El Señor de los pobres infelices





Para otro menester, este columnista se ha detenido a estudiar el impresionante cuadro que Francisco Goya pintó en la España del Siglo 19, conocido como Saturno devorando a su hijo y que hoy está en el Museo del Prado, en Madrid. Se trata de una de las pinturas que formaron parte de la decoración de los muros de la casa que el artista compró en 1819 y pertenece a su serie de pinturas negras.
En esa obra, que es impactante, Saturno se come a su propio hijo. Y asombrosamente la ferocidad, la expresión y hasta ciertos gestos, coinciden con la figura de quien parece hoy un inesperado símil sudamericano: el Señor Milei. No exactamente, desde ya, pero por tratarse de una alegoría sobre la violencia es inevitable que la contemplación evoque a nuestro presente.
En realidad este hombre posiblemente enfermo –al menos este columnista apuesta a que lo es, y grave por su incontinencia oral, violenta y lastimadora– por momentos parece casi inhumano por ciertas furias y expresiones como de cuando algo evidentemente lo atormenta. Su conducta imprecisa y su estilo no favorecen al pueblo de la Patria sino todo lo contrario: lo confunden, desalientan y hasta enojan.
Claro que acaso este columnista yerra porque se detiene, azorado, a juzgar la generalizada confusión espiritual que encierran las furias que a veces sentimos. Los padres prácticamente desconocidos del Sr. Presidente son tan enigmáticos como su hermana silente e inexpresiva, según se la ve en casi todas las fotos. Y así como se los ve carentes de relaciones afectuosas más allá de sonrisas triunfalistas de un funcionariado inseguro y siempre cambiante a fuerza de caprichos cuasi juveniles, ya la confusión es parte de un todo que genera en ellos misterios peligrosos.
En realidad, un capo de pobres infelices lambiscones no es el horizonte que necesita nuestro pueblo, más allá de que este hombre se haya equivocado al prometer mucho y confuso en las urnas, en las que sí había que cambiar mucho, pero no para peor ni destruyendo todo lo bueno que generaciones de trabajadores decentes y esforzados habían construído y que constituían la larga lista de orgullos argentinos.
Obvio que es razonable pensar que el actual desvarío generalizado en nuestra república tiene que ver con los enigmas que definen, en sí, al Señor Milei, de quien no se sabe bien a bien si estudió ni qué ni dónde, ni cuándo ni cómo.
Como no se sabe de sus amistades, si acaso las tuvo (obvio que hoy no las tiene) y eso es impactante. Y ni se diga de auténticos, sostenidos y confiables amores. Porque la verdad y dicho sea con prudencia y tino, como todo el mundo sabe este presidente parece una persona sin amigos ni amigas, y sin sólidos amores que lo contengan.
Por otra parte, se conoce que no ha tenido más afectos consistentes que su hermana y sus cinco perros, los cuales, por cierto, en menos de un año parecen haberse evaporado, o al menos este periodista no ha logrado desentrañar qué con ellos, dónde están, en qué jaulas encerrados o en qué pampas andan triscando y ladran, corretean y mean, esas costumbres caninas.
Además es curioso cómo destaca en el Presidente cierto semblante enfermo, como el de su mirada cuando se combina con su sonrisa jamás de alegría pero sí de temible violencia, se diría. Esa semisonrisa nunca completa que le hace brillar los ojos con mezcla de burlonería y violencia espiritual, como si en esa expresión en lugar de gozos campearan resentimientos.
Por supuesto que Milei es un sujeto impar, y sorprendente, pero es curioso que no encanta. Todo mandatario de naciones encanta de un modo o de otros, al menos en sus primeros años de gestión. Pero este presidente sólo impresiona por su estilo neurótico, grosero y burlón, acuciante y violento como se lo ve en sus ya frecuentes apariciones televisivas, estimulado por chupamedias de pocas luces y periodistas mediocres todo-terreno contratados ad-hoc y obviamente pagados con dinero o favores como si llegar a entrevistar a este presidente para la telebasura conllevara mérito alguno.
Claro que hay que reconocer que se trata de un sujeto absolutamente impar. Uno a quien es básico y seguro imaginarlo atormentado en su dormitorio y en las noches más frías, eludiendo sus propios pensamientos, si acaso los tiene, y todo sustituido por la Tele que evidentemente lo fascina, lo distrae, lo acompaña y acaso es lo único que escucha sin ver ni escuchar.
Porque es obvio que este hombre, este desdichado pero muy astuto sujeto, jamás escucha, jamás considera a quien tiene enfrente salvo sus ídolos foráneos, personajes del horror político mundial varios de ellos.
Y así como no escucha, no atiende. Ni entiende ni le importa. Si hasta sus exégetas discurren con torpeza cuando aluden a él con mezclas penosas de temor y lambisconería. Acaso por eso impresiona también que no tiene amigos. No es que no se los conozca, es obvio que no tiene ni uno. Si no, asomarían preguntas de sentido común: ¿con quién gastará bromas a la par? ¿A quién dejará ver lo más íntimo de su personalidad? ¿Con quiénes será solidario, compinche y par, amigote de chanzas y celebraciones? Preguntas nomás y bienintencionadas, porque amigos es obvio que no tiene. Sólo súbditos, chupamedias, lambiscones, chirolitas.
Y encima se dice, en los medios y en chismes, que es avaro y que sus sirvientes cobran cometas o reclaman en dólares. Que él distribuiría insanamente. Quizás por eso dan pena sus interlocutores, siempre sentados a prudente distancia de la posible ira inesperada del Presidente, siempre con una mesa entre medio y más allá la evidente pandilla de chupamedias deslucidos.
¿Será ahí donde imperan la fascinación por el dinero extranjero, las fortunas superlativas y las dolarizas desproporcionadas que habilitan chismorreos? ¿Y que perturban a sus interlocutores siempre en actitudes serviles, cobardes, como de quienes se reconocen solamente en esas tristes categorías de la inferioridad humana?
Esta columna considera que como propietario, o dueño, o cuidador de sus perros, el presidente es un fracaso. Al menos como cuidador o amigo de esos cinco seres a los que parece que abandonó desalmadamente. Se sabe que los perros son muy inteligentes y suelen ser capaces de entender la personalidad de sus amos, a quienes pueden anticipar emocionalmente. De donde este presidente argentino actual podría ser considerado, en esta divagación, un defraudador grave si es que al día de hoy aún mantiene encerrados a sus canes de identidad británica, sin atenciones personalizadas y en regímenes poco menos que carcelarios.
Desde ya que esta columna no teoriza vínculos humano-caninos, pero sí son indispensables a la hora de vincular al Sr. Milei con sus propios sentimientos. Que ha de tenerlos, posiblemente, además de sus arrebatos y furias como se comenta, pero materia que este columnista ignora por completo.
Y que no importa en absoluto porque, en verdad, lo que a esta columna le interesa del Sr. Presidente es nada más que su posibilidad de hacer un buen gobierno para nuestra Patria. O sea un serio resguardo de libertades y severa custodia de la independencia y la soberanía nacionales. Y por supuesto trabajar para asegurar y garantizar la Justicia, la Libertad y la Soberanía como bienes fundamentales para los ya casi 50 millones de argentinos hoy adoloridos y frustrados, desconcertados y resentidos porque el gobierno de esta Nación parece encapsulado en una extraña vocación de sueños y mentiras, realidad completamente desaconsejable como la que vivimos en todo el territorio de la Patria, donde la clausura, cierre y abandono de una infraestructura potente y patriótica que orgullezca a nuestro pueblo es casi un oxímoron contemporáneo.
Porque en la realidad cotidiana de esta república que amamos y vemos desangrarse no hay alegría ni esperanza ni soberanía, que son las expectativas fundacionales y básicas para alcanzar la felicidad de los pueblos.
Materia de la cual, precisamente él parece desentendido en totalidad, ocupado como está y al menos como se lo ve, sumido en trivialidades, resentimientos, enojos, furias y siempre rodeado de una impávida geografía humana de desaliento y desindustrialización que está llevando a nuestra Patria hacia un horrible despeñadero.
Ése que hoy sufre nuestro pueblo desilusionado, arrepentido de haber votado la porquería que votó y cada día más consciente del engaño de que fue víctima, como descubre fácilmente mirando el mamarracho gubernamental devoratodo: educación, industria, soberanía, orgullo y verdad. Sobre todo Verdad, que es lo que más y en forma más burda ha destruído este Presidente.
Por Mempo Giardinelli / P12