¿Un límite para Milei?
–¿Vos alguna vez viste una rata de frente?
La pregunta, tan existencial como materialista, tan anecdótica como coyuntural, la dice –en voz baja, casi al borde del murmullo– un chico a una chica. Ambos están en su veintena; son estudiantes. Tienen los dedos afilados a sus celulares, las zapatillas con la mugre exacta de la juventud, las manos rápidas, casi eléctricas. La inquietud no necesariamente exuda miedo, sí cierta incertidumbre. Es la primera vez en sus vidas que van a dormir en el aula de una universidad. Ella votó por primera vez el año pasado, en blanco, y sus padres han sido, respectivamente, votantes de Cristina y de Macri. Él votó la última vez a la izquierda y viene de familia radical. Ellos, como muchos otros estudiantes, están cansados, están movilizados, están preocupados: trabajan, estudian –siguen rindiendo parciales–, van a las asambleas y sostienen las tomas. También, cada vez más, han empezado a afilar la lengua de las redes sociales: suben videos que se viralizan, responden tuits, y hasta pueden discutir en medios televisivos con funcionarios del gobierno como Ramiro Marra o el youtuber libertario Fran Fijap.
La cotidianeidad de las tomas en las distintas universidades nacionales está atravesada por las singularidades, aunque también por las coincidencias: participan estudiantes agrupados, independientes, quienes tienen formación militante y quienes se suman por primera vez –convive la experiencia y el rito iniciático–. La organización es por turnos –divididos en franjas horarias– y por comisiones: de limpieza, de comida, de organización, de prensa (si no hay TikTok, no existe), de seguridad (las resoluciones de cuidado decididas). Se las arreglan para comer –generalmente una olla colectiva, no siempre gustosa–, para luchar, para descansar. (Sobre todo, garantizar el sueño de los que al otro día trabajan: no son pocos quienes pasan la noche en la toma, se ponen un despertador, se toman un Uber, se bañan en la casa y se van a alguna oficina o comercio.) Respecto de los días que se están viviendo, Melina García, estudiante de la Universidad Nacional de Tucumán, señala: “Valorar la auto organización estudiantil y que se pueda dialogar con el resto de los compañeros”. Isabel González Puente, presidenta del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA, subraya la energía y el trabajo de sostener “clases al aire libre en simultáneo”. 2024 es el año del conflicto universitario: el reclamo estudiantil se suma a las acciones que viene realizando el Frente Sindical Universitario –integrado por Conadu Histórica, Conadu, Fedun, Ctera, Fagdut, Fatun y UDA–. Milei lo hizo: se han unido espacios con diferencias históricas, y las asambleas entre los distintos claustros –profesores, graduados (en el que participan la mayoría de los docentes), estudiantes, no docentes– son cada vez más asiduas y concurridas.
Desde la asunción de Milei, en diciembre del año pasado, el conflicto con las universidades argentinas no para de escalar: el recorte presupuestario no tiene comparación en la historia reciente. La situación hizo que, a comienzos del primer cuatrimestre, muchas de las sedes no tuvieran los recursos necesarios para el pago de la energía eléctrica o la compra de insumos mínimos como jabón o papel. Literalmente se apagó la luz: hubo jornadas de clases a oscuras. La escalada llegó el 23 de abril, cuando se realizó, con una masividad notoria, la primera marcha federal universitaria. El gobierno, en respuesta, accedió a cubrir el faltante de los gastos de funcionamiento. Sin embargo, el mayor presupuesto necesario para las universidades no son los gastos de funcionamiento: son los sueldos. Y los salarios de los profesores, de los docentes, del personal de gestión y de los trabajadores no docentes están en condiciones críticas; en muchos casos por debajo de la línea de pobreza oficial. Esta puja motorizó la ley de financiamiento universitario que buscaba actualizar la escala salarial; ley que fue vetada por el gobierno. En esos días decisivos, el 2 de octubre se realizó la segunda marcha federal universitaria, con una convocatoria, de nuevo, amplia, transversal, heterogénea. Pero finalmente, en una sesión especial, la Cámara de Diputados confirmó el veto presidencial. A partir de allí, muchos estudiantes –cada vez más– empezaron a ir con bolsas de dormir a sus facultades.
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En Argentina hay sesenta universidades nacionales, según el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) que las nuclea, en las que se estudian carreras de grado y de posgrado, y en las que a la formación profesional se suman las actividades de extensión, los idiomas, entre muchas otras. Son instituciones tan antiguas que, incluso, preceden la conformación del país como tal: en 1613, el Colegio Máximo que habían fundado los jesuitas unos años antes en la ciudad de Córdoba comenzó a impartir cursos superiores, con una fuerte impronta religiosa, como señala Pablo Buchbinder en Historia de las universidades argentinas. La Universidad de Buenos Aires fue fundada casi dos siglos más tarde, en 1821. La ley 1597, o ley Avellaneda, marcó el puntapié de las transformaciones. Sin embargo, las tensiones entre la verticalidad de las instituciones, su matriz religiosa y los vertiginosos cambios fueron en ascenso: en 1918 Córdoba fue el epicentro –luego expandido– del reformismo universitario, cuyos pilares eran la mayor democratización y modernización. En las décadas siguientes, la relación entre peronismo y universidades fue compleja: así como intervino la vida universitaria, garantizó la gratuidad. Después, no sin contradicciones, a partir de los años sesenta, se produjo un aumento de la matrícula y, en especial, de la participación de las mujeres. En 1969, el “Cordobazo”, continuó y reactualizó el reformismo de comienzos de siglo XX: con el encuentro de estudiantes y trabajadores. Esa experiencia marcó la universidad de los setenta, interrumpida por la represión de la dictadura. Fue el retorno de la democracia lo que abrió un nuevo capítulo: la revitalización, el poder del radicalismo en las universidades –en particular en la UBA–, la política menemista (con el recorte presupuestario y también la creación de facultades) y la resignificación de esta política descentralizadora durante el kirchnerismo.
La mayor cantidad de alumnado en el país es concentrada por la UBA, seguida por la Universidad Nacional de Córdoba, la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad Tecnológica Nacional y la Universidad Nacional de Rosario. Cada universidad se organiza en distintas facultades (la mayoría) o departamentos (en los casos de las instituciones departamentalizadas); cada uno de ellos, a su vez, está integrado por distintas carreras. Las universidades son autónomas, gobernadas por sí mismas en cogobiernos de los distintos claustros; no obstante, las autonomías son relativas. Esa mitología fogoneada por el presidente de “zurdos” y “vagos” puede ser una parodia a lo Capusotto de algún estudiante de Humanidades, pero resulta bastante lejana de la realidad de un estudiante de alguna salida técnica en las universidades de la provincia de Buenos Aires o de la formación de núcleos históricamente conservadores como los de las Universidades de Córdoba o UNCUYO. Las universidades son tan diversas como el país: están las tradicionales, las de los centros urbanos, las más territoriales en ciudades pequeñas vinculadas con las necesidades de la zona –muchas de ellas fundadas en los sesenta o setenta–, las de los noventa –como San Martín o Sarmiento– y las más recientes –como UNAHUR, Moreno o la UNA–.
De continuar la situación actual, la docencia universitaria estaría por convertirse en la docencia peor paga de todo el escalafón argentino.
¿Cuánto gana un trabajador universitario? No hay un salario único. Primero, porque puede haber diferencias entre las universidades. Segundo, porque varía, como explicó el profesor Pablo Alabarces (1), según el cargo –ayudante, jefe de trabajos prácticos, adjunto, asociado, titular– y las dedicaciones –simple, semiexclusiva, exclusiva–. Más allá de la amplitud, la escena común es la de la precarización. No sólo respecto de una situación compartida con otros trabajadores –en general– y con otros trabajadores de la educación –en particular– sino con una realidad muy específica. De continuar la situación actual, la docencia universitaria estaría por convertirse en la docencia peor paga de todo el escalafón argentino. Es decir: medido por hora se gana menos que en otros niveles; en parte, porque los sueldos de la educación inicial, primaria y secundaria no dependen de Nación, dependen de los distritos donde los incrementos de las paritarias han sido, al menos, realmente existentes.
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Florencia Boveri, Presidenta del Centro de Estudiantes de FADU de la UBA, señala: “Peleamos por la continuidad de la universidad pública y tenemos que ser garantes de ello, no abandonamos la facultad, permanecemos en estado de alerta y movilización y la preocupación es la de cómo nos vamos a seguir organizando y cómo hacemos para que las medidas sean efectivas”. “La causa de la universidad pública despierta simpatía en toda la sociedad y al mismo tiempo entusiasma a otros sectores de trabajadores que la están peleando”, propone Luca Bonfante, Secretario General del CEFyL. Nazarena Sauri, estudiante de la Universidad Nacional de Córdoba, agrega: “Estamos muy organizados y cada persona que pasa por nuestra toma lo destaca, nos cuidamos y cuidamos el espacio”. Los termómetros de estudiantes, docentes y trabajadores, en todo el país, son diversos: hay entusiasmo, hay cautela, hay pregunta. Hay bocinas en apoyo de colectiveros y taxistas, hay vecinos que acercan comidas, hay saludos en puño o haciendo la “v” –para todas las simpatías–. Pero también hay insultos como “chorros”, gritos y tiradas de agua. Hay un clima espeso. Florencia Boveri redondea: “La sociedad apoya el reclamo universitario, hay un gran consenso social sobre la universidad pública y por eso tiene que ser financiada por el Estado”. Taiel Beltrame, en la presidencia del Centro de Estudiantes de Humanidades de la Universidad de Mar del Plata –Milei estuvo en Mar del Plata el pasado viernes en el coloquio de IDEA–, suma: “Construimos una toma activa, con charlas, clases públicas y también la refacción de un aula, porque entendíamos que, más allá de la medida de fuerza, era el momento para profundizar la organización”.
Las voces de los estudiantes en distintos puntos del país coinciden: puede haber estudiantes que hayan votado a Milei pero la participación de grupos libertarios en asambleas es minoritaria, no hay núcleos organizados, los focos de conflicto son escasos. Sí: por abajo entre compañeros se escuchan disidencias o quienes cuentan que lo votaron. “No terminan de conformarse como una corriente política al interior de las universidades”, dice Luca Bonfante. “Lo que sí sucedió –comparte– son algunos hechos aislados, como en la Universidad Nacional de Quilmes, donde un grupo de 25 liberales intentaron romper la asamblea que iba a definir la toma del edificio entrando a los gritos y con gas pimienta, pero fueron echados por todos los estudiantes que estaban ahí demostrando que el movimiento estudiantil que se está poniendo de pie tiene bastante determinación”. Isabel González Puente concluye: “El acuerdo es generalizado sobre la problemática, más allá de las posiciones políticas diversas de los estudiantes, hay unidad más allá de las diferencias”.
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Lo dijo la cultura pop, lo dijeron los años dorados del siglo XX: los jóvenes vienen siempre a cambiarlo todo. Se ha vuelto una suerte de lección de la política: “No te metas con los estudiantes”. Aquí se produce una superposición, hipotética, de franja: la juventud como ese sector decisivo de la porción electoral –con alto índice de asistencia electoral, más proyección de elecciones venideras– que ha sido fundamental para los resultados de LLA, ¿Y ahora? Los escenarios son abiertos. Es histórica la vinculación de los estudiantes con las luchas sociales. Ya se ha probado en el caso de la movilización estudiantil en Chile –sin la cual la presidencia de Gabriel Boric hubiera sido inimaginable–, o en el de las resistencias en las universidades brasileñas frente a la política de Bolsonaro. En Argentina, el intento de recorte de Ricardo López Murphy a las universidades, a comienzos de 2001, tuvo un rechazo tal que terminó con su renuncia. ¿Y ahora? Milei, se ha dicho, es un roto en una sociedad rota. Un sintonizador de la cloaca social. ¿Encontrará aquí su limite o su giro? El mileísmo empieza a funcionar a ritmos o velocidades diferentes. Sus voceros jóvenes, envalentonados, alardean por redes, patotean, mientras el presidente ralentiza, sin tampoco opacarlos. Marca los límites de la conversación: no es gratuita (nada en el capitalismo lo es), es no arancelada y se planta en el pedido de las auditorías –que, de hecho, ya existen–. La fuerza de las universidades no está solo hacia adentro sino en aquello que sale de sí mismas. Esa quizá sea la pregunta. Dónde está la sociedad. La universidad no la “defienden” sus audiencias esperables. La defiende hasta Mirtha Legrand cuando dice: “No quiero dejar de expresar mi apoyo y mi orgullo a todos quienes hicieron grande la universidad pública argentina”. Cuando dice, en corto: prestigio, consenso, unidad.
Cuando Macri dijo “no me dejaron gobernar” eso también estaba lanzado… a la sociedad. La ingobernabilidad de la sociedad argentina. ¿Qué va a hacer la sociedad con el conflicto universitario? Eso indomable de la Argentina, ¿podrá ser canalizado a través de las universidades?
1. Pablo Alabarces, “M’hijo, el dotor, gana 120 lucas por mes”, elDiarioAr, 3 de octubre de 2024.
Por Florencia Angilletta * Docente y Becaria doctoral del CONICET. Autora de Zona de promesas. Cinco discusiones fundamentales entre el feminismo y la política, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2021. / Le Monde diplomatique, edición Cono Sur