Oídos sordos

Actualidad17/08/2025
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 “Necesitamos en serio mucha militancia, mucho trabajo, mucha organización y mucha solidaridad. Nadie va a creernos que somos solidarios con ellos si nos ven despedazarnos entre nosotros. Nadie va a creer que somos solidarios con el resto de los ciudadanos si vemos cómo el otro le da un palo a su compañero por la cabeza. Así que el ejemplo bien entendido empieza por casa, así que acá en la puerta del Partido Justicialista, como una militante peronista, les digo: volvamos a ser militantes políticos, que eso siempre nos hizo grandes y nos permitió construir grandes victorias”.  

Las palabras de Cristina Fernández de Kirchner aún resuenan en nuestros oídos como una alerta inconfundible y se abre un interrogante profundo entre la militancia y quienes ven en ella la conducción de un espacio que debería ser hoy el más robusto y consistente a lo largo y ancho de la Argentina y no reducido a los pequeños ámbitos donde estas definiciones no fueron para nada interpretadas por esos dirigentes que no salen de “la pelea por un lugar en las listas” y que nunca se los vio organizar y encabezar, en la calle, una disputa seria contra este gobierno de las élites financieras y oligárquicas. Esto último tal vez no sea patrimonio solo de las actuales dirigencias, sino de una interpretación democrática republicana, en la cual la función de estos dirigentes es ocupar bancas elección tras elección, conformando algo así como una aristocracia, mientras que las luchas en las calles son patrimonio de las “reales” víctimas de esta política de hambre, ensanchando la brecha entre la dirigencia, la militancia y el pueblo y obturando la participación popular en el ejercicio del poder democrático.

Después de 12 años de gobiernos populares que intentaron sentar las bases para disputar el poder a los sectores oligárquicos y del poder económico concentrado, llegó la aventura neoliberal macrista. Esta fue la principal responsable del endeudamiento, fuga de capitales, desindustrialización, pobreza y exclusión. Lejos de ser reparada en el gobierno del Frente de Todos, este mantuvo el statu quo de la democracia liberal, siempre justificándose con la correlación de fuerzas adversas. Es así que el pueblo argentino asistió a una nueva frustración de la democracia condicionada por el poder económico, que nos entregó directamente a esta derecha.

Este reacomodamiento de la mayoría de la dirigencia, a lo posible, es lo que vive y percibe la militancia de base y los sectores populares, que no encuentran la forma de enfrentar la visión retrógrada y nefasta que hoy nos gobierna y que consume las energías más profundas de la patria. Esa voluntad de cambio profundo, la solidaridad, la lucha desinteresada para construir una sociedad mejor fue reemplazada por dirigentes que en su gran mayoría solo se preocupan por un lugarcito en una lista para elecciones a cargos legislativos, muy alejados de las necesidades populares. 

Entonces, reformulando la aseveración de Cristina, surge esta pregunta: ¿Qué se estuvo haciendo desde la oposición en estos ya largos 10 años de gobiernos neoliberales? ¿Qué tipo de organización política pensaron en construir? ¿Qué orientación ideológica y política los anima en su formación y en la formación de sus bases militantes?  

Cristina acaba de dar en la tecla. Recorriendo y conociendo más o menos en profundidad cada uno de los que pueblan las listas de candidatos a las próximas legislativas, podemos decir que no representan y no van a representar ese cambio estructural que el pueblo necesita, para sentar las bases de la construcción de una sociedad justa, libre, soberana y feminista, que no permita nuevas aventuras neoliberales, que entregan la soberanía de la patria, dejando un tendal de pobreza, exclusión y destrucción, cada vez mayor.

No nos representan los amigos de Alberto Fernández, ni los gobernadores que se dicen peronistas y acompañan en los hechos las políticas neoliberales, y mucho menos los que surgen de las roscas, tan alejadas del pueblo a quien dicen representar. Seguramente hay incapacidad intelectual, política e ideológica para representar el ideario de esa generación diezmada que supo definir la tarea de la época, aun perdiendo la batalla.

Y aquí volvemos a reeditar aquella definición que Eduardo Basualdo y Pablo Manzanelli nos dejaran en su libro Los sectores dominantes en la Argentina: “La clase dominante ejerce el consenso en la superestructura, sin modificar las condiciones de vida de los sectores populares (subalternos) mediante la hegemonía que ejercen los intelectuales orgánicos de la clase dominante sobre los intelectuales del resto de los sectores sociales, definiendo una situación que (de no mediar una gran ‘revolución de ideas’) no necesariamente será transitoria, sino que surge como una alternativa orgánica de largo plazo. Donde los ‘progresismos’ se adaptan al modo de ver y resolver los problemas de la sociedad con el cristal de sus enemigos, profundizando esa hegemonía”.

Y es así. Con 40 años, la democracia actual sigue siendo hija de aquella constitución de 1853 (oligarca y centralista), que no miró hacia adentro en el ideario de nuestros patriotas como Moreno, Castelli, Belgrano, sino que nació mirando hacia afuera y, como dijera Juan Bautista Alberdi: “Para los argentinos, la Constitución de Estados Unidos es nuestro evangelio político” (1852).

La Constitución nacional de 1853 fue redactada por los sectores oligárquicos y beneficiarios de los últimos vestigios del colonialismo español que allá por 1799 (mercedes reales del rey Carlos IV) les entregó tierras y títulos a los españoles y criollos que luego se aliaron al Imperio inglés para llegar hasta nuestros días como furgón de cola del imperialismo yanqui. 

Esta estructura de poder sólo fue amenazada en los gobiernos peronistas a partir de 1945 y con la Constitución de 1949, que cuestionó la propiedad privada de la oligarquía, priorizando la propiedad social y subordinándola al “bien común”; también fue puesta en jaque en los gobiernos de Néstor y Cristina, que volvieron a cuestionar la supremacía de las clases dominantes. Pero cabe aclarar aquí que ni uno ni otro llegaron a delinear ese proyecto de país que se sigue reclamando soberano, independiente, igualitario y con justicia social.

Por el contrario, se ha ido acentuando a partir del golpe de Estado cívico-militar de 1976 que modificó la estructura de desarrollo económico industrial con la valorización financiera del capital, el endeudamiento y la fuga de capitales, y la posterior apertura a las inversiones extranjeras y la privatización de las empresas del Estado. El mismo modelo de Martínez de Hoz, de Menem, Cavallo, Macri, Milei, Caputo, todos ellos manejados desde el país del norte. 

Al llegar a este punto, los lectores se preguntarán si hay salida. Nosotros creemos que sí. Que, así como una generación entera (la de los ‘60 y ‘70) puso en jaque este modelo de explotación y entrega, hay en nuestras entrañas como Nación y pueblo, ese reservorio que, por más que nos quieran hacer creer que ya no existe o que solo la connivencia con el poder es posible, está a punto de alumbrar en el firmamento de la política argentina.

Llegará el momento, en el cual la militancia tome distancia de la dirigencia “posibilista” y vaya construyendo las herramientas organizativas necesarias, que permitan construir la patria soñada por los 30.000, una patria digna de ser vivida por todo el pueblo argentino y por todos aquellos que quieran habitar nuestro suelo. Hace falta coraje, comprensión de la realidad y de las urgentes necesidades del pueblo trabajador.

Ya ha pasado el frenesí de la constitución de las listas, donde los mismos de hace varias décadas pugnan por no perder sus privilegios; son los que conocen los secretos de esta democracia formal y temerosa, la democracia que nos dejó el genocidio, y que no ven que su hora está pasando, que el tren paró varias veces en su puerta durante estos diez años y se negaron a abordarlo para encarar las profundas transformaciones que nos saquen de esta encerrona de la historia. 

No es momento para tibios; las anchas avenidas del medio no funcionan. Necesitamos dirigentes y dirigentas que surjan de las luchas populares y que representen sus necesidades. Estamos obligados a construir un Estado de derecho democrático y popular y se hará de abajo hacia arriba, con organización y recuperando las características que tienen que tener los militantes, el de ser los mejores hijos e hijas del pueblo. Lejos quedarán los dirigentes que, como autómatas, hacen oídos sordos a este reclamo. 

 

Por Mabel Careaga y Héctor Francisetti son integrantes de la Asociación de Familiares y Compañeros de los 12 de la Santa Cruz. / El Cohete a la Luna
 

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