¿Quien le teme a Javier Milei?

Actualidad 20 de abril de 2024
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“El miedo es, creo, la herramienta más eficaz para destruir el alma de una persona y la de un pueblo”.

Anwar el-Sadat

 
Tienen miedo. Le tienen miedo. La clase política parece haber entrado en un estado de pánico que la inmoviliza. La sociedad en su conjunto ha bajado dos decibeles el volumen de su reclamo, como si tuviese el temor a ser escuchada… Por supuesto que hay voces altisonantes pero, por primera vez en muchos años, algunos actores principales de la vida política -los periodistas en su conjunto, sin ir más lejos- muestran niveles de mansedumbre inéditas mientras son vilipendiados, ofendidos y por momentos abusados por un discurso presidencial que, a menudo, los trata de corruptos (por supuesto que esto no incluye al pequeño grupo de coreutas ensobrados que desafinan en ronda sus alabanzas y justificaciones para Javier Milei & Sister).

Hay un miedo cerval que atraviesa horizontalmente este momento de la sociedad argentina. Pero, ¿a quién o a qué le teme?: ¿A Miley?¿A su locura? ¿A su hermana Karina? ¿A los poderes que, sin pudor alguno, sostienen al presidente mientras arrasa con 200 años de construcción política? ¿A la alianza estratégica que el gobierno ha retejido con Estados Unidos? ¿A la OTAN? ¿A las Fuerzas del Cielo? ¿A Conan?…

La verdad es que no hay demasiada claridad al respecto. Podría tratarse de “un mix de todo” -como proponen algunas encuestas sarcásticas en Twitter- ya que en estas cuestiones tan ligadas a una suerte de psiquis social, la experiencia del otro sumada a la propia pueden redundar en un sentimiento colectivo. Mucho más cuando formadores de opinión, como la señora Mirtha Legrand, han sostenido que “de este gobierno no quiero estar en contra porque enseguida toman represalias y es desagradable”.

La habitual violencia que tiñe el discurso del presidente Milei (salvo cuando aparece muy sedado), sumada a algunas de sus reacciones políticas -sólo justificadas en el ejercicio de la venganza y una percepción generalizada de que no tiene todos los patitos en fila- son un buen coctel de autor que bien podría denominarse “Cagazo Sunrise”. 

Temores secretos

“En un país jibarizado por la opresión, el miedo es la única forma de conciencia pública que se mantiene secreta”, dijo, alguna vez, Augusto Roa Bastos, el escritor paraguayo que con su novela “Yo, el Supremo” describe, de una vez y para siempre, el íntimo perfil de todo dictador sudamericano. Y si bien Javier Milei accedió a la primera magistratura de la Nación gracias a los votos, su ejercicio del poder, sus caprichos y obsesiones, y su naturaleza un tanto autocrática, hacen que en la gestión que encabeza puedan leerse notas de despotismo… no demasiado ilustrado que digamos, claro.

La sociedad lo percibe. Y actúa en consecuencia. Porque aunque las encuestas le confieran aún un importante apoyo a su gobierno y, sobre todo a él mismo, por lo bajo, en sordina casi, los murmullos contrarios son mucho más importantes que los apoyos. Algunos analistas creen que esto se debe a que, a la hora de responder esas preguntas con las que realizan los estudios de opinión pública, los entrevistados no son del todo sinceros debido a que temen alguna represalia (porque que no creen para nada en la absoluta privacidad de la consulta).

Un fenómeno similar parece habitar en buena parte de la clase política que recorre programas de radio, de tv, redes y otras instancias de comunicación ejerciendo severas críticas al gobierno. Sin embargo, a la hora de llevar a cabo acciones concretas, se pierden en diálogos fútiles, en ejercicios de internismos varios y en huir hacia delante. La prueba más contundente de esto es la imposibilidad de discutir el DNU 70/23 en Diputados. Si uno suma las oposiciones públicas a ese decreto -a todas luces inconstitucional y nulo de nulidad absoluta- sobre el que Javier Milei ha cimentado su modelo de destrucción de la Patria, habría voluntades suficientes para dar quorum y tratar su derogación. Incluso su nulidad. Pero luego se entera por los off de distintos legisladores que no pueden juntar los votos. Y eso, seguramente, está ligado al miedo al escrache y a las vindictas habituales a las que los tiene acostumbrados el líder libertario.

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Los Desasosiegos

Esa “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario” que refiere el diccionario de la Real Academia a la hora de definir el miedo, entraña, para algunos autores, la posibilidad de una clasificación. Por ejemplo, el PhD en psicología Karl Albretch sostiene que hay cinco grandes clases de miedos que incluyen a todos los demás: a la muerte; a la pérdida de autonomía, a la soledad, a la mutilación y los perjuicios al ego.

Cada uno de estos grupos contiene, sin duda, algunos de los miedos que provoca la Administración libertaria, sobre todo a partir de su instalación, cuando mostró el rostro desnudo de su crueldad. Muchos argentinos sienten, por ejemplo, que el gobierno de Milei los va a matar. Y no hablo sólo de quienes padecen alguna enfermedad oncológica y no reciben los medicamentos que hasta diciembre les proveía el Estado. Digo de otros que empiezan a tener que recortar en la compra de alimentos. Los que pierden sus trabajos (autonomía). Los que no pueden desplazarse en el territorio por falta de dinero para movilidad (soledad). Los que no logran acceder a servicios básicos (mutilación)… Hombres y mujeres que sufren y, en algunos casos, ante lo insoportable de ese sufrimiento, eligen quitarse la vida. Y no estoy haciendo tremendismo. Se ha iniciado una ola de suicidios (esta semana una trabajadora del Estado en el marco de los despidos y un jubilado que se arrojó a las vías del tren) que, con la comunicación de los luctuosos resultados de la angustia social, tenderá a potenciarse.

“Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”, dijo Eduardo Galeano. La frase describe con dolorosa exactitud lo que hoy vive una gran mayoría de los argentinos.

Miedo a la locura

Hay otro miedo que anida en la ciudadanía: el de la locura. Pero no a la propia: a la del “loco”. Porque a diferencia de la mayoría, que teme, que se angustia cuando piensa que podría enloquecer, Milei la ejerce con absoluta irresponsabilidad: la de un loco. Muchos de los que lo votaron, en la certeza de que no iba a hacer todo lo que decía, hoy están temerosos de que “el psiquiátrico” (como lo llaman los miembros del Círculo Rojo que esta semana estuvieron en el LLao Llao) lleve a la Argentina a un punto de no retorno. Analfabetos políticos de aquellos que describía Bertolt Brecht; los que se enorgullecen de odiar a la política y entonces eligen al “peor de todos los bandidos, que es el político trapacero, granuja, corrupto y servil de las empresas nacionales y multinacionales”.

Esos, hoy, tienen miedo. Ese miedo que es la proyección de su propia ignorancia. En las épocas más oscuras de la Humanidad, la locura tuvo distintas máscaras: el castigo de los dioses, el pecado, el designio del demonio. Ideas que, mezcladas con las representaciones mitológicas que tenían los pueblos originarios sobre la demencia, han producido este fenómeno de que, rascando bajo siglos de capas de atavismos, aparezcan zurcidas al subconsciente del hombre argentino contemporáneo. De ahí, y probablemente pandemia mediante, para algunos Milei sea también una especie de semidiós o demiurgo mayor. Delirante, incompleto, pero semidiós al fin. Lo que no lo hace precisamente bueno. O, acaso, lo hace bueno para ejercer el sentimiento que los corroe: la venganza. Temor que se vuelve reverencial y confía en que el empleo del dolor que produzca el ídolo, no los alcance.

Dicen que el miedo no es zonzo

No para todos, claro. La “casta mileista”, aquellos que son objeto de sus epítetos más procaces y sus amenazas más brutales, no le temen por loco. O no totalmente. Saben que, como bien lo estableció la escritora Anaïs Nin, “es la culpa, el miedo, la impotencia lo que hace crueles a los hombres”. Su temor está, entonces, puesto en la crueldad que destila el presidente (hay que verle esa media sonrisa de placer cuando anuncia destrucción) y que se asimila casi identitariamente a la de sus promotores: empresarios nacionales y transnacionales incapaces de, no digo ya un gesto de solidaridad, ni siquiera un acto misericordia. Otros locos; cuya locura es, seguramente, mucho más peligrosa que la de Milei y su troupe.

Es entonces el miedo. El que paraliza. El que inhabilita. El que los torna lábilmente abyectos y los pone a “jugar” a la política disputando con una anticipación de ciencia ficción, internas que, si siguen así, nunca ocurrirán.

Porque la sociedad enferma de temor hará lo que diga Milei. Y si este percibe, o al menos teme (y sabemos de su paranoia) que los comicios de medio término pudieran mostrarlo perdidoso, entonces los legisladores nacionales llegarán un día a sus despachos y se encontrarán con el Congreso cerrado y sus puertas militarizadas, como ya estuvieron antes las de los ministerios y algunas empresas del Estado.

Y nadie dirá nada… por miedo.

 

Por Carlos Caramello * Licenciado en Letras, escritor, periodista y analista político. / La Tecl@ Eñe

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