







Mi columna de esta semana en Invertia se titula «La insoportable levedad de las sanciones», y trata sobre el desconcertante espectáculo que supone ver cómo las restricciones tecnológicas impuestas por Estados Unidos a China, presentadas supuestamente como cuestiones de seguridad nacional y defensa estratégica, se deshacen como un azucarillo en cuanto un CEO poderoso llama a la puerta de la Casa Blanca y dedica unos minutos a halagar al presidente.


La reciente decisión del gobierno estadounidense de conceder licencias a Nvidia para exportar su chip H20 a China tras la visita de su CEO, Jensen Huang, a Donald Trump, es simplemente reveladora. Lo que se vendía como una línea roja infranqueable se convierte, de repente, en una simple formalidad burocrática que se resuelve en cuestión de días si uno sabe a quién sonreír, en qué despacho sentarse y sobre todo, cuánto pagar. Aquí, y con este tipo en la Casa Blanca, todo se vende al mejor postor.
Primero, la administración Trump se mostraba intransigente y bloqueaba la venta del chip H20, específicamente diseñado para cumplir con las restricciones anteriores. Después, tras dos visitas de Jensen Huang al Despacho Oval, la política se revierte sin explicación ni transparencia, y las licencias comienzan a fluir: de repente, la postura inicial no solo es revertida, sino que surge una disposición de Trump a permitir la exportación de una versión reducida del potente chip Blackwell a China, e incluso de extender el gesto a AMD. Todo, por supuesto, presentado bajo el aura de la lógica del negocio y la falsa moderación de una guerra comercial que solo afecta a quienes no están invitados a la fiesta.
El problema de fondo es evidente: no hay una política coherente detrás de estas decisiones, sino una diplomacia del capricho que responde a intereses personales, impulsos improvisados y negociaciones en habitaciones cerradas. Se construye así un escenario internacional en el que lo único que queda claro es que Estados Unidos no impone normas universales, sino privilegios selectivos, reservados para quienes tienen acceso directo al poder. Lo demás, como las explicaciones técnicas, las amenazas de rearme chino, los argumentos sobre seguridad, son meros decorados intercambiables que se activan o se ignoran según convenga al presidente de turno.
Desde Europa, estas situaciones deberían encender todas las alarmas: mientras Nvidia puede retomar sus operaciones en China, otras compañías, como la neerlandesa ASML, siguen atrapadas en el fuego cruzado de unas sanciones que aplican con todo el peso del castigo, pero sin ningún margen de reconsideración. Como comenté hace tiempo, la empresa líder en litografía ultravioleta extrema se ve obligada a restringir sus exportaciones de tecnología avanzada a China por cuestiones supuestamente relacionadas con la seguridad nacional, perdiendo con ello cuota de mercado y competitividad en un momento clave. Y todo ello no porque lo haya decidido Bruselas, La Haya o Eindhoven, sino porque Washington se lo ha exigido. Y lo peor no es solo el daño económico de no vender máquinas al que podría ser tu mayor mercado cuantitativamente hablando, sino el precedente: si cada decisión estratégica europea puede ser revertida o renegociada desde el otro lado del Atlántico con una simple orden ejecutiva, lo que tenemos no es soberanía, es vasallaje.
La realidad es que China, con o sin ASML, con o sin Nvidia, seguirá desarrollando su tecnología. Ya lo está haciendo, y lo hará más rápido cuanto más la empujen a buscar alternativas propias. Lo que se está frenando no es el avance chino, sino la posibilidad de que empresas occidentales participen y se beneficien de ese proceso. Lo que Estados Unidos llama «contención» es, en realidad, una forma de autoboicot para sus aliados.
En este contexto, urge pensar en un equilibrio global más sano, en el que Estados Unidos deje de monopolizar el relato y Europa empiece a actuar con voz propia. No se trata de abrazar acríticamente a China, ni de ignorar sus abusos o riesgos, sino de evitar que nuestra política exterior sea dictada por los vaivenes de un país que hace tiempo dejó claro que su única prioridad es «America First», y todo lo demás, sean teóricos aliados o no, después. O nunca. La colaboración tecnológica con China, en ciertos ámbitos y bajo ciertas garantías, no solo es razonable: empieza a ser imprescindible. Lo contrario, como demuestra el caso de ASML, es hacernos daño gratuitamente.
Si las sanciones de Estados Unidos pueden ser eliminadas tras una visita, un pago y una sonrisa, entonces no eran sanciones, sino instrumentos de chantaje. Y si Europa sigue aceptando ese juego sin rechistar, entonces el problema ya no es solo Trump. Es simplemente que no sabemos defendernos.
Nota:https://www.enriquedans.com/







