







La política es un fenómeno humano y, como tal, la psicología de sus protagonistas afecta su acontecer. Si se prescinde de ese aspecto fundamental, todo se reduce a una partida de ajedrez en la que los políticos son piezas inanimadas movidas por manos ignotas, de donde nacen análisis repetidos, basados en chismes, off the record incomprobables, especulaciones abstractas o teorías conspiracionistas. Como lo demostró la psicoanalista polaca Alice Miller (1923-2010) en su libro Por tu propio bien, las raíces de la violencia se gestan en el trato y la educación recibida por los violentos durante su infancia. Miller (emigrada a Suiza en 1936 por la persecución nazi) desplegó en trece libros notables su profundo conocimiento de las consecuencias del maltrato infantil en todas sus formas, incluidas las aparentemente amorosas y protectoras. En Por tu propio bien analiza, tras una exhaustiva investigación, cómo la violencia física y emocional ejercida sobre Adolf Hitler por un padre abusivo (y ante una madre anulada) sembró en este genocida el denso reservorio de resentimiento que necesitó volcar hacia afuera durante su vida adulta. Resentimiento y odio al que la política le propició un escenario. Los conflictos emocionales no pueden borrarse del mundo con documentos oficiales o explicaciones sobre estrategia política, señala Miller. Se pregunta sobre Hitler: “¿Qué sentiría ese niño, qué iría acumulando en su interior al verse golpeado y humillado por su propio padre?”. Y más adelante se responde: “Gracias a su compulsión inconsciente a la repetición, transfirió su trauma a todo un pueblo”. Miller explica, pero no justifica. “Todo lo que se necesitó fue la locura del Führer para extinguir la vida de incontables millones de seres humanos inocentes en el espacio de unos pocos años”, escribe tras apuntar que las mayores muestras de bestialidad no se dan en los animales, sino en los humanos.


El mecanismo de transferencia observado en Hitler, que buscó tratar a otros como él fue tratado, está emparentado con el de proyección, por el cual todo lo que una persona rechaza, esconde o niega de sí misma se lo adjudica a otros. Y lo que más teme para sí es lo que desea inconscientemente infligir a terceros. Así como en el cine la historia que vemos no ocurre en la pantalla (que queda en blanco cuando las luces se encienden), sino que está en el proyector, cuanto más insultos y violencia física o simbólica se disparan sobre aquellos a quienes se elige enemigos, más al desnudo queda el inconsciente (la sombra, diría Carl Jung) del agresor. En el momento actual de la política, cuando el odio suplanta a los argumentos y a la empatía, y el insulto y la amenaza anulan la posibilidad del debate, se actualizan y confirman las tesis de Alice Miller. Del mismo modo, la recurrencia a las metáforas anales y peneanas, que tanto proliferan en el pedregoso y pobre lenguaje de los insultadores seriales, acaso refleje miedos profundos al respecto. Otra vez, hacerle al otro lo más temido para uno mismo. En una conferencia virtual titulada “La gente que nos constituye”, dictada en 2021, el doctor Luis Chiozza, respetado psicoanalista especializado en lo psicosomático, apuntaba que “la fijación sádico-anal se relaciona con la sensación de que se puede aumentar el poder por el poder mismo”, y que la fijación fálica conduce a rivalidades destinadas a “enaltecer el ego y desemboca en un abuso sadomasoquista del poder”.
Desde Freud en más es imposible (aunque hay quienes lo hacen) negar al inconsciente. Este existe y se manifiesta de diversas maneras. En los sueños, en el habla, en lo recordado, en lo olvidado, en lo amado y odiado. Y en la política, por supuesto..
Por Sergio Sinay * Escritor y periodista. / Perfil







