Procesadores, cooperación y código abierto

Actualidad05/08/2025
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El endurecimiento de los controles de exportación de Washington ha convertido al silicio cada vez más en un campo de batalla geopolítico. Miles de licencias para vender chips avanzados, incluidos los pedidos multimillonarios de Nvidia, duermen en los cajones de la Bureau of Industry and Security, lo que conlleva la paralización de envíos y alimentar la incertidumbre de las tecnológicas estadounidenses.

Es la clásica paradoja de la contención: al intentar frenar a su rival, Estados Unidos acelera la búsqueda de atajos y sustitutos en Beijing.

En Shanghai, durante la reciente World AI Conference, el ministro Li Qiang respondió con un auténtico golpe de diplomacia tecnológica: un plan de gobernanza global para la inteligencia artificial y la propuesta de una organización internacional con sede en China que evite que la inteligencia artificial «sea el juego exclusivo de unos pocos países«. Mientras la Casa Blanca defiende su consabida estrategia «America-first», Beijing se erige en adalid del multilateralismo algorítmico, respaldado por la presencia de figuras como Geoffrey Hinton y Eric Schmidt, y por la ausencia casi total de laboratorios estadounidenses en el evento.

La falta de acceso a los chips más potentes no ha frenado a la industria china: por el contrario, la ha obligado a innovar en arquitectura y a cooperar. Dos nuevas alianzas presentadas en la misma conferencia, la «Model-Chip Ecosystem Innovation Alliance» y el comité de la Cámara de Comercio de Shanghai, integran fabricantes como Huawei, Biren o Moore Threads con desarrolladores de grandes modelos lingüísticos como StepFun o MiniMax, buscando escalar sistemas que igualen o superen en conjunto la potencia de un H100 de Nvidia. La estrategia recuerda mucho a la carrera espacial soviética en su momento: si no puedes lanzar un Saturn V, pon muchos cohetes en la rampa y combínalos. Ante las restricciones que impiden a China comprar los chips de gama más alta, sus empresas están multiplicando clusters de procesadores propios menos potentes y optimizando el software para que trabajen en paralelo. La eficiencia agregada de muchos chips buenos y bien orquestados puede acercarse al rendimiento del puñado de chips excepcionales vetados por Estados Unidos. Es la misma lógica de divide y vencerás, pero aplicada esta vez a transistores.

Pero la baza decisiva no está solo en el hardware, sino en el código. Frente a los modelos cerrados de Silicon Valley, China impulsa una oleada de inteligencia artificial abierta. DeepSeek, convertido en estrella mediática tras liberar sus pesos y métodos, ha disparado la adopción de inteligencia artificial en administraciones provinciales, hospitales militares y hasta agencias anticorrupción. La lógica es sencilla: cada vez que un gobierno local adapta el modelo y lo comparte, la comunidad, y por extensión, el ecosistema chino, gana datos, casos de uso y, sobre todo, legitimidad.

El efecto red es doble: dentro del país, el open source reduce costes y multiplica la experimentación: nuevos modelos como GLM-4.5 de Z.ai compiten bajando precios por millón de tokens, mientras Nvidia se ve obligada a destilar capacidades chinas como Nemotron para no perder terreno en el mundo abierto. Fuera del país, y entre un número creciente de naciones, la narrativa de «inteligencia artificial para el Sur Global» seduce a quienes desconfían de un monopolio occidental y valoran la posibilidad de auditar, adaptar y ejecutar localmente modelos sin pasar por los peajes de Seattle o de San Francisco.

El resultado es un evidente choque de paradigmas: Estados Unidos apuesta por la escasez de chips, de licencias y de patentes, y corre el riesgo de encapsular su ventaja en una burbuja regulatoria proteccionista. China, en cambio, convierte la abundancia de contribuyentes y desarrolladores en una palanca geopolítica: cuanto más código abierto circule con licencia china, más difícil será para Washington aislar al país sin aislar al resto del mundo.

¿Quién ganará? Mi postura siempre ha estado clara en ese sentido, y están empezando a surgir también visiones similares en los propios Estados Unidos: si la historia del software libre sirve de guía, la combinación de masa crítica, cooperación internacional y acceso al código acabará imponiéndose a los jardines vallados. Lo vimos con Linux frente a Windows o con Android frente a iOS en mercados emergentes. Aplicado a la inteligencia artificial, el factor diferencial no será quién tenga el transistor más pequeño, sino quién logre que millones de desarrolladores lo pongan a trabajar en problemas reales. Y en esa carrera, la jugada maestra de China con unos chips suficientemente buenos, una gobernanza inclusiva y un open source agresivo, apunta a un jaque mate difícil de contrarrestar. Y que además, seguramente, sería sensiblemente mejor para todo resto del mundo.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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