¿Cómo viven la crisis los sectores populares?

Actualidad09/07/2025
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I.

Barrio Don Orione, partido de Almirante Brown, sur del conurbano bonaerense. Una familia nos cuenta su día a día, lo que saca el hombre con los trabajos de albañilería, cómo es solicitado por los clientes, cómo elige ayudantes, dónde compra materiales. La mujer cuida a la única hija del matrimonio, administra la Asignación Universal por Hijo, vende cosméticos por catálogo. Cuando su marido “cobra algún trabajo grande”, va hasta La Salada a comprar ropa y la revende entre los vecinos. Así “duplican la plata”.  Llevan diez años juntos; la nena tiene tres. No quisieron tener hijos hasta tener la casita y “con una les alcanza”. La baja de la natalidad es un tema relevante que no abordaremos, pero queda en evidencia cuando uno se asoma a recorrer: las pobres también dejaron de tener hijos, y lo habitual es encontrar familias con uno o dos niños. Ella tiene una hermana que trabaja en un hospital público de CABA. Cuando necesitan comprar algo grande, les presta la tarjeta de crédito. Él tiene clientes ricos, a los que “no los mueve un gobierno”. Con el cambio de gestión se sintió el aumento en la comida, “que está carísima”, y en los repuestos para la chata del hombre, que ahora toma mayores recaudos. Menciona el pésimo estado de las calles. ¿En el distrito? “En todas partes”. Intentan ahorrar cuando hay más movimiento, pero en los últimos años no pudieron. Van a la feria de Solano todos los sábados a la mañana, “el mejor momento”. 

La casa todavía no tiene piso de baldosas, pero sí un prolijo alisado de cemento. Cuando les preguntamos por la educación, se miran: ha habido debate al respecto. Él quiere que la hija sí o sí vaya a una escuela privada del centro de la localidad. Ella sostiene que es mucha plata todos los meses, y que en la Capital o en Lomas de Zamora hay buenas escuelas públicas. Que ella podría hacer el esfuerzo de llevarla y conseguir algún trabajo por ahí, aprovechando las horas libres en distritos más ricos. Los dos defienden su punto de vista para estar mejor. Los dos tienen la idea de progreso tatuada a fuego. Intentamos tocar el tema de la inseguridad, pero rápidamente es minimizado: “Pasan cosas como en todos lados”. Les preguntamos si se sienten cómodos contándonos a quién votaron. “A Milei”, responden. Les pedimos que nos cuenten qué les atrae del Presidente. Él resalta que “te dice la posta, no la sarasea”. La mujer dice que quería que se fueran los que estaban. Que estaba entre Milei y Patricia Bullrich, pero Bullrich no le cerraba del todo. La pregunta que formulamos al final es siempre la misma: ¿De qué estás orgulloso? El hombre responde lo que la mayoría de los hombres que entrevistamos en nuestras investigaciones responde: de ser argentino. Ella responde “sí, también”, pero yo siento que tenía otra respuesta pensada y la apuro con un “no vale repetir”, devolviéndole el mate que nos convidó. “De mi nena y de mi hermana. Mi nena es lo mejor que hice, y mi hermana, te contaba, es enfermera y trabaja en el hospital de CABA. Ella es buenísima, trabaja en blanco, todo. Atiende re bien a todo el mundo, es muy humana”. 

En semejante contexto lo lógico sería que en la base de la pirámide social se fuera creando una enorme resistencia al gobierno, que prevalezcan rechazos tajantes, oposiciones feroces. Pero lo máximo que pudimos encontrar fue apatía.

En una familia que votó a Milei, la educación, el trabajo registrado y la prosperidad son el norte. Como en casi todas las familias. No ven al actual Presidente –al menos por el momento– como sinónimo de ajuste o de crisis. No consumen noticias más que como fondo de ambiente y no conciben otra cosa que no sea salir adelante. No quieren menos salud pública, menos educación o menos obras. De hecho, las calles rotas aparecen como reclamo, el trabajo en blanco de un familiar es motivo de orgullo y la educación pública todavía parece la mejor opción, al menos en algunos lugares. La libertad es una entelequia que cambia de forma según el lugar y la posición del que habla, pero la prosperidad tiene siempre la misma cara.

II.

Buena parte de la oposición política menosprecia la cuestión individual por rechazo al individualismo, y la idea de mérito por miedo a caer en la meritocracia. Subestiman el orgullo con el que las personas suben a sus redes sociales las módicas compras que pueden realizar, la foto con la moto en el perfil de WhatsApp, los trabajos golondrina que se toman sólo para conseguir dinero para comprar algo concreto. Pequeñas satisfacciones que colman a quienes nada tienen. ¿Cómo puede ser, si lo material es tan importante, que se rechace tanto al peronismo, que transfirió recursos permanentemente a quienes menos tienen? ¿Cómo puede ser que aquellos que necesitan todo no se sientan identificados con el partido que dice: “Donde hay una necesidad nace un derecho”? ¿Qué les da Milei que no les haya dado el peronismo?

El antiperonismo no trató nunca de comprender al peronismo; de ahí su índole reaccionaria. Le es imposible concebir lealtades selladas a sangre y fuego “por máquinas de coser que se repartieron hace 80 años” o por alguna frase justicialista que oyen repetir. Pero hoy es la dirigencia peronista la que queda descolocada con lo que tiene enfrente. Sienten que el pueblo los abandonó, sin sospechar que ellos abandonaron antes al pueblo. No entienden cómo sucedió que, sin armado, sin máquinas de coser y con frases muy tiradas de los pelos, Milei les arrebatara votos, y que incluso pueda ir más allá, hasta volverse sentido común.

Las familias más pobres no se ajustan dándose menos gustitos, yendo menos al cine o cambiando de prepaga. Empiezan a comer menos y peor, y saltean los medicamentos. Dejan de cargar la Sube y el crédito en el teléfono. Estiran la ropa hasta el destrozo. La ropa buena se guarda para salir. El azúcar se reserva para los chicos, la comida se guarda para mañana, y a la noche se zafa con un té. Los remedios se limitan a una crisis o una situación extrema: se detienen los tratamientos, cada cuerpo impondrá sus condiciones. Caminan veinticinco cuadras hasta el tren, madrugan media hora antes para tirar con mate todo el día. No se engaña a ningún estómago, los pobres no son tontos y sus estómagos, tampoco. El mate es tener algo caliente entre las manos y estar ocupado permanentemente con la cebada. La desesperación golpea fuerte, pero el pobre se resiste a desesperar; por el contrario, si hay algo que lo caracteriza es la sumisión con la que espera. 

En semejante contexto lo lógico sería que en la base de la pirámide social se fuera creando una enorme resistencia al gobierno, que prevalezcan rechazos tajantes, oposiciones feroces. Pero lo máximo que pudimos encontrar fue apatía. Y entre aquellos que creen que no hay que cambiar de rumbo, vemos tres pulsiones: los que tienen un profundo resentimiento contra el empleado estatal y su universo; los que ven al kirchnerismo como sinónimo de planes, y los que están políticamente enamorados de Milei.

Los primeros, aquellos que quieren un Estado reducido, se muestran dispuestos a padecer esos recortes con tal de que vuele(n) todo(s). Para ellos, lo peor del Estado es ver que hay gente que lo goza. Cada puesto en un ente estatal equivale a una fiesta de décadas a la que no fueron invitados, cada recorte es percibido como una promesa cumplida, incluso si recae sobre una institución que usan y necesitan. Ojos que ven corazón que asiente.

El segundo grupo está constituido por quienes sostienen que kirchnerismo y planes sociales son una misma cosa, en el peor de los sentidos. La idea de “reparto desmedido” de la ayuda estatal no sólo conspira contra el valor sagrado del trabajo; también se la considera responsable de los ajustes de 2015 (con Macri) y 2023 (Milei), y del desorden social en las calles y en los barrios. La tolerancia infinita con la protesta social fue vista como complicidad directa con los que cortaban las calles casi por deporte. Lo dispendioso de los programas sociales en barrios donde no son pocos pero se conocen mucho (y en donde el que tenía vínculos con el Estado podía armarse una buena canasta sin prestar mucho a cambio) limó la legitimidad de las transferencias económicas. Si conozco a uno que recibe un plan porque milita, entonces todos los que lo reciben militan. “¡Qué va a ser un necesitado ése si lo veo levantarse a las 11 de la mañana para ir a la marcha!”. En los barrios donde se mezclaban los desempleados que vivían bien con los trabajadores que vivían mal, el peronismo aparecía como el garante de un orden dislocado. Y el Estado, como un heredero derrochón que reparte la fortuna que acumularon otros. Si la política es sólo distribución de programas y asignaciones, la relación con la política sólo puede ser una recepción de planes. Pero la gente quiere más o, mejor dicho, quiere otra cosa. Trabajar y que la plata alcance, volver a casa y que no le roben, que si hay un robo no quede impune. El peronismo tropieza con problemas para plantear medidas y discursos que enfrenten la pequeña criminalidad, esa que se mete con los pobres porque carece de recursos para salir de la propia esfera social, incluso para robar. Los que viven en el barrio y te venden un celular que estuvo a un grado de distancia, y los que te roban un celular para ir a vendérselo a ellos. No hay consecuencias reales para los que “se la deliran”. No pasa nada si andás en cualquiera.

El tercer grupo es el de los enamorados de Milei. El carisma con el que atrae a millones no deja de tener su efecto. Lo ven distinto, sincero, auténtico, mesiánico, líder. Lo ven parecido a sí mismos si fueran Presidente. La soledad política es vista como algo bueno, y el desprecio con el que trata a opositores y periodistas, también. El ajuste como promesa cumplida y la baja de la inflación como única agenda. Por ahora no piden mucho más. La percepción del tiempo siempre es relativa. Para los kirchneristas, la ganada es una década. Para los no kirchneristas, son veinte los años de “hegemonía k”. Dos décadas de no escuchar otra cosa, porque incluso cuando gobernó el macrismo el kirchnerismo ocupaba el centro de la atención pública. Hoy sienten alivio. Milei rompe los discursos que escucharon los menores de 30 años a lo largo de toda su vida. Por primera vez, el peronismo no marca el norte. 

III.

El panorama es duro. La quiebra de centenares de empresas pequeñas y la reducción drástica del consumo achican la base económica. No se culpa a la política. El ajuste actual tuvo la original gentileza de ser el más anunciado de la historia. Quedan el campo, los minerales y la Patagonia, el eterno triunfo de una economía ultra primaria que en cualquier momento reclama atraso cambiario. Entre los damnificados, el resentimiento decanta hacia abajo, y los que están controlando la bajada en picada para no sentir que se están cayendo pueden reforzar con discursos lo que ya no sostienen con ingresos: odiar a “los lúmpenes” y los “fisuras”. Se puede armar toda una campaña electoral odiando a los más vulnerables de la sociedad, aunque no sirva ni para pasar el umbral. Se puede decir cosas que antes no se decían.

Los chicos se duermen en la escuela, pero aun cuando esto no pasa “están menos despiertos”. No salen al recreo. Se quedan en su banco con el celular. El ausentismo en los sectores pobres se explica por distintos problemas: falta de rigor, necesidad de quedarse cuidando a los hermanos menores, rutinas desarmadas. Pero no es mayor al ausentismo en las clases medias, donde los viajes familiares o las oportunidades no escolares tienen prioridad. Al César lo que es del César: lo que viene pasando en la educación no es algo nuevo, y la soledad que padecen los docentes tampoco; sólo se habla de ellos cuando hay paro, y casi exclusivamente para pegarles. Tanto las instituciones como los padres los desautorizan… para después exigirles resultados. 

El panorama es duro. La quiebra de centenares de empresas pequeñas y la reducción drástica del consumo achican la base económica. No se culpa a la política. El ajuste actual tuvo la original gentileza de ser el más anunciado de la historia.

Patricia Bullrich, mujer y negación viviente de todas las cualidades humanas, anuncia controles rigurosos a civiles para vender humo de seguridad. Daniel Scioli tuitea sin pudor que con libertad y esperanza la libertad avanza. Ambos pueden compartir el origen peronista y la lealtad. Ser leal a las funciones públicas es una lealtad al fin…

En términos reales, las jubilaciones cayeron a pisos históricos: atacar a los mayores no tiene implicancia alguna. De repente, los viejos son los culpables del país que tenemos, de modo que el Estado queda eximido de sus obligaciones para con ellos. La salud pública no sólo sufre recortes; también se la hostiga. Los científicos que habían sido enviados a lavar los platos (Cavallo dixit) son los profesionales de la salud de hoy, invitados a retirarse a otros sectores si el salario no les alcanza. 

IV.

Ver amansamientos complace a muchos. El sueño del antiperonismo no es gobernar el país e imponer un modelo. La verdadera fantasía antiperonista consiste en ver al peronismo aniquilado. Después de eso, creen, el país despegará solo. 

Cristina Fernández había anunciado su candidatura por la Tercera Sección Electoral bonaerense, despertando el fervor o la polémica de los que más o menos se sabía que iban a reaccionar a favor o en contra. Pero para gran parte de la sociedad pasó sin pena ni gloria. La figura más importante del último medio siglo se proponía como presidenta del conurbano. Nada nuevo en un país que está acostumbrado a vivir de cara al AMBA, cuyas provincias votaron masivamente en contra de la última gestión de la que fue parte. Apenas unos días después de anunciada la candidatura, la fantasía de ver a Cristina presa finalmente se cumplió. Pero no fue cómo lo soñaban. No sólo no aparece demacrada o vencida, sino que con 72 años se da el lujo de seguir siendo linda. La debilidad en Cristina se vuelve omnipotencia. No hay rejas ni barrotes, hay un balcón sobrio que da a una esquina repleta de gente que la quiere y se lo dice. 

Sin embargo, hay que ser cautos. Si a Cristina la condenan por expresar a las mayorías, a esas mayorías no podemos perderlas de vista. El fuego que se reaviva es el fuego de una militancia que estaba deprimida, cansada de una dirigencia con más ganas de librar internas que de hacer política, más preocupada por tik toks que por el desguace del Estado. Hoy aparece una fuerza que estaba guardada, un empuje que siempre estuvo ahí, esperando ser llamado. Pero, ¿cómo ven la escena los no peronistas? No me refiero a los que jamás van a votar al peronismo, sino a ese 50% del padrón que se quedó en la casa. ¿Ven injusticia en la condena a Cristina? ¿Por qué la gente dice “lo dejo en manos de la Justicia”? ¿Qué es lo que hace que cualquier hijo de vecino desconfíe del Poder Ejecutivo y del Legislativo pero no del Judicial? ¿Cuánto incide en la opinión pública una reunión con Guillermo Moreno o la solidaridad de Myriam Bregman? 

Tres cosas me recomiendan cautela. La primera es que desde hace tiempo dejé de creer en las manifestaciones. Lo que se reclama en una marcha ya no es necesariamente el eco de la calle. Una parte de la militancia peronista está tan adentro del Estado que quedó afuera de la sociedad. Son muchos y están organizados, pero con eso no alcanza. Si el peronismo nuevamente encara la política con las mismas ideas económicas que llevaron a la crisis, entonces seguirá siendo lo viejo, más allá de quién sea su figura estelar. La segunda es que Cristina, hoy legitimada en su liderazgo, siempre tuvo el Talón de Aquiles: el dedo. No sólo el peronismo ha perdido elecciones contra personajes irrisorios sino que con el último que ganó fue con Alberto Fernández. Risas. La tercera razón es lo que la reciente experiencia enseñó por las malas: juntarse no es lo mismo que estar unidos. 

Si la década ganada dejó millones de monotributistas, changarines, cuentapropistas y emprendedores a los que no se les dirigió nunca una política, ni siquiera la palabra, ¿cuál es la sorpresa cuando no se identifican con el peronismo? Si la inflación es la única economía que conocen los menores de 30 años, ¿cómo no van a creerle más a Milei, que la está bajando? El peronismo sabe cómo hablarle al que creció bajo la lógica gorila, pero no al sentido común libertario.

Y, sin embargo, está todo por hacerse. Recuperar el poder adquisitivo de los trabajadores, estimular la creación de empleo genuino, favorecer la rotación del capital, perfeccionar la logística, consolidar la seguridad y la salud, llevar a las jubilaciones a un piso de dignidad. “Quien desea y no obra engendra la peste”. No necesitamos más que lo puesto. Se puede. Pero por sobre todas las cosas, se debe hacer. 

Por Mayra Arena * Consultora de consumo masivo. / El Diplo

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