El aprendiz de brujo y la inteligencia artificial sin control

Actualidad11/07/2025
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En la historia del aprendiz de brujo, popularizada por Goethe y luego por Disney, un joven inexperto intenta manipular fuerzas que no comprende, con resultados desastrosos. La metáfora no puede ser más adecuada para describir lo que estamos viendo estos días con el uso irresponsable de la inteligencia artificial por parte de algunas compañías.

El caso de Elon Musk, su red social X y su empresa xAI, muestra hasta qué punto se está jugando con fuego sin el más mínimo respeto por las consecuencias. No es «un errorcillo» o «un chiste», es una forma de hacer las cosas.

El martes 9 de julio, la directora ejecutiva de X, Linda Yaccarino, recién «degradada» tras la fusión con xAI a Directora de Social Media, anunciaba inesperadamente su dimisión. Su marcha se producía tan solo unas horas después de que Grok se hiciera viral por emitir respuestas antisemitas, elogiar a Adolf Hitler, denominarse a sí mismo como «MechaHitler» y promover teorías de la conspiración como la del «genocidio blanco» en Sudáfrica o el control judío de Hollywood. Todo esto a la vista de millones de usuarios, sin ningún tipo de filtro o supervisión previa, y tras una actualización del 4 de julio que, según la propia compañía, hizo que Grok fuese «más políticamente incorrecto». Qué bien, qué divertido todo.

La absurda respuesta de xAI fue culpar a una supuesta «modificación no autorizada» del modelo. Una excusa infantil, indigna de cualquier organización seria, y que no hace más que agravar la situación: si no tienen control sobre lo que sus propios sistemas publican en una red con millones de usuarios, ¿qué clase de seguridad y gobernanza están implementando? ¿O es simplemente que no les importa, mientras aumenten el engagement, la notoriedad y los titulares?

La dimisión de Yaccarino tiene mucho que ver con todo esto. Fue contratada hace dos años para reparar la relación con los anunciantes, profundamente dañada tras la llegada de Musk y su tolerancia con el discurso del odio. Su estrategia se basaba en convencer a las marcas de que X podía ser un entorno seguro y rentable para su publicidad. Pero cuando la prioridad de Musk pasó a ser el desarrollo de sistemas de inteligencia artificial, esa visión quedó relegada. La fusión de X con xAI en marzo degradó su papel a una especie de jefa de una división secundaria. La humillación definitiva llegó cuando Grok empezó a colocarse en todos los rincones de la plataforma: botones junto a cada publicación, respuestas automáticas destacadas por encima de los usuarios reales, una omnipresencia molesta que transformó lo que antes era una red social de conversación en un escaparate de ocurrencias no necesariamente adecuadas generadas por una máquina.

Todo para alimentar al nuevo juguete de Musk. Porque Grok, en sus últimas versiones presentadas hace apenas unos días como Grok 4 y Grok 4 Heavy, aspira a competir con los modelos más avanzados del mercado. Musk lo describió como «más inteligente que casi todos los estudiantes de posgrado en todas las disciplinas a la vez». Pero lo que hemos visto es una demostración de todo lo contrario: un sistema incapaz de discriminar contenido aceptable, de entender los límites éticos más elementales, o de respetar normas básicas de convivencia. Una tecnología que, en lugar de ayudarnos a pensar mejor, amplifica lo peor de nuestra sociedad, y un tema al que Musk en la presentación no dedicó ni un momento. Total, es lo que se lleva ahora: si no hablo de los problemas ni los miro, no existen.

El problema ya ha trascendido fronteras. Turquía ha prohibido Grok tras detectar insultos hacia el presidente Erdogan. En Polonia el chatbot generó ataques dirigidos al primer ministro Donald Tusk, lo que ha provocado una oleada de críticas por parte de autoridades y ciudadanos preocupados por la interferencia de una empresa tecnológica extranjera en el debate político nacional. No es difícil imaginar que otros países seguirán el mismo camino, y que habrá conflicto con la legislación europea. Porque lo que está en juego no es solo el prestigio de una marca, la salud de una red social o la potencia de un modelo de lenguaje masivo, sino el impacto que estas tecnologías tienen o son susceptibles de tener en el discurso público, en la polarización y en la democracia misma.

Nota:https://www.enriquedans.com/

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