Netanyahu, el mejor amigo de la extrema derecha

Actualidad - Internacional 12 de febrero de 2024
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En el transcurso de la reciente y exitosa campaña de Bibi Netanyahu para el cargo de Primer Ministro de Israel [texto escrito en septiembre de 2019], recibió una serie de regalos –que claramente pretendían ser apoyos de facto– de miembros de lo que David Remnick, de The New Yorker, ha denominado “el club cada vez mayor de la Internacional Iliberal”. El mayor y más publicitado, por supuesto, fue el reconocimiento unilateral de Donald Trump de la anexión por parte de Israel de los Altos del Golán, convirtiendo a Estados Unidos en la única nación del mundo en hacerlo. Casi igual de publicitada fue la visita de alto nivel del nuevo presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro, quien exhibió su idilio con Netanyahu durante seis actos públicos, firmando seis acuerdos bilaterales distintos entre ambas naciones. El hombre fuerte de Rusia, Vladimir Putin, no hizo el viaje en persona, pero sí encontró tiempo, apenas cinco días antes de las elecciones, para reunirse con Netanyahu en Moscú, aparentemente, sin ninguna razón en particular. La primera ministra rumana y actual presidenta de la UE, Viorica Dăncilă, tampoco viajó a Israel, pero durante su estancia en Washington justo antes de la votación, pasó por la reunión anual del Comité Estadounidense-Israelí de Asuntos Públicos para anunciar que su nación pronto se unirá a Estados Unidos y trasladará su embajada en Israel a Jerusalén, convirtiéndose en el tercer país en hacerlo. (Bolsonaro solo prometió abrir una “oficina comercial” en la ciudad en disputa).

En los últimos años, visitar a Netanyahu o recibirlo en el propio país se ha convertido en una obligación para cualquier líder autoritario digno de tal nombre. El viceprimer ministro italiano de extrema derecha, Matteo Salvini, ha visitado Israel. También Rodrigo Duterte, el hombre fuerte de Filipinas, que celebra el número de muertos resultante de su “guerra contra las drogas” y comparte con Netanyahu “la misma pasión por los seres humanos”. Por su parte, el Primer Ministro israelí viajó al Sultanato de Omán para entrevistarse con el Sultán Qaboos Ben Said y a Azerbaiyán para ver al Presidente Ilham Aliyev. Tel Aviv está cultivando sus relaciones con el Egipto de Abdel Fattah Al-Sissi; se dice que los contactos no oficiales con Arabia Saudita son frecuentes. Entre las visitas más significativas, sin embargo, hubo una que no tuvo lugar. Estaba prevista una reunión en Jerusalén del llamado “Grupo de Visegrado”, formado por Polonia, la República Checa, Hungría y Eslovaquia, países a los que Netanyahu ha estado cortejando. Iba a ser la primera vez que el grupo se reunía fuera de Europa, y representaba un logro notable por parte de Netanyahu en su campaña para redefinir la posición de Israel en el mundo (y, por tanto, ante los votantes israelíes). Sin embargo, la reunión se cayó cuando funcionarios israelíes, hablando en público extra oficialmente, plantearon la cuestión del antisemitismo polaco y la participación de esa nación en el Holocausto. Sin embargo, es probable que esto sea solo un bache en el camino ya bien pavimentado hacia el éxito de la estrategia de Netanyahu. El matrimonio de conveniencia de Israel con el mundo autoritario ya está bien consumado. 

Compromiso ideológico

Israel lleva mucho tiempo manteniendo buenas relaciones con malos gobiernos, ya sea en Sudáfrica o en América Central. Pero lo hizo un poco a la ligera y en secreto. El argumento era que el Estado judío, aislado en Medio Oriente y siempre vulnerable a un ataque patrocinado por los soviéticos por parte de alguno de sus hostiles vecinos árabes, no tenía más remedio que hacer amigos donde pudiera encontrarlos. Obviamente, la necesidad de mantener sus industrias armamentística y aeronáutica a la vanguardia también desempeñó un papel clave, junto con las balanzas comerciales que mejoraron.

Sin embargo, hoy los compromisos son tanto ideológicos como financieros. El Israel de Netanyahu se codea abiertamente con tiranos y autócratas y lo hace con orgullo. Está claro que prefiere a estos personajes antes que a los miembros democráticos de la Comunidad Europea, ya que no acosan a Israel por su ocupación ilegal y contraproducente de Cisjordania. Y no se quejan, como hacen los judíos estadounidenses, de su abierto racismo antiárabe y de que abrace a los mismos elementos terroristas de extrema derecha de la sociedad israelí que llevaron al asesinato del primer ministro Isaac Rabin; ni, por supuesto, del desprecio con que trata sus preocupaciones sobre el pluralismo religioso y el respeto a las costumbres y preocupaciones de los judíos de la diáspora.

Las relaciones con dictadores y autoritarios antiliberales son mucho más fáciles. Y aunque Israel tiene poco interés en hacer concesiones a los liberales estadounidenses o a los europeos bienintencionados, tiene mucho que ofrecer a sus nuevos amigos. El brasileño Bolsonaro, por ejemplo, tiene múltiples razones para abrazar a Bibi. Su campaña se centró en reducir por cualquier medio la terrible tasa de criminalidad de ese país, y la combinación del avanzado sector tecnológico israelí y su ocupación de Cisjordania ha dado lugar a algunas de las armas policiales más sofisticadas del mundo, especialmente en el ámbito de la tecnología de aviones no tripulados. Al igual que Trump, Bolsonaro depende en gran medida de la políticamente poderosa comunidad evangélica de su país, y son pro israelíes al cien por ciento. Con muy pocos líderes mundiales como presidentes –el húngaro Viktor Orbán es el más destacado–, Netanyahu, su esposa Sara y su hijo Yair fueron agasajados con entusiasmo en la toma de posesión de Bolsonaro. Los brasileños homenajearon al israelí de una forma extrañamente apropiada, iluminando su famosa estatua del Cristo Redentor en azul y blanco, como la bandera israelí. El líder israelí también mantuvo un emotivo encuentro con los evangélicos brasileños: “No tenemos mejores amigos en el mundo que la comunidad evangélica, y la comunidad evangélica no tiene mejor amigo en el mundo que Israel –les dijo Netanyahu–. Son nuestros hermanos y hermanas”.

En los últimos años, visitar a Netanyahu o recibirlo en el propio país se ha convertido en una obligación para cualquier líder autoritario digno de tal nombre.

Otra fuerza impulsora del abrazo de Netanyahu por parte de la derecha global es que se lo ve como intermediario de Trump. Los dos líderes no son personalmente cercanos. Como la mayoría de la gente, Bibi probablemente piensa que Donald es un idiota. Pero comparten una enorme cantidad de cosas en común, como se ha observado en muchos temas y desde que llegó al poder, Trump se ha puesto del lado de la extrema derecha israelí en casi todos los puntos conflictivos a los que se ha enfrentado. Significativamente, mientras Trump enviaba al secretario de Estado, Mike Pompeo, a la toma de posesión de Bolsonaro, éste tuiteó su apoyo entusiasta y sus felicitaciones.

Aunque la imprevista disputa con Polonia se le fue de las manos, curiosamente el antisemitismo tradicional de la derecha europea no se ha interpuesto en el cortejo de Bibi. De hecho, puede que incluso lo haya favorecido, ya que refuerza el argumento de Netanyahu de que el mundo entero está en contra de los judíos y, por lo tanto, su único trabajo es velar por los intereses propios de su nación, siendo las cuestiones de moralidad y equidad un lujo que los judíos no pueden permitirse. No hay duda, sin embargo, de que casi todos estos mismos antisemitas ven a los musulmanes como una amenaza mucho más inmediata y aprecian el trato cada vez más brutal que Israel dispensa a los que están bajo ocupación y el creciente acoso a sus ciudadanos árabes. Es más, el tipo correcto de antisemitismo –el que trata a la diáspora judía como una conspiración liberal para socavar las ambiciones nacionalistas de las naciones de cuyos asuntos siempre se ocupan– también es coherente con los intereses políticos de Netanyahu, ya que argumenta lo mismo sobre ellos en relación con Israel.

Antes de la reciente metedura de pata con Polonia, Netanyahu se mostró dispuesto a conspirar con la oficina del primer ministro polaco Mateusz Morawiecki para maquillar declaraciones que le permitieran eludir la responsabilidad por el papel de Polonia en el Holocausto, hasta el punto de aprobar una ley que castiga a los historiadores que dicen la verdad al respecto. Al parecer, no le molestó el hecho de que Morawiecki insistiera en que “quienes digan que Polonia puede ser responsable de los crímenes de la Segunda Guerra Mundial merecen penas de cárcel”, y el éxito de la aprobación de la ley –tras las negociaciones con Netanyahu– ha indignado a todos los historiadores honestos que son conscientes del papel de los polacos en la ayuda a los nazis en el asesinato de judíos. (En un momento determinado, hasta 15.000 judíos por día sólo en Polonia).

Netanyahu también se ha mostrado especialmente deseoso de legitimar la demagogia del húngaro Orbán, que califica de antisemita al líder de la Segunda Guerra mundial de esa nación, Miklós Horthy, un “estadista excepcional”. Orbán ha llevado a cabo una campaña obsesiva contra el financiero y filántropo liberal judío George Soros, al que culpa de “destruir la vida de millones de europeos”, con imágenes similares a las que se veían en la Alemania de los años treinta. Durante la reciente campaña electoral, su partido, el Fidesz, empapeló el país con anuncios en los que aparecía un Soros sonriente sobre una leyenda que decía: “No dejemos que Soros ría el último”. En un primer momento, el embajador israelí, Yossi Amrani, se quejó a Orbán: “La campaña no sólo evoca tristes recuerdos, sino que también siembra el odio y el miedo (…) Es nuestra responsabilidad moral alzar la voz y pedir a las autoridades competentes que ejerzan su poder y pongan fin a este ciclo”. Pero Netanyahu tenía previsto visitar Hungría en ese momento y reprendió a su propio embajador. Netanyahu lanzó su propia campaña contra Soros en su país, culpando a las organizaciones de la sociedad civil que tratan de defender la democracia y los derechos humanos en Israel –algunas de las cuales reciben financiamiento de la Open Society Foundation de Soros– de fomentar el malestar y el sentimiento antiisraelí. El ministro de Asuntos Exteriores de Israel insistió en que Soros “socava continuamente a los gobiernos democráticamente elegidos de Israel” y financia organizaciones “que difaman al Estado judío y pretenden negarle el derecho a defenderse”. El hijo de Bibi, Yair, Netanyahu, publicó en Internet imágenes antisemitas de estilo nazi que recibieron una calurosa acogida por parte del líder del Ku Klux Klan estadounidense, David Duke.

Tras haber sido elegido para su quinto mandato, a pesar de la cantidad de acusaciones de corrupción que lo rodean, Netanyahu va camino a convertirse en el primer ministro más longevo de Israel, superando a su fundador, David Ben-Gurion. Aunque sigue siendo vulnerable en su país, debido a la estrechez de su coalición de derecha y a la maraña legal que lo persigue como a un personaje de Snoopy, la situación mundial sigue reforzando lo que su electorado considera sus puntos fuertes. El miedo a Irán ha sustituido a la difícil situación de los palestinos entre la mayoría de los regímenes árabes. La retórica y las políticas de Trump han contribuido a legitimar su chivo expiatorio racista hacia la población árabe de Israel, así como hacia los inmigrantes africanos. El auge de China y Rusia, junto con las nuevas relaciones con el “Grupo de Visegrado”, Brasil –la cuarta economía más grande del mundo– y el resto de países, ayudan a mantener la economía de Israel a flote y a gestionar los conflictos con sus vecinos, al tiempo que le dan carta blanca para enfrentarse a sus oponentes internos, en su mayoría jueces y organizaciones de la sociedad civil, que apenas desempeñaron algún papel en los debates sobre la reelección de Bibi.

 
El presidente de Israel, Reuven Rivlin, que ocupa un cargo en gran medida ceremonial, ha intentado dar voz a la disidencia que era esperable ante este giro de los acontecimientos. No se puede decir “admiramos a Israel y queremos relaciones con su país, pero somos neofascistas”, anunció en la CNN, en una clara condena al primer ministro. “El neofascismo es incompatible con los principios y valores sobre los que se fundó el Estado de Israel”. Puede que tuviera razón sobre la fundación de Israel, pero Netanyahu acaba de demostrar lo equivocado que estaba sobre el presente.

Por Eric Alterman * Periodista. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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