Preguntas en el escenario post-electoral

Actualidad15/11/2025
depositphotos_82025576-stock-illustration-too-many-questions

Toda elección pone al frente de nuestras narices una foto de la sociedad, una radiografía política-ideológica de un momento dado. Pero esa imagen cristalizada no debe hacernos olvidar el movimiento tectónico que la hizo posible.

Las elecciones argentinas de medio término han arrojado un contundente triunfo del oficialismo, ganando, incluso, en la provincia de Buenos Aires, bastión histórico del peronismo. Con el 40,7% de los votos La Libertad Avanza (mileista) se impuso a nivel nacional frente a un 33,8% de Fuerza Patria (peronista) y sus aliados. Sondeos de opinión y encuestadoras de variado pelaje ideológico no previeron semejantes resultados.

La fractura que se produjo después de años de una continua acumulación de fracasos y frustraciones de las dos grandes coaliciones políticas que han gobernado las últimas décadas (Frente de Todos y Cambiemos) colocaron al mando del Estado la versión más radicalizada de la derecha local.

Esto se explica, en parte, por las crisis continuas y los cambios en la estructura social generados por el neoliberalismo, pero también por circunstancias políticas concretas en las que intervino directamente Estados Unidos.

Las declaraciones públicas de Trump, del flamante embajador norteamericano en Argentina, Peter Lamelas, y la ayuda económica del secretario del Tesoro norteamericano, Scott Bessent, se produjeron en un contexto en el que el gobierno se encuentra asediado por escándalos de corrupción, por posibles vínculos con el narcotráfico y por un endeudamiento sin precedentes.

El nuevo salvataje financiero llegó y le permitió ganar tiempo y estabilidad de cara a las elecciones legislativas nacionales. El chantaje --disfrazado de dilema-- sobre los condicionamientos de la alianza con Argentina que expresó Donald Trump en la cumbre con el Gobierno Nacional en la Casa Blanca dió sus ¿inesperados? resultados políticos.

Elecciones

Javier Milei con su intransigencia en materia económica lleva adelante el dictum innegociable del “déficit cero”, transformando en piedra cualquier medida que ose vulnerarla. Una racionalidad económica que actúa como mantra, como el único esquematismo mental que debe expresar la práctica política, ahogando de esta forma una racionalidad (política) propia.

A dos años de su asunción, y en el medio de una crisis; una parte significativa de la sociedad argentina reafirma un proyecto hegemónico de país excluyente que lejos de suturar la lucha ideológica y social, evidencia lo imposible de dicha construcción al no lograr dirigir e incorporar al conjunto de la población a un modelo de desarrollo verdaderamente nacional y con amplios márgenes de justicia social.

Es cierto, que esto no se produjo sin una fuerte resistencia: huelgas y manifestaciones opositoras de trabajadores, jubilados, estudiantes, mujeres y ciudadanos de todo tipo se activaron en contra de medidas que afectan derechos adquiridos en materia laboral, de salud, educación, discapacidades e igualdad de género.

Frente a ello, el Gobierno Nacional llevó adelante una práctica represiva integral (no sólo con la activación del denominado “Protocolo antipiquetes” de la ministra Patricia Bullrich, sino con una ofensiva mediática estigmatizante a cualquier forma de protesta social) con diferentes intensidades según los volúmenes de la movilización. Sin embargo, hasta el momento no existe una instancia política que logre unificar todas las demandas afectadas.

Por otra parte, un dato destacable de las recientes elecciones es el nivel de participación. Sólo el 68% del padrón electoral nacional fue a votar, la participación más baja desde el retorno a la democracia, expresando el malestar que se ha ido inoculando contra la política institucional y sus actores. En concreto, la caída general fue del 8% respecto de las elecciones presidenciales de 2023 y del 3% en relación a las legislativas de 2021, con la pandemia del coronavirus zumbando en nuestros oídos.

Preguntas

Llegado a este punto, ¿qué rostro(s) de la sociedad nos devuelve esta instancia eleccionaria, y de qué modo se articula con otros momentos de participación ciudadana necesarios en nuestra democracia como el derecho a la protesta? ¿Qué elementos contradictorios se ponen en juego en la sociedad cuando observamos el comportamiento del votante?

Pareciera que como en la taba, un tradicional juego campestre argentino, una parte significativa de la sociedad arrojó al cielo el lado del hueso que llevaba impreso las demandas asociadas a la defensa de los derechos sociales y el resguardo de la soberanía nacional frente la intervención explícita de los Estados Unidos; para obtener, a cambio de su sacrificio -que no empezó pero se agudizó con la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada-, una cara que devuelva una presunta estabilización monetaria y orden por la vía del disciplinamiento social. Sólo de este modo podemos tornar inteligible la legitimación parcial del postergado y anunciado ajuste, que pondrían blanco sobre negro a aquellos sectores “privilegiados” que se aprovechan del estado.

Lo afectivo y lo político en momentos de crisis se atraen revelando que la dimensión económica del voto sólo se comprende sopesando las consecuencias inmediatas que puede traer un revés para el oficialismo. Pero no es cuestión de cerrar la discusión demostrando el modo en el que opera una suerte de “racionalidad del voto” sino, más bien, comprender ese comportamiento subjetivo al interior de procesos múltiples en los imbricados registros (ideológicos, económicos, políticos y sociales) que lo contienen.

Más allá de la caja negra del voto que suele ser esquiva a los analistas políticos; el triunfo de Milei cristaliza una identidad política de extrema derecha con un núcleo duro de adherentes que poseen como denominador común el lema extendido de “no volver al pasado”, esto es, no volver a la experiencia kirchnerista alojada en la memoria reciente.

Triunfo imprevisto del oficialismo, sin euforia social que nos recuerda a los globos desinflados y las guirnaldas desahuciadas que permanecen en el ambiente luego de las fiestas con la promesa de su renovación, quizás, en la próxima celebración. Victoria electoral que no debe hacernos olvidar la pérdida de votos en relación a las elecciones presidenciales del 2023, en la cual La Libertad Avanza sacó el 55% de los votos en el ballotage, en comparación con el 40,7% que obtuvo en 2025.

Se vuelve urgente y necesaria una inversión semántica: no hay que preguntarse tanto por qué ganó Milei sino, más bien, quién le puede ganar a Milei por intermedio de un programa que aspire a construir y representar una nueva mayoría democrática. Mientras tanto el estado de ánimo colectivo encuentra un precario alivio, similar al de esa paz que antecede a la tormenta.

Por Mario Ropoport * Profesor Emérito (UBA)

Por Yaor Arce ** Tesista de Sociología (UNSAM)

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email