Para la Unión Europea, es hora de romper la dependencia tecnológica de los Estados Unidos

Actualidad - Internacional23/06/2025
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El bofetón que despertó a medio continente europeo llegó cuando Microsoft, por orden de Donald Trump, decidió desconectar la cuenta de correo del fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional, el británico Karim Khan, tras ser sancionado en una de las ya características rabietas de Washington. La imagen de una empresa estadounidense obedeciendo sin rechistar a los caprichos de un presidente impredecible, inestable y con aires de matón baboso puso en evidencia lo que muchos llevábamos tiempo advirtiendo: la infraestructura digital europea está en manos de quien menos respeta nuestras instituciones y nuestros valores.

La orden ejecutiva firmada el 6 de febrero por Donald Trump es un decreto que congela los bienes y veta la entrada en los Estados Unidos a cualquiera que ose investigar a sus aliados, y que obliga por diseño a todas las compañías estadounidenses a colaborar con las sanciones. No importa dónde estén los servidores ni qué legislación local proteja los datos: la jurisdicción extraterritorial norteamericana se impone y Europa se queda mirando cómo se apagan sus servicios críticos con un tweet. El desmentido del Presidente de Microsoft en ese sentido no ha servido para tranquilizar a nadie.

Ese riesgo ya se percibe en el mercado. Los grandes hyperscalers como AWS, Azure o Google Cloud ya empiezan a detectar una «fuga silenciosa» de clientes europeos que buscan alternativas soberanas ante la posibilidad de que su información sea convertida en un arma política al otro lado del Atlántico. Proveedores como Exoscale o Elastx reportan un aumento notable de migraciones, y gobiernos como el de los Países Bajos ya han aprobado mociones para dejar de depender del cloud computing estadounidense. La desconfianza, alimentada por la CLOUD Act y la impredecible volatilidad de la nueva Casa Blanca, se ha convertido ya en una variable de negocio.

Frente a esta tormenta perfecta, la Unión Europea dispone de su mayor activo: un mercado único de más de quinientos  millones de personas con un poder adquisitivo y un nivel de formación medios superiores a los del resto del mundo, y una moneda que, pese a sus límites, puede financiar ambiciones industriales de gran calado. Trump no solo es una amenaza; es también la oportunidad de nuestra generación para convertir la autonomía estratégica en política de Estado y canalizar el ahorro europeo hacia proyectos propios de nube, semiconductores y ciberseguridad.

La respuesta empieza a tomar forma en sectores clave. Francia acaba de liderar una ampliación de capital de 1 ,550 millones de euros en Eutelsat, que tras fusionarse con OneWeb opera la segunda mayor constelación de satélites de órbita baja del planeta. El objetivo declarado es competir con Starlink y garantizar a la Unión Europea acceso soberano a conectividad espacial, sin posibles cataratas de «kill switches» ordenados desde Washington, Florida o Texas.

¿Suena intervencionista? ¿Y? China lleva dos décadas demostrando que un mercado gigantesco, cuando se alinea con una política industrial adecuada y bien planificada, puede catapultar actores locales hasta borrar del mapa a rivales extranjeros. Nadie propone copiar su autoritarismo, pero sí su pragmatismo: preferencia de compra pública para proveedores europeos, cuotas mínimas de contenidos y servicios «made in the European Union», y, llegado el caso, vetos temporales a quienes no garanticen respeto a nuestras leyes y resoluciones judiciales, por muy Big Tech que puedan ser. ¿Tu modelo de negocio atenta claramente contra el derecho a la privacidad de los ciudadanos europeos, definido como un derecho fundamental? Pues vete a ofrecer tus productos y servicios a otro sitio.

Para lograrlo necesitamos una unión de capitales real, eurobonos incluidos, que financie semilleros de I+D y escale soluciones propias, así como contratos públicos que premien la residencia efectiva de datos en suelo comunitario, y una Dirección General de Competencia dispuesta a mirar hacia otro lado cuando se forjen campeones europeos capaces de medirse con los titanes estadounidenses y chinos. La soberanía digital no se mendiga: se construye con reglas, inversión y valentía política.

Si algo está dejando claro este mandato trumpista es que la era del «amigo americano» terminó. Cada pulso diplomático, cada sanción extraterritorial y cada amenaza arancelaria refuerzan el mismo mensaje: quien controle tu infraestructura controla tu futuro. La Unión Europea puede seguir rezando para que en Washington gobierne alguien sensato o que al actual chalado no le dé la enésima rabieta estúpida, o puede decidir de una vez que su libertad depende de sus propias empresas y de sus propios cables, satélites y nubes. Ojalá optemos por lo segundo, antes de que el próximo apagón lo decidan otros.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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