Batalla por el poder global

Actualidad 24 de febrero de 2023
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Como toda guerra, la que transcurre hace justo un año este viernes 24 en Ucrania no comenzó ese mismo día de 2022, aunque entonces Rusia haya invadido al vecino del sur. Empezó mucho antes con el avance de la OTAN sobre Europa oriental, hacia las puertas de la Federación Rusa y pese a las advertencias de Moscú de que no toleraría ese cerco, porque la obligaría a responder militarmente; comenzó incluso antes, con el golpe en Ucrania en 2014 y la matanza de ucranianos prorusos del este, donde están los territorios ahora tomados por las tropas de Putin.

El clima previo al 24 de febrero de 2022 era la crónica anunciada de un escenario bélico que volvería a sacudir a una Europa que no aprende. Por eso para Rusia no es una guerra como tal (no hubo declaración contra Ucrania), sino que la llama «operación especial»: busca contener la ofensiva occidental en sus fronteras, argumenta, así como «liberar» las zonas atacadas por los gobiernos ucranianos post 2014.

Pero tomando como fecha «oficial» el 24 de febrero de 2022, los jugadores del conflicto y analistas internacionales trazan ya balances de la contienda.

En los últimos días, las conclusiones de la cumbre internacional sobre seguridad en Munich y la visita sorpresa del presidente estadounidense Joe Biden a Kiev, donde anunció más ayuda militar, expresaron el deseo de los halcones de seguir privilegiando la entrega de armas a Zelensky antes que la voluntad de los agentes globales más moderados de buscar una tregua y retomar las negociación de paz.

En la ciudad alemana, las dos voces más belicosas fueron las de la presidenta de la UE, la belga Úrsula von der Leyen, y la del general que comanda la Organización del Tratado del Atlántico Norte, el noruego Jeans Stoltenberg.
La primera lanzó una opinión insólita, según la cual «en todos los años de existencia norteamericana, no se ha establecido y confirmado un solo hecho de violación del derecho internacional ni acciones fuera del marco internacional». Se refería a la denuncia de Rusia de que Estados Unidos violó un pacto con la entonces Unión Soviética (que establecía no avanzar hacia el Este) y la explosión del gasoducto Rusia-Alemania, que fue primero y rápidamente atribuido por Occidente a Rusia pero que cada vez se sospecha más, en base a artículos de periodistas de los propios Estados Unidos, ideado y ejecutado desde Washington, en una operación encubierta de la CIA que contó con la ayuda de Noruega. Las invasiones a Irán y Siria, el bloqueo a Cuba, el apoyo a Gran Bretaña contra Argentina en la guerra de Malvinas pese al TIAR y tantos otros hechos muestran a las claras el caso omiso que Estados Unidos, que vive en guerra desde que nació, suele hacer a decisiones o normativas globales cuando no le conviene. Y en cuanto a Stoltenberg, el comandante de la OTAN (que recibe básicamente instrucciones de Washington pese a tener sede en Bruselas) reclama a gritos seguir armando a Ucrania y es un entusiasta de la alimentación del fuego.
Un balance de este año sería muy diferente si otra hubiera sido la postura europea. El expresidente del Partido Socialdemócrata alemán, Oskar Lafontaine, sostuvo días atrás que «la preocupación fundamental de los europeos debe ser cómo liberarse de la tutela estadounidense», al apuntar el seguidismo que se hace de los designios de la Casa Blanca, el Pentágono y la CIA.

La estrategia del desgaste

Con el auge de Oriente, con China a la cabeza, aunque con otros países también, y la caída de Occidente en varios planos, todos verificables, la UE podría apostar a la integración euroasiática sin perder identidad ni valores, pero aprovechando ventajas económicas. Esto sucedía hasta la pandemia, con Italia sumándose al proyecto chino de La Franja y la Ruta, la Alemania gobernada por Merkel dialogando mejor con Rusia o hasta con Gran Bretaña, pese al pedido en contrario que le hiciera Estados Unidos, adhiriendo al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, una institución con sede en Beijing pero multilateral. Ahora, quebrada esa posibilidad por la guerra y el giro de gobiernos europeos cada vez más corridos a la derecha, la UE sufre en términos económicos, sobre todo energéticos, y se benefician Estados Unidos y sus exportaciones del gas. Ni que hablar que el país norteamericano también gana (y su industria de armas) porque ni siquiera pone a sus soldados como carne de cañón, lo hacen ucranianos y rusos.

El historiador y profesor de la UBA Jorge Wozniak dijo a Acción que «hay que entender que no estamos en una guerra entre Rusia y Ucrania, sino entre Rusia y la OTAN en territorio ucraniano, y por lo tanto los miembros de esa organización (Estados Unidos y los europeos, pero también países aliados como Japón, Australia o Corea del Sur) están asesorando y entregando materiales a Ucrania, entrenando sus tropas, todo en una escala considerable». Y agregó que «es una guerra de desgaste, los frentes se mueven muy lentamente».

¿Eso beneficia a Rusia o a Ucrania? Para Wozniak, «que el desgaste beneficiaría a Rusia es lo que trazan como balance de este año algunos observadores. Tengo mis dudas. Eso significaría que el apoyo a Ucrania podría disminuir y ese país ya no tiene una industria militar, arrasada por los bombardeos rusos, y su nivel de bajas es muy superior a lo publicado por la prensa. Von der Leyen habló de 100.000 muertos ucranianos, otros cuadruplican esa cantidad». Respecto de si, en cambio, una guerra larga y de desgaste beneficiaría a Ucrania, «se basa en el hecho de que la suma de los PIB de los países de la OTAN es varias veces mayor al de Rusia, y a la larga se impondrían… El escenario –finalizó– es algo incierto porque mientras Putin podría ordenar una ofensiva como desenlace,

Ucrania tiene todavía, según se estima, entre un millón y un millón y medio de combatientes entrenando en la retaguardia, con la esperanza de torcer el rumbo de la guerra con alguna contraofensiva durante el curso de este año».

Este martes, Putin condenó a Estados Unidos y a la OTAN por querer «acabar» con Rusia, dijo que salía de los acuerdos nucleares y auguró la continuidad de la «operación especial» en Ucrania. Fue un día después de la visita de Biden a Kiev. De modo que no hay a corto plazo opciones de paz. 

Wozniak también se sorprendió del apoyo tan ciego de Europa a Estados Unidos. «La UE se abroqueló en torno a Estados Unidos aunque este gane y ella se perjudique». Y finalmente, otro factor a considerar, dijo, es el rol de China, que si bien es aliada de Rusia no ha intervenido (aunque en Munich el secretario Blinken acusó a Beijing en sentido contrario, lo que fue negado por China con un pensamiento elemental: el que está enviando armas al campo de batalla es claramente Estados Unidos y  no China) y puede lograr que con esta guerra Rusia quede más «subordinada a sus objetivos». Justamente, esta semana otro viaje importante fue el del canciller Wang Yi a Moscú (y podría viajar próximamente el presidente Xi Jinping) ratificando la alianza estratégica con Rusia pero sin entregar armas y ofreciendo un plan de paz, de las pocas voces (otra, el Vaticano, o países latinoamericanos) en ese sentido.

Finalmente, en este balance parcial de daños están los económicos. La inflación se disparó en  el mundo por falta de alimentos, fertilizantes y energías, de los que Rusia y Ucrania son proveedores. En Europa y Estados Unidos hubo precios con incrementos no registrados desde hace décadas. En Latinoamérica también agravó problemas ya existentes. A la vez, la inflación mundial disparó las tasas de interés, lo cual generó zozobra en todos los mercados, en especial para los países endeudados como Argentina.
Para los contendientes directos, desde ya los efectos fueron más graves y no solo por el alarmante número de muertos y heridos, de difícil estimación certera. La economía ucraniana cayó un récord absoluto de 30% el año pasado, y quedará endeudada muchos años por la asistencia militar con la que hacen negocios los fabricantes de armas, en tanto el PIB ruso cayó mucho menos, solo 2%.

Para Rusia en particular, hay que considerar la cantidad inédita de sanciones que recibió no solo su economía, sino también –rusofobia mediante bien trabajada por los medios dominantes de Occidente– en campos insólitos como la cultura, el deporte o las ciencias, lo cual no había pasado en esa escala con otros países invasores anteriormente.

Sin embargo, hasta ahora la economía rusa no sintió demasiado el impacto, el rublo está fuerte y más bien lo que provocó es una aceleración de los acuerdos intra-países asiáticos, no solo de Rusia, sino incluso entre China y aliados de Estados Unidos tradicionales como Arabia Saudita y Qatar, para garantizarse mutuamente acuerdos energéticos y monetarios, lo que a la larga podría lesionar la hegemonía del dólar como moneda de cambio.

Por Néstor Festivo * Acción 

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