De la Convertibilidad a la flotación, la Argentina con el dólar en la cabeza

Economía05/08/2025
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La relación de los argentinos con el dólar es tan vieja como la obsesión de los presidentes y ministros de Economía por intentar domar su cotización. Un intento infructuoso, ya que el verde terminó por imponerse como verdadera referencia, en un país cuyos signos monetarios fueron en constante depreciación.

Quizás este ejemplo le sirva a alguien que llega por primera vez a la Argentina para comprender la actitud compulsiva de la población por atesorar una moneda de otro país: si hace exactamente un siglo, el 6 de agosto de 1925, dos personas hubiesen contado cada una con 10 billones de pesos moneda nacional, una los hubiese convertido a dólares y la otra conservado en la moneda local por entonces vigente, hoy la primera contaría con más de 4 billones de dólares y la otra con solamente un peso.

La comparación entre una suma equivalente a casi siete veces el PBI actual y otra que ni llega a alcanzar para pagar la fracción de un caramelo no resiste el menor análisis y deja en evidencia los tristes finales de todos los planes que buscaron equilibrar la balanza entre dos fuerzas tan desparejas como el dólar y las cinco unidades monetarias que tuvo la Argentina desde 1881 hasta el presente.

La Convertibilidad de Cavallo 

Uno de esos planes, el más duradero en cuanto a paridad se refiere, fue el del Convertibilidad, diseñado e implementado por Domingo Cavallo a lo largo de dos presidencias, las de Carlos Menem y Fernando de la Rúa, en un recorrido que tuvo en sus etapas intermedias las gestiones ministeriales de Roque Fernández, José Luis Machinea y Ricardo López Murphy.

Si bien el régimen no establecía un tipo de cambio fijo, de hecho lo imponía al obligar al Banco Central a intervenir en el mercado con compras o ventas de divisas cada vez que la paridad se apartara de un 1 a 1 que se extendió desde el 1° de abril de 1991 hasta el 6 de enero de 2002.

El tránsito de esos casi once años pasó por momentos iniciales de bonanza, con una inflación en caída libre y un Banco Central que no paraba de abastecerse de divisas. Pero las complicaciones se fueron agravando a medida que se acercaba su final.

2_convertibilidad_cavallo.jpg_367211184Domingo Cavallo, el "padre" de la Convertibilidad 

En rigor, el régimen monetario tuvo una falla de origen con apenas 24 horas de diferencia. La ley 23.928 de “Convertibilidad y Desindexación”, tal como se la conoció en un principio, fue sancionada el 27 de marzo, cuatro días antes de su puesta en vigencia, pero un día después de la firma del Tratado de Asunción que dio origen a lo que luego se constituyó en la unión aduanera del Mercosur.

De esa forma, la Argentina se imponía una regla monetaria estricta, con una ley que le impedía apartarse de la paridad, mientras conformaba un área comercial junto a otros tres países que, literalmente, podían hacer lo que quisieran con sus monedas. Ese riesgo se hizo patente en febrero de 1999, con una devaluación del real brasileño que profundizó aún más las complicaciones de la Argentina por la apreciación de su moneda.

Pero no hubo que esperar tanto tiempo para que afloraran las primeras adversidades: el saldo comercial que había sido de USD 8.276 millones en 1990 se redujo a USD 3.702 millones en el primer año de Convertibilidad y fue seguido por tres años consecutivos de déficit. Fue la primera consecuencia de los habituales cuellos de botella de la economía argentina, en los que la apreciación cambiaria genera una recuperación del poder adquisitivo de la población a costa de una pérdida de la competitividad en el comercio exterior.

Fronteras adentro, el panorama era mucho más tranquilizador. Después de la peor hiperinflación de la historia, que en marzo de 1990 trepó al 20.266%, la Convertibilidad derrumbó la inflación, con un 84% en 1991 (21,2% en los nueve meses del plan), 17,5% en 1992, 7,4% en 1993, 3,9% en 1994 y 1,6% en 1995. Todos esos porcentajes empalidecieron frente a la ocurrido entre 1996 y 2001, seis años que acumularon una deflación del 2,1%.

Pero la desaparición de la inflación no estuvo exenta de otros problemas, con un incremento de la desocupación a niveles récords, el cierre de empresas al compás de una importación creciente y un déficit fiscal que retroalimentaba un endeudamiento al que cada vez costaba más hacerle frente. Así lo experimentó el propio Cavallo en su regreso al Palacio de Hacienda en 2001, cuando una nueva conducción del FMI mucho más férrea que la que conoció diez años atrás le cerró todo tipo de asistencia financiera.

Crisis y cuasimonedas

Un país ya acostumbrado a convivir con el peso y el dólar tuvo que sumar más de una decena de cuasimonedas emitidas por las provincias, además de las Lecops nacionales. En diciembre de ese año, luego de varios días de retiros masivos de depósitos, se implementó a través del decreto 1570/2001 un límite a la extracción de efectivo de las cuentas bancarias, en lo que el ingenio popular no tardó en bautizar como “corralito” y fue el detonante que desembocó en la caída de De la Rúa el 20 de diciembre.

En lo que a iniciativas monetarias se refiere, el breve interregno de Adolfo Rodríguez Saa aportó la novedad de un nonato régimen trimonetario, en el que el peso y el dólar coexistirían con un “argentino” muerto antes de nacer. Un intento fallido para evitar salir de una paridad a la que nadie le daba chances de supervivencia.

Con la asunción de Eduardo Duhalde, no solo se retornó a las restricciones al mercado de cambios por casi un año, sino que se puso fin al 1 a 1 de la Convertibilidad. Como un espejo invertido de lo que venía sucediendo, el superávit comercial trepó a USD 16.661 millones en 1992 (en los once años anteriores se había acumulado un déficit de USD 11.331 millones), pero la inflación de ese año trepó al 40,2%, diez puntos más que toda la acumulada en la década anterior.

Después de una paridad congelada desde abril de 1991, la cotización del dólar se disparó a 4 pesos en junio de 2002 y dio lugar a los peores pronósticos, pero el anuncio de Duhalde de la convocatoria a elecciones y el reemplazo del tándem Remes Lenicov-Pignanelli por el de Lavagna-Prat Gay tranquilizó los ánimos, al punto que uno de los candidatos presidenciales, Néstor Kirchner, se valió del éxito de estos dos últimos en el tramo final de su campaña y los mantuvo en sus puestos luego de asumir el 25 de mayo de 2003.

En Economía todo tiene un costo y el del apaciguamiento cambiario fue el de una caída del PBI de más del 10%, una caída del salario real estimada en torno al 30% y la pesificación asimétrica de los depósitos bancarios, un “corralón” que pasó a la historia como el “trabajo sucio” que Remes le ofrendó a Lavagna.

Desde entonces y por un lapso de casi ocho años, la paridad cambiaria no presentó alteraciones significativas -al menos para los parámetros históricos de la Argentina-al punto que el dólar blue cerró en $4,11 en diciembre de 2010, casi la misma cotización que ocho años atrás.

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Néstor Kirchner, se valió del éxito de estos dos últimos en el tramo final del gobierno de Duhalde y mantuvo a Lavagna

Esa relativa pax cambiaria no se sustentó en un superávit fiscal que dejó de serlo en 2007 ni en un gasto público que creció sostenidamente, sino en la incorporación de China al mercado comercial mundial con la importación de soja y derivados.

Las exportaciones del complejo oleaginoso se cuadruplicaron entre 2002 y 2008 y en ese período representaron el 95% de todo el superávit comercial, con la friolera de USD 88.296 millones. La “sojización” de la economía estuvo acompañada por una suba de los derechos de exportación que generó una crisis política en 2008 y no fue suficiente para seguir sosteniendo la normalidad de un Mercado Único y Libre de Cambios que cada vez era menos único y libre, ante el desprendimiento de los argentinos de los pesos. Y la recurrente situación de una paridad que no acompaña la velocidad de la inflación y deja a un peso cada vez más apreciado.

Hasta que el domingo 30 de octubre de 2011, una semana después de su reelección, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió restringir la libre adquisición de moneda extranjera, en una nueva versión que pasó a denominarse popularmente “cepo”.

La apreciación del peso no se detuvo, al punto que al final del segundo mandato de CFK se produjo la oferta más insólita: la AFIP comunicaba a la población que podía comprar dólares si pagaba un 20% más y la gente abarrotaba los bancos para adquirirlos.

A fines de 2015, el dólar oficial cotizaba en torno a los $10 y el paralelo a $15. Este último valor fue que el que impuso tras la asunción de Mauricio Macri, de la mano de Prat-Gay, paradójicamente el primer presidente del Banco Central del kirchnerismo. Con ligeras variaciones, al amparo de los ingresos de la soja y los del blanqueo, el dólar fue la carta de triunfo oficialista en 2017, pero en abril del año siguiente abrió las puertas de la caída del gobierno de Cambiemos. Al punto que en su final reintrodujo el cepo, primero con un tope de compra de USD 10.000 mensuales y luego de USD 200, un tope que se mantuvo incólume durante toda la Presidencia de Alberto Fernández y los primeros 16 meses de la de Javier Milei.

Fernández asumió con un dólar a $63 y un abanico de opciones, con cotizaciones variadas y, con la creación del impuesto PAIS, un recargo del 30% que a los pocos meses dejó de ser una barrera para su compra. Fue por eso que se le adicionó otro 30% a cuenta de Ganancias. Una de las tantas aristas que constituyó lo que el economista Gabriel Caamaño caracterizó como una “mamushka de cepos”, muchas de cuyas muñecas aún gozan de buena salud.

Milei asumió luego de una campaña electoral en la que calificó al peso como un “excremento”, amenazó con “dinamitar” el Banco Central y propugnó por la dolarización de la economía. Al día de su asunción, el dólar oficial cotizaba a $385 y el blue a $990, aunque hubo momentos en que la brecha fue más amplia, hasta triplicar la primera cotización.

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Luis Caputo impuso las bandas de flotación cambiaria

El 13 de diciembre de 2023 se dispuso una devaluación que llevó al oficial a 48 horas después se dispuso una devaluación que llevó la primera paridad a $800. Con una política basada en la restricción monetaria y el superávit fiscal, la brecha entre el dólar oficial y el paralelo se redujo drásticamente hasta llegar a porcentajes marginales en la actualidad, en un recorrido que no estuvo libre de oscilaciones, con un blue que en julio de 2024 alcanzó los $1.500.

Luego de cerrar un acuerdo con el FMI y otros organismos multilaterales, Milei y Caputo consiguieron la asistencia financiera necesaria para fortalecer las reservas del Banco Central y ponerle fin el 14 de abril de 2025 a más de cinco años de cepo, con un esquema de flotación cambiaria entre dos extremos inicialmente de $1.000 y $1.400 ajustados diariamente a razón del 1% mensual.

Pero el cepo no se levantó por completo y, en los hechos, se limita a las personas físicas bancarizadas. Aún se mantienen topes para la compra en casas de cambio de USD 100 por persona y en el caso de las empresas el uso de divisas todavía no es de libre disponibilidad.

A pesar de esas limitaciones, los riesgos de una disparada en la cotización no desaparecieron, con el tradicional recalentamiento del mercado de cambios en períodos preelectorales. No obstante, en lo que va del nuevo régimen la cotización del dólar aumentó 3,6% en el segmento minorista y 5% en el mayorista.

Pero la historia de los argentinos y el dólar está lejos de haber llegado a su fin y promete nuevos capítulos. Por lo pronto, no se conocen candidatos que quieran dejar sus pesos congelados hasta el 6 de agosto de 2125.


 
 Por Marcelo Batiz / BaeNegocios

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