


28 cadáveres escondidos, un asesino sádico, un aprendiz de 17 años y la pregunta que detuvo la masacre: “¿No vas a hacer nada?”
Historia19/08/2025




“No me importa quién lo sepa. ¡Tengo que sacarlo todo de mi pecho!”, gritó Elmer Wayne Henley Jr (17) cuando la policía lo detuvo la noche del miércoles 8 de agosto de 1973 después de haberle disparado a su amigo Dean Corll (34). Lo que tenía que decir era tanto, tantísimo, que Investigation Discovery estrenó un documental que recopila los hechos de este verdadero aprendiz de asesino serial. Un documental donde también hablará por primera vez.


Henley Jr nació el 9 de mayo de 1956 en Houston, Texas, y fue el mayor de los cuatro hijos de Elmer Wayne Sr. Henley y Mary Weed. La familia padecía a ese padre alcohólico y violento. Mary intentó que sus hijos tuvieran una buena educación, pero en 1970 decidió divorciarse y quedó sola con los cuatro menores. Henley Jr tenía 14 años y, hasta ese instante, había sido un excelente estudiante. Era sumamente inteligente: poseía un coeficiente intelectual de 126. Para ayudar a su familia a salir adelante económicamente comenzó a trabajar medio turno. Un año más tarde abandonó por completo el secundario. Su rumbo en la vida no demoró en torcerse.
Se hizo muy amigo de un adolescente un año mayor llamado David Brooks. A su vez, Brooks pasaba mucho tiempo con un hombre mucho más grande que ellos: Dean Corll, de 32 años. Este sujeto era técnico en electricidad y había sido soldado donde se había preparado como radiotelegrafista con una foja impecable, pero debió solicitar la baja para hacerse cargo de la empresa en crisis de su familia: una fábrica de caramelos en el barrio Houston Heights. El mismo donde vivían Brooks y Henley Jr. Esa fábrica se llamaba Corll Candy Company y Dean Corll logró levantarla en poco tiempo. Entre sus estrategias de marketing estaba ir a repartir caramelos gratis a las salidas de las escuelas. Así fue que todos los conocían como Candyman (en español El señor de los caramelos). Henley Jr admiraba profundamente a Corll. Desde el principio se dio cuenta de que la relación de su amigo con ese hombre iba más allá de la amistad: entre ellos había una relación sexual, eran amantes. A Henley Jr no le importó. Los tres comenzaron a pasar mucho tiempo juntos. Corll era hábil y manipulaba a los adolescentes a su gusto. Un día le confesó a Henley jr que en realidad ya no trabajaba en electricidad, sino que se dedicaba a organizar atracos. Tampoco se alarmó. David Brooks ya “trabajaba” para él y Henley Jr se sumó. Eran parte de la banda. Un trío peligroso bajo el comando de Corll. Intrusaban casas, robaban lo que hallaban a su paso y luego Corll les repartía algo del dinero obtenido.
Cuando se dio cuenta que ya se había ganado la confianza de Henley Jr, Dean Corll dio un paso más: le preguntó si era lo suficientemente valiente para matar si hiciese falta hacerlo. Henley Jr no dudó, respondió que sí. Lo haría.
Lo que nadie notaba
Hacia fines de 1971 Henley Jr ya se había dado cuenta de que muchos de sus amigos y conocidos del barrio de pronto se iban y no se los volvía a ver por las calles. Solamente desde diciembre de 1970 había unos ocho jóvenes, de entre 13 y 17 años, que se habían evaporado de la zona de Houston Heights. Dos de ellos eran sumamente amigos de Henley Jr: David Hilligiest y Gregory Malley Winkle. Se les había perdido el rastro el 29 de mayo de 1971 cuando iban andando hacia la pileta local del barrio para nadar. Sin rastro muchos pensaron que quizá se habían ido buscando un mejor destino. Las familias denunciaban, la policía suponía que los adolescentes eran problemáticos y la preocupación se terminaba diluyendo poco a poco.
Fue por ese tiempo que Corll le confesó otra “verdad” a Henley Jr: en realidad trabajaba para una organización con sede en Dallas que reclutaba a chicos jóvenes para convertirlos en esclavos sexuales de otros hombres. Una organización pesada y peligrosa que también manejaba el negocio de las drogas. Le ofreció a Henley Jr el mismo dinero que ya le pagaba a Brooks por cualquier chico que pudiera llevarle: 200 dólares por víctima.
Henley Jr no dijo nada. Ahora ya sabía qué podía estar pasando con esos chicos que no volvían al barrio. Por unos meses ignoró esa proposición para ganar dinero, pero siguió frecuentando a sus amigos. La moral no era lo suyo. Fue en febrero de 1972 que la necesidad económica lo llevó a decirle a Corll que trabajaría para él. Tenía que buscar un menor. Salieron con Brooks en el GTX de Corll para encontrar a alguien al azar. En la esquina de la calle 11 y Studewood, vieron a un joven desconocido. Le hablaron y le prometieron que lo llevarían a un sitio para fumar marihuana. Lo convencieron para que subiera y lo condujeron hasta la casa del jefe de la banda.
El plan era que en el departamento de Corll, Henley Jr se iba a dejar esposar primero como un juego. Luego le propondrían lo mismo a ese joven. Todo salió como querían. Una vez que ese chico estuvo atado y con cinta adhesiva tapando su boca Henley Jr se dispuso a irse con el dinero en su bolsillo. Antes de cerrar la puerta llegó a ver como Corll lo golpeaba. No era una sorpresa, ya sabía que ese chico sería vendido para esclavo sexual. No le importó, ya tenía su dinero.
Al día siguiente se enteró de la realidad: ese chico no había sido vendido, Corll lo había violado y asesinado.
Esa primera víctima aportada por Henley Jr no se sabe bien quién fue.
Escalera al infierno
La cosa siguió escalando. Corll siempre quería más. El 24 de marzo de 1972 el trío conformado por Corll, Brooks y Henley Jr convencieron a un conocido, Frank Aguirre, para que fuera a fumar marihuana con ellos. En la casa de Corll otra vez recurrieron a la artimaña de las esposas. Corll lo ató y lo llevó a su dormitorio donde lo torturó, violó y estranguló. Luego les pidió ayuda a sus jóvenes cómplices para enterrar el cuerpo en una playa.
Henley quedó conmocionado en esa oportunidad y habría intentado hablar con Corll para que no volviera a hacerlo. Pero el “jefe” le advirtió que lo mismo le había pasado a otros y que debía cuidarse. Amenazas veladas para evitar el arrepentimiento del nuevo cómplice. Corll alardeó con algo más: con Brooks habían asesinado a aquellos compañeros y amigos de Henley Jr cuando iban a nadar: David Hilligiest y Gregory Malley Winkle.
Ahora no solo intuía, sabía claramente lo qué les había pasado. A pesar de las escalofriantes confesiones del dúo, Henley siguió subiendo por esa escalera de delitos que le proponían. ¿Por miedo? ¿Por dinero? ¿Por gusto? ¿Estaba acorralado?
Un mes después convencieron a Mark Scott (17) para que fuera a una fiesta en casa de Dean Corll. Todo sucedió de la misma manera: violación, torturas y muerte para luego enterrar el cuerpo en la arena de una playa lejana. En mayo siguieron Billy Baulch y Johnny Ray DeLome. Ambos fueron engañados con una supuesta fiesta y luego forzados a escribir cartas de despedida a sus respectivas familias antes de ser torturados y masacrados.
La playa de High Island se llenaba de cadáveres que nadie sospechaba.
En junio de 1972 Corll se mudó a las Torres Wescott. No pasó ni un mes en ese lugar que avanzó con otro crimen: un joven llamado Steven Sickman (17).
El 3 de octubre Henley Jr volvió a colaborar con Corll y lo ayudó a secuestrar a dos chicos que conocía de su barrio: Wally Simoneaux y Richard Hembree.
Henley Jr, según la versión de Brooks, entró a la habitación donde estaban los jóvenes atados con un arma calibre 22 en las manos y esta se le disparó accidentalmente. La bala le dio a Hembree en la mandíbula. Corll dirigió lo que siguió después de darse el gusto: fueron ultimados ese mismo día y enterrados en el cobertizo de Corll.
Playa espanto
En noviembre fue el turno de un joven que se dirigía a una cabina telefónica para llamar a su novia. Con ardides los atrajeron a la casa de Corll y terminó como el resto de los jóvenes, en la playa convertida en cementerio.
Ese mismo año Henley fue arrestado por robo. No pasó nada. Nadie lo asoció a algo más serio, aunque para finales de 1972 el joven ya tenía a sus espaldas al menos nueve secuestros de adolescentes de los que no se había sabido nada más.
Arrancó el nuevo año. El 1 de febrero de 1973 Corll, sin la asistencia de Henley Jr, quien se había mudado a Mount Pleasant por un tiempo, secuestró y asesinó a Joseph Lyles (17). David Brooks se había borrado un poco de su vista porque había comenzado a salir con una chica de 15 años llamada Bridget Clarke.
En abril de 1973 Henley Jr intentó entrar a la Marina de los Estados Unidos. No tuvo suerte: su falta de formación por haber dejado la escuela se lo impidió y su solicitud fue rechazada el 28 de junio. Por otro lado, Henley Jr experimentaba algún temor: sabía que a Corll le gustaban mucho sus hermanos menores y eso suponía un peligro para su familia. Necesitaba dinero, le temía y ya había estado involucrado así que eligió seguir colaborando con los crímenes.
En un solo mes de 1972 hubo siete chicos, entre 15 y 20 años, raptados y asesinados. Henley Jr participó en, al menos, cinco de esos casos.
El 4 de junio de 1973, otro amigo de Henley Jr, Billy Lawrence (15), fue secuestrado y sometido a torturas y abusos durante tres días en una nueva casa de Corll en Pasadena. Si bien a Corll ese joven le gustaba mucho terminó por ahorcarlo con una ligadura y Henley Jr y Brooks se encargaron de enterrarlo en el Lago Sam Rayburn. Quince días después, Raymond Blackburn (20, casado), mientras hacía dedo hacia Baton Rouge para conocer a su hijo recién nacido cayó en manos de Corll. Tuvo el mismo destino: fue estrangulado hasta morir por su violador. Corll, con la ayuda de sus jóvenes aliados, lo enterró en el lago.
Hubo muchos casos más. El 15 de junio de 1973 Homero Garcia (15) llamó a su madre y le dijo que dormiría en la casa de un amigo, pero se negó a decirle el nombre. Terminó con un tiro en la cabeza y otro en el pecho. Fue abandonado hasta morir en la bañadera de Corll para ser más tarde sepultado por el trío en el mismo sitio que los anteriores. Cinco días después, el marine John Manning Sellars también cayó por disparos luego de la sesión de Corll.
Matar era una cita cotidiana para la banda del mal.
El 13 de julio Brooks se casó con su novia embarazada y se mudó a un departamento con ella. Se alejó por un tiempo del grupo, aunque no del todo. Henley Jr quedó como única ayuda para Corll. Michael Baulch (15) era el hermano más chico del también asesinado un año antes Billy Baulch: tuvo el mismo destino después que fuera interceptado el 19 de julio de 1973 cuando iba a cortarse el pelo. No había piedad para ninguna familia.
La tarde del 25 de julio, Henley Jr engañó a otros dos amigos suyos: Charles Cobble y Marty Jones a quienes llevó con excusas al apartamento de Corll. Dos días después Jones fue ahorcado con una cuerda de cortinas venecianas. Cobble presenció el asesinato de su mejor amigo y tuvo un paro cardíaco. Henley Jr intentó resucitarlo, pero Corll lo detuvo y le disparó. No estaba en su mente salvar a nadie. Sus cuerpos fueron al cobertizo. La sed de Corll por asesinar, violar y torturar se volvía más acuciante.
El 3 de agosto, Brooks y Corll, sin Henley Jr, secuestraron a James Dreymala (13) quien andaba en bicicleta cerca de la casa de los padres de Corll. Stanton había salido a pedalear para buscar botellas que luego cambiaría por dinero: su objetivo era poder invitar a su novia al cine el próximo domingo para ver la última película de la saga de James Bond: Vivir y dejar morir. El camino de Stanton se cruzó con el de Dean Corll en un local: ese simpático hombre le aseguró que en su garaje de barcos tenía montones de botellas para donarle. No hace falta describir lo que pasó cuando estuvieron solos. El perverso planeta seguía girando de manera infernal.
Un quiebre oportuno
El 7 de agosto de 1973, Henley Jr y Brooks atrajeron a Timothy Kerley (19) a la casa de la muerte con la promesa de una fiesta loca. Pero esta vez ocurrió algo distinto: en el camino Henley Jr se encontró por casualidad en la calle con su amiga Rhonda Williams (15). Estaba llorando porque su padre la había azotado. Hendley no tuvo mejor idea que ofrecerle refugio y la llevó con ellos.
Corll al verla entró en estado de locura, pero lo disimuló. Que hubiera una chica en su casa, le dijo a Henley Jr, lo “arruinaba todo”, pero mantuvo la calma y los llenó de alcohol y drogas. Aspiraron de unos papeles y bebieron hasta desmayarse. Corll esperó con paciencia y cuando estuvieron totalmente inconscientes, a las 5.30 de la mañana del 8 de agosto, los ató y les cubrió las bocas con cinta adhesiva.
Timothy Kerley despertó esposado y desnudo. Cuando Henley Jr comenzó a despabilarse y observó que Corll ya los tenía reducidos. Su líder lo arrastró con rabia por el piso hasta la cocina donde apuntando a su estómago con un arma calibre .22 lo amenazó por haber traído a una mujer a la casa. Le sacó la cinta de la boca mientras le decía: “Hombre, te voy a matar pero ¡antes me voy a divertir!”. A cambio de seguir con vida Henley Jr le prometió que participaría de las torturas y de los asesinatos de Timothy y de Rhonda. Corll aceptó el trato y desató a Henley Jr.
En el living Henley Jr vio como Corll pateaba en el pecho a Rhonda, que estaba tirada en el piso, al tiempo que le gritaba: “¡Puta, despertate!”. Luego como enceguecido procedió a llevarlos a su dormitorio para amarrarlos a su cama de torturas. A Timothy Kerley lo puso boca abajo; a Rhonda Williams boca arriba. Entre ambos colocó una vieja radio a máximo volumen. No quería que nadie escuchara nada de lo que iba a ocurrir a partir de ese instante. Corll le entregó a Henley un cuchillo de caza y le dijo que cortara la ropa de Rhonda. Él violaría y mataría a Timothy mientras él haría lo mismo con Rhonda Williams. Corll se desnudó, se colocó sobre Kerley y comenzó a manosearlo. Para eso dejó su arma apoyada sobre una cómoda. Empezó con su sesión perversa. Henley Jr, por su lado, comenzó a cortar la ropa de Rhonda. Ella mantenía la fe en su amistad con él, era lo que había aprendido que había que hacer para sobrevivir. En un momento le preguntó a su amigo Henley Jr: “¿Esto está pasando de verdad?”. Él le respondió que sí. Con calma y sin bajar la mirada ella insistió: “¿Y no pensás hacer algo al respecto?”. Su actitud serena disparó la conciencia anestesiada de Henley Jr quien de pronto tomó la pistola que había dejado apoyada Corll y le ordenó que se detuviera, que dejara de hacer lo que estaba haciendo. Le gritó: “¡Has ido demasiado lejos, Dean! (...) No te puedo dejar que sigas asesinando a todos mis amigos”. Corll no se dejaba intimidar por nadie y abandonó su posición para caminar desnudo hacia Henley Jr: “¡Matame, Wayne! ¡Mátame! ¡No lo harás!”.
Elmer Wayne Henley Jr disparó.
La bala no penetró el cráneo de Corll quien siguió trastabillando incrédulo hacia él. Henley Jr sin dudar apretó el gatillo dos veces más. Ahora sí, Corll se tambaleó y buscó salir de la habitación. Henley lo siguió y le metió en el cuerpo tres balas más.
Lo quería muerto, bien muerto.
Dean Corll había dejado de respirar. Henley Jr había pasado de asesino a salvador. Liberó a Kerley y a Rhonda Williams de sus ataduras y llamó a la policía para que fuera hasta la calle Lamar 2020, en Pasadena, Texas.
Eran las 8.24 cuando a la operadora del 911, Velma Lines, le anunció lo que acababa de hacer.
Henley Jr no daba más. El peso de lo que había presenciado y acompañado con extrema crueldad, con solo 17, años era demasiado. Había asesinado al asesino. Había liquidado al monstruo que lo había convertido en monstruo.
La voz de un asesino
Esa misma tarde Henley Jr. confesó a la policía que, durante casi tres años, él y David Brooks habían ayudado a conseguir menores para Dean Corll. Habían engañado a amigos y conocidos suyos para convertirlos en víctimas. Informó a la policía que los cuerpos habían sido enterrados en tres sitios: un cobertizo para barcos que Corll tenía en el suroeste de Houston; a orillas del Lago Sam Rayburn y en la playa de High Island. Se puso a disposición de la policía para ayudar a recuperar los restos.
Cuando allanaron el bungalow de Dean Corll hallaron una gran sábana plástica que cubría el piso de la habitación, una cama de madera con agujeros para esposas, una caja de herramientas para juegos sexuales con varios pares de esposas, tablas contra las paredes de las que colgaban sogas. El horror estaba a la vista. Los asesinatos que pudieron ser contabilizados fueron 28. Durante la primera semana encontraron 27 cadáveres, casi todos habían muerto por estrangulamiento o disparos: 17 estaban en el cobertizo para barcos; 4 en el Lago Sam Rayburn y 6 cuerpos había en la playa. Uno más fue hallado después en otra playa.
La primera semana de octubre de 1973 imputaron a Henley Jr y a Brooks. La fianza para Henley Jr para esperar el juicio en libertad fue establecida en 100 mil dólares.
Henley Jr fue a juicio en San Antonio, Texas, en julio de 1974 acusado de los asesinatos de seis adolescentes​. No fue imputado por la muerte de Dean Corll porque se consideró que había sido en defensa propia.
La fiscalía presentó, además de los testimonios de 25 testigos que implicaban a Henley Jr en los hechos, la confesión que él mismo había hecho donde admitía haber colaborado con el secuestro y el asesinato de varios jóvenes.
El jurado escuchó a Rhonda Williams y a Timothy Kerley, quienes contaron lo sucedido con ellos. La familia de Rhonda, sobre todo su padre, no le creyeron el papel de víctima: pensaban que ella había sido parte de la banda que mataba, violaba y torturaba.
También estuvo el testimonio de Billy Ridinger, quién había sido secuestrado por Corll, Henley y Brooks en 1972, pero salvó su vida. Testificó haber sido torturado y abusado por el trío. Sostuvo que Henley Jr había ayudado y contó algo aterrador: “Él me miró como si no me reconociera. Como si yo fuera algo que le sobraba”.
Varias madres de los chicos asesinados contaron que la policía, cuando fueron a denunciar las desapariciones, no les creían. Tampoco prestaban atención cuando contaban que sus hijos eran amigos de Henley Jr, Brooks o Corll.
El psiquiatra R.J Selig explicó que el acusado Henley Jr presentaba signos de trastornos propios de una personalidad dependiente y que había estado bajo el control mental de Corll: “Fue un chico manipulable, vulnerable y entrenado por un psicópata”.
La evidencia física era abundante: estaba la caja de madera utilizada para transportar los cuerpos de las víctimas, la mesa de tortura, las herramientas utilizadas. Dentro de la caja de madera se habían encontrado cabellos humanos de Charles Cobble.
Mary Weed, madre del asesino; la búsqueda de los cuerpos con Henley Jr quien responde las preguntas del Sheriff
El fiscal le preguntó a Henley si se consideraba un asesino. Él respondió sin recoger el guante: “No me consideraba un asesino. Me consideraba alguien atrapado en algo tan oscuro que ni yo sabía cómo salir”.
El 16 de julio de 1974, después de deliberar por una hora, el jurado encontró a Henley Jr culpable. Fue sentenciado a seis cadenas perpetuas consecutivas.
Cuatro años más tarde Henley Jr apeló esta condena. Sus abogados sostuvieron fallas en el procedimiento legal y obtuvieron para él un segundo juicio. Fue un gasto inútil para el estado: en 1979 fue nuevamente hallado culpable y recibió la misma sentencia.
Henley Jr se salvó de que pidieran para él la pena de muerte por su colaboración con las autoridades, por haber detallado los crímenes, por su ayuda a encontrar los cadáveres y por haber sido considerado “cómplice” mientras que a Dean Corll se lo señaló como el verdadero autor intelectual y principal perpetrador de todos los hechos.
Por su parte, David Brooks fue llevado a juicio en 1975 por el asesinato de Billy Ray Lawrence (15) y por su complicidad en otros crímenes. Recibió una cadena perpetua.
Henley Jr solicitó por primera vez la libertad condicional en julio de 1980, pero se la negaron por tres motivos: la gravedad de los crímenes, la falta de rehabilitación hasta ese momento y la fuerte oposición de las familias de las víctimas.
La casa del horror en Pasadena fue demolida.
Paisajes serenos de un asesino múltiple
Hasta el día de hoy se cree que las víctimas mortales en este caso podrían ser más que las 28 contabilizadas. Algunos restos fueron identificados en 2010 gracias a estudios de ADN y, entre 2021 y 2023 pudieron reconocer tres más. Hasta el día de hoy las que tienen nombre y apellido son: Jeffrey Konen (18); Danny Yates (14); James Glass (14); los hermanos Donald Waldrop (15) y Jerry Lynn Waldrop (13) que desaparecieron el mismo día cuando iban juntos al cine; Randall Harvey (15); David Hillegeist (13) y Gregory Malley Winkle (16) los amigos que también se evaporaron juntos cuando iban a la pileta; Reuben Watson Haney (17); Frank Aguirre (18); Mark Scott (17) quien fue identificado como víctima aunque su cuerpo no fue hallado; Johnny DeLome (16); los hermanos Billy Jr Baulch (17) y Michael Baulch (15) en dos años distintos; Steven Sickman (17); Roy Eugene Bunton (19); Wally Jay Simoneaux (14); Richard Hembree (13); William Karmon Branch Jr (18); Billy Ray Lawrence (15); Joseph Lyles (17); Billy Ray Lawrence (15); Raymond Stanley Blackburn (20); Homer Luis García (15); Charles Cobble (17); Marty Jones (18); John Manning Sellars (17) y Stanton Dreymala (13).
Rhonda Williams, después de su declaración en el juicio, se llamó al silencio hasta el año 2013 donde volvió a hablar con los medios. Reveló que toda su vida, incluso antes de ese ataque, había sido un desastre. Los servicios sociales la habían sacado de bebé de la casa de su padre por el maltrato físico. Viviendo en hogares de tránsito, a la edad de 4 años, fue abusada. Contó con crudeza a la prensa lo que había aprendido de ese sufrimiento infantil: “Algo que yo nunca hacía era gritar porque sabía que solo me traería más problemas”. Rhonda era muy amiga de Henley Jr. La noche de agosto de 1973 en la que terminó en la casa de Corll había escapado de su casa con la ayuda de Henley Jr. Confiaba plenamente en ese joven y no tenía idea de que su amigo era parte de la banda de asesinos seriales. Henley Jr la subió al auto con otro chico llamado Timothy Kerley y se dirigieron hasta la casa de Corll en Pasadena. Corll no quería chicas en su casa, pero se encontró con que Rhonda ya estaba allí. Fue una noche de desbordes y Rhonda despertó de madrugada ya atada: “Corll me pateaba y gritaba que me despertara”. Cuando los hizo atar a su cama de torturas todavía no estaba demasiado preocupada: “No podía pensar que Henley Jr pudiera hacerme algo malo. Confiaba en él”. Pero lo que Henley Jr le confesó sí que la asustó de inmediato: “Me dijo que no sabía si iba a poder salvarme… Y que se iba a acostar conmigo y que me iba a apuntar a la cabeza mientras estuviéramos hablando y me iba a disparar (...) De pronto Dean entró al cuarto y se enfocó en Timothy. Dejó el arma sobre la cómoda”. Rhonda no quería ser la próxima víctima de ese sujeto y, entonces, mirando a los ojos a su amigo Henley Jr, le dijo aquello que cambiaría en un segundo su destino mortal: “¿No pensás hacer nada?”. Explica mejor: “El hecho de que yo no estuviese histérica y que mantuviera la mirada de Henley Jr me hizo poder salir de allí (...) Se paró a mis pies y le dijo a Dean que no podía seguir así, que no podía dejar que siguiera matando a sus amigos, que debía parar. Dean levantó la mirada sorprendido. Se irguió como diciendo vos no me harás nada a mí. Henley Jr levantó el arma y disparó”.
Rhonda lo vio caer luego de varios balazos y escuchó que Henley Jr llamaba a la policía. Increíblemente, estaba viva. Desde entonces estuvo convencida de que su confianza en Henley Jr le había dado a su amigo la fuerza necesaria para enfrentar a Dean Corll y detenerlo para siempre. Rhonda conocía a Corll del vecindario e incluso había sido novia de uno de los jóvenes desaparecidos en manos de Corll. Hasta su muerte en 2019 con 61 años, Rhonda siguió hablando con su “salvador” cada quince días. Reconoció que esas charlas fueron parte de su terapia de reconstrucción. Estaba agradecida pero, al mismo tiempo, había sido tremendamente perturbador saber todo lo que había hecho ese amigo.
El convicto David Brooks se divorció de su esposa en 1977 y murió en prisión, con 65 años, en mayo de 2020 debido al covid. Su hija, Rachel Lynn Brooks, quien lo visitaba en prisión, falleció mucho antes que él y con solo 18 años: fue en un accidente de auto la misma noche en la que festejaba su graduación del secundario.
Elmer Wayne Henley Jr no se casó ni tuvo hijos. Su vida en prisión fue ejemplar. En 1994 un marchant de arte de Louisiana le sugirió empezar a pintar. Le hizo caso. Como un medio para generar ingresos para él y para su madre, comenzó a enarbolar pinceles. Henley ha dado algunas entrevistas y en una de ellas contó que es daltónico y que es por eso que a la gente en sus obras la pinta en blanco y negro. Quizá el daltonismo le haya resultado oportuno para ver menos humanidad en las personas. Quién sabe los vericuetos de la mente. En 1997 una galería de Houston presentó su primera exhibición artística, lo que enojó a los familiares de las víctimas. Redimirse por el arte no fue bien visto, les pareció una manipulación para lucrar.
En octubre de 2025, con 69 años, Henley Jr tendrá nuevamente la oportunidad de pedir la libertad bajo palabra. Veremos qué le dice el Comité de Libertad Condicional.​ Mientras, espera en la prisión de Texas. Los pocos familiares que quedan de las víctimas se oponen a que sea liberado. Sobre todo Elaine y James, los padres de Stanton Dreymala. Están atentos a que cada 18 meses pueda haber alguna novedad al respecto y aclaran que no lo hacen “solo por Stanton, sino por todas las víctimas”. Seguirán oponiéndose mientras vivan porque aseguran que si bien Henley Jr confesó los hechos nunca se hizo responsable de sus acciones: “Él se presenta como una víctima más porque sostiene que era demasiado joven, pero tuvo muchas oportunidades para salir de esa situación si lo hubiera deseado”, explica Elaine. “A él le gustaba lo que hacía y no tenía remordimientos por hacerlo, si no se hubiera alejado antes. No creemos que él merezca nunca la libertad”.
La maldad actuando en banda
Los asesinos brutales suelen inspirar películas, documentales y libros. Este caso lo hizo con Freak Out que fue estrenada 2003 y con Madman’s World, en 2014. También el documental The Killing of America tiene una sección para Henley Jr y ahora, Investigation Discovery lanzó recientemente otro más centrado en su vida como cómplice de Dean Corll: “El aprendiz de asesino serial” (“The Serial Killer´s Apprentice”). Medio siglo después, la perversión de estos crímenes sigue dando que hablar y en esta oportunidad se podrá escuchar al mismísimo Henley Jr.
El caso, uno de los más prolíficos por la cantidad de crímenes llevados a cabo por un grupo, deja abiertos demasiados interrogantes sobre la sociedad anestesiada donde ocurrieron. ¿Decenas de chicos desaparecían en el mismo barrio y dentro del mismo círculo de conocidos, sin que nadie se preocupara demasiado? ¿Se denunciaban todas las desapariciones? ¿La policía investigaba realmente? O, ¿dejaban pasar los hechos como ausencias de menores de familias con problemas? ¿A qué las adjudicaban? ¿A drogas, a simples fugas, a marginalidad? ¿Cuánto influyó el hecho de que los se iban sin rastro fueran varones y no mujeres? ¿Cómo fue que nadie de los que conocía al trío conformado por Corll, Brooks y Henley Jr sospechara nada y lo denunciara? Muchos de los reportados como perdidos eran amigos de alguno de ellos ¿porque eso no fue motivo de investigación? ¿Cómo fue posible semejante desidia e inacción policial? ¿Eran Henley y Brooks solo victimarios o también fueron víctimas manipuladas? ¿Hubo más ayudantes para el horror de los que no sepamos? ¿A la madre de Henley nunca le llamó la atención la cantidad de amigos de su hijo que iban siendo borrados de la faz de la tierra? Por último, ¿podrían existir más víctimas que no sepamos?
Es seguro que la negligencia de las autoridades y la insensibilidad social sumaron fuerzas, pero también es cierto que habría que aclarar que por entonces no se tenían las mismas herramientas que hoy. No había sistemas de alerta temprana unificados en para los casos de desaparición de menores y no existían métodos de rastreo como los actuales con cámaras callejeras, celulares y gps. Además, casi no hubo testigos de las desapariciones: las víctimas iban engañadas y voluntariamente con sus depredadores.
Casi todos los actores reales de esta saga del horror ya han fallecido. Solo queda, y por ahora, Henley en su celda.
Nada puede resultar más perturbador que la maldad actuando en banda durante tanto tiempo mientras el resto de los mortales no ve o, peor todavía, finge ceguera.
Nota:infobae.com







