La muerte de la democracia: el caso de Rumanía
En un giro que podría perfectamente ser el argumento de un episodio de «Black Mirror«, Rumanía se ha convertido en el escenario de lo que podría ser el primer acto de una opereta titulada «La Muerte de la Democracia.»
La primera vuelta de las elecciones generales en el país ha sido anulada por el Tribunal Constitucional del país, entre acusaciones de manipulación a través de TikTok y de una probable intervención rusa.
¿Es esto el principio del fin de la democracia tal como la conocemos, o solo una demostración más de cómo las redes sociales pueden ser el equivalente digital del caballo de Troya, pero que en lugar de guerreros escondidos, lleva dentro fake news y polarización? Las redes sociales, esas plataformas que prometían conectar al mundo y permitirnos reproducir nuestro grafo social, nuestro mapa de relaciones, nos han conectado de maneras que ni siquiera Orwell podría haber imaginado. No solo hemos compartido nuestras vidas, sino también nuestras opiniones, y cada vez más, nuestras desinformaciones y nuestras manipulaciones.
En Rumanía, la sombra de TikTok, una aplicación que parecía hace tiempo ser más conocida por sus bailes virales que por su influencia política, ha sido señalada como la mente pensante y el actor detrás de la subversión electoral, con una enorme campaña que incumplía claramente las reglas de la plataforma al no identificarse como acción política, y que ha terminado siendo retirada… demasiado tarde. ¿Quién iba a pensar que una app de entretenimiento juvenil podría jugar semejante papel de manipulación política, y llegar a tener su futuro en el aire tanto en los Estados Unidos como, ahora, en la Unión Europea? No será por no haber avisado hace tiempo e insistentemente…
La polarización es una enfermedad política que se extiende más rápido que la gripe, y que ha encontrado en las redes sociales el medio perfecto para propagarse. Dos algoritmos, uno para darnos cada vez más contenidos de los que nos hacen reaccionar más, y otro para reunirnos con personas que piensan como nosotros y nos refuerzan en nuestras creencias. Diseñados originalmente para hacernos pasar más tiempo en la plataforma, se han convertido en una brutal cámara de eco que origina conspiranoias, radicalización y polarización hasta niveles incontrolables. En Rumanía, como en tantos otros países, la gente ya no discute sobre políticas, sino que se enfrentan en torneos de odio digital, donde cada like o cada retweet es un punto en contra del oponente. La anulación de las elecciones es como si la polarización hubiera ganado el campeonato, demostrando que no solo se trata de quién vence, sino de quién puede descalificar al otro usando cualquier pretexto, sea real, inventado o imaginado.
Si la información es poder, las fake news son el poder supremo, cada vez más omnipresente y omnipotente. En el caso de Rumanía, las teorías sobre la intervención rusa ya no necesitaban pruebas: solo un hashtag bien colocado, una campaña que no respetaba las reglas y una ola de indignación en las redes sociales bastaron para sembrar la duda y legitimar nada menos que una anulación electoral. Aquí, la verdad se ha vuelto tan escurridiza como una anguila, y los electores ya no votan por candidatos, votan por la narrativa más convincente o más viral. La manipulación no es nueva en política, pero las redes sociales le han dado una nueva dimensión, una especie de arte post-moderno donde la realidad se modela y remodela a conveniencia. La anulación de las elecciones en Rumanía es un claro ejemplo, uno más, de cómo las herramientas de comunicación pueden ser usadas para socavar la misma democracia, retirando todas las garantías de objetividad del proceso.
En este escenario, con la democracia en el limbo, la pregunta que queda es si estamos presenciando la muerte de la democracia, o simplemente su evolución hacia algo que aún no comprendemos. Las redes sociales, las fake news, la polarización y la manipulación han demostrado ser actores muy poderosos en este drama electoral, con un poder que no tenemos ni maldita idea de cómo controlar. Quizás, en lugar de lamentar la muerte de la democracia tradicional, deberíamos estar preparándonos para entender y manejar una nueva era de política donde lo digital tiene tanto peso como lo físico, y donde los ciudadanos no saben aún cómo manejarse con un mínimo de madurez, la que realmente se necesita y se debería exigir para ejercer el derecho al voto.
Rumanía nos ofrece una lección sobre la fragilidad de nuestros sistemas políticos en la era de la información. Y si hay algo que debemos aprender es que en la democracia, como en las redes sociales, no todo lo que brilla es oro, y no todo lo que se viraliza es verdad. Mientras no incorporemos herramientas en la educación para que la sociedad desarrolle y entrene adecuadamente su pensamiento crítico, los resultados de cada proceso electoral serán sospechosos, la democracia estará manchada, nos miraremos los unos a los otros pensando «¿cómo puede el voto de ese imbécil manipulado y conspiranoico valer lo mismo que el mío?», y nos frotaremos los ojos cuando veamos cada resultado electoral, como si hubiera sido fruto de un espejismo o de una pesadilla.
O hacemos cosas distintas, o ya sabemos a dónde nos lleva esto.
Nota: https://www.enriquedans.com/