Cuando decir «hasta aquí hemos llegado» al turismo de masas se convierte en política

Actualidad - Internacional23/10/2025
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Mi columna de esta semana en Invertia se titula «El fin del turismo de masas» (pdf), y trata sobre cómo, tras mi artículo de diciembre de 2024 sobre turismo insostenible, el cambio deja de ser advertencia y se vuelve realidad: ciudades europeas que concentraban llegadas récord ahora adoptan medidas estructurales para frenar la saturación, redefinir el éxito turístico y preservar la vida urbana.

Por ejemplo, en Venecia las autoridades italianas han anunciado que a partir de 2025 el llamado «access fee» para visitantes de un solo día se ampliará a 54 días al año frente a los 29 del ejercicio anterior, y que en algunos casos la tarifa pasará de 5€ a 10€ para quienes reserven con escasa antelación. El objetivo declarado es claro: frenar las entradas masivas, especialmente de quienes llegan solo unas horas y no contribuyen al tejido local, y ganar tiempo para que la ciudad pueda plantearse recuperar la vida cotidiana de sus residentes. Básicamente, dejar de ser simplemente un parque temático.

De la misma forma, en Amsterdam, el municipio ha elevado su régimen de limitación al turismo con una política denominada «Tourism in Balance«, que incluye un límite de veinte millones de pernoctaciones anuales, la prohibición de nuevos hoteles salvo que cierren otros (y no aumenten plazas), y la restricción de cruceros fluviales para preservar la habitabilidad. No es sólo un ajuste: es un cambio de lógica que intenta trasladar el centro de la estrategia desde «cuántos turistas» a «cómo vivimos nosotros».

Estas decisiones también contrastan con la lógica predominante hasta hace poco: crecimiento continuo de visitantes como supuesto sinónimo de éxito. Lo que ahora se cuestiona es si ese paradigma sigue siendo sostenible: las ciudades han constatado que la llegada masiva crea externalidades graves como presión sobre el alojamiento, congestión urbana, pérdida de identidad local y degradación de infraestructuras públicas. Ya no basta con decir que «más es mejor», se ha pasado al «hasta aquí hemos llegado».

España, por supuesto, está inmersa en este debate. En mi artículo del pasado diciembre señalaba los problemas clásicos: saturación en centros históricos, estancias cortas, impacto negativo en barrios residenciales. Hoy la pregunta es distinta: ¿podremos liderar el nuevo ciclo, o vamos a quedarnos atrapados en la anterior lógica del volumen? La experiencia europea sugiere que el reto consistente no está solo en aplicar restricciones, sino en diseñar un turismo más inteligente: estancias más largas, mayor gasto local, menor presión en el espacio público, mejor compensación comunitaria. Y de eso hay experiencias reales.

Redefinir el turismo implica también reconfigurar el propio territorio. Ya no se trata sólo de limitar lo que llega, sino de repensar cómo se organiza la ciudad ante esa llegada. La tecnología de datos, la distribución territorial de visitantes, las estadísticas en tiempo real y los impuestos dinámicos por huella turística son herramientas emergentes en ciudades que quieren ganarle la partida al turismo masificado para asumir un turismo más «de vida». Venecia pasa de cobrar la entrada a quienes visitan unas horas a plantear periodos intermedios de estancia como nueva norma. Amsterdam bloquea nuevas plazas hoteleras para que la vivienda siga siendo para quienes viven y trabajan allí, no solo para quienes visitan. Eso no es simple regulación fría: es estrategia urbana.

La innovación aquí no es tecnológica, sino social y urbana. La transición del turismo de masas al turismo de equilibrio está menos en nuevas apps que en nuevas expectativas. Que los visitantes ya no sean un flujo voluntario sin coste, sino parte de una relación con la ciudad. Que cada billete de avión y cada noche en un apartamento suponga una contribución al valor local, no únicamente un coste externo. Que el residente, por una vez, no tenga que marcharse para que quepan los turistas y los que les dan servicio.

Nada es sencillo. Un sector tan enorme como el turismo crea empleo, inversión y actividad. Cambiar la métrica sobre la que se evalúa su éxito del simple «número de visitantes» al «bienestar urbano» es un desafío estratégico. Pero ése es precisamente el cambio que empieza a notarse en Europa: regiones que actúan, ciudades que deciden, políticas que asumen que el turismo ya no es un derecho automático, sino una concesión mutua.

Mi columna intenta proponer que ese cambio no se aplique simplemente como freno, sino como oportunidad. España puede y debe convertirse en laboratorio de ese nuevo turismo, adaptando su rico patrimonio cultural y natural no solo para ser visto en modo «colección», sino para servir, inspirar y sostener la vida de quienes lo habitan. Porque el turismo del futuro no será medir maletas o llegadas, sino conversaciones, estancias y compromiso.

Y si dentro de unos años miramos atrás y vemos que ese cambio se consolidó, podremos decir que el turismo de masas no murió de repente, sino que evolucionó. Que Europa tomó la iniciativa y no se limitó a regular, sino que jugó un papel en su reinvención. Hay que estar a la altura. Veremos si es posible.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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