Descargas irregulares: cuando el mercado abandona al consumidor, el consumidor encuentra otra vía

Actualidad16/08/2025
Irregular-downloads-Dall·E

Me resulta imposible no sentir un cierto déjà vu de principios de siglo cuando escribo sobre este tipo de cuestiones: en 2011, Gabe Newell, cofundador de Valve, pronunciaba una frase que, hoy más que nunca, debería ser un mantra de la industria del entretenimiento: «La piratería no es un problema de precio, es un problema de servicio».

El auge de las descargas irregulares, término que prefiero con mucho a «piratería», no es una cuestión moral ni una excepción, sino una consecuencia lógica de un mercado que ha dejado de servir eficazmente a sus clientes.

La realidad es clara: en 2024, HUB Muso registró 216,300 millones de visitas a sitios que ofrecen contenidos sin autorización, una cifra astronómica que, aunque representa un descenso moderado del 5.7% respecto a 2023 frente al mínimo que representó 2020, no es señal de victoria, sino de evolución y adaptación de una demanda insatisfecha. A nivel global, el consumo irregular de contenidos televisivos sigue siendo el mayor, con cerca de 96.8 mil millones de visitas, pese a una caída del 6.8%. Sin embargo, el sector de la publicación digital (e-books, cómics, manga, novelas web, etc.) es el único que aumenta: crece un 4.3%, hasta los 66,400 millones de visitas, impulsado por la fiebre del manga, que representa el 70% del total de este sector, y las novelas web.

Este fenómeno no es homogéneo ni localizado. India, por ejemplo, contribuye con el 8.12% del tráfico global de descargas irregulares, convirtiéndose en el segundo país más activo tras unos Estados Unidos (12%) que pretendían perseguir a otros países por su «piratería rampante» cuando el problema fundamental lo tenían en su casa. Por sectores, el descenso en la piratería audiovisual es notable (–18% en películas, –18.6% en música, –2,1% en software), lo cual sugiere que en estas áreas, los canales legales están empezando a responder a las necesidades del usuario.

Leemos desde Suecia, tierra natal de The Pirate Bay y cuna de Spotify, que en 2024, el 25% de las personas, especialmente entre los 15 y 24 años, admitió recurrir de nuevo a contenidos no autorizados. El desplazamiento se explica claramente: plataformas fragmentadas, precios crecientes, publicidad intrusiva, restricciones regionales, compatibilidad limitada… una experiencia que convierte la suscripción múltiple – a veces cara, incómoda o confusa – en un boomerang que empuja al usuario hacia otra oferta, aunque sea irregular. Obsesionarse con el «lo quieren todo gratis» es una estupidez propia de quien no es capaz de ponerse en el lugar del cliente.

Este no es un problema moral ni tecnológico, es un problema de mercado. Igual que la música encontró rescate en Spotify, que ofrecía accesibilidad, catálogo, precio razonable y conveniencia, el audiovisual necesita su equivalente. Las suscripciones pueden costar cincuenta euros al mes, pero si no ofrecen una experiencia unificada, flexible y completa, el usuario encontrará otra alternativa. Y claro, cuanto más fragmentada y costosa sea la oferta legal, más atractiva resulta la irregular, aunque esta venga con publicidad invasiva o riesgos de seguridad.

Intentar combatir esta tendencia persiguiendo al consumidor o cerrando webs es como encender una vela contra el viento. Como apuntaba un informe de Kearney sustentado en datos de Muso, los típicos enfoques de antipiratería son insuficientes: hace falta una estrategia matizada, que entienda que no todos los consumidores son iguales: hay desde quienes no saben que consumen contenidos irregulares, hasta quienes lo saben y lo hacen conscientemente, o quienes lo harían legalmente si existiera una opción adecuada. Hay que poner el foco en los problemas de la oferta, y no en la demanda.

La historia de la música lo ilustra con claridad: antes de Spotify, recurrir a descargas irregulares era una solución lógica: los otros modelos eran caros o poco prácticos. La sencillez de Spotify y la educación del consumidor fueron la alternativa válida. Hoy, el streaming audiovisual vuelve a fracasar a la hora de seguir ese camino.

No se trata de reclamar que no se deba pagar por el contenido. Se trata de entender que si ofreces la solución correcta, el usuario pagará. Lo que mata la legitimidad no es el valor económico del contenido sino una experiencia fragmentada, cara, llena de muros y de obstáculos. En este contexto, la irregularidad se convierte en la alternativa más coherente para quien busca ver, leer o escuchar sin castigos y sin excesivos saltos entre plataformas.

Estamos ante una oportunidad clara: recuperar a ese usuario desatendido no se hace con leyes o bloqueos, sino con un mercado que le entienda, le ofrezca acceso fluido, precios razonables, catálogo unificado, plataformas compatibles y sin muros regionales absurdos. En ese momento, la irregularidad no podrá competir. Porque, como bien vio Newell hace más de una década, la piratería es, sobre todo, una cuestión de servicio.

Nota:https://www.enriquedans.com/

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email