





Junto al anuncio de Scott Bessent confirmando el swap de monedas entre el dólar y el peso por 20 mil millones de dólares, el Premio Nobel de Economía Paul Krugman escribió criticando a Donald Trump bajo el título “Rescatando las apuestas de los amigos de Bessent en Argentina”, donde dice: “No hay un escenario plausible en el que ni siquiera 20 mil millones de dólares en préstamos estadounidenses puedan salvar la fallida estrategia económica de Javier Milei”.
Para el gobierno de Donald Trump la estrategia económica de Milei no es lo importante, siempre se puede corregir, sino el alineamiento de Argentina con Estados Unidos y el desalineamiento comercial con China. “Esto no es un rescate, es comprar barato”, dijo Bessent, comprar el alineamiento.
Paul Krugman ganó el Nobel en 2008 casualmente “por sus contribuciones a la Nueva Teoría del Comercio y la Nueva Geografía Económica” y en 1991, tras la caída del Muro de Berlín, ya había publicado el libro fundante de la nueva geografía comercial de la globalización, titulado Geografía y comercio, una cosmovisión del mundo que una década después, en 2001, dio origen al acrónimo bautizado por Goldman Sachs como BRIC: Brasil, Rusia, India y China, para designar las potencias económicas del futuro, cuatro naciones que comparten tener grandes territorios y grandes poblaciones, lo que naturalmente las convertía en grandes mercados.
El acrónimo de Goldman Sachs –qué fuerza tienen las palabras– inspiró la asociación de estas cuatro naciones que, con los años, fueron desvirtuando la categoría inicial porque sumaron países por el empuje de China por convertir BRIC en un significante del “sur global”, un no lugar pero sí un espacio común de intereses compartidos.
El mundo gira y desde 1991 China se convirtió en un competidor del mismo peso de Estados Unidos, y Rusia superó el duelo del “mayor desastre geopolítico de la historia”, como calificó Putin el desmembramiento de la ex Unión Soviética, y pasó a la ofensiva militar primero en Crimea y luego en la mitad de Ucrania, con amenazas a países del este de la OTAN, resignificando el acrónimo BRIC en adversario de EE.UU., ya sea comercial o militar.
Si el gobierno de Estados Unidos de 2001, también del Partido Republicano –George Bush Jr.–, hubiera percibido la misma amenaza geopolítica de este Trump 2025, hubiera ayudado a Domingo Cavallo con muchísimo menos dinero (1.260 millones de dólares de 2001 negados por el FMI) y la convertibilidad hubiese podido evolucionar hacia una flotación sin romper contratos, como había sucedido dos años en Brasil con el apoyo tanto del FMI como del gobierno de Estados Unidos, cuando su presidente era del Partido Demócrata, Bill Clinton, el mismo que había salvado la economía de México también con 20 mil millones de dólares del Tesoro norteamericano, además de 30 mil del Fondo Monetario Internacional. Quizá De la Sota hubiera sucedido a De la Rúa en 2003 o un Néstor Kirchner cavallista, como lo era él mismo en los años 90.
En el mismo reportaje en el canal Fox de hace dos días a Bessent tras decir que “no es un salvataje sino comprar barato”, fundamentó lo anterior diciendo: “¿Querés ver que (en Argentina) estemos disparando a botes como en Venezuela? No queremos un Estado fallido”. Más barato le hubiera costado en 2001 con solo 1.260 millones dólares a Cavallo, y Argentina no hubiera sido aquel Estado fallido.
Fue el trauma de 11 de septiembre, cuando el terrorismo islamista destruyó las Torres Gemelas en Nueva York, que enfrascó a Estados Unidos en la guerra religiosa colocando fuera de su radar el Sur, Latinoamérica, la recomposición moral de Rusia con Putin y el gigantesco crecimiento económico de China.
Ahora Estados Unidos enfoca nuevamente su mirada también en el “patio trasero”, como durante la Guerra Fría en la segunda mitad del siglo XX, cuando promovió dictaduras militares en Sudamérica para combatir posibles imitaciones de la Revolución Cubana de 1959, amenaza que luego y progresivamente se volvió abstracta con el continuo debilitamiento de la ex Unión Soviética y el triunfo de los militares sudamericanos contra las diferentes formas de guerrilla. De la misma forma que tuvimos golpes militares en cadena en toda la región, también la recuperación democrática se dio en cadena en toda Sudamérica en los años 80, demostrando que había condiciones de posibilidad que trascendían a cada uno de nuestros países tanto en las dictaduras como en el regreso de las democracias.
Ayer fue destituida la presidenta de Perú, Dina Boluarte, meses después de haber inaugurado el puerto de Chancay, controlado por la empresa china Cosco Shipping, y hace dos semanas la ahora expresidenta de Perú dijo: “Sé que a muchos, y sobre todo al presidente Trump, no les ha gustado que inauguremos el puerto de Chancay”, una conexión directa por el océano Pacífico de China con Sudamérica, primer paso para la construcción de un tren bioceánico que unirá Brasil con Chancay.
Y aquí regresamos a 2001 y los BRIC porque Brasil es dos tercios de toda Sudamérica en distintos parámetros: población y Producto Bruto. Mientras Estados Unidos tenía su mirada absorbida por su guerra contra el terrorismo islamista, progresó también la alianza entre Brasil y Argentina, históricos competidores, en el marco del Mercosur.
“Merco” indica mercado y el objetivo respondía a lo que registró Paul Krugman en Geografía y comercio sobre áreas que concentraban el desarrollo, y lo graficaba con un planisferio satelital uniendo imágenes nocturnas donde la cantidad de luces encendidas reflejaban el nivel de desarrollo. Obviamente, EE.UU., Europa, la mitad occidental de Rusia, China e India estaban encendidas pero había en Sudamérica un triángulo entre el sur de Brasil y la pampa argentina donde el continente dejaba de estar oscuro. Para Krugman, la concentración en un espacio físico de un cluster de desarrollo generaba ventajas competitivas (ahorro de stock, reducción de fletes, mejorando la productividad con la división especializada del trabajo). Eso es la asociación entre San Pablo y Buenos Aires, de la cual la industria automotriz argentina hermanada con la de Brasil es el mejor ejemplo. De la misma forma que la reciente instalación de automotrices chinas en Brasil para fabricación de autos eléctricos sin contraparte en Argentina algo geopolítico indica.
El objetivo de la des-chinización o norteamericanización de Sudamérica, sea de Trump, del Partido Republicano o una política de Estado que incluya a largo plazo también al Partido Demócrata (Bessent dijo que el alineamiento de Argentina a Estados Unidos debería ser, textualmente, “un objetivo bipartidario”), no puede concluir con Argentina, que es el segundo socio del Mercosur, sino también con el primero: Brasil.
Argentina sería la cabeza de playa hacia Brasil y dentro de un año, el 4 de octubre próximo, serán las elecciones presidenciales, donde la derecha tiene grandes posibilidades de ser electa en un balotaje.
La historia rima. A mediados del siglo XX, mientras Argentina no, Brasil fue aliado de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y luego recibió inversiones de empresas norteamericanas, como la que ayer el dueño de Open IA anunció en Argentina.
Eso alentó al rivalidad entre las dictaduras de los dos países. En 1980 el dictador Videla citó a los directores de los medios, todos de papel porque la radio y la TV eran del Estado, para anunciarles la posible guerra con Brasil porque nuestro vecino había anunciado la cota con la que se construiría la represa de Yacyretá (inaugurada tres años después), que dejaría al río Paraná parcialmente seco. Hoy parece una locura pero las Fuerzas Armadas de los dos países tenían hipótesis de guerra. Invirtiendo la sentencia de Clauswitz “la política sería la continuación de la guerra por otros medios”.
Por Jorge Fontevecchia / Perfil





