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Actualidad04/11/2025
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Tengo una gran necesidad de bajar a ras de piso. Así decimos en los talleres cuando la escritura es narrativa y trabaja en la escena y en el tiempo real, donde suceden las cosas. Donde están los cuerpos, donde están los olores y los aromas, donde están los ruidos y los sonidos, el sabor y el hambre, pero no en palabras. En acción. Alojados en panzas, bocas, pechos, cartílagos, abrazos, hombros, lumbares. Carne y alma. Así como está todo, hay un punto en el que uno se harta, se pudre de palabras.

Bajar a ras del piso es abandonar las ideas abstractas, los conceptos clarificadores, las citas de autoridad. A ras del piso estamos todos en nuestras vidas cotidianas, agarrándonos el dedo con la puerta, escapando de la policía en una marcha, llevando a arreglar los zapatos, añorando un día del pasado, lidiando, amasando, chocando, haciendo equilibrio con todos los demás.

Los resultados de las elecciones pueden tener interpretaciones políticas, pero lo que hay que interpretar es esta época. No nos preguntamos por qué lo votaron sus beneficiarios, porque son tan pocos que hay que preguntarse por la impopularidad de lo popular. Es la obra cumbre del algoritmo. ¿Vos te creíste que valías más? ¿Quién te dijo que tenías derecho, rata? ¿Vos creías que naciste para disfrutar algo? Disfrutá que te dejamos respirar, rata. Eso nos dice desde hace años el algoritmo. Las ratas no votan. Se ausentan.

Por eso la necesidad de bajar a ras del piso, porque tengo la impresión de que hemos quedado divididos entre los que estamos aquí, ubicados en este tiempo y espacio, con nuestras grandezas y miserias, y los que en algún momento partieron a la realidad paralela donde todos somos pobres diablos que tenemos que agradecer si nos tiran una miga.

El antiperonismo, en cambio, votó una boleta con la cara de un narco. Y votaron a la flota del JP Morgan estacionada mientras se entregaba todo.

Con palabras mal usadas y mal escuchadas, con oídos deshechos, hemos normalizado la ruptura de todos los contratos que permitían la convivencia global.

Las elecciones argentinas transcurrieron en este mundo en el que ya no hay derecho internacional. Estados Unidos abona la narrativa falsa de narcos venezolanos matando pescadores caribeños. Israel ataca barcos que navegan en aguas internacionales. Se terminó la seguridad global, la mandó a matar un sicario. Las elecciones argentinas dieron ok a la entrada de este país a la violencia narco. Lo votaron los mismos que en gobiernos peronistas rompen las guindas con la inseguridad.

La necesidad de volver al ras de piso proviene de aferrarnos al único lugar donde el cuento del tío se deshace: cuando los estómagos rugen, cuando el niño amado no recibe atención médica, cuando la promesa no alcanza porque la muerte llega antes. Recién ahí muere la narrativa y aparece la fragilidad absoluta a la que las mayorías eligen exponerse ante predadores que no disimulan sus intenciones: te voy a reventar, me encanta, qué rebelde, te voto.

Miren el mundo en el que vivimos. Miren la cloaca en la que ha convertido el mundo esta mafia. Las filas de muertos de Alemao y Penha que vimos atravesando calles enteras de esos barrios cariocas fue un espectáculo electoral montado por el gobernador bolsonarista Castro.

Esos muertos ejecutados sin mínima certeza de quiénes eran fueron el proselitismo de la ultraderecha que ya no regala zapatillas, regala muertos pobres con los que se complace otra parte de la sociedad.

El daño psíquico de la realidad paralela con la que convivimos, en la que todo lo falso se toma como verdadero y donde se vota la libertad de los fuertes para aplastar a los débiles, es acompañada por débiles que fueron transportados a otro lado, al lado siniestro de la condición humana.

Esta necesidad que me lleva directamente a una vieja nota, que escribí en el 2003 y que no volví a leer, pero tengo totalmente fresco su llamado, y se parecía a éste, el de aferrarme a lo que está a ras del piso.

Salió el día que asumió Néstor, o el día anterior, pero el tema era ése.

Lo que escribí fueron los deseos que uno tenía cuando empezaba un gobierno, antes de que todo nuestro sistema de valores se desmoronara.

Veníamos de la gran crisis y nadie creía en nadie. Entonces mis augurios fueron a ras del piso, como ahora.

¿Qué país deseamos reponer para la reconstrucción ? Uno que conocimos y conocieron nuestros padres y nuestros abuelos. Ninguna utopía. Deseaba un país en el que todos los niños desayunaran en familia, café con leche y tostadas con manteca y miel.

Deseaba que a nadie le quedara obstruido el camino a la escuela, a la salita de urgencias, a los medicamentos, al pan fresco, a la torta de cumpleaños, al sábado en el club.

Porque cuando un pueblo es feliz esa felicidad se mide a ras del piso, que es donde se produce, donde se siente.

Hoy estamos tan lejos de la felicidad que no sé por dónde empezar. Leí un cartel en redes: “Yo creo que todos nos morimos de covid y esto es el infierno”.

No es algo ingenioso. Es una metáfora terrible que perturba.

Lo que necesitamos es revivir. 

Por Sandra Russo / P12

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