





"Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”.
Jorge Luis Borges
La comparación de Benito Mussolini con Javier Milei es grotesca. Más grotesca aun que la comparación que Karl Marx hizo entre Napoleón y su sobrino al escribir “la historia se repite primero como tragedia y después como farsa”, en su El 18 Brumario de Luis Bonaparte.
Sin embargo, más allá del histrionismo y la kinestesia hiperbólica de Mussolini que, con la estética rockera de la época, pareciera imitar Javier Milei, hay algo más que estética y el invariable histórico que los conecta.
“Make Italy great again” dice el Mussolini de la serie al entrar a un acto
La clave la dio el doctor en Filosofía por la Universidad de Zurich y previamente en Letras en la Universidad de su Calabria natal, Rocco Carbone, quien en una entrevista en el programa de las mañanas de radio y televisión de Perfil dijo: “Cuando el capitalismo atraviesa una profunda crisis: Primera Guerra Mundial, crisis económica, social, medioambiental, pandémica o todas esas crisis empalmadas, para que la izquierda no capitalice, se crea fascismo”. Y agrega: “¿Cuándo surge La Libertad Avanza en la Argentina? Surge durante la pandemia”, que agrava la crisis económica que se venía acelerando desde 2007.
Otro profesor italiano, exdecano de la Universidad de Bolonia, que estuvo en Argentina la semana pasada recibiendo un doctorado honoris causa y es el entrevistado en el reportaje largo de PERFIL en esta edición, Giliberto Capano, al ejemplo de Mussolini agregó el primer gran outsider moderno, otro personaje teatral y maestro del espectáculo político: “Italia tiene ciertas características que la hacen anticipar los tiempos. Vivimos el primer experimento con Silvio Berlusconi, un tycoon que, en un momento de crisis del sistema político, entra en la arena y gana de inmediato, convirtiéndose en líder. Desde entonces, hemos visto el mismo fenómeno en muchos países: el recién elegido presidente de la República Checa, Andrej Babiš; Bolsonaro en Brasil; Trump en Estados Unidos. Del caso argentino no hablo, porque lo conocen mejor ustedes”.
Y agregó: “Italia fue también el primer país democrático en el que colapsó por completo el sistema de partidos: basta pensar en la crisis de 1992-1994, que hizo desaparecer a los cinco partidos que habían gobernado la República desde su fundación. Fue además el primer país europeo donde un líder y un partido populista llegaron al poder: el caso del Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo en 2018. Y fue, nuevamente, el primer país europeo en el que un partido claramente posfascista, no estoy calificando de fascista a Meloni, aclaro, solo digo que es un partido que tiene ese origen histórico, llegó al gobierno como mayoría relativa”.
En este clima de época que Italia anticipó, se estrenó la serie Mussolini, el hijo del siglo, basada en el libro del profesor de Literatura de la Universidad de Milán Antonio Scurati, traducido a cuarenta idiomas y “que marcó un antes y un después en la forma de narrar el fascismo”. The New York Times lo catalogó como “una verdadera lección de antifascismo en forma de novela”.
La versión cinematográfica, que consta de ocho capítulos, tuvo un director británico, Joe Wright, y fue filmada en los estudios de Cinecittà, que fundó el propio Mussolini, a quien también le decían “el Loco”. En un reportaje publicado ayer en PERFIL en la tapa del suplemento de Espectáculos, Joe Wright cuenta: “Hubo un momento que estábamos negociando la distribución en Estados Unidos. Una de las plataformas más grandes del mundo nos dijo que amaba la serie pero que era ‘demasiado controversial’. Me resultó impactante que el antifascismo pueda ser considerado un tema polémico, ese dato dice mucho del mundo en que vivimos”. Concretamente, no se la puede ver ni en las plataformas VOD de Netflix, Disney o Amazon Prime de Estados Unidos, y en el continente americano, solo en MUBI, originalmente una red social para cinéfilos creada por el entrepreneur turco Efe Çakarel.
Hay una serie de gags que explica la aversión de las plataformas norteamericanas en la era de Trump: en uno de los capítulos, el protagonista de Mussolini, al estilo de House of Cards, mira a la pantalla, por entrar a un acto, se da vuelta y dice: “Make Italy great again”. Y ya al comienzo de la serie el propio Mussolini, sobre imágenes de cuando derrotado y colgado, y su cadáver pateado en el piso por la turba, en off dice: “... y finalmente estamos de vuelta”.
El libro de Antonio Scurati en realidad no lleva el nombre completo de Mussolini sino solo su inicial, M, el hijo del siglo. Otra M podría ser para el siglo XXI en la farsa argentina. A principios del siglo pasado el fascismo fue apoyado como “un mal menor” frente al miedo que generaba el comunismo real después de su instalación en Rusia, tras el derrocamiento de los zares; en la Argentina actual ese significante, en nuestro caso farsesco, lo representa la palabra kirchnerismo. El “mal menor” aquí y ahora sería La Libertad Avanza.
El fascismo es una herramienta para que la izquierda no capitalice una crisis
Otra resonancia de Italia nos la trae la captura semántica de la palabra libertad. Primero la mención de Rocco Carbone en su reportaje a la película de Chaplin El gran dictador, donde el personaje que parodia de Hitler habla arriba desde una gran tarima “tipo estilo fascista clásico, mármol blanco, y aparece una palabra sobreimpresa, en inglés: es la palabra liberty”. La resonancia italiana viene del poema que se le atribuye a Pier Paolo Pasolini, Viva la libertad, que vale la pena volver a citar en estas columnas:
“Si no se grita viva la libertad
Humildemente
No se grita viva la libertad.
Si no se grita viva la libertad
Riendo
No se grita viva la libertad.
Si no se grita viva la libertad
Con amor
No se grita viva la libertad.
Vosotros, hijos de los hijos
Gritáis con desprecio
Con rabia, con odio
Viva la libertad.
Por eso no gritáis
Viva la libertad”.
Por Jorge Fontevecchia





















