Al compás de la naranja mecánica

Actualidad26 de abril de 2025
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Poderes agazapados en las redes pergeñando un ataque a su propia escuela. Tiroteo. La consigna supone tirar a matar sin hacer foco. De la misma manera funcionan las apps en nuestros celulares. Nos tiran a matar sin hacer foco, en una revolución lógica, incluso cíclica, que tomamos de nuestra enajenación con los Estados Unidos y que ya fue denunciada en Bowling for Columbine de Michael Moore. Es el mundo distópico de La naranja mecánica, donde las bandas salen a destruir al otro, a dejarlo pudrir de manera manifiesta y también simbólica.

El cambio de dirección y de época no es reversible, mejor desentrañarlo. Tenemos un abanico de posibilidades sociales que están fundadas también en nuestra historia contemporánea. Son también posibles distopías, como las de un mundo distributivo, un universo más distributivo. En esta actualidad, la del capitalismo entrando en una de sus vertientes más abstractas y cibernéticas, a la par que se genera una acción monstruosa, existe una acción humana, un lance humanitario que se le contrapone, sin caer por eso en las espirales inconducentes de las idealizaciones. En las idealizaciones a ultranza, podemos imaginar que tenemos herramientas suficientes que están en la división de los poderes del Estado, en la participación ciudadana en las calles, en la voz crítica que surge de cada uno de los ámbitos donde uno puede dirigirse al otro, desde los mosaicos multiplicados de los tablados con los que se construye y hacia los que se dirige la palabra al mundo. A pesar de estas herramientas, mantengámonos despiertos para no alucinarlas como suficientes. 

La experiencia que se está realizando en la Argentina, entre sus distintas singularidades, nos impone una pregunta: ¿hasta dónde en un sujeto político intervienen sus marcas subjetivas? Un gobernante no se reduce a las responsabilidades de la gestión solo desde un punto de vista técnico; en la misma interviene una ideología que siempre está --en mayor o menor medida, unas veces más velada, otras veces más a la vista-- impregnada por huellas fantasmáticas inconscientes y también comunitarias.

En el caso del libertario ultraderechista que gobierna el país, estas huellas son evidentes: él mismo se encargó de manifestar, en sus diferentes comparecencias públicas, cómo se situaba en el tablero político; daba cuenta de sí mismo como un elegido por fuerzas que no emanaban del mundo terrenal sino de una misión mesiánica destinada a extirpar el mal de la Argentina. El mal somos los argentinos, como antes fueron los habitantes del desierto y su conquista. Por ello, más que un presidente, se presenta como un redentor que pretende salvar a la Nación de distintos fenómenos malignos que atraviesan su historia. De este modo, como suele ocurrir con los que combaten el mal, se trata de destruir hasta la última de sus raíces sin tener en cuenta a millones de seres humanos que caerán bajo su mandato sádico de destrucción. Dado que tiene la certeza de que la historia lo considerará un genio, su plan no parece modificable por dialéctica política alguna. El neoliberalismo, bajo su faz de ultraderechas, tiende al Estado de excepción; es en la marcha del capitalismo financiero en donde se confirma una férrea contradicción entre su despliegue ilimitado y lo que hasta ahora hemos denominado democracia. Democracia de baja intensidad también le dicen. Capitalismo y democracia ya no constituyen un par estable y garantizado, ni siquiera en el Occidente hegemónico; es lógico que en este escenario el laboratorio argentino sea observado internacionalmente. Como vemos, los antagonismos severos y extremos son fundamentales para el funcionamiento del capitalismo. 

Pienso incluso en las tentaciones que ofrece el sistema capitalista. En esa misma novela, La naranja Mecánica de Anthony Burgess, el protagonista, Alex, finalmente es reeducado hasta el extremo de normalizarse y volverse un adulto. Privémonos tanto del escozor como de la tentación de arrojarnos sobre este tipo de miradas tranquilizadoras y unificadoras. Vivimos en el mundo en el que nacimos, ese mismo que da sus saltos epistemológicos e irreversibles, y que propone tensiones estructurales que conocemos bien. Si pretendemos desbaratarlas no desatendamos su compleja relación con las capas macrosociales y sus mitos fundadores. Salir para volver a entrar es la consigna.

En la Argentina se están presentando de forma acelerada elementos, que, si bien estaban presentes en otras experiencias neoliberales, ahora adquieren un cierto matiz catastrófico que demanda un análisis nuevo. El neoliberalismo, a pesar de todos sus excesos, aspira a una cierta racionalidad gobernada. Por ello, no es frecuente que nos encontremos con países como Argentina, con una constitución compleja de su cultura política, que no puedan sostener por mucho tiempo la experiencia de cumplimentarlo de un modo absoluto, donde las mediaciones políticas se cancelen y ningún dato de la realidad sea tenido en cuenta. Confiemos en eso: las plazas, los paros, la participación ciudadana y la toma de posición en el discurso son modos de establecer el funcionamiento antagónico, que ya está fechado y ya fue nombrado con anterioridad a nuestros nacimientos. 

En la Argentina se está intentando poner en marcha un plan gubernamental abstracto, por momentos metafísico, no por eso menos extractivista, del cual el pueblo es rehén y autómata. Los chicos de Ingeniero Maschwitz y sus fantasías de apocalipsis terminales en su escuela son exponentes de esas emergencias. De allí que, en este como en otros casos --otro tanto ocurre con las aberraciones de la policía represiva en su relación con la ciudadanía--, el experimento se excede a sí mismo; y aunque encuentre la forma de desarrollar un simulacro de gobernabilidad, la catástrofe que va a producir no podrá ser integrada fácilmente al programa de gobierno.

De este modo el mundo observará cómo hasta el propio mercado implosiona cuando el Estado se retira en su agenda social y se incorpora a la agenda del mercado como totalidad, como app salvadora, religiosa y fuera de foco.  

Los argentinos padeceremos un tiempo histórico donde se pondrá a prueba con qué recursos sociosimbólicos cuenta la nación para que una nueva fuerza política, aunque proceda de la tradición --el peronismo--, se pueda hacer cargo del desastre producido por la derecha argentina en su etapa mesiánica.

Por Cristian Rodríguez * Psicoanalista y escritor. / P12
 
 
 
 
 
 
 
 

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