







La indecisión electoral se volvió un síntoma. No es apatía ni desinterés: es una subjetividad en estado defensivo que encuentra en la postergación de la elección una forma de supervivencia política. Un estudio cualitativo realizado en agosto de 2025, por la consultora Proyección con votantes indecisos de la provincia de Buenos Aires —tanto del interior como del conurbano, divididos por franjas etarias—, revela que detrás de la incertidumbre electoral se esconde una crisis más profunda del lazo político que atraviesa generaciones y geografías.


Los hallazgos del informe, al que El Destape accedió en exclusiva, desmontan la lectura superficial que reduce la indecisión a desinterés cívico. Por el contrario, expone una ciudadanía atravesada por el agotamiento, la precarización y el desencanto, pero que mantiene intacto su compromiso democrático: casi todos los participantes manifestaron su intención de concurrir a votar, a pesar de no saber por quién hacerlo.
La economía como trauma corporal
El malestar económico opera como la gran preocupación transversal, pero no se manifiesta como una abstracción estadística sino como una experiencia integral de precarización de la vida. Los testimonios recogidos en los grupos focales revelan que la imposibilidad de ahorrar, el deterioro del poder adquisitivo y el retroceso en el consumo se encarnan en el cuerpo, en el estado de ánimo, en la pérdida de horizonte vital.
"Estoy laburando más que nunca y no me alcanza para nada, es como correr en una cinta no llegas a ningún lado". La metáfora condensa una experiencia generalizada de esfuerzo sin recompensa, de trabajo sin progreso. Otro testimonio expresa la ruptura de expectativas que atraviesa a las clases medias: "Antes alquilaba y pensaba en comprar algo, ahora ni pienso, ya está, y no sé cómo voy a seguir alquilando".
La consultora registra diferencias generacionales y geográficas en la vivencia de esta crisis. Entre los menores de 50 años del conurbano, el malestar económico aparece ligado a una precarización laboral más reciente, experimentada como injusticia. En los mayores del interior, predomina la sensación de haber retrocedido material y simbólicamente respecto de lo que habían logrado construir.
Los relatos dan cuenta de una temporalidad quebrada: el dinero, que antes articulaba proyectos, ahora genera angustia constante. Esta situación empuja hacia estrategias de supervivencia psíquica: "Si pienso en cómo están las cosas, me angustio y por eso trato de no pensarlo porque si no vivo angustiada, por eso miro series, o me refugio en mis hijos".
Para los habitantes del conurbano, especialmente los menores de 50 años, a la crisis económica se suma la inseguridad como preocupación central. No solo como hechos delictivos concretos, sino como atmósfera de amenaza permanente, como imposibilidad de relajarse. Una sensación de intemperie que se traduce en la pérdida de libertad de movimiento y en el repliegue hacia lo privado.
El clima emocional de la época
El estado anímico dominante que emerge del estudio podría describirse como gris: una mezcla de angustia, agotamiento, bronca contenida y resignación. Se vive un presente opaco, sin promesas de recomposición. Las asociaciones proyectivas de los participantes recurren sistemáticamente a imágenes climáticas adversas: lluvias interminables, túneles sin salida, días eternamente nublados.
"Mi estado de ánimo es como un ovillo de lana todo desarmado, no sé por dónde empezar, no tengo para donde salir", describe uno de los participantes. Otro ensaya una metáfora climática que condensa la atmósfera de época: "Este momento es como un día gris, pero con lluvia, lluvioso, no es tormenta, pero no es una lloviznita, es una lluvia que molesta. Como cuando llueve y te agarra afuera, que te mojás, sin paraguas ni nada, y encima hace frío. Es lo peor que te puede pasar, el peor lugar para estar".
Esta atmósfera depresiva se inscribe en una temporalidad sin progreso: no hay mejora posible, ni colectiva ni individual. El yo se repliega ante un mundo que no ofrece sostén simbólico. Sin embargo, el estudio detecta que incluso en el desamparo persiste un impulso de supervivencia y reparación: "A mí se me vino a la mente para graficar este momento a un portón oxidado, como algo que está ahí descomponiéndose, que es metálico, que todavía se puede salvar. Y el único que puede salvarlo soy yo, pintándolo, lijándolo, para que no se oxide otra vez".
Las respuestas sobre el color de la política —gris, negro— refuerzan esta lectura: una tonalidad emocional oscura, marcada por el estancamiento y la falta de brillo. Sin embargo, el estudio detecta que la familia emerge como último reducto de sentido, como aquello por lo cual "seguir luchando" en medio del desamparo generalizado.
El vínculo roto con la política
La relación con la política aparece descripta a través de metáforas que hablan de vínculos fallidos: una "ex" que lastima, una pareja que no cumple, un poliamor vacío, la viudez. Estas imágenes reflejan que el lazo con la política se encuentra dañado no por indiferencia, sino por una historia de implicación previa que derivó en decepción.
Los testimonios describen la complejidad de este vínculo roto: "Si pienso en política me da sentimiento de bronca y desilusión, y después si lo tengo que poner en algo más físico, pienso en los partidos políticos más que en la política, digamos esa bronca y desilusión. La bronca es con los partidos políticos y no con la política". Otro participante describe una relación traumática: "Me da una sensación de que la relación que tengo con la política es como de esos vínculos como violentos donde por momentos, o sea, yo sería la parte que recibe esa violencia, pero que después la justifica con los buenos momentos que… Es como que tenés como alguna esperanza, basándose en algún momento que hubo lindo".
La dualidad de la política como promesa y amenaza aparece condensada en otra metáfora: "La pienso como un lobo, como que puede ser un animal que en algún momento se domesticó y terminó, digamos, sirviendo al hombre. Pero, por otro lado, también es algo salvaje que te puede atacar y es como que tiene esa dualidad".
El análisis de Proyección identifica diferencias generacionales significativas en esta ruptura. En los más jóvenes, la distancia está teñida de desconfianza: una forma de escepticismo estructural ante cualquier discurso político. En los mayores, en cambio, predomina una vivencia de pérdida: la política alguna vez estuvo viva y ofrecía sentido, pero eso se habría desvanecido.
La consultora detecta que la mayoría de los participantes expresó no sentirse representada por ninguna figura ni fuerza política. La representación habría dejado de operar como vínculo de identificación, como traslado del deseo hacia un Otro que aloje una demanda colectiva. Hay diagnósticos contundentes: "Para mí son todos los políticos iguales. Y a ninguno le importa el pueblo, porque si alguno solo le importara, no estaríamos como estamos y de hecho no estarían peleándose por quién está ahí arriba, evidentemente estar ahí arriba es un negocio bárbaro que no le importa al pueblo".
La desconexión entre la política y la vida cotidiana aparece cristalizada en testimonios que dan cuenta de la percepción de una clase dirigente ensimismada: "Todos están en otra, se pelean por Twitter y mientras tanto, nosotros vemos cómo vivir". La nostalgia por formas previas de mediación política se expresa en la constatación de que "antes por lo menos había alguien que te hablaba, ahora ni eso".
Los participantes critican particularmente la ausencia de propuestas y la reducción de la política a denuncia: "Lo que me pasa es que a veces me indigna cuando hablan porque siento que lo que hacen es describir en realidad, hacen el trabajo del periodismo, y un político debería proponer, siento que no proponen". La percepción se extiende al funcionamiento institucional: "En el Congreso no parecen pelear por lo que tienen que pelear, por la gente".
El kirchnerismo en clave nostálgica
El kirchnerismo, la identidad política que predominó las últimas décadas en el conurbano, sigue operando como una referencia ambivalente en el imaginario de los indecisos bonaerenses. En algunos participantes, especialmente jóvenes del primer cordón y adultos del interior, aún hay un registro afectivo ligado a la época de Cristina Kirchner: memoria de políticas públicas, jubilación de amas de casa, sensación de amparo, reconocimiento del Estado como actor protector.
Sin embargo, también aparece la percepción de un ciclo que no supo renovarse o que quedó atrapado en disputas internas. No se lo rechaza completamente, pero tampoco se lo visualiza como horizonte futuro claro. El estudio sugiere que se trata de una experiencia cargada de significado que dejó de convocar con la fuerza de antes, sin haber sido plenamente resignificada.
Esto genera una sensación de pausa o suspensión, donde lo que fue significativo todavía ocupa un lugar, aunque no logre orientar el deseo político hacia adelante. Cristina Kirchner aparece mencionada por algunos participantes mayores de 50 años como “figura que alguna vez encarnó protección o representación afectiva”, pero esa evocación no se traduce en adhesión presente.
La Libertad Avanza como espectáculo agotado
La Libertad Avanza aparece desdibujada. Lo que pudo haber generado curiosidad o impacto inicial, hoy es leído como forma de espectáculo sin sustancia. Se critica el aislamiento del gobierno nacional, su falta de conexión con la vida cotidiana y la ausencia de gestos que muestren sensibilidad o comprensión del sufrimiento social.
Los participantes critican particularmente la desconexión entre la retórica gubernamental y la realidad cotidiana. La sensación dominante es la de estar viendo "una serie, todos los días pasa algo nuevo, pero en casa no cambia nada". También aparecen críticas ideológicas más profundas: "LLA con esa excusa de que no hay plata, como que no están pensando en más que nada, ni en temas sociales…Y para mí hay una diferencia hasta ideológica con el kirchnerismo, es un sector que no repudia la dictadura militar".
El incumplimiento de promesas electorales refuerza la decepción: "El presidente dijo que iba a dinamitar el Banco Central no lo hizo, dijo que iba a dolarizar, tampoco, en realidad no hizo nada de lo que prometió ni tampoco nada bueno".
El discurso de ruptura parece perder eficacia cuando no se traduce en resultados tangibles. El capital simbólico disruptivo de LLA se agotó en su propia lógica mediática. Ya no parece ofrecer una fantasía de orden o de salvación: sólo perplejidad.
Kicillof: la sobriedad como virtud
Axel Kicillof aparece como una figura ambigua pero relativamente valorada. Para algunos participantes, sobre todo del interior, representa una forma de hacer política sin estridencias, con trabajo visible y cierta cercanía. No se lo menciona con entusiasmo, pero sí con respeto.
Su sobriedad es leída positivamente en contraste con la espectacularización de otros actores. Los testimonios destacan que "no es de andar gritando, hace" y que "no jode, no pelea todo el día, y labura".
Esta valoración se basa en resultados concretos más que en adhesión ideológica: "En realidad no sé si es que me representa, pero por lo menos vos ves que se hacen cosas, principalmente en educación y en salud, que es para mí es un punto muy importante hoy en día".
Sin generar adhesión pasional, parece poder sostener una representación funcional. Su figura opera como metáfora de un Estado aún posible, aunque limitado. Para algunos jóvenes, Kicillof aparece como una figura que genera interés o que parece estar intentando conectar desde otro lugar, con menos confrontación y más trabajo visible.
El voto como defensa, no como convicción
Los grupos focales manifiestan que la indecisión electoral no resulta de la apatía, sino de la saturación. Las experiencias pasadas de voto con expectativa que luego derivaron en frustración generan hoy una posición de reserva, de duda estructural. No se vota por convicción, sino por defensa o deber.
Los testimonios revelan esta lógica defensiva: "Al voto lo considero importante, no en el sentido de que se logre lo que yo quiero, pero por lo menos para poner un freno a lo que no quiero". Otros expresan la paradoja de mantener el ritual democrático sin encontrar opciones convincentes: "Me gusta ir a votar hoy en día, no sé a quién, porque para mí son se han convertido en todos iguales, como que no sé si alguno puede cambiar algo porque siempre son los mismos".
La espera de un gesto político que reactive la esperanza aparece como último recurso: "Creo que voy a esperar algún gesto, de alguno de los partidos entre los que estoy, porque obviamente dentro de todo la oferta electoral, tengo ciertos partidos más predilectos y esperaré algo que me de alguna esperanza o alguna dirección, pero la veo muy difícil… Tal vez podría ser expresar en un plan de oposición que no sea una consigna como no solo le vamos a poner freno a lo que está pasando que digan que van a hacer después".
El voto es representado como un objeto roto, sin poder transformador. La relación ambivalente con la política se expresa en términos de "amor-odio": "Para mí es como una especie de amor, odio que por momentos me involucro y quiero saber qué está pasando y después me indigno tanto que ya no quiero saber nada".
El repliegue como supervivencia
El estudio de Proyección identifica un proceso creciente de individualismo defensivo: ante la intemperie colectiva, los sujetos se repliegan hacia lo privado, lo individual, el cuidado del cuerpo, los vínculos cercanos. Pero no como un acto de egoísmo, sino como forma de supervivencia subjetiva.
Parece haber una caída de los soportes simbólicos que sostenían la mediación política, lo que da lugar a un exceso de desamparo y a la tendencia al repliegue subjetivo. La pérdida de identificación con cualquier proyecto común deriva en una lógica de supervivencia individual.
Este proceso puede entenderse como el resultado de la fragmentación del tejido social y la retirada de las instituciones como espacios de sentido compartido. La ausencia de representaciones consistentes activa mecanismos defensivos que privilegian lo inmediato y personal, en detrimento de lo colectivo y duradero.
Las expectativas aparecen apagadas, pero no del todo anuladas. El futuro se nombra como incierto, pero no imposible. La metáfora estacional condensa el estado de ánimo colectivo: "Estamos en invierno, el deseo es que termine, pero no lo veo por ahora".
Algunos participantes mantienen una esperanza condicionada al entendimiento entre dirigentes: "Si ellos se llegan a poner de acuerdo, que son los que nos que manejan el país, estaría buenísimo que sea para el para el bien común de todos los argentinos, entonces sería algo menos en nuestras espaldas". Sin embargo, predomina una visión sombría de continuidad: "El futuro lo sigo viendo como el presente, gris o negro".
Las imágenes revelan que el deseo político persiste, aunque sin inscripción clara. Requiere de proyectos que lo convoquen y de discursos que puedan narrarlo. Hoy no los encuentran.
La diferencia generacional se expresa también en las expectativas: mientras los mayores parecen habitar la relación con la política desde una nostalgia de lo que alguna vez convocó, los más jóvenes muestran una distancia más radical, la vivencia de que nunca hubo lugar para ellos dentro de esa escena.
La política pasteurizada
Las conclusiones del informe de Proyección señalan que la política, despojada de su capacidad de alojar deseo y conflicto, se presenta hoy como espectáculo o amenaza. Lo político permanece vivo en la queja, la memoria o la espera de un gesto, pero requiere volver a enhebrar un vínculo simbólico que recupere su potencia transformadora.
El problema no es la política en sí, sino su forma actual de funcionamiento. Algunos gestos políticos de figuras como Axel Kicillof y Cristina Kirchner aún logran interpelar, aunque sin alcanzar la fuerza convocante necesaria para revertir el proceso de desafección.
La indecisión electoral emerge, más que como signo de desinterés, como síntoma de una subjetividad en estado defensivo. El voto sigue teniendo valor, pero no encuentra a quién dirigirse: si ningún espacio aloja genuinamente el deseo, se posterga la elección y se sostiene el voto como gesto más que como convicción.
La campaña recién empieza. El desafío está servido.
Por Adrián Murano / El Destape







