Capanna, Aprile y el «idiota» de Milei, no de Dostoievski

Actualidad19/10/2025
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La metáfora técnica», otro de los imperdibles abordajes a que nos tiene acostumbrados el profesor de filosofía, ensayista, periodista científico y pionero en la Argentina de los estudios de ciencia ficción, Pablo Capanna nos habla de la «idiotez humana». El artículo integra su libro Invenciones – El otro lado de la tecnología y pinta, en un introito que ya atrapa al lector por la riqueza de su enfoque cargado de ironía, un lejano encuentro, en uno de esos cónclaves que la curiosidad siempre lo llevó a frecuentar, con dos «esoteristas»: uno, químico; el otro, empresario, quienes le hablaron sobre «la evacuación», hecho «inminente» que se vendría a producir por el «colapso ambiental» –nosotros agregaríamos, por los estragos que Milei está causando en el país– y del que «los extraterrestres» vendrían a rescatar a lo que «quedase del género humano», incluidos «los enfermos terminales, pues su avanzada tecnología permitiría curarlos». Sin dejar de mencionar los «ensalmos» de Harry Potter y, más lejanas en el tiempo, las «grotescas máquinas» de la serie televisiva Los Picapiedras en los años sesenta, Capanna pasa a explicar… o a divertirse, en realidad, con la estupidez humana, adscripta no sólo a las «épocas espirituales posmodernas», sino a «todas las épocas», en las cuales, sin que siquiera quedasen a resguardo del dislate mentes insignes, «se recurrió a la metáfora técnica para corporizar nociones abstractas o experiencias inefables». Ese uso forzado de la «metáfora técnica» que con lucidez pone en evidencia Capanna nos lleva a extrapolarla, a los efectos de esta nota, como la «metáfora idiota», si Capanna nos permite violentarle el concepto y extenderlo al clown de moda en Occidente, que no es Zelenski, aunque méritos hizo, sino el citado Milei, un pelele de Trump, la marca de papel higiénico que usa Netanyahu, el pañuelo que le prestaron de apuro un día a Elon Musk para contener los mocos… de la risa. Sí, Javier Gerardo, como parece que se llama o lo llaman, porque también podría ser otra mentira su nombre, y eso con perdón de un amigo de la infancia que se llama Gerardo y otro que en aquella infancia se llamaba Javier, al que uno perdió el rastro. Los nombres no tienen la culpa de lo que les obligan a nombrar. Yendo a esas «experiencias inefables» y al plus de los «esoteristas», tan jugoso, tenemos de sobra para caer en lo acontecido hace unos meses con ese pastor que habrá pagado su tres por ciento para invitar al panelista a su «templo» del milagro en el Chaco, donde, en la caja fuerte, ¡Aleluia!, los pesos que atesoraba con la ayuda de Dios, el evangélico, se le transformaron en dólares. «¡Aleluia, Aleluia, Aleluia!», sonó la triple «A». Si bien el suceso no sería exactamente una «metáfora técnica», siguiendo el razonamiento de Capanna, sí tiene bastante de «metáfora idiota», aunque, de seguir el razonamiento del pastor, sería una «metáfora sobrenatural». Una caja fuerte, digamos, «bendecida», como diría un jugador de fútbol colombiano. La época es de revelaciones, sin duda, algo que refrendaría Ludovica Squirru, ¡una vidente de aquéllas!, quien acaba de afirmar que Milei «es un extraterrestre que viene de una constelación»… ¿la del Perro?… ¿Quirón no era un centauro?… «de una constelación a salvar la Tierra».  Y hablando de extraterrestres, no hace mucho, por caso, en una convención de la Fundación…¿Faro?, ¿Farsa?, ¿Fecal?, ¿Fantoche?, algo con «F», tipo «Feinmann» o «Fétido», reunió a cumbres del pensamiento no pensado… sí, suena a oxímoron, pero es lo que hay, como un periodista deportivo gritaría a voz en cuello: «cayó en ‘el propio’ área»…, y allí, en esa logia, uno de sus «farsantes» o «fantoches», de apellido Bollo, Boggiarano, Boyuno, porque sonaba a «ye» de «lluvia» en Argentina, destacó, ante un selecto auditorio de enfarolados empresarios y fecales tocayos, que «los parásitos mentales hacen creer a la gente que tiene derecho a cosas, como el derecho a una jubilación», y recalcó, entre aplausos, que «no debe dar vergüenza decir que se tiene una empresa para ganar dinero», como «tampoco debe dar vergüenza echar gente cuando conviene echar gente». En lo que sería ya no una «metáfora técnica» ni una «metáfora sobrenatural», sino lisa y llanamente una «metáfora publicitaria», o sea, la «metáfora idiota» por excelencia, se desplegó en la pared frontal a la platea una gran pantalla sobre la que se empezó a proyectar un extenso spot en el que se observaba a un selecto grupo de desarrolladores inmobiliarios que escucha atentamente la disertación de un expositor que, flanqueado por banderas de Estados Unidos e Israel, anuncia que, no bien se terminen de «desbrozar los terrenos» –es decir, de «bombardear toda la Franja», explicitó ante uno que levantó la mano (en el spot, se entiende)–, se habilitarán los pliegos para la construcción y concesión de una red de balnearios y barrios privados frente al Mediterráneo, lo que conformará el paradisíaco «Nordelta de Gaza» o «Miami de Medio Oriente», y chirriantes imágenes de colores se atropellaron en planos, bosquejos, prospectivas arquitectónicas en las que el humo negro de los últimos edificios bombardeados que se derrumbaban se transformaba en palmeras, bohíos de ensueño, un mar terriblemente azul y veleros en la lejanía. Por su apoyo explícito, el de Milei, a la «evaporación»… el spot hablaba de «vaho… a la evaporación de Palestina, un stand proclamaba lo que sería el Milei’s Carajo, exclusivamente reservado para emprendedores argentinos.

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Fragmento de la portada del libro ‘Nuevo elogio del imbécil’.
 

Cambiando de sustantivo, en apariencia, al menos, o sea, pasando de «idiotez» a «imbecilidad», damos con un no lejano reportaje, en el multimedio Perfil, al ensayista italiano Pino Aprile, autor de Elogio del imbécil y Nuevo elogio del imbécil, quien afirmó, sin mencionar a Milei, que «la herramienta del imbécil es la violencia, la fuerza», e insistió que es así «porque el imbécil no tiene argumentos para convencer a sus interlocutores y tiende a suprimirlos, oprimirlos, doblegarlos». En términos psicológicos, «la máscara de potencia del impotente» sería, de asociar uno libremente como el diccionario de la RAE asocia, por ejemplo, en su entrada «fatimí», que «fatimí remite a Fátima, la hija de Mahoma», o, en su entrada «lechuga», que este vegetal es una «hortaliza de hojas verdes y grandes que suele comerse en ensalada» , diferenciándola de otras especies de color verde como el Senecio vulgaris, más conocido por alguno de su retahíla de nombres, como hierba cana, lechocino, cachapete, cineraria, zuzón, hierba del gusano, yuyito incluso, lo que llevaría a llamarla, vulgarmente: Yuyito del gusano. De esa violencia agudamente definida, Aprile extrae una conclusión, la de que, «lamentablemente, tenemos ante nuestros ojos los efectos de un dominio creciente de la estupidez en nuestro planeta», y argumenta: «La estupidez sirve para conservar las jerarquías, que son el instrumento de las comunidades». Lo explaya: «Quien, por demasiada inteligencia o demasiada independencia, rompe el esquema de las jerarquías, es visto como un enemigo». Sin darnos pausa, suma: «La estupidez juega una función estructural en el mantenimiento del orden social», para filosofar: «El inteligente inventa el fósforo y el estúpido enciende el fuego. Entonces, ¿cuál es la función del inteligente?», se pregunta, para responderse: «Inventar, ampliar los límites de la comunidad, de la especie». Uno supone: ¿hablaría de Guevara, el tano?, anticipando un nuevo aniversario de su martirio que se cumpliría el 9 de octubre. Vaya a saber. Por lo pronto, se interrogaba: «¿Cuál es la función de los estúpidos, que son muchísimos, la gran mayoría?». Acá, uno se espanta: ¿hablaría del 56 por ciento del ballottage? Aprile esquiva puntualidades y prefiere el meollo del asunto: «Cuando los mejores van demasiado rápido, los estúpidos deben frenarlos, detenerlos». Enseguida, a uno le saltan a la consideración algunas fechas de procesos revolucionarios: octubre de 1917, octubre de 1949, enero de 1959, y cómo se los intentó frenar, socavar, bloquear, de manera sutil o, como en 1945, enfática, con dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, porque no pudieron tirarlas directamente sobre la URSS. La tercera sí, la tiraron sin más sobre todo el Japón, para destruir su cultura y llenársela de chicles, carteles publicitarios luminosos y películas que se miran masticando pochoclos. Aprile no se anda con vueltas: «Normalmente, el poder está siempre en manos de los estúpidos. ¿Por qué? Por dos razones. Primero, porque lo toman mediante la violencia; la violencia es precisamente el instrumento de los estúpidos. Lo toman mediante la democracia, es decir, una cabeza, un voto; los estúpidos son la gran mayoría y, por lo tanto, antes incluso de que se vote, no sabemos quién será elegido, pero la gran probabilidad es que sea un cretino». ¿De Conan habla? ¿O de Milton, Murray, Robert, Lucas? ¿No será de Jamoncito, el Pomerania? «Ladran, Sancho, señal que cabalgamos», dicen que nunca dijo Don Quijote, pero sí dijo Aprile: «Para estar junto a los demás, no puedes ser demasiado diferente, más inteligente, superior, eso te aísla, la única manera de existir junto a tus semejantes es siendo estúpido». Habla de las dos puntas del ejemplo: la de Guevara en Bolivia, la de la Argentina con Milei. Que no se tocan. Al contrario, uno ya lo hubiera fusilado.

Sin buscar que se nos tache de Lombroso o de admirarlo, ¿vieron la cara de Milei? Hay que tener estómago. Como ver la de Videla inducía a desaparecer de su mirada, por precaución, o la de Menem retrotraía a programas cómicos, sobre todo de chicas con las nalgas al aire. Es lo que no puntualizan, en sus imperdibles definiciones, Aprile ni Capanna, que la imbecilidad y la idiotez, como cualquier otra identificación, aun las positivas, se reflejan en el rostro. Ahora que están en boga las caripelas libertarias y día a día fatigan desde medios, portales, tevé, redes, plataformas, se convirtieron en la prueba lombrosiana flagrante. La del panelista en primer término, porque una cara pintada así, con esas muecas, en una cabeza elefantiásica no es de todos los días, aunque la de Espert llorando con jabón en los ojos rompió todos los ratings. «Melena y el Pelado» se titularía una obra del arte conceptual, hecha de una foto juntos, tipo la vitrina del tiburón en formol que se le ocurrió al inglés Damien Hirst, aunque lo del formol pegaría más con De la Rúa. Y si no una foto fija, un fílmico, con la foto apareciendo lentamente bajo el ácido, como ocurría en el revelado de la fotografía analógica: «anal-ógica», para que Milei entienda. Otra cosa que se les pasó por alto a Aprile y a Capanna es que Milei, si bien no ganó el Nobel de Panelista como María Corina Machado el de la Paz tras vencer a otro gran pacifista, Trump, sí es que fue propuesto por oyentes, en mensajes radiales, para el Guinness de los Mejor Peinados, pues su «revuelto a la Lemoine» hizo furor en la Europa fascista de estos días. Nosotros, desde esta humilde columna, lo propondríamos, empero, para el Guinness de Usuarios de la Palabra «Idiota», a fin de que, si no gana uno, quizá gane el otro, ya que el Libro de los Récords no juzga calidad de pensamiento, sino sólo cantidad, y no de pensamientos, sino de cualquier cosa. Es que uno escucha «idiota» y enseguida lo asocia al petimetre. Vayan ejemplos extraídos de sus propios discursos… ¿discursos?, bueno, peroratas: “¿Ustedes se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir? Va a llegar un momento que se va a morir de hambre, con lo cual, o sea, digamos, va a decidir de alguna manera para no morirse”. Va otro: «Idiota, el Estado no te cuida un carajo, sólo te roba». Un tercero: «El perfecto dinosaurio idiota (…) el fraude montado en Bolivia y el perfecto idiota (…)  Así son estos idiotas exaltadores (…) este gran dinosaurio idiota (…)». O éste, digno de los gemidos orgásmicos que experimentó cuando Sturzenegger le presentó sus calenturientas regulaciones en un montón de páginas, que lo llevaron a cambiar «idiotez» por «crueldad», volviéndolas sinónimos: «Mi tarea no es parecer bueno, es hacer el bien, aunque me digan cruel». La idiotez de su crueldad o la crueldad de su idiotez, y el orden de los factores no altera el producto, como diría Lombroso cuando explicaba, al desmenuzar la antigua fábula de origen desconocido, que las pinzas del escorpión eran las que hacían, de su cara, precisamente la cara de lo que era, y de lo cara que le iba a resultar a la rana, ésta de la Argentina, no prestar la debida atención a eso, ya que las leyes de la historia no pueden ir contra las leyes de la naturaleza. Su gran equivocación –no la de Lombroso, sino la de Milei– fue no darse cuenta de que, para ser cruel, incluso siendo idiota, primero hay que ser algo.

Pierre_Paul_pariseau-image13-print.png Ilustración: Pierre Paul Pariseau.
 

Para finalizar, vuelta al comienzo, que es lo que nos trajo a esta nota, y tiene nombre, incluso rango: el príncipe Lev Nikoláievich Myshkin, protagonista de El idiota, una de las novelas célebres de Dostoievski. Recluido en una casa de reposo en Suiza debido a una enfermedad en plena juventud y educado por un tutor, regresa a San Petersburgo, donde entra en contacto con su clase social y se relaciona con dos mujeres diferentes, una a la que ama y otra a la que cree amar y le promete casamiento, sin comprender que lo mueve sólo la compasión. Todo lo contrario de lo que mueve a Milei, que no es una mujer, sino el odio, sobre todo hacia las mujeres; lo de su hermana, en ese contexto, sería un tema a evaluar, habida cuenta de que, entre sus «hijos perros», no tiene perras, pero esto ya es competencia de psicólogos o de veterinarios. Myshkin no es inmaduro, pero su mentalidad parece la de un niño, pues su ingenuidad le hace creer en la bondad humana y no alberga malas intenciones, por lo cual, quienes no lo conocen en profundidad, confunden su candor con estupidez y lo consideran un «idiota», precisamente lo que Lev Nikoláievich no es, sino que son su inteligencia y buen corazón los que la orgullosa y deslumbrante Aglaya Ivánovna descubre en él y no la oscuridad que le depara su relación con la radiante e inestable Nastasya Filippovna. La novela El idiota termina como puede terminar una historia en el mundo atormentado del autor ruso, trágica y luminosa, no como terminan las vidas de estos otros idiotas, oscuras y esperpénticas. Con la letra «M» se puede escribir «Martínez de Hoz» u «Hoz y Martillo», como también se escriben «Menem» y «Mentiroso» o «Macri» y «Mugre» y se puede optar entre «Madre» o «Mierda», así como en una votación siempre se vota «Patria o Muerte». Lo que, en una nota sobre «idiotas», sería elegir entre Myshkin o Milei.

Por Adrián Desiderato * El escritor en su torre de marfil.

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