Todos somos eternautas





No es habitual, pero a veces pasa. Y cuando pasa, en esas especiales ocasiones, uno anda como viviendo una “doble vida”. En esos días, se cuelan -como arbitrarios destellos- en la vida cotidiana personajes, escenas y problemáticas de una serie, de una película o de una novela.
En cualquier situación, como por arte de magia, el asesino de la novela aparece en medio de un viaje en subte. O los rituales de los vikingos de una serie irrumpen cuando vas caminando por una vereda de Villa del
Parque.Tengo aún pegada esa sensación de opresión y peligro que se ve en El Eternauta. La ciencia ficción no es mi género predilecto; es más, suelo escaparle, con el costo de perderme obras muy interesantes, obviamente. Esta vez no pasé de largo y me dispuse a ver con bastante expectativa -acaso avalada por los nombres de Oesterheld, Stagnaro y Darín- la serie de Netflix. La vi en dos noches. Me maravilló. Todavía estoy impregnado de esa sensación de opresión y peligro en la que se desarrolla la serie.
Ya es un tiempo más que prudencial para haberme olvidado de todo. Pero no, sigo como envuelto en ese clima distópico y recordando imágenes y sensaciones de ese Buenos Aires apocalíptico.
Me parece muy llamativa la fuerte reacción de la gente, casi al borde del fanatismo. Y algo que escucho repetidamente: el vacío que queda al terminar la serie. Incluso, ante la lejanía de la segunda temporada, me enteré de gente que ya la vio por segunda vez. Parece casi increíble, pero es así: la terminaron de ver y, de modo inmediato, reaccionaron poniendo de vuelta la serie desde el minuto uno.
Sospecho que hay algo más que una serie excelente desde todo punto de vista. Me parece que, más allá de ser hija de una época puntual y que -a la vez- acepta resignificaciones políticas de distintas épocas del país, El Eternauta interpela a los argentinos desde lo emocional y desde la memoria colectiva.
Echa sal en las heridas que llevamos impresas en la piel y que aprendimos a enfrentar y a soportar. Entre las amenazas que Juan Salvo y su amigo Favalle sortean a lo largo de los seis capítulos, acaso estemos levantando -desde nuestro lugar de espectadores- una defensa contra los bombardeos del 55, la sanguinaria dictadura militar y los 30 mil desaparecidos, Malvinas y los saqueos de los 80, el Estado desguazado de los 90, Cromañón, el FMI, la covid, y la angurria atemporal -y ahora desbocada- de los poderes dominantes.
El Eternauta somos todos. La serie pone en primer plano la resiliencia de los argentinos, esa posibilidad de atravesar infiernos y seguir adelante. Pese a todo.
Por Eduardo Diana / P12