La conversación como nuevo campo de batalla digital

Actualidad13/11/2025
War-for-conversation-Dall·E

Mi columna de esta semana en Invertia se titula «La nueva guerra no es por los clics: es por nuestra atención más profunda» , y trata sobre cómo la economía de la atención está entrando en una fase distinta, impulsada por las interfaces conversacionales y la inteligencia artificial generativa, hasta el punto en que las compañías dedicadas a explotar miserablemente nuestra atención ya no compiten por los clics, sino por las conversaciones que nos retienen, y que les proporcionan una información mucho más jugosa.

Durante años, la funcionalidad de muchas plataformas digitales estuvo orientada a medir segundos de exposición, desplazamientos de pantalla y repeticiones de clics. Esa fue la lógica dominante de la atención fragmentada: capturar destellos de interés, producir micro-momentos y explotarlos como unidades de valor, para derivar de ellos supuesta información relevante y poder, basándose en unas supuestas «condiciones de uso» que según ellos nos habíamos leído, venderlos al mejor postor. Pero hoy estamos ante un cambio más profundo: la atención ya no es un fragmento, es un diálogo. Los asistentes inteligentes no quieren que entres, hagas clics y salgas. Quieren que hables, regreses, confíes hasta límites inimaginables, y formes parte de su sistema. Esa es la nueva dimensión de la atención: persistente, relacional e íntima.

Los trabajos más recientes en ciencias cognitivas y economía de la atención ocular ya lo advierten: la atención está siendo gestionada como recurso, moldeada por sistemas adaptativos que registran hábitos, predicen respuestas y crean bucles de retención cada vez más precisos. Los entornos digitales están construyendo patrones de hábito que dejan de ser individuales para convertirse en componentes de sistemas de inteligencia artificial que optimizan nuestra disponibilidad de atención. La propia economía de la atención está llegando a un punto donde la profusión de contenido generado por inteligencia artificial empieza a degradar el valor de esa atención: demasiadas máquinas hablando, pocas voces humanas resonando.

Las empresas tecnológicas ya entienden que la conversación prolongada favorece la retención y genera un tipo de relación más profunda que el feed infinito. No se trata solo de atraer tres minutos, sino de estar ahí hoy, mañana, la semana que viene, cuando surja una duda, una consulta o una rutina diaria. Ya hay usuarios que se dedican a mantener conversaciones habituales con su chatbot favorito en modo voz cuando caminan por la calle, cuando conducen en el atasco, cuando pasean al perro, como quien habla con un amigo (y de hecho, disfrazando su hábito como si fuera una supuesta conversación telefónica). Ese tipo de interactividad convierte a la máquina en interlocutor, y al interlocutor en usuario frecuente, y permite capturar no flashes de sus intereses, sino toda la historia de su vida y sus preocupaciones.

Ese nuevo modelo repite la estrategia de las redes sociales, solo que con un formato mucho más potente y personal: conversación, no distracción. Los agentes de inteligencia artificial conversacional potencialmente anticipan nuestras intenciones para monetizarlas antes de que siquiera las expresemos. Posiblemente, antes de que las conozcamos nosotros mismos.

El reto para Europa no es simplemente regular algoritmos o proteger datos: es preguntarse quién va a controlar la conversación, bajo qué reglas y con qué propósito. ¿Tiene sentido permitir que las empresas espíen hasta los más íntimos deseos, dudas y pensamientos de toda la población para poder venderles cosas? Cuando la inteligencia artificial conversa contigo, recuerda lo que dijiste, ajusta su tono y adapta su historia, deja de ser periferia y pasa a ser núcleo. Y si ese núcleo está dominado por unas pocas plataformas globales que condicionan el diálogo, nuestra diversidad tecnológica, cognitiva y cultural está en riesgo. Europa debe apostar por arquitecturas, modelos y ecosistemas que no dependan del eco de una única conversación global, sino del coro de muchas.

Esta batalla por la atención profunda que comento en mi columna no es un asunto menor: no es que consumamos más dispositivos o más aplicaciones, sino que deleguemos en ellas partes significativas de nuestra mente, de nuestras decisiones y de nuestras conversaciones a sistemas que aprenden, retienen y monetizan. La conversación con una máquina, y la frecuencia de esa conversación, se están convirtiendo en métricas estratégicas. Y por eso es tan necesario preguntarse qué tipo de conversación queremos. ¿Una conversación en la que el diseñador del sistema marca la agenda, o una en la que el usuario sigue siendo interlocutor y no sólo consumidor?

La atención prolongada ya no es sólo contenida por la interfaz, sino guiada por la lógica, las estructuras y los modelos de quienes controlan el sistema conversacional. Y mientras no lo veamos, estaremos replicando el viejo patrón de las plataformas que capturaban atención pasivamente, solo que esta vez con una voz detrás, otra forma de presencia continúa, otro nivel de dependencia. Si Europa quiere ser algo más que escenario de ese diálogo global, necesita diseñar una conversación diferente: transparente, tecnológica, plural, distribuida y soberana. Porque la conversación no es neutral, y quien la define, define la atención de quienes hablan.

Nota:https://www.enriquedans.com/

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email