







El ataque con misiles penetradores de búnker por parte de Estados Unidos contra instalaciones atómicas en Irán, el pasado 22 de junio, simboliza el colapso del tabú nuclear. Esta acción careció de justificación bajo los principios del Derecho Internacional y no se alineó con las normas sobre el uso de la fuerza establecidas en la Carta de las Naciones Unidas. Washington lanzó sus ataques sin asumir la responsabilidad por los posibles daños, tanto a nivel global como a las poblaciones cercanas. Además, no hubo una condena unánime y firme por parte de la comunidad internacional ante este acto de agresión. Aunque Irán podría estar enriqueciendo uranio a cerca del 60%, acercándose al 90% necesario para alcanzar armas nucleares, y posiblemente violando el régimen de no proliferación, nada justificaba una acción militar unilateral. Por el contrario, el ataque probablemente impulsará al gobierno iraní a retomar y acelerar su programa de enriquecimiento de uranio.


Actualmente, ocho de las nueve potencias nucleares están directa o indirectamente involucradas en conflictos armados en algún lugar del planeta. Estados Unidos, el Reino Unido y Francia –junto con otros miembros de la OTAN– participan indirectamente en la guerra en Ucrania, mientras que Rusia lo hace de forma directa; Corea del Norte, en tanto, le ha brindado apoyo militar a Rusia en ese mismo frente. Israel sigue presente en los conflictos de Medio Oriente. India y Pakistán mantienen tensiones, con posiciones cada vez más agresivas. Y aunque China no participa en enfrentamientos abiertos, sus maniobras en torno a Taiwán y el Mar de la China Meridional representan una amenaza latente.
La crisis del régimen de no proliferación nuclear no es nueva: se arrastra desde la década de 1990. Sin embargo, la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022 –y, más recientemente, el ataque de Estados Unidos a Irán– han profundizado esa fractura, evidenciando lo que, junto a Juan Tokatlian, hemos llamado la “tentación nuclear” (1). ¿Pasaremos de la tentación al impulso nuclear? ¿Qué implicancias tendrá esto para América del Sur, y en particular para Argentina y Brasil, que han desarrollado un esquema ejemplar de verificación y control nuclear? ¿Será posible sostener ese modelo en un mundo cada vez más inestable y menos cooperativo? ¿O sucumbirán, como otros países, a la tentación nuclear?
El fin del tabú
Un tabú comienza a resquebrajarse cuando las convicciones que sostienen su validez como norma se debilitan, se transgreden o se cuestionan por diversas razones. Nuevas formas de conocimiento, avances tecnológicos o factores de poder pueden presionar para derribarlo, mientras que cambios en la voluntad y en las dinámicas de quienes interactúan pueden alterar el contexto, volviendo obsoletas las restricciones o prohibiciones que lo sostenían. Más aun: cuando ciertos países violan el tabú de manera pública y no reciben el castigo esperado –o incluso reciben apoyo– se transmite la idea de que ya no es un absoluto. En ese punto, el escenario se abre a todas las posibilidades: el colapso del tabú implica nuevos –y, con frecuencia, inciertos– rumbos, que pueden ser profundamente inquietantes.
La internacionalista Nina Tannenwald analiza cómo se construyó el tabú normativo global contra el uso de armas nucleares desde Hiroshima y Nagasaki (2). Argumenta que, más allá de la disuasión estratégica posibilitada por el poder destructor de la bomba atómica, se consolidó una fuerte norma ética internacional que ha contribuido a la no utilización de armas nucleares por parte de Estados Unidos y otras potencias. El tabú nuclear, aunque no condujo al desarme total previsto en el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) de 1968, se fortaleció por presiones morales, diplomáticas y sociales, y no sólo por el cálculo racional de costos.
El no uso de armas nucleares en conflictos es resultado de principios y normas del orden internacional que consideran estas armas intrínsecamente inaceptables. Dicho de otro modo, el respaldo al Derecho Internacional se asienta en una moral global que se sostiene sobre las convicciones políticas de los líderes, quienes a su vez emergen de la sociedad internacional. Como señala el académico español Antonio Truyol y Serra (3), es la comunidad de Estados la que define qué ideas deben considerarse legítimas y respetadas. El tabú nuclear, en este sentido, no es simplemente una prohibición, sino una prohibición investida de carácter sagrado. Pero algo deja de ser sagrado cuando pierde su condición de intocable y ese mandato comienza a disolverse.
Hacia una “guerra nuclear digital limitada”
Al término de la Guerra Fría, en 1991, había cerca de 70.000 ojivas nucleares, de las cuales unas 23.000 correspondían a la Unión Soviética y alrededor de 21.000 a Estados Unidos. Sólo cinco países poseían armas nucleares de manera oficial: Estados Unidos (desde 1945), la Unión Soviética/Rusia (desde 1949), el Reino Unido (1952), Francia (1960) y China (1964). Tras la Guerra Fría, India y Pakistán adquirieron sus arsenales atómicos en 1998, y Corea del Norte en 2006. Israel, aunque no lo ha reconocido oficialmente, posee ojivas probablemente desde fines de los 60. Otros países, como Sudáfrica, Bielorrusia, Kazajistán y Ucrania, heredaron ojivas soviéticas, pero las transfirieron a Rusia. Era la etapa de la destrucción mutua asegurada, caracterizada por ojivas megatónicas, de baja precisión y énfasis en la destrucción total más que en ataques precisos.
¿Qué cambió desde entonces? En 2025, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI) (4) y otras fuentes (5), el total global se redujo a más de 12.000 ojivas, con unas 9.000 en stock militar y más de 3.000 desplegadas operativamente. En estos años, Rusia y Estados Unidos renovaron sus arsenales tácticos. Moscú reubicó armas tácticas en Bielorrusia desde 2023, un hecho sin precedentes desde la Guerra Fría. La movilidad del armamento nuclear aumentó, con plataformas móviles como camiones, submarinos y trenes, al tiempo que se ampliaban los silos subterráneos. Varios países adoptaron posturas doctrinarias más agresivas: Rusia relativizó su política de “no primer uso” de armas nucleares; China mantiene la norma oficialmente, pero con una ambigüedad creciente; India sugiere revisiones ante ataques químicos o agresiones graves; Estados Unidos mantiene su doctrina de “respuesta flexible”, sin excluir el uso nuclear ante amenazas no nucleares.
Ocho de las nueve potencias nucleares están directa o indirectamente involucradas en conflictos armados en algún lugar del planeta.
Estratégicamente, se avanza desde la destrucción mutua asegurada hacia un posible uso de armas nucleares tácticas o de bajo rendimiento (de 0,1 a 50 kilotones), montadas en artillería, misiles de corto alcance o torpedos para opciones de “respuesta limitada”. Lo más preocupante es la intensificación de la retórica disuasiva basada en amenazas nucleares, especialmente en conflictos activos como en Ucrania, donde estas armas presionan estratégicamente y aumentan el riesgo de escalada. Esta era de “guerra nuclear digital limitada” implica el riesgo de un uso localizado, sin destrucción total, pero con alto riesgo de descontrol. Un escenario que muy probablemente empeorará con el colapso del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por su sigla en inglés), del que Estados Unidos se retiró en 2019 tras acusar incumplimientos rusos, y la posible expiración del nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START) en 2026.
El “botón nuclear digital” ya no es una mera especulación. Los avances tecnológicos en armas nucleares, desde la miniaturización de ojivas hasta la integración de inteligencia artificial (IA) en sistemas de mando, plantean serios riesgos. Si bien los humanos aún controlan el lanzamiento, la participación de la IA en la evaluación y respuesta aumenta el potencial de errores estratégicos, ciberataques y malinterpretaciones automatizadas, poniendo en peligro la estabilidad global (6).
Argentina y Brasil
A fines de la década de 1970, Argentina y Brasil desarrollaban programas de enriquecimiento de uranio y misiles de mediano alcance sin salvaguardias internacionales. La desconfianza mutua se profundizaba por el secreto que rodeaba ambos proyectos nucleares. A ello se sumaba la doctrina de seguridad nacional vigente en ambos países, que veían al vecino como una amenaza potencial. El acuerdo sobre la represa de Itaipú en 1979, que resolvió las disputas sobre el aprovechamiento energético del río Paraná, fue un paso importante de distensión, aunque la concertación estratégica sólo comenzó una vez recuperada la democracia, durante los gobiernos de Raúl Alfonsín y José Sarney, mediante “inspecciones cruzadas” para asegurar el uso exclusivamente pacífico de la energía nuclear.
La disposición de ambos gobiernos a compartir información y permitir la supervisión mutua disipó sospechas y temores, impulsando una desescalada que sentó las bases para el lanzamiento del Mercosur. Esta apertura se consolidó con la firma del acuerdo bilateral de salvaguardias nucleares (SCCC) y la creación de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC) en 1991, que facilitó un monitoreo conjunto más efectivo y promovió la transparencia. En diciembre de ese año, se firmó el Acuerdo Cuatripartito entre ambos países, la ABACC y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) en el ámbito de Naciones Unidas, para aplicar salvaguardias amplias, cumpliendo con el TNP. Este modelo ha sido reconocido internacionalmente como un ejemplo. Un punto central es la postura compartida entre Brasil y Argentina frente al Protocolo Adicional del TNP de 1997, que ambos países rechazan por considerar que las potencias nucleares violan sus compromisos de desarme. Esta coincidencia estratégica condujo, en 2011, a que el Grupo de Suministradores Nucleares aceptara el Acuerdo Cuatripartito como alternativa válida, reconociendo así el régimen de salvaguardias compartidas.
Sin embargo, en los últimos años ambos países no sólo han priorizado sus agendas nucleares nacionales y se han distanciado de la lógica de concertación, sino que algunas decisiones unilaterales y declaraciones de sus líderes reflejan un desacoplamiento cada vez más riesgoso. Mientras Argentina no firmó el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), considerándolo una amenaza para el TNP y su industria nuclear, Brasil, bajo el gobierno de Michel Temer, sí lo hizo, aunque luego el Congreso no lo ratificó para proteger su programa de submarinos nucleares. En 2019, el diputado Eduardo Bolsonaro sugirió que Brasil debería desarrollar armas nucleares para ganar respeto internacional; en 2022, bajo el gobierno de Jair Bolsonaro, Brasil comenzó conversaciones con el OIEA para establecer procedimientos especiales de salvaguardias para su programa de submarinos nucleares. Además, el contexto internacional, marcado por el pacto AUKUS de 2021 entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos, con un enfoque en submarinos nucleares, intensificó las presiones para que Brasil adopte el Protocolo Adicional, lo que podría tensar el equilibrio logrado en el acuerdo con Argentina.
Por su parte, el gobierno de Javier Milei adoptó un giro diplomático drástico en temas de no proliferación. En marzo de 2024, Argentina se abstuvo en la resolución sobre avances en negociaciones multilaterales de desarme nuclear, a diferencia de Brasil, que la apoyó. En noviembre de 2024, Argentina votó en contra, junto con Israel (país que no forma parte del TNP), de una resolución ampliamente respaldada para promover la creación de una Zona Libre de Armas Nucleares en Medio Oriente, rompiendo con su histórica defensa del desarme y la no proliferación. En mayo de 2025, el gobierno argentino condenó los ataques terroristas contra India, pero evitó pronunciarse sobre las represalias militares de ese país contra Pakistán, lo que fue interpretado como un doble estándar frente a ambas potencias nucleares. En junio de 2025, expresó un claro alineamiento con Israel y Estados Unidos, respaldando abiertamente los ataques contra Irán, como señaló el ministro de Defensa, Luis Petri, en una rueda de prensa en el Pentágono, y mantuvo un apoyo firme a Israel en múltiples foros multilaterales. Todas estas decisiones marcan una ruptura total con consensos históricos en temas nucleares.
En junio de 2025, la Junta de Gobernadores del OIEA aprobó una resolución crítica contra Irán –la primera en casi 20 años– impulsada por Estados Unidos, el Reino Unido, Francia y Alemania, con el respaldo de 19 países. Aunque las votaciones del OIEA no son públicas, se presume que Argentina apoyó la resolución, mientras que Brasil optó por abstenerse, motivado por su política de equilibrio diplomático y su preferencia por el diálogo multilateral, evitando alinearse directamente con las presiones occidentales. La resolución declaró que Irán había incumplido sus obligaciones de salvaguardia al no informar sobre los restos de material fisible de sitios no declarados y propuso remitir el caso al Consejo de Seguridad. Esto refleja otro claro desacoplamiento entre Argentina y Brasil.
El futuro de la no proliferación
El régimen de no proliferación nuclear atraviesa un momento crítico, y es cada vez más probable que se desate una espiral de inestabilidad global. ¿Pasaremos de la “tentación nuclear” a un “impulso” irreversible? La creación de la ABACC entre Brasil y Argentina en 1991 fue un hito histórico para América Latina y un modelo único en el Sur Global. Sin embargo, la postura rupturista del gobierno de Milei añade una capa adicional de complejidad al desacoplamiento entre ambos países, lo que podría derivar en un escenario más divisivo y antagónico. Independientemente de quién gobierne en Buenos Aires o Brasilia, es urgente restablecer un diálogo franco sobre el tema para evitar consecuencias imprevisibles.
1. Bernabé Malacalza y Juan Gabriel Tokatlian, “Argentina y Brasil: ¿entre la desintegración y el desacoplamiento?”, CEBRI-Revista, 2022, https://cebri-revista.emnuvens.com.br/revista/article/view/61/83?utm_source
2. The Nuclear Taboo: The United States and the Non-Use of Nuclear Weapons Since 1945, Cambridge University Press.
3. La sociedad internacional, Alianza Universidad.
4. SIPRI Yearbook 2024: Armaments, disarmament and international security, Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), 2024,
https://www.sipri.org/yearbook
5. Kristensen, H. M., & Norris, R. S., “Nuclear Notebook: Estimated nuclear arsenals of the world”, Federation of American Scientists (FAS), 2024,
https://fas.org/issues/nuclear-weapons/nuclear-notebook/
6. Kristensen, H. M., & Norris, R. S., “Nuclear weapons, the digital era, and artificial intelligence”, Bulletin of the Atomic Scientists, 2023, 79(4), 12-25, https://thebulletin.org/
Por Bernabé Malacalza * Investigador del CONICET-UNQ y profesor en la Maestría en Estudios Internacionales de la UTDT. / El Diplo







