





San Martín tenía muy buenas referencias de Belgrano, aunque no lo conocía personalmente. Todos ponderaban en el creador de la bandera, su calidad humana, su intelectualidad y su patriotismo. En paralelo, Belgrano había escuchado mucho hablar de las cualidades y experiencia militar de San Martín demostrada a lo largo de los extensos años de formación profesional. Desde el primer momento se admiraron, y el respeto mutuo fue un valor que sostuvieron siempre en el marco de su cordial amistad.


El primer encuentro directo entre ambos fue en Salta; corría enero de 1814. Belgrano esperaba la ayuda de San Martín como un calificado refuerzo para apuntalar el alicaído Ejército del Norte. Lo que ignoraba Belgrano, porque el gobierno central de Buenos Aires no le había comunicado, era que San Martín marchaba a reemplazarlo. Más trágico aún; San Martín llevaba ordenes de detener a Belgrano y enviarlo inmediatamente a Buenos Aires para ser juzgado por su desempeño militar ante las derrotas en Alto Perú.
En medio de ese cuadro de situación se dio el primer encuentro entre los dos hombres más grandes de nuestra patria. “No haré lo que me piden”, habría sostenido San Martín a Belgrano desobedeciendo lo ordenado por el Directorio, dando desde el primer momento una muestra cabal de respeto y mutua comprensión.
Entre sus notas, San Martín llegó al encuentro de ese enero salteño con una carta que lo había cautivado: “Soy solo, esto es hablar con claridad y confianza; no tengo, ni he tenido quien me ayude y he andado los países en que he hecho la guerra, como un descubridor, pero no acompañado de hombres que tengan iguales sentimientos a los mío. Espero en V. un compañero que me ilustre, que me ayude y quien conozca en mí la sencillez de mi trato y la pureza de mis intenciones, que Dios sabe no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la Patria y sacar a nuestros paisanos de la esclavitud".
JOSÉ DE SAN MARTÍN. FOTO: INSTITUTO NACIONAL SANMARTINIANO
Ese era Belgrano, quien en la navidad de 1813 le escribía a San Martín. Así empezaba en las cercanías de la referencial posta histórica de Yatasto (para otros a la salida de la posta de Los Algarrobos) una fraternal amistad sincera.
El derrotero de los vertiginosos días inmediatos marcará entre ambos un bifurcado camino. San Martín se hará cargo del Ejército del Norte, para empezar el definitivo camino hacía la emancipación y Belgrano será absuelto por el porteño tribunal.
Mucho tendrá que ver en la posterior absolución a Belgrano la comprensión de San Martín ante los hechos acaecidos. Y si bien, las dolorosas derrotas de Vilcapugio y Ayohuma habían marcado a fuego al ejército patrios, la visión de San Martín justificando militarmente a Belgrano fue fundamental. En carta a Tomás Guido sostuvo: “es (Belgrano) el más metódico que conoce nuestra América, lleno de integridad y talento; no tendrá los conocimientos de un Moreau o de un Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que es lo mejor que tenemos en la América del Sud".
La amistad en cartas
Durante seis años (hasta la muerte de Belgrano) la correspondencia entre ellos fue fluida. “Mi amigo”; “Mi querido amigo y compañero”; “Mi hermano”; “Mi amado amigo”, marcaron el curso de las primeras palabras con que intercambiaron saludos en las decenas de cartas que se dispensaron. Informes confidenciales, advertencias sobre los pasos enemigos, propuestas emancipatorias para el congreso tucumano, planes sobre las expediciones libertadoras, cuadernillos de estrategias militares con extractos de opiniones y mapas confeccionados por grandes militares, precauciones ante los poderosos adversarios, consejos sobre tratamientos y remedios para las enfermedades, vivencias y anécdotas sobre los años recorridos, y siempre presente, el anhelado sueño de la libertad.
El inicio de la relación entre ellos había nacido a instancias de José Mila de la Roca, amigo común de ambos y secretario de Belgrano en la expedición al Paraguay.
Para terminar, comparto con ustedes, un fragmento de una de las últimas cartas entre ambos que demuestra claramente el espontaneo afecto con que se trataban. A los meses moriría sumergido en la incomprensión Manuel Belgrano, quien desde la posta de Fraile Muerto (actual Bell Ville – Córdoba) tras la defensa de Cruz Alta, el 7 de julio de 1819 escribía en medio de penurias, como cualquier buen amigo, al enterarse que San Martín se restablecía de una enfermedad.
“MI AMIGO Y COMPAÑERO QUERIDO. No sabía la clase de indisposición en que U. estaba. No me ha sido poco escapar de la gangrena; deseo que así también se liberte U. de la fístula. La Patria lo necesita a U. mucho, en estas circunstancias más que nunca; es preciso, pues, cuidarse y adoptar un método para estar capaz de vivir. Por acá andamos todavía a la expectativa del fin de los tratados, perdiendo un precioso tiempo que debíamos aprovechar. Se nos amenaza con una expedición española al Río de la Plata, como U. sabe, y Yo no creo que se verifique, al menos en el tiempo que se dice. También sabe U. que el Pacífico está amenazado por fuerzas fuertes marítimas; los enemigos del Interior, unos han ido contra De la Serna y pasado por Potosí, según las noticias que tengo, en retirada, excediendo el número de mil quinientos hombres, y el resto ha quedado con un tal Canterac, quien, con fecha 18 del pasado, me avisa Güemes, bajaba sobre Jujuy. Entretanto, nosotros, en inacción consumiéndonos, y sin tener ni para la precisa subsistencia. Ignoro cuál será el partido que tome el Gobierno, porque no estoy al alcance de sus planes, pero Yo diría que era preciso adoptar el de ir a chocar con los del Interior, y si no se puede por mar, por tierra”. Y concluía Belgrano con augurios de buenos nuevos tiempos: “Y sirva esto para su Gobierno, porque dicen que va a plantar viñas por esos puntos. Todos los amigos sienten conmigo los padecimientos de U. y desean su restablecimiento” (Manuel Belgrano – 7 de julio de 1819).
“Estoy sufriendo uno de los días más tristes de toda mi vida”. Fueron palabras de San Martín. Se recostó en un sillón. Pidió que lo dejarán absolutamente solo. Se había enterado en Perú que había muerto su buen amigo Belgrano.
Por Gustavo Capone * MDZ





