Cortina de cemento

Actualidad - Internacional 16 de octubre de 2022
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El césped, cuando se toca con la tribuna, es un buen conductor de la energía. Por eso, ante la crisis política que agitaba las calles iraníes, las selecciones de Irán y Uruguay disputaron sin público su amistoso internacional del pasado 23 de septiembre, en Austria. En más de un centenar de centros urbanos del país del Golfo Árabigo-Pérsico, miles de personas protestaban por la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años acusada de llevar mal colocado el velo. Pocos creían la versión oficial de que había sufrido un paro cardíaco espontáneo mientras estaba bajo custodia policial. Así, el encuentro de fútbol preparatorio del Mundial de Qatar, pese a disputarse en una tranquila ciudad de provincia austríaca, se volvía, como escribió el sitio de ESPN, “un evento en el corazón de la creciente campaña de movilizaciones en Irán alrededor de los derechos de las mujeres, y un punto focal para los jóvenes que están demandando cambios”. El mismo día del partido contra Uruguay –indica la cadena especializada en deportes– algunos periodistas recibieron la información de que se cancelaban sus acreditaciones de ingreso al estadio, luego se les dijo que debían dejar sus teléfonos celulares en custodia antes de ingresar, y cuando se negaron, se aceptó su entrada con esos dispositivos, pero se les prohibió al equipo asiático y a su entrenador portugués, Carlos Queiroz, brindar entrevistas. La palabra de algunos futbolistas era un potencial desafío para el régimen. Al menos siete de los seleccionados habían cambiado sus fotos de perfil en redes sociales por un mapa de su país en color negro, considerado un símbolo de las protestas. Además, Mehdi Taremi, autor del gol con el cual Irán le ganó a Uruguay en el campo de juego, había usado una cinta de luto en el partido del fin de semana anterior de la liga portuguesa, donde defiende al FC Porto.

No obstante, las “puertas cerradas” del amistoso internacional entre iraníes y uruguayos, se entregaron algunas decenas de entradas para cada delegación. Por eso se pudo ver espectadores iraníes en un sector de tribunas que se suponía estarían vacías. Lo que no se vio con igual claridad fue que, al comenzar el segundo tiempo, faltaban dos de esos seguidores. La policía austríaca los había expulsado por exhibir un cartel contra la muerte de Mahsa Amini. El portavoz policial, Raimund Schwaigerlehner, dijo a la prensa que se retiraron de “manera voluntaria”, pero los posteos del periodista Samindra Kunti muestran a varios uniformados austríacos escoltando a uno de los hinchas a través de la sala vip. El periódico británico Daily Mirror escribió que resultó “una escena inusual de observar en un país democrático europeo” y calificó como “bizarra” la justificación oficial de que “cualquier demostración se debe registrar ante las autoridades competentes 48 horas antes de ser realizada”.

Las medidas de mordaza dentro y fuera de la cancha no impidieron que, tres días después, el arquero titular, Alireza Beiranvand, escribiera en su cuenta de Instagram un mensaje de apoyo a las manifestaciones que luego le obligaron a borrar: “Madres, hermanas e hijas de mi patria, mi voz es su voz y la voz dentro de mí está en armonía con ustedes”.

En las gradas

Una de las primeras periodistas que informaron de la muerte de Mahsa Amini, ocurrida el 16 de septiembre, fue Nilufar Hamedi. Las alertas en redes sociales sobre el posterior arresto de la periodista de Sharg –uno de los diarios reformistas más populares, y con varias clausuras a sus espaldas– mostraban su foto en un estadio, ya que su trabajo incluía la crónica deportiva. Que Hamedi tenga en sus funciones tanto la cobertura de derechos humanos como de fútbol, no es algo tan curioso para la realidad iraní como podría parecer a la distancia.

Recién el 10 de octubre de 2019, luego de una prohibición de 40 años que comenzó con la toma del poder de los integristas islámicos en 1979, las mujeres pudieron entrar a un partido oficial de fútbol. Aunque, por supuesto, separadas de los hombres. Apenas 4 de los 76 sectores del estadio nacional se habilitaron para las 4.600 entradas que se pusieron a la venta para el público femenino en un recinto de 75.000 butacas.

El costo para abrir esa ranura en la monolítica cortina de cemento que aparta a las mujeres de las canchas fue alto. Un mes antes, el 9 de septiembre de 2019, una seguidora del Esteghlal, uno de los “equipos grandes” del fútbol iraní, murió a consecuencia de quemaduras. Sahar Jodayarí tenía 29 años cuando fue detenida por la policía mientras intentaba ingresar camuflada como hombre a un estadio. Tras el proceso judicial, Jodayarí se roció con nafta y se prendió fuego en las puertas del tribunal que acababa de condenarla. 

La apertura que siguió a los reclamos de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) se limitó, al principio, a los encuentros de la selección nacional y con las limitaciones de segregación y cantidad ya mencionadas. Ni siquiera eso se cumplió por completo. En marzo de este año 300 mujeres fueron rociadas con gas pimienta por la policía que les impidió ingresar al partido contra el Líbano, clasificatorio para Qatar 2022, a pesar de que contaban con entradas. Aquella ranura de Teherán de un año y medio antes no había llegado aún a Mashhad, considerada la “capital espiritual de Irán”, donde se encuentra el estadio Imam Reza.

El ingreso de mujeres con vestimenta masculina no es algo extraño en las canchas iraníes. También en un juego del Esteghlal, un año y medio antes de la inmolación de Sahar Jodayarí, 35 hinchas fueron arrestadas por intentar ver el encuentro. Si tomó estado público fue porque en el palco oficial estaban el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, y el ministro de Deportes iraní, Masoud Soltanifar. Un periodista que le preguntó a Soltanifar, en directo, por qué las mujeres no podían estar presentes en las tribunas, fue sacado del aire al instante.

El tema venía siendo parte de la discusión pública desde mucho antes, y no se ha limitado al fútbol. En 2013 las mujeres también fueron apartadas de las gradas del vóleibol. En 2014, la anglo-iraní Ghoncheh Ghavami fue detenida por el intento de presenciar un juego de vóleibol masculino. Como reacción, llamó a la compra en línea de asientos para mostrar los lugares vacíos en nombre de las mujeres apartadas de las tribunas. La osadía le costó a Ghavani un año de prisión.

En las pantallas 

El camuflaje de las mujeres para intentar ingresar en los estadios para alentar a su selección nacional es el centro de la película Offside (2006), de Jafar Panahi. Ganador de los prestigiosos León de Oro del Festival de Venecia (2000) y del Oso de Oro en el de Berlín (2015), Panahi ha sufrido varios encarcelamientos y prisiones domiciliarias, que ha reflejado en su obra, como fue el caso de Esto no es una película (2011). En julio se comunicó que Panahi ingresaría a la cárcel para cumplir una condena de seis años, cinco de ellos “por reunión y colusión contra la seguridad nacional” y uno por “propaganda contra el sistema”.

En Offside continúa su denuncia de la situación de las mujeres que había tenido el punto cinematográfico más alto en El círculo (2000), un profundo tapiz sobre los distintos hilos de la opresión por razones de género. Más adelante hará otros filmes en los que volverá sobre el tema, mostrando las dificultades cotidianas de las mujeres al momento de enfrentarse tanto con el sistema judicial como con el de salud (Taxi-Teherán, 2015), o al intentar hacer una carrera artística en un pequeño pueblo (Tres rostros, 2018).

Varios de los personajes masculinos de Offside, en especial uniformados, argumentan que la prohibición de la presencia femenina en los estadios es, en verdad, una forma de protegerlas. Así lo dice el revendedor de entradas, que en realidad sólo quiere obtener un mejor precio por el boleto de contrabando, y así lo reafirman los policías que las cuestionan en el encierro.

Otra de las barreras jurídicas que puso en evidencia el cine fue la necesidad de autorización del esposo para que una mujer pueda viajar al extranjero. En El permiso (2018), la capitana del equipo nacional de fútbol de salón no puede viajar al campeonato asiático, que se disputará en Malasia, aun cuando había convertido el gol de la clasificación. El motivo: su esposo le niega la aceptación que prescribe la ley. Recuerda el caso de la célebre Niloofar Ardalan, quien no pudo viajar a Malasia en 2015 pero consiguió una orden judicial para poder ir al Mundial de Guatemala ese mismo año. Aunque El permiso fue prohibido un día antes de su estreno, la Agencia de Noticias de Borna destacó que la parlamentaria Tayebeh Siavashi logró, a partir del conflicto planteado por la película, cierta flexibilización en la normativa. Las zonas grises entre ley y costumbre, que posibilitaron que los tribunales subieran a Niloofar Ardalan al avión rumbo a Guatemala, luego impidieron que Samira Zargari, entrenadora del equipo femenino de esquí alpino, viajara a Italia en enero de 2020. A pesar de que las leyes, se suponía, habían sido mejoradas, el recurso interpuesto por el marido de la esquiadora fue aceptado por un juez.

Por Roberto López Belloso

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