La inteligencia artificial, el talento, y cómo desperdiciar un liderazgo

Recursos Humanos05/11/2025
AI-talent-Dall·E

En inteligencia artificial, la capacidad de computación y los datos son importantes, pero las personas lo son aún más. Detrás de cada modelo innovador, cada salto en infraestructura y cada chatbot «revolucionario» se esconde un grupo cada vez menor de científicos, ingenieros y matemáticos capaces de desarrollarlos. La principal limitación para la próxima década de la inteligencia artificial no es solo el hardware: es el capital humano.

En todo el mundo, estamos viendo una silenciosa carrera armamentista por ese capital. Las empresas de inteligencia artificial más avanzadas, como OpenAI, Anthropic, DeepMind, Meta, Google y algunas en China, ya no compiten solo por clientes o por GPUs. Compiten por el talento.

La nueva concentración de talento
En los últimos dos años, los patrones de contratación y adquisición de empresas de inteligencia artificial han comenzado a parecerse a un mapa geopolítico. Anthropic y OpenAI atraen a equipos de investigación completos de Google o Meta con paquetes de compensación que rozan las nueve cifras. Apple y Amazon, que llegaron tarde a la fiesta, compran startups no por sus productos, sino por los ingenieros que las desarrollan. Y el capital riesgo ya no financia tanto ideas como talento adquirido: compra talento humano antes de que madure en otros lugares.

Múltiples análisis muestran que los programas de élite estadounidenses, especialmente Stanford, Berkeley, Carnegie Mellon y el MIT, siguen siendo las principales fuentes de talento para los laboratorios de inteligencia artificial de vanguardia, lo que refuerza una fuerte concentración de experiencia en unas pocas empresas y regiones. El resultado es una concentración intelectual sin precedentes en la historia de la tecnología.

Esta agrupación puede acelerar el progreso a corto plazo, pero también aumenta la fragilidad. Cuando la innovación reside en un puñado de empresas, la industria se vuelve monocultural. Se repiten los mismos supuestos, marcos éticos e incentivos comerciales. Enfoques alternativos, como el razonamiento simbólico, los modelos híbridos y las arquitecturas descentralizadas, luchan por obtener atención o financiación.

La carrera mundial por el talento
Mientras, los países tratan a los investigadores de inteligencia artificial como antes trataban a los físicos nucleares, o a los ingenieros de petróleo. El Reino Unido ha lanzado un Frontier AI Taskforce con visas especiales para los científicos más destacados. El Programa de Talento Global de Canadá agiliza los permisos de trabajo para ingenieros de inteligencia artificial en menos de dos semanas. Francia ofrece incentivos fiscales y subvenciones para la investigación a las empresas que instalen sus laboratorios en París o Grenoble.

China, ante los controles a la exportación de chips, ha reforzado su apuesta por la inteligencia humana como recurso estratégico. Sus principales universidades gradúan a decenas de miles de ingenieros de inteligencia artificial al año, muchos de ellos formados en modelos de pesos abiertos tras las restricciones de hardware impuestas por Washington. Como dijo un analista de la Fundación Carnegie: «si no puedes importar capacidad de computación, importas talento».

Básicamente, el cerebro es el nuevo semiconductor.

Los Estados Unidos y la herida autoinfligida
Y sin embargo, Estados Unidos, que aún alberga a la mayoría de las principales empresas de inteligencia artificial del mundo, está restringiendo aún más la inmigración. La renovada hostilidad de Donald Trump hacia la inmigración incluye amenazas de limitar, suspender o imponer altas tarifas a las visas H-1B y F-1, los programas a través de los cuales miles de investigadores de inteligencia artificial entran en el país cada año.

Este patrón no es para nada nuevo. En 2020, durante su mandato anterior, Trump firmó una orden ejecutiva que suspendía varias categorías clave de visados, lo que llevó al MIT Technology Review a advertir que la medida «amenazaba con socavar el liderazgo de Estados Unidos en inteligencia artificial«. La lógica no ha cambiado. Los mejores investigadores de inteligencia artificial del mundo son predominantemente internacionales: el 60% de los científicos de inteligencia artificial más destacados que trabajan en Estados Unidos nacieron en el extranjero, según la National Foundation for American Policy. Limitar su entrada no es proteccionismo: es un auténtico sabotaje estratégico.

Cuando tu mayor ventaja competitiva es el talento, cerrarle la puerta es una forma lenta de autodestrucción.

La paradoja corporativa
Irónicamente, las empresas que más se benefician del talento global son también las que lo hacen más escaso. Al ofrecer salarios astronómicos y contratos de exclusividad, crean un campo gravitatorio que, lógicamente, tiende a atraer a los expertos de las universidades y las startups.

El mundo académico, durante mucho tiempo semillero del progreso de la inteligencia artificial, ahora está perdiendo investigadores a manos de la industria a un ritmo sin precedentes. El resultado es un vacío de investigación donde las instituciones públicas ya no pueden competir. Incluso los laboratorios nacionales tienen dificultades para retener talento cuando las empresas privadas ofrecen salarios muy superiores a los del sector público.

Esta concentración corporativa de mentes tiene otro coste: la homogeneidad intelectual. Cuando las mismas personas pasan de una empresa a otra bajo los mismos inversores, la frontera de la inteligencia artificial se estrecha, se vuelve más predecible y menos diversa. Los próximos grandes avances podrían no llegar nunca, no por falta de capacidad de cómputo, sino porque hemos condicionado a la comunidad investigadora global a pensar de la misma manera.

Implicaciones geopolíticas
Durante décadas, los Estados Unidos han dominado la innovación global atrayendo talento. Los sistemas de visas H-1B y F-1, con todos sus defectos, convirtieron a las universidades y centros tecnológicos estadounidenses en motores de investigación. Esa ventaja, ahora, está en riesgo.

Si Washington persiste en la restricción de visados y si la industria continúa acaparando en lugar de fomentar el talento, el centro neurálgico de la inteligencia artificial podría desplazarse. Canadá, la Unión Europea y los Emiratos Árabes Unidos ya intentan competir por esos investigadores desplazados. Y mientras tanto, China desarrolla alternativas propias a una velocidad asombrosa.

La ironía reside en que Estados Unidos podría perder precisamente aquello que hizo imparable su ecosistema tecnológico: la apertura. Cuanto más aislado se vuelve, más se asemeja a los sistemas centralizados a los que una vez superó en innovación.

La ética de la escasez
La concentración del talento también plantea numerosas cuestiones morales. Cuando un pequeño número de corporaciones controla la mayor parte de la experiencia global en inteligencia artificial, controla de facto qué problemas son resueltos y cuáles son ignorados.

Ya estamos viendo este sesgo en la práctica. Se invierten miles de millones en modelos que optimizan la productividad, el marketing y las previsiones financieras, mientras que proyectos con financiación insuficiente en modelización climática, educación y sanidad tienden a languidecer. La promesa de la inteligencia artificial de supuestamente «beneficiar a la humanidad» se convierte en vacía si la humanidad no tiene en ella ni voz ni voto.

La diversidad de pensamiento, el origen y la geografía no es lujos morales, son requisitos indispensables para la resiliencia. Como bien sabemos de la Biología, los sistemas homogéneos fracasan de forma homogénea.

Un nuevo contrato social para la inteligencia
La solución no reside únicamente en la regulación, ni en la libertad de mercado. Más bien se trata de algún tipo de contrato social para el talento, que considere la inteligencia humana como un recurso estratégico compartido, no como un activo exclusivo.

Esto implica:

Políticas de inmigración que atraigan, en lugar de repeler, a las mentes más brillantes del mundo
Mecanismos de financiación que garanticen la competitividad de la investigación pública frente a los laboratorios privados
Marcos éticos que impidan que los acuerdos de no competencia y los contratos de exclusividad conviertan a los científicos en rehenes
Cooperación global que reconozca la inteligencia artificial como un desafío común de infraestructura, no como una carrera de suma cero
En el siglo XX, las naciones se dedicaron a competir por el petróleo. En el siglo XXI, competirán por el conocimiento.

Una advertencia y una posible elección
Los Estados Unidos aún conservan la ventaja: universidades de prestigio internacional, mercados de capitales en los que está «el dinero de verdad», y una cultura orientada al riesgo. Pero esas ventajas, cuando la arrogancia de un idiota ignorante y sus secuaces reemplazan a la apertura, se desvanecen.

Si los Estados Unidos se repliegan sobre sí mismos, no solo perderán talento: perderán la diversidad que impulsa la creatividad. Y cuando la próxima generación de científicos opte por trabajar en Toronto, en París, en Madrid o en Shenzhen en lugar de en Silicon Valley, el «siglo americano» de la innovación llegará silenciosamente a su fin. No con una revolución, sino con una carta de dimisión.

La potencia de computación, como mencioné en artículos anteriores, es importante, al igual que el acceso a energía barata o, como bien sabe Europa, la regulación. Pero la carrera por la supremacía en inteligencia artificial no se ganará solo con capacidad de computación, ni con procesos energéticos ni con políticas. La ganará quien sea capaz de atraer y empoderar a las mentes que crean la inteligencia misma.

Y ahora mismo, esas mentes están barajando sueldo, calidad de vida y posibilidades de desarrollo, y dedicándose a observar tranquilamente qué países se las merecen.

Nota: https://www.enriquedans.com/

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email