias, reforzar la producción nacional de chips y data centers, y exportar no solo los modelos, sino también los valores que supuestamente los acompañan. La estrategia lleva el sello de America First, pero con una idea clara: para ganar esta carrera, no pueden ir solos.
Primer pilar. Impulsar la innovación: menos reglas, más velocidad.
El plan apuesta por reducir fricciones para que la IA avance sin trabas. En el evento Trump dejó con su estilo desenfadado dos ideas que definen su posición. La primera es que no puede haber tantas regulaciones como estados, porque al final el más restrictivo es el que termina marcando el paso. De hecho, intentó sin éxito imponer una moratoria de 10 años sin que los estados pudieran regularla. La segunda es que el derecho de propiedad intelectual no puede convertirse en un cuello de botella para que los modelos aprendan, estos deben nutrirse de todos los datos disponibles, incluyendo tanto datos empresariales como de agencias gubernamentales.
De regulación también habló JD Vance, que a principios de año en París ya adelantó cuál era su posición. Aunque reconoce que la IA plantea riesgos reales, como sesgos y privacidad, advierte que una regulación excesivamente restrictiva podría ahogar su desarrollo. En su opinión, centrarse exclusivamente en los peligros impide ver los beneficios que trae esta innovación.
El plan de acción busca un marco normativo compatible con un despliegue rápido. Por ejemplo, impulsa el uso de sandboxes regulatorios: entornos controlados donde se prueban productos antes de definir las normas. Primero se lanza, luego se ajusta y, finalmente, se legisla. Sus detractores advierten que estos experimentos pueden perpetuarse, convirtiendo lo provisional en norma sin una regulación definitiva, fenómeno conocido como captura del regulador.
Sin embargo, el verdadero riesgo está en otro lado: la confianza. Un sesgo, una brecha, un mal uso pueden echar por tierra todo el impulso y golpear el sistema mismo. Regular de menos puede ser tan peligroso como regular de más. Europa, por ejemplo, ha optado por un enfoque más preventivo, con controles previos al despliegue.
El objetivo no es frenar, sino avanzar con criterio. Porque desregular no garantiza que la adopción se acelere. Si el marco es inestable, la confianza se erosiona. Y sin confianza, no hay adopción posible. Lo que parecía un atajo hacia el futuro puede convertirse en un obstáculo. O peor: en un callejón sin salida.
Segundo pilar. Construir la infraestructura: transformar la economía aguas abajo
Estados Unidos y sus gigantes tecnológicos están invirtiendo de forma masiva en infraestructura digital. En 2025 se alcanzarán cifras récord. Solo en el próximo trimestre, Microsoft destinará 30.000 millones de dólares a esta partida. El proyecto Stargate, impulsado por OpenAI y Oracle, simboliza esa ambición: su objetivo es construir megacentros de datos y, para hacerlo posible, necesitan asegurar el control de toda la cadena física que alimenta la inteligencia artificial, desde la fabricación de chips hasta la gestión de reactores nucleares.
La infraestructura de IA arrastra consigo una transformación más amplia de la economía estadounidense: más presión sobre el suministro eléctrico y más demanda de minerales críticos, pero también un reskilling de empleos industriales. La IA no solo requiere más ingenieros informáticos, también demanda perfiles como técnicos de refrigeración y electricistas. Se trata de reconstruir la base industrial que permitirá sostener la era de la IA.
Los nuevos modelos ya no se apoyan en las infraestructuras heredadas de la era del software como servicio. Lo que hace pocos años se consideraba un gran data center, con una capacidad de 20 MW, hoy resulta insuficiente. Los nuevos centros multiplican sus necesidades de cómputo y ahora se miden en gigavatios. Consumen tanta energía como una ciudad y operan con chips que multiplican por diez su demanda eléctrica. Para sostenerlos, necesitan fuentes de energía barata, estable y abundante. La apuesta de la administración es clara: gas natural y energía nuclear. Las renovables, por ahora, brillan por su ausencia.
No es un detalle menor. La expansión de la IA empieza a definir las prioridades energéticas de la próxima década. Y al hacerlo, podría consolidar un modelo de crecimiento intensivo en recursos fósiles justo en el momento en que el mundo debería estar acelerando la transición. La pregunta no es solo si habrá suficiente energía, sino qué tipo de energía se priorizará. La elección tendrá consecuencias a largo plazo.
Pilar 3. Exportar modelos y valores: más allá de “America First”
El mensaje del plan es claro: Estados Unidos debe satisfacer la demanda global de inteligencia artificial. ¿Cómo? Exportando toda su tecnología, desde hardware y modelos hasta software, aplicaciones y estándares. La lógica es sencilla: quien provee la tecnología, marca las reglas. Distribuir y difundir el stack completo de IA no es solo una cuestión de mercado, también lo es de poder. La administración Trump quiere evitar que aliados clave terminen dependiendo de modelos entrenados en China.
No va a ser fácil. El gigante asiático está asumiendo rápidamente el papel que hasta hace poco ocupaba Estados Unidos. Tres días después de que se presentara el plan de acción, en Shanghái, durante la World AI Conference (WAIC), China celebraba un evento con un mensaje muy distinto.
En su discurso de apertura, el primer ministro chino, Li Qiang, lanzó una advertencia clara: la gobernanza global de la IA está fragmentada y hace falta actuar con rapidez. Pidió reforzar la coordinación internacional para construir lo antes posible un marco común basado en un amplio consenso.
Mientras Washington proyecta una imagen de liderazgo tecnológico, Pekín se posiciona como garante de la estabilidad global. La pregunta es si Estados Unidos está subestimando el atractivo de esa narrativa: una IA gobernada, menos agresiva, aparentemente más cooperativa. Al fin y al cabo, no es solo una carrera técnica: también lo es de influencia política.
Por ejemplo, el plan de acción estadounidense incorpora una declaración difusa y difícil de exportar: los modelos deberán ser neutrales, sin sesgos ideológicos, y alineados con “verdades objetivas”. Aunque como declaración suena bien, ¿quién decide qué es neutral? ¿Dónde están esas verdades objetivas? ¿En los datos, en el código o en los valores de quienes entrenan los modelos? Y por último, incluso si alguien tuviera esas respuestas, ¿cómo se implementa?
Exportar IA no es solo construir data centers o prestar servicios fuera de Estados Unidos. También es exportar una visión del mundo. La administración Trump lo sabe. Y aunque la puesta en escena del plan fue puro America First, el tercer pilar lo matiza y tiende la mano a sus aliados.
Una conclusión clara: la IA no es una tecnología más
Después de leer el plan, con sus 90 acciones, la primera conclusión es clara: la IA se ha convertido en una prioridad estratégica para Trump, y su equipo está decidido a impulsarla con energía y determinación. Sin embargo, además del impulso, hará falta dirección. En su afán por llegar primero y tal vez buscando atajos, podrían desviarse del objetivo sin darse cuenta.
La lucha por la hegemonía global deja la impresión de que mientras Trump parece jugar al ajedrez, buscando dar jaque mate a su oponente, Xi Jinping juega al Go, un juego donde lo importante no es eliminar al rival, sino rodearlo y ganar la posición. Está claro que uno de los dos está confundiendo el tablero de juego.
Nota:retinatendencias.com







