La consigna es llenar el vacio
Pareciera producirse el hundimiento del derecho y de la razón en el mundo, en nuestra América y en nuestra patria. De este modo pesimista puede describirse el presente. En lo mundial, como bien dice el Papa Francisco, todos hablan de la paz y se rasgan las vestiduras, pero fabrican más armas y los organismos y burocracias internacionales “bailan el minué” mientras se sigue matando a miles de personas. En nuestra América, se habla contra los “regímenes antidemocráticos”, mientras los “democráticos” asaltan embajadas, secuestran a personas amparadas por el asilo diplomático, mantienen presos a presidentes depuestos por golpes de Estado y se arman procesos para criminalizar a dirigentes molestos al poder financiero transnacional. En nuestro país se legisla por decreto, se legitima esa legislación mediante sobornos a legisladores que saltan de un bloque a otro, se quiere sancionar una ley “antimafia” que pone en riesgo los derechos de todos los ciudadanos, se lanza a la policía contra los jubilados, el Congreso Nacional parece pulverizado, nunca tuvimos un verdadero Poder Judicial, pero su insólita estructura condicionó la actual crisis sin precedentes en la Corte Suprema más pequeña del mundo, y podríamos seguir por varias páginas.
Presentadas las cosas de esta manera, sería posible que algún juez “creativo” –que nunca falta- me impute una instigación pública al suicidio colectivo, aunque no hay ningún tipo penal que lo prevea.
Con independencia de lo que cada uno piense, al encontrarse con otro y preguntarle ¿cómo estás?, muchas veces se recibe como respuesta “bien en lo personal”. Otros se ponen un poco más analíticos y explican que se perdió la comunicación con los jóvenes o que éstos están atontados con TikTok o cosas parecidas y, por tanto, deberíamos usar el mismo medio para comunicarnos de la misma manera, siguiendo el ejemplo presidencial, quizá para atontarnos todos, porque el problema no es si nos comunicamos por TikTot o por señales de humo, sino lo que decimos o no decimos. Tampoco faltan quienes creen en una visión apocalíptica en que la IA nos someterá a todos a los designios incontrolables de las máquinas, que el poder financiero dará muerte a miles de millones de personas pobres o directamente que todo acabará.
Por cierto, no deben ignorarse ni subestimarse los peligros del deterioro ambiental, del recalentamiento global ni de la propia IA ya disponible, sin necesidad de pensar demasiado en sus perspectivas futuras. No obstante, sería conveniente mirar un poco la aldea, conforme a la frase atribuida a Tolstoi, pero que bien puede derivarse de otros e incluso de la Biblia: “pinta tu aldea y serás universal” o “lo que sucedió en el mundo, antes sucedió en tu aldea”. No se trata de estar bajo los efectos de ningún ataque de optimismo gratuito en función del cambio de año ni de adoptar ninguna disposición anímica o talante en suba o en baja, sino de intentar observar este panorama con la muy escasa objetividad que permite el hecho de estar inmerso en él, echando una mirada a la aldea, en especial la que nos provee la historia, esa inevitable “magister vitae”.
Veamos lo que surge cuando imaginamos un poco ir y venir por distintos momentos en el tiempo. Hace setenta años invadieron Guatemala, se suicidó Getulio Vargas, cambiaron políticas en México y en Bolivia y nos bombardearon la Plaza de Mayo, es decir, hubo un fuerte avance imperial sobre nuestra América, cuya versión local fue el festival de odio, proscripción, encarcelamientos y fusilamientos de los partidarios de “viva el cáncer” y otros ejemplares similares de nuestra sociedad que cantaban la “Marcha de la libertad”.
Si retrocediésemos unos veinte años desde esos episodios, muerto Hipólito Yrigoyen, el partido popular quedaba en las manos de personajes circunspectos y serios, que coqueteaban y “trenzaban” con los poderosos de la “década infame”, jugaban a la proscripción y al fraude electoral, un fascista confeso gobernaba la Provincia de Buenos Aires, alguien escribía “el hombre que está solo y espera” y Gardel moría en un accidente aéreo en Medellín.
Si venimos a unos cincuenta años de distancia, los siniestros asesinos de las “triple A” andaban sueltos por nuestro país matando gente. Luego llegó la noche de la dictadura genocida sobre nuestra aldea -con los miles de desaparecidos- y la “seguridad nacional” sobre nuestra América, con la sangrienta guerra Centroamericana.
En cualquier caso, desde 1955 cunde entre nosotros el discurso del “liberalismo económico” como remedio milagroso, desenfundado periódicamente y que invariablemente concluyó con alguna estampida que puso fin a su etapa de endiosamiento idolátrico del mercado, desde el “Plan Prebisch” hasta Cavallo, pasando por la propia dictadura, que acabó con el fracaso de la famosa “tablita” de Martínez de Hoz. ¿Nos hemos olvidado de los pibes muertos en Malvinas? ¿De los gestos heroicos y de los vergonzosos? ¿De que todo eso fue para “tapar” el final de la “plata dulce”? Fue el resultado más luctuoso de los sucesivos fracasos de los intentos de los idólatras del mercado que, con su habitual desfachatez e indignidad nacional preguntan impúdicamente ahora ¿Para qué sirven las Malvinas?
Si bien la historia no se repite, se continúa y los episodios anteriores deben hacernos reflexionar sobre el presente con cierta calma, aunque sea difícil hacerlo, habida cuenta de los padecimientos que sufren gran parte de nuestros conciudadanos y conciudadanas en esta emergencia a la que nos lleva el actual desorden y caos institucional, y a la natural indignación que nos produce la servil desfachatez colonialista de los funcionarios. Pero cuando se hace el esfuerzo, no es posible evitar la pregunta: ¿Acaso no están otra vez el hombre, la mujer, el pibe, el jubilado, todos solos y esperando?
No atribuyo a los pibes superficialidad ni embobamiento con el TikToK ni otras tonterías tecnológicas. No me parece que deba estigmatizarse a los jóvenes ni que debamos usar TikTot o subestimarlos para hablarles en un supuesto lenguaje deteriorado. Más bien, creo que muchos y muchas –pibes y no pibes- prefieren creer que hay un futuro con un “gritón” que proclama la “antipolítica” e inaugura un modelo de presidencialismo “putiador”, porque a “algo” hay que aferrarse cuando uno se ahoga en medio del vacío y el “gritón” apareció, precisamente, en medio de un vacío notorio.
De cualquier manera, no debemos olvidarnos que contra ese “gritón” votó el 44% de los argentinos, aunque fuese por un candidato que no enamoraba a nadie. En las circunstancias en que hace poco más de un año obtuvo su triunfo electoral el actual régimen, ese porcentaje muestra un altísimo sentido de responsabilidad y racionalidad de nuestro Pueblo.
La política, el arte de gobernar, no es una broma: se trata nada menos que de la conducción de la “polis”, de la forma de llegar a ella y de gobernarla, siendo más que obvio que de la política no puede prescindir ninguna sociedad. El que dice que “no sabe nada de política” o que es “apolítico” es un inconsciente, porque como señaló Aristóteles hace bastante tiempo, el humano es por esencia un “animal político”. Nacemos inútiles, no podemos sobrevivir y llegar a adultos sin la sociedad y tampoco luego realizarnos sin ella que –obviamente- requiere un orden y un gobierno.
Pero la política no es una constante invariable en toda sociedad, sino que tiene sus momentos altos y bajos, unos de esplendor en que brilla hasta deslumbrar en forma que parece eterna, pero otras veces se va consumiendo en su propio brillo o simplemente desgastándose, dando lugar a sus etapas de decadencia, en que las “reglas del arte político” se desdibujan y se produce su caída hasta límites muchas veces penosos y dolorosos.
Es claro que esos momentos de regresión son multifactoriales, en cada uno de ellos es posible señalar diferentes razones o causas, muchas veces difíciles de individualizar y, más todavía, de señalar el peso de cada uno de esos factores en la determinación del resultado. De cualquier manera, hay una constante: en estas decadencias siempre se produce algo así como el ocaso de los sueños, desaparece la idea de la posibilidad de una sociedad mejor, más justa y, con ella la indignación ante la sociedad presente en función de esa imagen, no se genera el sentimiento fraterno que provoca la comunión en esa “noble indignación”.
Creo que fue Amílcar Cabral quien dijo que la transformación social no se origina en el intelecto sino en el sentimiento. Los hombres y las mujeres pensamos, por cierto, pero no somos máquinas de pensar, sino que también sentimos, pues tenemos una esfera intelectual y otra emocional o afectiva.
No en vano todos los colonialismos quieren desmontar la cultura colonizada, borrar la memoria, eliminar los mitos, incluso inventando otros, como en nuestra aldea el de la Argentina potencia de los tiempos de Roca, la decadencia a partir de la “ley Sáenz Peña”, de llegar a ser como Irlanda (¡preguntar a los irlandeses por los ingleses!) y otras incoherencias semejantes.
Nos avergonzamos de no ser por entero “racionales”, pero lo cierto es que todo movimiento popular tiene una raíz motivadora emocional que luego completamos con sistemas de ideas que proporcionan el envase racional al impulso primario, de modo que no se trata de una pura y vacía irracionalidad, pues como desde el medioevo se observa, el acto afectivo –incluso el de amor- se pierde cuando carece del control de la racionalidad: el envase también es indispensable.
Los movimientos populares que conmovieron a nuestras sociedades, en el fondo siempre fueron “descoloniales” y, a lo largo de nuestros quinientos años de colonialismo, invariablemente nacieron con el impulso emocional culturalmente condicionado de la instalación comunitaria de imágenes de sociedades mejores, lo que suele llamarse –quizá sin mucha razón- su “mística”. Cuando faltan o decaen esas imágenes se produce el vacío en el que “todos están solos o solas y esperan”, precisamente ese “algo” que es la convicción de la posibilidad de una realidad mejor y más justa que la que sufren y, en función de eso, luchar por la superación de cada presente abrumador.
Imagino lo que dirá el pobre Osvaldo Bayer desde alguna nube con lo de la “Argentina potencia de Roca”, pero incluso cuando no se trata de una grosera mentira histórica de semejante calibre y se pretende llenar el vacío con la mera evocación de reales glorias pasadas -de los tiempos de brillo de la política-, esa tentativa también es infructuosa, porque ese pasado solo cobra sentido cuando engarza con una nueva esperanza actual generadora del abrazo comunitario. Solo entonces opera la convicción de que “si una vez se pudo, ahora también se puede”.
La reiterada experiencia histórica de nuestra aldea nos muestra que todos los momentos de decadencia de la política acabaron mal, pese a lo cual, al final siempre se volvió a llenar el vació emocional y con eso cobró nuevo brillo la política. Pero, ahora, pintada nuestra aldea, volvamos al mundo, seamos universales y miremos el hemisferio norte donde, a pesar de las enormes diferencias, cabe encontrar algo común: ¿Acaso no hay allí también un vacío similar?
En el norte se domicilian las transnacionales sin nacionalidad ni patria del nuevo colonialismo financiero, conglomerados de dinero numerado en computadoras y de papeles con promesas de pago imposibles, que para acumularlos no les importa el recalentamiento global, las guerras ni la IA, en manos de tecnócratas que adoptan las decisiones económicas que antes salían de los parlamentos. ¿Qué ha sido de las imágenes de sus “Welfare States” y de las sostenidas por las socialdemocracias? Se han diluido, merced a la creciente “prudencia”, “circunspección”, “moderación”, “conciliación”, “complacencia”, “tibieza” y “compromiso” de sus dirigentes, hasta desdibujarse del todo y caer prácticamente en una inexplicable identificación con quienes se suponía que eran los factores reales de poder a los que debían oponer resistencia. En los Estados Unidos se intenta instalar un nuevo mito con la imagen de una difícil reindustrialización y de la “purificación” mediante la expulsión de latinoamericanos, a cargo por cierto de un individuo bastante curioso, en tanto que en Europa, metida ahora en una guerra absurda –más que todas las guerras- no hay siquiera nuevas voces: al parecer la única es la del Papa Francisco, dato positivo, pero históricamente original, por cierto.
Sin caer en ningún falso optimismo, lo cierto es que el vacío en la política no se sostiene, las tentativas de falsos mitos tienen patas muy cortas, los huecos se llenan. En nuestra aldea como en el mundo, la política volverá a brillar, porque siempre ha sucedido de ese modo. No tiene sentido caer en lo apocalíptico, en un pesimismo violento a lo Sorel o en cosas parecidas. Aunque tampoco se trate de algo que debamos festejar, porque no sabemos en el “mientras tanto” cuántas víctimas habremos de lamentar, no debemos “dejarnos llevar” sin procurar hacer lo posible por acelerar la salida, no podemos quedarnos únicamente “esperando”, sino que debemos reclamar en todos los tonos, nuestro irrenunciable “derecho al sueño” de sociedades más justas, a condenar fuertemente toda desviación u obstaculización del camino de urgente reposición del “mito”. Esa es la lucha del momento, después vendrá la otra.
Por E. Raúl Zaffaroni * Profesor Emérito de la UBA. / La Tecl@ Eñe