







En la historia económica existen los puntos de inflexión. Si se ensaya una síntesis extrema, que explique la complejidad del proceso económico a partir de algunos indicadores básicos, sería fácil consensuar que el endeudamiento en divisas es una herramienta explicativa esencial.
Por ejemplo, el endeudamiento de la última dictadura marca el primer gran cambio de ciclo y el fin del modelo de industrialización sustitutiva cuyo agotamiento ya estaba en marcha desde la crisis del petróleo. El endeudamiento para sostener la convertibilidad de los años 90 luego de agotado el proceso de privatizaciones fue el segundo punto de inflexión. El tercer momento llegó con la desaforada toma de deuda del macrismo y, finalmente, el actual ciclo de Javier Milei profundizó todo el proceso. No solo se agregó más deuda con el FMI, sino que se sumó un nuevo acreedor, nada menos que el Tesoro estadounidense.
En la historia económica existen los puntos de inflexión. Si se ensaya una síntesis extrema, que explique la complejidad del proceso económico a partir de algunos indicadores básicos, sería fácil consensuar que el endeudamiento en divisas es una herramienta explicativa esencial.
Por ejemplo, el endeudamiento de la última dictadura marca el primer gran cambio de ciclo y el fin del modelo de industrialización sustitutiva cuyo agotamiento ya estaba en marcha desde la crisis del petróleo. El endeudamiento para sostener la convertibilidad de los años 90 luego de agotado el proceso de privatizaciones fue el segundo punto de inflexión. El tercer momento llegó con la desaforada toma de deuda del macrismo y, finalmente, el actual ciclo de Javier Milei profundizó todo el proceso. No solo se agregó más deuda con el FMI, sino que se sumó un nuevo acreedor, nada menos que el Tesoro estadounidense.
Tanto para las familias, como para las empresas y para los Estados, que es de lo que aquí se trata, los procesos de toma de deuda tienen siempre dos momentos diferenciados muy evidentes. El primero es el período en el que ingresan las divisas, el segundo es el momento del pago o, en el mejor de los casos, de la refinanciación.
Cuando los recursos ingresan, todo es alegría, tanto del gobierno como de los mercados. No hay urgencias, se descomprime el mercado cambiario y las cotizaciones de bonos y acciones se disparan al alza. En contrapartida, todo cambia cuando llega el segundo momento, es decir cuando se debe hacer frente a las obligaciones. El lector seguramente habrá notado que en las últimas décadas los gobiernos neoliberales fueron los que disfrutaron del momento uno, los que tomaron deuda como principal legado, y los nacional populares los que debieron hacer frente a las obligaciones, los que padecieron el momento dos.
La primera conclusión, es que durante el ingreso de divisas se vive cierta sensación de normalidad económica, de ausencia de tensiones y hasta de fiesta financiera. No obstante, se trata de una evidente normalidad tóxica, es decir no sostenible y con duración acotada. Para la convertibilidad el momento de reflujo llegó a partir de 1998, para el macrismo a partir de 2018. El gobierno de La Libertad Avanza ya tuvo dos crisis externas. De las dos lo salvó Estados Unidos. La primera por la vía del FMI y la segunda directamente desde el Tesoro.
En el presente, a pocas semanas del abismo preelectoral y tras la consolidación del mapa violeta a nivel nacional, los mercados vuelven a disfrutar del momento uno, el de la normalidad tóxica. Sin embargo, en la economía real nada cambió. No hay nada parecido a una revolución exportadora que preanuncie una holgura externa, por el contrario, el superávit comercial continúa reduciéndose mes a mes y el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos sigue creciendo. Tampoco hay un flujo de inversiones externas. No obstante, los mercados saben que avanza la negociación de nuevo endeudamiento. Lo gestión es compartida con el JP Morgan, la entidad en la que se fogueó el grueso de los integrantes del área económica del gobierno. Se espera, según fuentes oficiales, que el garante de la nueva deuda sea el mismísimo Tesoro estadounidense. En consecuencia, la perspectiva del mercado es que persistirá la solvencia de corto y mediano plazo. En los momentos de entrada de divisas, el largo plazo, el momento dos, no le importa a nadie. Si hay solvencia inmediata, los precios de los títulos de deuda suben y el riesgo país baja, lo que retroalimenta el optimismo.
El supuesto fuerte del oficialismo, entonces, es el de la consolidación de un escenario de presunta normalidad económica, lo que permite proyectar un aumento de las inversiones que, si se espera el tiempo suficiente, darán lugar al crecimiento del PIB y a la generación de recursos para hacer frente a las obligaciones externas. La secuencia, por lo repetida, es archiconocida y puede resumirse en “aguantar con deuda a la espera de la lluvia de inversiones”. Sin embargo, la economía del presente es la misma que la de las semanas previas a las elecciones. El aparato productivo sigue en recesión y no hubo un aumento en la provisión de divisas, la única novedad fue el cambio de expectativas.
En política, como en todos los ámbitos de la existencia, se suele caer en repetir lo que en algún momento funcionó, aunque los contextos cambien. Un ejemplo paradigmático fue el sostenimiento de la convertibilidad hasta su explosión de 2001. Ahora el Gobierno volvió enamorarse de lo que percibe como su magia, sacar de la galera conejos de nueva deuda. Cree que la suma de cambio de expectativas junto a la continuidad del endeudamiento le alcanzarán para seguir sosteniendo el ancla cambiaria, el populismo cambiario que tantas alegrías le trajo.
Luego de los rumores post elecciones de que había llegado el tiempo de acumular reservas, los funcionarios de economía vuelven a decir que la compra de divisas no será necesaria y que será el propio crecimiento esperado el que tendrá como contrapartida el aumento de las reservas. Es probable que la insistencia en la receta haya sido inspirada por las expectativas de nueva deuda y por la aceleración de la inflación, que en noviembre se proyecta cercana al tres por ciento y consolidará 7 meses de aumento desde el piso de mayo.
Tras el resultado electoral, el Gobierno se ilusiona en que podrá seguir estirando el “momento uno” hasta llegar a 2027 y así prolongar su experiencia cuatro años más, la ensoñación de consolidar una era y de cambiar para siempre la economía, en particular frente a una oposición que no encuentra su rumbo y que también se aferra a la repetición de fórmulas.
A modo de enseñanza histórica quizá sirva recordar otros momentos en los que la insistencia en el populismo cambiario dio lugar a recesiones, desarticulación del aparato productivo y deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores. Después de la tormenta, la tranquilidad siempre es bienvenida, lo que no puede mantenerse para siempre es la toxicidad. Es probable que el voto del 26 de octubre haya sido por la última esperanza.
Por Claudio Scaletta / Perfil
























