





Dos de los hombres más ricos del planeta se enfrentan por el control de la conectividad global, llevando Internet al espacio. En una esquina del cuadrilátero, Elon Musk: el polémico e impredecible visionario que no busca crear empresas, sino industrias enteras. En la otra, Jeff Bezos: el estratega silencioso y reflexivo, arquitecto de un gran imperio. Un combate entre dos gigantes tecnológicos con recursos casi ilimitados.


Hasta hace apenas una década, el espacio era territorio exclusivo de meteorólogos, científicos y militares. Hoy es otra cosa: un negocio. Una inmensa oportunidad de ofrecer conectividad donde nadie más llega. Pronto no quedará un solo rincón del planeta sin cobertura.
A diferencia de los viejos satélites geoestacionarios, que orbitan a gran altitud y permanecen fijos sobre una región, los nuevos satélites en órbita baja (LEO) surcan el cielo a gran velocidad. Sobrevuelan varias veces al día cada punto del planeta. Eso los hace ideales para conectar contenedores que viajan en barco o zonas rurales inaccesibles. Pero también obliga a desplegar numerosos satélites para evitar una cobertura intermitente. Más satélites significa mayor capacidad para ofrecer una conectividad fluida, estable y en tiempo real.
Hace una década, apenas un millar de satélites orbitaban la Tierra. Hoy son más de 11.000. Y si los planes actuales se materializan, podríamos ver más de 100.000 en los próximos años. En esta carrera vertiginosa por conquistar el cielo, Starlink ha sabido moverse primero. Fue en 2019 cuando Elon Musk, fiel a su estilo grandilocuente, anunció su ambición de crear una réplica de Internet en el espacio. Desde entonces, su constelación no ha dejado de crecer: más de 8.400 satélites ya están operativos. SpaceX lanza cohetes de forma rutinaria y fabrica más de ocho satélites cada día. Su dominio de toda la cadena que va desde la fabricación, lanzamiento y operación es completo.
Hoy, más de cinco millones de personas en 125 países se conectan a Internet a través de Starlink. Cada usuario, cada dato, cada dólar que pasa por la red refuerza su infraestructura. Según algunas estimaciones, ya genera en torno a 12.000 millones de dólares al año. Y esto no ha hecho más que empezar.
Mientras Musk consolida su posición en el mercado, Bezos apenas comienza a despegar. Tras varios retrasos, su proyecto Kuiper acaba de poner en órbita, a finales de abril, sus primeros satélites operativos.
¿Llega demasiado tarde? Tal vez.
Bezos no actúa por impulso, sino que ha planificado bien sus movimientos. De momento, cuenta con aprobación para desplegar más de 12.000 satélites y ha reservado más de 80 lanzamientos para los próximos cinco años. La inversión estimada ronda los 20.000 millones de dólares.
La estrategia es ambiciosa: ofrecer un servicio más barato y de mayor calidad que el de Starlink. Para lograrlo, Amazon puede aprovechar activos que ningún otro competidor tiene. Su infraestructura cloud de AWS podría integrarse con el servicio. Su red logística global le permitiría distribuir terminales directamente a millones de hogares, incluso a través de Amazon Prime. A eso se suma su experiencia en productos de consumo y una cultura de servicio al cliente que Elon Musk no tiene.
El plan contempla fabricar decenas de millones de terminales asequibles, con una cobertura global prevista para 2029. Si algo no le falta a Amazon, es músculo financiero y capacidad tecnológica. El proyecto Kuiper es una de las mayores apuestas de la compañía y tiene el potencial de transformarla en un operador de telecomunicaciones.
Y no están solos. Las constelaciones de satélites se han convertido en un asunto de soberanía nacional. Es cierto que Musk ha llegado primero y que ha revolucionado la industria, pero el uso de su constelación con fines geoestratégicos ha generado malestar desde Brasil hasta Europa. La cobertura arbitraria de su servicio en Ucrania, donde decide unilateralmente si una región es rusa o ucraniana, ha hecho saltar todas las alarmas.
Como respuesta, Europa ha lanzado IRIS² para asegurar su autonomía tecnológica. China, por su parte, trabaja en su propia constelación, Guowang. Incluso gobiernos como el canadiense financian el despliegue de constelaciones nacionales. Porque en esta nueva carrera espacial no se trata solo de ofrecer Internet, sino de controlar la infraestructura digital con un uso dual: civil y militar.
En su vertiente más comercial, la batalla no se libra solo en el cielo, sino en la capacidad de construir sobre esa constelación una nueva generación de servicios digitales. Starlink tiene la ventaja de haberse movido primero, pero Amazon podría superarla.
Ahora, la pregunta no es si Amazon puede competir con Starlink, sino cómo Starlink va a competir con el ecosistema completo de Amazon, cuando esté plenamente operativo.
Nota:retinatendencias.com







