







Mi columna de esta semana en Invertia se titula «El día en que las plataformas dejaron de ser ‘inocentes’», y trata sobre el fin de una ficción legal que durante años ha permitido que gigantes como Google, Meta o TikTok generasen ingentes beneficios con publicidad engañosa, fraudulenta o directamente estafas de todo tipo, mientras se escudaban en la inocencia de «ser solo la plataforma».
El detonante es la normativa europea que comienza a responsabilizar legalmente a estas empresas por los fraudes publicados en sus espacios.
Como explico en mi columna, la supuesta analogía de las plataformas con una operadora telefónica nunca fue honesta. Una operadora no tiene constancia del contenido que transmite: estas plataformas, en cambio, saben quién anuncia, qué anuncia, cómo puja, cómo convierte, y sobre todo, cuando han querido, han tenido capacidad de detectar patrones que son señales claras de comportamientos delictivos o abusos. Por eso la permanencia deliberada de los anuncios fraudulentos no puede explicarse solo por un problema técnico o de escala: hay una decisión estratégica detrás. Simplemente, ganan dinero con ellos.
Un buen ejemplo lo ofrece el caso de los falsos cerrajeros anunciados en Google. Tanto en España como en otros países, miles de denuncias de consumidores apuntaban a cobros abusivos, trabajos innecesarios o estafas claras a través de anuncios en Google. La presión pública y mediática, reflejada en medios como El País, El Economista o Antena 3, obligó a que Google suspendiera la publicidad de los servicios de cerrajería en 2024.
Ese caso revela una verdad incómoda: el problema no era que Google no pudiera detectar los fraudes, sino que hasta ese momento no tenía el incentivo para eliminarlos; la publicidad seguía generando ingresos, mientras el daño recaía sobre los usuarios. Al principio de las operaciones de Google en España, la plataforma también se enriqueció gracias a los anuncios de los entonces llamados dialers, que redirigían las llamadas de los módems de los usuarios a números de tarificación especial.
Pero el fraude no se limita a cerrajeros. En plataformas sociales, los estafadores han explotado desde criptomonedas falsas hasta inversiones milagro, pasando por productos inexistentes o peligrosos. En el caso de TikTok, varias agencias de ciberseguridad han alertado de campañas masivas: clonaciones de apps, deepfakes de «influencers», promesas de retorno inmediato, phishing para robar claves de monederos, etc. El fenómeno está tan extendido que ha sido bautizado como «FraudOnTok«. Un análisis de Bitdefender y del organismo de consumidores estadounidense BBB (Better Business Bureau) ya advertía que este tipo de estafas por «inversiones milagrosas» o «money-flipping» se habían convertido en una de las amenazas más comunes en TikTok durante 2024. Más aún: los mecanismos de deepfake y suplantación, una de las peores armas de los defraudadores, han sido identificados como una tendencia al alza en redes sociales, incluyendo la utilización de rostros de todo tipo de figuras conocidas para legitimar estafas.
Pero si hablamos de escala, el caso de Meta, dueña de Facebook e Instagram, es completamente paradigmático: una investigación reciente reveló que la compañía permaneció durante años revirtiendo, al menos parcialmente, las alertas internas sobre publicidad fraudulenta cuando eso afectaba sus ingresos. Según esos documentos internos, Meta estimó que hasta un 10% de sus ingresos publicitarios en 2024 provenían de anuncios vinculados a estafas o productos prohibidos, y sus sistemas suspendían a los anunciantes implicados únicamente cuando la certeza de fraude superaba un umbral del 95%, es decir, auténticos fraudes de manual. Por debajo de ese umbral, simplemente encarecían la publicidad para disuadirlos, sin eliminarlos del todo. El resultado: miles de campañas fraudulentas activas cada día.
Este contexto pone en evidencia por qué la regulación europea no es una intromisión arbitraria, sino una corrección urgente de un desequilibrio histórico. No se exige que las plataformas prevengan absolutamente todo: se exige que respondan cuando hay evidencias claras de abuso, y evitar que puedan seguir usando la escala y la complejidad como escudos para lucrarse con estafas. Que dejen de comportarse como si no supieran lo que ocurre en sus sistemas. Que asuman responsabilidades cada vez que sus beneficios provienen de prácticas engañosas.
Porque a fin de cuentas, internet no puede ser un páramo libre de reglas. No lo fue cuando los gigantes eran pequeños, ni lo es ahora que concentran poder, datos, atención y dinero. Permitir que prosperen modelos de negocio que ganan con el fraude no es solo una vulneración de los derechos de los consumidores, sino una decisión política y ética. Y si la regulación, esa barrera que muchos tachaban de «antigua» en plena era digital, puede obligar a las plataformas a empezar a comportarse como empresas responsables y decentes en lugar de ser auténticas cuevas de ladrones, entonces bien vale una columna como esta. Una columna para llamar a las cosas por su nombre, sin eufemismos: que las plataformas nunca fueron inocentes, y que sus ganancias, en muchas ocasiones, han venido de la estafa y del engaño. Y ahora, por fin, pueden empezar a pagar por ello.
Nota: https://www.enriquedans.com/























