Sin mercado y sin política

Actualidad03/10/2025
280925trumpburgertemesg-2107474

Es difícil encontrar las reglas del libre mercado y la ausencia del Estado en el reciente anuncio de ayuda financiera de los Estados Unidos al gobierno de Javier Milei. Debería haber sucedido de manera natural, y casi sin sentirse, la llegada de los logros económicos producto de la aplicación de medidas asumidas como leyes generales de comportamiento general virtuoso, pero algo como destino lamentado, no ha logrado ser. Aunque sus seguidores intentan convertir esta llegada de dinero en el resultado de un logro de visión estratégica, la misma acción de Donald Trump obliga a la evidencia de un problema incómodo. Al final, Milei no logró casi nada de los mercados, sino que solo fue exitoso en llamar la atención del universo político conservador del mundo. Premios y conferencias son lo suyo, porque ahí el crecimiento, con o sin dinero, puede ser material teórico y ficcional, y se es permitido insistir con el tópico hasta que parezca cierto. En esos lugares no hacen falta procesos económicos, solo aplausos; justamente como hace con él Trump.

Que el salvataje sea político es el reconocimiento de un problema. Las acciones de desregulación sturzeneggerianas son expuestas al público como reglas generales que asegurarían un comportamiento virtuoso futuro, como si lo justamente virtuoso, o defectuoso, fuese únicamente la consecuencia de reglamentos que representarían el reconocimiento de leyes económicas y sociales indudables, y enfrentados a otros reglamentos, que de manera ignorante y equivocada, los desconocerían. Bajo esta construcción conceptual, las relaciones entre las personas, los aspectos asociativos, las instancias de interacción, no serían más que artefactos procedimentales que solo fungirían de modo correcto si es que son acomodadas bajo estas reglas generales ya indicadas por estas leyes únicas e indudables de la economía. Todo devenir de interacción que no confirme esta escena supuesta, sería de este modo solo un error. Pero lo que debería suceder, no ocurre, el mercado no ocurre, no despliega lo que las supuestas leyes indicarían, y dejan a Milei con un problema de compleja resolución. No habrá otra manera de intentar resolver esto, que con relaciones entre personas.

Milei no logró casi nada de los mercados, pero fue exitoso en los conservadores 

El movimiento obligado que se debe transitar desde la idea rectora de leyes sociales generales, que por fuerza superior harían que los procesos de interacción se organicen de manera automática, a otro en donde la comunicación social, como desafío, pasaría a quedar en el centro de la escena reflexiva, no es menor. Cuando se piensa en leyes de mercado, o incluso Marx en las leyes del devenir histórico, se imagina el “todo” a través de un mundo con altos niveles de determinación, ya que lo que estas exponen en su diseño, sería aquello que va a suceder como algo ineludible; cuando se piensa en comunicación, se llega con rapidez a un contexto de indeterminación bastante considerable, es decir, a lo contrario. Una ley es solo aquello que va a ocurrir; un diálogo es una instancia abierta con final incierto.

El primer año de Milei parece haber sido el de aquel que solo admite a las reglas de supuestas leyes como lo único necesario de reconocer, y dejando como resultado nula importancia a otros procesos necesarios de comunicación que todo desarrollo de gobierno requiere. Las relaciones con gobernadores, legisladores, periodistas, escritores, artistas, académicos, médicos y hasta discapacitados, pueden ser comprendidos como los exponentes, para el presidente, de los que ofrecen resistencia a la gravedad de las leyes obvias de la sociedad. Él es como un ambientalista de su mundo imaginario, como ese que sostiene que no se puede luchar contra las leyes de la naturaleza y que indica a sus enemigos como moralmente repudiables por estar generando un daño sobre el calentamiento de la economía y no haciendo nada para limitar el deshielo de las inversiones. Pensado del mundo de ese modo, todo ataque es justificado, tal como en el ambientalismo, ya que se trata de la construcción de un escenario de vida o muerte, y con un tiempo siempre por acabarse.

Su experiencia en el gobierno y sus problemas actuales permiten conceptualizar sobre la idea de poder. A pesar de que existe una amplísima literatura sobre este asunto, el poder, en términos políticos, suele ser abordado acompañado de ideas como hegemonía, dominación y legitimidad, descripciones ideológicas, y hasta incluso de poderes económicos concentrados. Estos esfuerzos prestan menos atención a una reflexión del poder alternativa, en la que puede ser comprendida como una instancia más en una relación de interacción que solo a través de la comunicación tendría opción de ser resuelta. El poder podría ser una ideología generalizada, o la creencia compartida en un régimen o liderazgo, ¿pero como puede comprender la sobrevivencia de esa descripción en el tiempo? ¿Siempre está igual? ¿Qué sucede cada vez que el poder debe ser aplicado? ¿Es lo mismo hoy que hace dos años? A través de estas preguntas se comprende que el tiempo, y el tiempo como una secuencias de presentes que imponen necesidades nuevas a cada instante, es “siempre y en todo lugar” un desafío para la política.

El caso Trump se expone como la expansión de la duda de un modo de operar

Para la sociología la pregunta por el poder puede ser muy concreta y específica. Cuando Niklas Luhmann se pregunta por el poder, en tanto una situación de comunicación, solo quiere comprender si en una relación de dos personas, entre los cuales existe una jerarquía, una orden comunicada por un superior, recibe como respuesta comunicada un “si”, es decir, una aceptación de esa orden. Tiene poder, de esta manera, quien sistemáticamente comunica órdenes y no recibe una comunicación de rechazo por cada una de ellas. Este recurso teórico tiene la ventaja de que su aplicación se desentiende de aspectos ideológicos, ya que ubica la carga completa en un logro comunicacional. A través de esto, la pregunta sociológica registra que los procesos sociales no se explican a través de leyes universales, sino de logros comunicativos que permiten, o no, secuencias de comunicación eficientes. Milei ha creído, todo este tiempo, que solo importaban las reglas de la economía austríaca, para enterarse que ahora sí, no tiene otra opción que hablar con gente.

El caso de Trump se expone como la expansión de la duda en la resolución de este modo de operar en soledad. Milei estaría logrando cierta calma en el mercado, pero no producto de haber reconvertido las relaciones comunicacionales para lograr evitar recibir secuencias interminables de rechazos de gobernadores, diputados, inversionistas y hasta votantes; sino que esto se acciona como un refuerzo de su huída del mundo de los presentes a través de la base de un salvataje exterior.

El poder ofrece incentivos para hacer caso cada vez que una orden es registrada como tal. Las personas comprenden los riesgos de decir “no”, ya que hacerlo haría aparecer la violencia explícita. El mejor poder, el más eficiente, es el que produce enormes cadenas de acción producto solo de su amenaza, y no de su uso efectivo. En Milei, todo su primer año, no se basó en amenazas, sino en el uso extensivo de diferentes fuerzas y violencias. No dejó siquiera que los demás analizaran los riegos de decir que no. La violencia debe ser el último recurso, no el primero. Si se utiliza al inicio, ya después no queda nada.

La pregunta por su futuro es comunicacional, y no parece por ahora ofrecer las mejores señales. Su giro hacia el exterior del país es un problema mayúsculo para las condiciones que él mismo ha establecido. Resuelve que lleguen dólares, pero poco puede hacer para convertir las cataratas de rechazos, en una comunicación más virtuosa.

Por Luis Costa * Sociologo. / Perfil

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email