Cuando la libertad se transforma en soledad moral

Actualidad04/12/2025
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Bien sabemos que el odio contra la ruindad
deforma el rostro
y la rabia contra la injusticia
enronquece la voz. ¡Ah!, nosotros,
que queríamos preparar el terreno para la bondad
no pudimos ser bondadosos.
Pero vosotros, cuando llegue el momento
en que el hombre sea bueno para el hombre,
acordaos de nosotros con comprensión.

Bertolt Brecht: A los que vendrán después.

 
Hablamos con las mismas palabras, pero decimos cosas muy diferentes con esas palabras. Existen concepciones de mundo distintas con iguales palabras, ellas habitan y resuenan en todos los espacios simbólicos pero su sentido no es unívoco. Hoy, la palabra “libertad” está en boca de algunos y algunas funcionarias que quieren hacer un uso restringido de ella, llevándola a la mínima expresión, empequeñeciendo su horizonte, despojándola de todo ámbito social e institucional. La libertad así entendida es un mero repliegue narcisista que cancela la posibilidad de comunidad; lejos de avanzar, retrocede cada vez más a ese insignificante campo visual que no alcanza para ver a los demás.

El filósofo y psicólogo Erich Fromm hacía referencia en su obra a la libertad como una lucha de los oprimidos por emanciparse de la dependencia que sufrían respecto de aquellos que gozaban de privilegios; emprendió entonces una crítica a la noción de progreso de la modernidad que definía un sujeto capaz de vencer las fuerzas de la naturaleza a través de la ciencia, y que había “…sacudido la dominación de la Iglesia y del Estado Absolutista». La cuestión ahora es descubrir de qué dominación debemos emanciparnos. Cuatro preguntas atraviesan su análisis sobre la libertad:

1-¿El deseo de libertad es inherente a la naturaleza humana? 2-¿La libertad es solamente ausencia de presión exterior o es también presencia de algo? 3-¿Junto al deseo innato de libertad no existe a la vez un anhelo instintivo de sumisión? 4-¿El sometimiento se da siempre en relación con una autoridad exterior o existe conforme a autoridades que se han internalizado? Al abordar entonces estas cuestiones centrales respecto de la cuestión de la libertad, advierte que las condiciones de posibilidad del sometimiento y la consecuente falta de libertad son “psicológicas”, porque el fascismo pudo desarrollarse fundamentalmente gracias a una fuerte acción psicológica sobre los sujetos. 

Afirma en su libro «El miedo a la libertad»: «La concepción de la naturaleza humana consistía, sobre todo, en un reflejo de los impulsos más importantes observables en el hombre moderno, análogos a los llamados instintos básicos que habían sido aceptados por psicólogos anteriores. Para Freud, el individuo perteneciente a su cultura representaba el hombre en general, aquellas pasiones y angustias que son características del hombre en la sociedad moderna eran consideradas como fuerzas eternas arraigadas en la constitución biológica humana. (…) El campo de las relaciones humanas es similar al mercado: es un intercambio de satisfacciones de necesidades biológicamente dadas, en el cual la relación con los otros individuos es un medio para un fin y nunca un fin en sí mismo.»  

El dilema de la libertad es que cuando más gana el individuo en márgenes de autonomía, la posibilidad cada vez más cercana a la soledad, y sobre todo a la “soledad moral”, que es la más grave, lo conduce a tener que decidir cuánto de su libertad está dispuesto a resignar para poder convivir con los demás individuos.  La ambigüedad de la libertad radica en este juego dialéctico entre libertad positiva y libertad negativa, entendiendo la segunda como autolimitación a favor de la posibilidad del encuentro con los otros. Fromm distingue “la libertad para…” de la “libertad de…”, la segunda es la liberación de un rasgo instintivo que nos ata a una necesidad determinada. 

Para ejemplificar esta cuestión, Fromm nos ofrece en el libro antes citado, el ejemplo del mito bíblico de la expulsión del hombre del paraíso: “El mito identifica el comienzo de la historia humana con un acto de elección, pero acentúa singularmente el carácter pecaminoso de ese primer acto libre y el sufrimiento que éste origina. Hombre y mujer viven en el jardín edénico en completa armonía entre sí y con la naturaleza. Hay paz y no existe necesidad de trabajar; tampoco la de elegir entre alternativas; no hay libertad, ni tampoco pensamiento. Le está prohibido al hombre comer del árbol del conocimiento del bien y del mal: pero obra contra la orden divina, rompe y supera el estado de armonía con la naturaleza de la que forma parte sin trascenderla.».  

La libertad es, en consecuencia, un acto de desobediencia; es el comienzo de la razón. El mito de la expulsión del paraíso resalta el sufrimiento de este acto de libertad, la angustia que produce tomar una decisión, correr un riesgo, perder la otra oportunidad: la de no haber elegido otra opción o la de equivocarnos al tomar la decisión. Cada vez que rompemos los lazos con aquello que nos ataba a una tradición nos encontramos solos y atemorizados; al decidir el sujeto ha perdido momentáneamente la identidad que fue construida al hilo de una vieja atadura. Lo mismo ocurrió con el paso de la sociedad feudal a la burguesa: el hombre rompe los lazos con una época y queda despojado de la manta de seguridad que lo cubría, debe construir una nueva subjetividad, una nueva identidad histórica. 

Concluye diciendo que: «Para superar el terror resultante de esa pérdida se ve obligado a la conformidad más estricta, a buscar su identidad en el reconocimiento y la incesante aprobación por parte de los demás. Puesto que él no sabe quién es, por lo menos los demás individuos lo sabrán, siempre que él obre de acuerdo con las expectativas de la gente; y si los demás lo saben, él también lo sabrá… tan sólo con que acepte el juicio de aquellos.»  

El problema de la libertad es considerado un problema dialéctico entre la negación y la afirmación, que son necesarias ante cada elección y decisión en nuestras vidas. La relación con nosotros mismos y la relación con los otros trazan límites difusos entre el “ser para mí” y el “ser para los otros”. Cuánto de lo que soy depende de mí y cuánto depende de la negación que me impone la cultura y la sociedad para dejar de ser lo que soy y pasar a ser otro. Somos sujetos históricos, la historia nos muestra ese movimiento dialéctico entre un momento que deja de ser y otro nuevo que aparece, el horizonte de la libertad es esa inquietante búsqueda por ser nosotros mismos en relación con otros en un mundo social, económico, político que debe dejar de ser para dar nacimiento a un “hombre nuevo”.  

En Fromm, este acontecimiento revolucionario está expresado en el acto de amar a los demás creciendo en identidades nuevas y en tiempos que tratan de dar cuenta del malestar de esta cultura. El momento presente no es el fin de la historia, sino el fin de un modo de ser históricamente delimitado entre los sueños de una época pasada y las aspiraciones de un nuevo tiempo, de un porvenir. Cuando las libertades se definen individualmente, si el paraíso es el Mercado que desplaza al Estado de derecho, si la única libertad posible es esa soledad del aislamiento y el consumo por el mero consumo, como fin último de toda acción, la libertad es el efecto de la soledad, esa soledad que queda cuando no hay comunidad, en todos los ámbitos, pero principalmente en el de la educación, de la transmisión, de la entrega de un patrimonio a los que vendrán después.

Por Angelina Uzín Olleros * Dra. Ciencias Sociales. Coordinadora Académica Maestría en Género y Derechos. UNGS/UADER. / La Tecl@ Eñe 

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