Zuckerberg, a golpe de talonario para no perder el tren de la inteligencia artificial

Actualidad - Internacional05/07/2025
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Mark Zuckerberg ha perdido el norte. O si lo ha encontrado, está demasiado cerca de un abismo. Su última maniobra es la creación de Meta Superintelligence Labs, una nueva división de inteligencia artificial construida como una especie de «dream team« a golpe de fichajes estelares y cheques de cientos de millones, pero que no transmite visión, sino desesperación.

¿Qué está haciendo exactamente Zuckerberg? En pocas palabras: intentando rehacer la estrategia de inteligencia artificial de Meta desde los escombros del fracaso de LLaMA 4, su modelo supuestamente open source que prometía revolucionar el sector… y que no ha cumplido ni una mínima fracción de esas expectativas. Ante este traspiés, Zuckerberg parece haber decidido que la solución es la fuerza bruta: contratar al precio que sea a todo nombre reconocible del mundo de la inteligencia artificial, competir en reclutamiento con OpenAI, Perplexity, Anthropic o cualquier otro, robarles talento, e incluso explorar adquisiciones masivas como la de Safe Superintelligence o Perplexity. ¿Suena como una estrategia seria y meditada? No lo es.

El núcleo del nuevo Meta Superintelligence Labs está compuesto por nombres con credenciales potentes, pero que juntos podrían generar más fricción que sinergias. Alexandr Wang, CEO de Scale AI (una empresa que no desarrolla modelos, sino que se dedica al etiquetado de datos), ha sido designado Chief AI Officer. A su alrededor, veteranos con mucha más experiencia que él, como Nat Friedman (ex-CEO de GitHub) o Daniel Gross (ex-Apple y cofundador de la efímera Safe Superintelligence), se integran en una jerarquía poco clara, en un ecosistema donde los egos, la ambición y la presión van a chocar sin remedio. Que Friedman propusiera a Wang para el puesto que él mismo rechazó puede sonar conciliador… pero no necesariamente augura armonía duradera.

A esto se suman decenas de contrataciones provenientes directamente de OpenAI, muchas de ellas bajo condiciones de compensación estratosféricas, lo que ha dejado a los equipos internos de Meta con una mezcla de desmotivación y desconfianza. ¿Qué cultura corporativa puede florecer cuando unos cobran diez veces más que otros, y son tratados como salvadores mesiánicos en un entorno con historial de rotaciones, promesas incumplidas y presión constante?

La respuesta lógica es que ninguna. Y menos en una compañía que, aunque haya supuestamente enterrado el eslogan de «move fast and break things», lo sigue evidentemente practicando como religión fundamental con total y absoluta irresponsabilidad, y ahora en manos de un nuevo Zuckerberg en modo «macho man». Meta es un entorno donde todo se improvisa, donde los planes a largo plazo no existen y donde se prioriza el impacto inmediato, aunque deje ruinas a su paso. En un contexto así, formar un «equipo de superestrellas» suele terminar como tantas veces hemos visto: con luchas de poder, salidas anticipadas y una monumental pérdida de dinero, foco y reputación.

Pero lo más preocupante no es el caos organizativo, ni siquiera el derroche de recursos. Lo verdaderamente inquietante es la pregunta que flota sobre todo esto: ¿qué está persiguiendo Zuckerberg con tanta urgencia? ¿Cuál es esa «meta» (nunca mejor dicho) que le hace actuar como si el tiempo se le estuviese acabando?

La respuesta más lógica, aunque profundamente inquietante, es que Zuckerberg quiere posicionarse como uno de los primeros actores en alcanzar la inteligencia artificial general (AGI). No hablamos de un modelo más eficiente, más preciso o más útil. Hablamos de un sistema con capacidad para razonar, planificar, aprender de forma autónoma y, potencialmente, superar nuestras capacidades humanas. Un escenario que muchos consideran inevitable… pero que pocos desean que esté liderado por una persona con el historial ético y el perfil psicológico de Zuckerberg.

Porque si alguien así consigue desarrollar una AGI antes que los demás, no estaríamos ante un avance científico, estaríamos ante un enorme fallo sistémico, ante una patente y peligrosísima dejación de responsabilidad. Una AGI en manos de un megalómano carente de todo principio ético obsesionado con el control, el crecimiento infinito y la manipulación algorítmica del comportamiento humano no es un futuro: es una pesadilla distópica. Dios nos libre.

Zuckerberg, obviamente, está intentando comprar el futuro, igual que intentó comprar antes el metaverso. Pero el futuro no se deja comprar tan fácilmente. Y cuando lo intentas desde la desesperación, las consecuencias pocas veces son buenas.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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