


“El hijo de Sam”: la historia criminal del asesino que atemorizó a la ciudad de Nueva York y cayó por una multa de estacionamiento
Historia11/08/2025




El 10 de agosto de 1977, Nueva York despertó con el final de una era de terror. Esa mañana, tras una cacería de trece meses, la policía arrestó a David Berkowitz, el hombre detrás de la identidad de “El Hijo de Sam”. Su nombre quedó grabado en la historia criminal de Estados Unidos como responsable de una serie de ataques que mantuvieron en vilo a la ciudad que nunca duerme y a todo Estados Unidos.


David Berkowitz, empleado de correos al momento de su detención, nació el 1 de junio de 1953 y fue adoptado poco después por Nathan y Pearl Berkowitz, una pareja que vivía en el Bronx, un barrio de Nueva York. El entorno familiar de Berkowitz mostró dificultades desde temprana edad. Experimentó episodios violentos y cuadros depresivos recurrentes. Según su relato, durante la infancia sufría ataques y convulsiones en los que sentía una fuerza externa apoderándose de él. Su madre adoptiva murió como consecuencia de un cáncer de mama cuando él tenía dieciocho años, hecho que marcó una etapa de aislamiento y desarraigo.
Al terminar la escuela secundaria en 1971, Berkowitz se alistó en el Ejército de Estados Unidos. Prestó servicio durante tres años, incluyendo un destino en Corea del Sur. Tras regresar a Nueva York, entabló un contacto fugaz con su madre biológica y, en ese momento, supo que su padre biológico no quiso reconocerlo. Describió ese hallazgo y otros episodios personales como puntos de quiebre. Poco después, relató haber tenido una creciente fascinación por el ocultismo, la brujería y el satanismo. Atribuyó a ese entorno parte de su caída en la criminalidad, aunque luego aclaró que sus primeras explicaciones sobre “fuerzas demoníacas” tuvieron más de autoconvencimiento que de realidad.
Entre 1976 y 1977, David Berkowitz se valió de un revólver calibre .44 para realizar una serie de ataques que paralizaron la vida nocturna de Nueva York. Durante trece meses, Berkowitz asesinó a seis personas y causó heridas a otras siete. Sus víctimas fueron en su mayoría mujeres jóvenes y parejas que se encontraban en el interior de automóviles estacionados o transitando zonas residenciales. Al autor de los crímenes-cuya identidad de conoció recién en agosto de 1977- se lo llamó entonces “El asesino .44″, por el arma que usaba.
Después de sus primeros ataques, Berkowitz dejó cartas manuscritas en las escenas de los crímenes y envió notas a periodistas de Nueva York. Esos mensajes, cargados de símbolos y referencias esotéricas, agregaron un elemento de desconcierto a la investigación policial.
La prensa lo bautizó el “Hijo de Sam” porque así firmaba sus notas y por la supuesta influencia de un perro llamado Sam —mascota de un vecino— que, según sus primeras declaraciones, le ordenaba matar. Más tarde, reconoció la falsedad de ese argumento, aunque aseguró que sentía una presión interna que no podía controlar.
Las víctimas del “Hijo de Sam” fueron Rosemary Keenan, Carl Denaro, Donna DeMasi, Joanne Lomino, Christine Freund, John Diel, Virginia Voskerichian, Valentina Suriani, Alexander Esau, Sal Lupo, Judy Placido, Stacy Moskowitz y Robert Violante. Décadas más tarde, en 2024, la policía de Nueva York aclaró que el nombre de Wendy Savino debía añadirse a la lista de víctimas, tras una revisión del caso.
El final de la carrera criminal de Bekowitz llegó, luego de una larga investigación policial, gracias a un detalle administrativo. La noche del asesinato de Stacy Moskowitz, una vecina del barrio de Brooklyn, Cecelia Davis, observó a un hombre retirando una multa de estacionamiento de su automóvil poco antes de oír los disparos. Días después, esa información llegó a conocimiento de la policía.
Los detectives decidieron rastrear el ticket y contactaron al Departamento de Policía de Yonkers, ciudad donde estaba registrado el vehículo. Pronto supieron que el coche pertenecía a David Berkowitz y que ya existían sospechas sobre él en la comisaría local. También se conoció más tarde que el auto de Berkowitz había sido multado por mal estacionamiento en zonas cercanas a otros de los crímenes.
Una curiosidad: se había ofrecido una recompensa de 10.000 dólares por información que condujera al arresto de David Berkowitz. En 1979 se conoció que ese monto iba a ser dividido en tres partes iguales. La recompensa, aportada en julio de 1977 por WABC‐TV y ofrecida a través de Citizens Union, una organización civil, fue dividida en partes de 3.333,33 dólares. Uno de esos tercios fue a manos de Davis, la mujer que contó lo de la multa por mal estacionamiento. Otra parte fue a manos de Sam Carr, quien vivía cerca de Berkowitz en Yonkers y que le dio a policía local el nombre y la dirección pocos días antes del arresto. El resto fue a manos de Stephen y Tina Zaccariele, eran vecinos de Davis y la habían convencido de que hablara con la policía.
El 10 de agosto de 1977, agentes del Departamento de Policía de Nueva York localizaron el automóvil de Berkowitz estacionado frente al edificio donde vivía y advirtieron la presencia de un arma en el asiento trasero. Organizaron una vigilancia y esperaron. Al salir del edificio, Berkowitz fue detenido por los efectivos, quienes encontraron municiones en sus bolsillos y un dentro del auto.
Durante el interrogatorio, confesó paso a paso los detalles de los ataques y reconoció su responsabilidad en los crímenes atribuidos al “Hijo de Sam”. Policías y fiscales determinaron que contaba con un nivel de memoria asombroso respecto a cada hecho.
Tras su captura, Berkowitz fue trasladado al hospital psiquiátrico del condado de Kings a la espera del juicio. En mayo de 1978, aceptó su culpabilidad por seis cargos de homicidio y fue condenado a seis sentencias consecutivas de veinticinco años a cadena perpetua, una por cada uno de los asesinatos que se le pudieron comprobar en el proceso judicial.
Durante los más de cuarenta años que lleva preso, David Berkowitz ha pasado por varias instituciones penitenciarias del estado de Nueva York. En los primeros años, permaneció en la prisión de Attica, una de las cárceles más conocidas del sistema penitenciario estadounidense, caracterizada por su rigor y las condiciones de encierro. Ha calificado su paso por ese lugar como una verdadera pesadilla. Sufrió un intento de asesinato por parte de otro interno, que le provocó una profunda herida en el cuello.
Berkowitz afirmó que durante su estadía en prisión atravesó episodios de depresión severa e ideas suicidas. Posteriormente, otros reclusos lo introdujeron en el estudio de la Biblia y lo guiaron por nuevas prácticas religiosas. Desde entonces, se ha declarado abiertamente cristiano y sostiene que encontró en la religión una forma de sobrellevar su condena.
La ley le otorga a Berkowitz la posibilidad de solicitar una audiencia de libertad condicional cada dos años. Sin embargo, ha manifestado en reiteradas ocasiones que no pretende abandonar la prisión ni beneficiarse de ninguna reducción de condena.
En su primera ocasión para poder pedir la libertad condicional, en 2002, envió una carta al gobernador de entonces, George Pataki, solicitando la cancelación de la audiencia. Sostiene que debe permanecer en prisión por el resto de su vida como acto de responsabilidad por las personas que asesinó. Personas allegadas a él han declarado que muestra remordimiento genuino por sus crímenes y que no tiene intención de abandonar la cárcel. Su próxima posibilidad de audiencia se encuentra prevista para 2026.
El caso de David Berkowitz conmocionó a Nueva York y marcó un antes y un después en los métodos de investigación criminal y cobertura de crímenes seriales. El miedo que generó su figura sigue presente en documentales y producciones, como el documental de Netflix “Conversations with a Killer: The Son of Sam Tapes”(Conversaciones con un asesino, las grabaciones de El Hijo de Sam) estrenado hace días.
Al día de hoy, Berkowitz permanece privado de su libertad, cumpliendo sus sentencias en una cárcel del estado de Nueva York. Su historia continúa siendo objeto de análisis por especialistas y cronistas del crimen, mientras la sociedad mantiene vivo el recuerdo de una de las etapas de mayor pánico colectivo en la historia reciente de la ciudad de Nueva York.
Nota:infobae.com







