Una “embajada” muy discreta

Actualidad - Internacional 09 de agosto de 2022
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En el distrito de Neihu, en la periferia de Taipei, el American Institute in Taiwan (AIT) es relativamente discreto. Nada de banderas ni de marines armados, ni de autos con patentes diplomáticas; sólo un escudo que representa el águila de Estados Unidos en la puerta de entrada recuerda a quien le pertenece el edificio. Inaugurado en 2018, el instituto se alejó del barrio de Xinyi, donde se encuentran generalmente las estructuras diplomáticas del mundo entero, “representaciones” de los Estados –y no embajadas– ya que la mayoría de las naciones no reconocen a Taiwán como país.

De un valor de 255 millones de dólares, la “embajada de facto”, como se la conoce, posee dimensiones colosales. Si se le suman las oficinas de Kaohsiung, segunda ciudad de la isla, la presencia estadounidense cuenta con cerca de 500 empleados (contra 1.300 en Pekín). Oficialmente, el AIT se define como una organización sin fines de lucro patrocinada por el gobierno de Estados Unidos. Extraoficialmente, constituye uno de sus edificios diplomáticos más preciados en Asia.
Según Luke Martin, encargado de Asuntos Culturales, el AIT está estructurado “como cualquier embajada: tiene sendos encargados –de asuntos políticos, económicos, culturales–, una oficina de prensa, departamentos encargados del comercio, de la agricultura, de la defensa”. William A. Stanton, director entre 2009 y 2012, no lo esconde: “El AIT siempre fue, en los hechos, una embajada. Globalmente, nuestro mandato es el de mejorar las relaciones entre Taiwán y Estados Unidos. […] La mayor diferencia reside en las denominaciones que se emplean. La ‘cancillería política’ se llama ‘asuntos generales’. Yo era oficialmente ‘director’, pero los taiwaneses me llamaban ‘Señor Embajador’”. No es nombrado por la Casa Blanca ni ratificado por el Senado como en el caso de los demás embajadores, pero asume las mismas funciones. “En lugar de recibir mi carta por parte del Presidente, la recibí por parte de Hillary Clinton [entonces secretaria de Estado]”, señala el ex diplomático. Sigue viviendo en Taiwán, donde ocupa el puesto de vicepresidente de la Universidad de Medicina Yang-Ming (Taipei).

Tras su reconocimiento de la República Popular China, en 1979, Washington mudó su embajada a Pekín y tomó una serie de medidas para evitar cualquier clase de presencia oficial en Taiwán. Antes de 2002, sigue explicando Stanton, los empleados estadounidenses debían renunciar a sus funciones diplomáticas antes de aceptar un puesto en Taipei. Lo mismo los militares. Ya no es así.

Defensa y seguridad

Las relaciones taiwano-estadounidenses toman un cariz cada vez más oficial, particularmente desde la presidencia de Donald Trump. Esta evolución alimentó las tensiones ya existentes entre las dos orillas del Estrecho de Formosa a partir de la elección, en 2016, de la presidenta Tsai Ing-wen. El 10 de enero de 2021, justo antes de la investidura de Joseph Biden, el secretario de Estado Michael Pompeo anunció incluso que “las reglas instauradas con el fin de apaciguar a Pekín deberían caducar”. Levantó todas las restricciones relativas a los contactos entre oficiales estadounidenses y taiwaneses.

Actualmente, tanto los demócratas como los republicanos apoyan una política “dura” hacia Pekín. Biden incluso invitó a la representante de Taiwán en Estados Unidos, Hsiao Bi-khim, a su ceremonia de investidura. ¡Una novedad! Siguieron una serie de visitas, en un nivel de responsabilidad jamás alcanzado desde 1979: el secretario de Salud Alex Azar, en marzo de 2020 (bajo la administración Trump), el embajador estadounidense en las islas Palaos, donde Washington planea crear una nueva base militar, el 1º de abril de 2021.

Para Hsiao Bi-khim, “la defensa y la seguridad constituyen el objetivo primordial [para Taiwán]. Luego sigue el rubro de las relaciones económicas y, en tercer lugar, nuestra participación internacional y nuestras otras alianzas políticas”, como reveló en una entrevista a la revista especializada en la actualidad de Asia-Pacífico The Diplomat, el 9 de febrero de 2021.

Taiwán y Estados Unidos no están vinculados por ningún tratado de defensa. Sin embargo, a través de la Taiwan Relations Act, firmada en 1979, Washington se comprometió a proveer los medios para defenderse a los 23,5 millones de habitantes de la isla. Washington dispone de un cuasi-monopolio sobre las ventas de armas (con la excepción de algunas entregas, particularmente provenientes de Francia). Los sucesivos directores del AIT de hecho miden su éxito según la cantidad de contratos firmados: “Durante mi mandato, vendimos cerca de 13.000 millones de dólares de armamento, un volumen de negocios ligeramente inferior al realizado bajo Trump”, señala Stanton.

El 9 de julio de 2019, el Congreso estadounidense aprobó la venta de 66 aviones de combate caza multirrol F-16V, 108 tanques M1A2T Abrams, 250 misiles de defensa aérea Stinger y otras armas. La administración Trump puso en marcha un sistema de evaluación de las necesidades (need-based review system) que permite responder con mayor rapidez a los pedidos de equipamiento militar de Taipei. En noviembre de 2020, “el Estado Mayor de la marina taiwanesa confirmó, por primera vez, la presencia de un cuerpo de marines estadounidenses activos –ya no marines retirados– estacionados en la base naval de Zuoying”  al sur de la isla, con el propósito de formar a los militares taiwaneses a lo largo de cuatro semanas.

No obstante, Washington se rehúsa a vender F-35 capaces de enfrentar a los aviones de caza chinos, ya que quiere permanecer como sólo y único guardián del equilibrio geoestratégico en la región. “El objetivo no es invertir la relación de fuerzas actual”, explica Yeh Yao-Yuan, jefe del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Saint Thomas, en Houston, para justificar la decisión estadounidense.

“Statu quo pacífico”

Si bien el gobierno de Tsai y la prensa internacional se felicitan por esas estrechas relaciones taiwano-estadounidenses, la oposición ve allí un peligro. El portavoz del Kuomintang, Ho Chih-Yung, estima que “lamentablemente, el gobierno dejó de mantener una política prudente entre Estados Unidos y China; eligió convertirse en un peón en el tablero geopolítico entre las dos grandes potencias”. Este partido, que durante mucho tiempo consideró la reunificación con China como el objetivo absoluto, está hoy ampliamente dividido. Una parte de sus miembros reivindica ya el “statu quo pacífico”: Washington como aliado en el plano estratégico, China como socio económico esencial. Del lado opuesto, el Partido Demócrata Progresista (DPP) en el poder ve a Estados Unidos como un aliado primordial para bloquear la presión china y encaminarse a la independencia, ampliamente apoyada por las jóvenes generaciones (Lepesant, pág. 26), a la vez que preconizan, a su vez, un “statu quo pacífico”. “Taiwán no tiene interés en tomar partido mientras negocia con dos grandes potencias cuyos intereses son antagónicos –precisa Ho Chih-Yung–. Porque nadie quiere ver estallar ningún conflicto.” Según Yeh Yao-Yuan, la relación actual es, por el contrario, equilibrada: “Taiwán necesita la asistencia de Estados Unidos con el fin de preservar su soberanía, Estados Unidos necesita a Taiwán para desarrollar sus intereses estratégicos y contener a China”.

Por otra parte, Tsai no desperdicia una oportunidad para mostrar la eficacia de este acercamiento. El 6 de junio de 2020, las tres letras “USA”, visibles desde lejos, aparecían en la fachada del Grand Hotel, monumento representativo de la capital, en agradecimiento por la donación de 750.000 vacunas. Catorce días más tarde, cuando Estados Unidos anunció el envío de 2,5 millones de vacunas, le tocó a la muy emblemática torre Taipei 101 exhibir: “Viva la amistad entre Estados Unidos y Taiwán”.

Hay que decir que ya no hay casi nubes en el horizonte desde que la Presidenta eliminó, en agosto de 2020, un punto de tensión constante: la prohibición de importar cerdos criados con ractopamina, sustancia destinada a dopar los músculos de los animales y prohibida en Europa, particularmente. Esta cuestión envenenó el acuerdo-marco sobre el comercio y las inversiones (en inglés, Trade and Investment Framework, TIFA) firmado en 1994 entre Washington y Taipei, muchas veces suspendido por causa de los productos cárnicos. El gobierno taiwanés espera que la reanudación de las conversaciones llevará a un amplio acuerdo de libre-comercio, que permita ponerle fin a la dependencia con China, que sigue siendo su primer socio comercial.

Ciertamente, Tsai no deja de afirmar que, a diferencia de Chen Shui-biann, su predecesor del DPP en la Presidencia (2000-2008), no se pronuncia por la independencia de la isla. Sin embargo, bajo la mesa, busca cada vez más garantías y oficialidad. “Reforzar la capacidad de disuasión de Taiwán es crucial para nuestra supervivencia a largo plazo”, sintetiza Hsiao Bi-khim.

En Washington, el lobby taiwanés, que está mucho menos mediatizado que el lobby israelí, no es por ello menos eficaz, particularmente en cuanto a alentar la venta de armas. “Algunos [think tanks] producen análisis hechos claramente para ganar peso en la política exterior de Estados Unidos […] pero no mencionan directamente que son financiados por la representación de Taiwán en Washington”, nos asegura Eli Clifton, investigador del Quincy Institute for Responsible Statecraft, favorable a la desmilitarización de la política exterior estadounidense. Así, el Project 2049 Institute forma parte de esas organizaciones que ejercen su influencia bajo la mesa. Financiado por Taipei y por la industria armamentista estadounidense, el organismo publica numerosos artículos abogando para que Washington defienda la participación de la isla en los organismos internacionales, refuerce la legitimidad del AIT y aliente la integración económica entre los aliados del Pacífico. Otras investigaciones agitan el espectro de una invasión china.

Y resaltan el discurso de Xi Jinping con motivo de los cien años del Partido Comunista Chino, el 1º de julio de 2021. Haciendo un llamado a “hacer progresar la reunificación pacífica de la patria” y a “derrotar decididamente toda tentativa que persiga la independencia de Taiwán” (6), éste lanzó esta amenaza apenas solapada: “Nadie debe subestimar la determinación, la voluntad y la competencia del pueblo chino para defender la soberanía nacional y la integridad del territorio”.
En cuanto al rol exacto del AIT, la dirección de esta verdadera-falsa embajada se negó a responder a nuestras preguntas, y la llegada de la nueva directora Sandra Oudkirk no cambió esta decisión. Mismo mutismo por el lado del Ministerio de Defensa taiwanés. Mientras que “hay necesariamente canales para conversar de militares a militares –señala Hugo Tierny, doctorando especializado en las cuestiones de Defensa en el Estrecho de Taiwán– esta parte de las relaciones se caracteriza por una gran discreción”. Lo menos que se puede decir.

Por Alice Hérait para El Diplo

 
 

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