Las nuevas batallas

Actualidad17 de agosto de 2024
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La aparición de las redes sociales y la cultura digital ha traído nuevas formas de hacer política y nuevos actores que, en un principio, parecían sólo existir allí. Pero en el contexto de internet y las redes sociales, no todos somos iguales. Especialmente en las últimas tres generaciones, un aspecto fundamental de la socialización se ha dado en relación a cómo se interactúa con la cultura digital y sus diversos aspectos.

Toda batalla tiene dos objetivos fundamentales posibles. El primero es ganar, el segundo es no perder. Obviamente, en la práctica estos objetivos se moderan o se complejizan. A veces uno pelea para definir en mejores condiciones los términos en los que rendirse, a veces la victoria está asegurada, pero se trata de perder lo menos posible en el camino, al mayor posible costo del enemigo, o intentar conservar lo más intacto posible el botín a conseguir. 

La realidad es que el combate real depende de múltiples factores humanos, lo que vuelve las predicciones un objetivo casi imposible, por lo que los planes suelen subordinarse a los pequeños cambios en el terreno. ¿Y en qué campo de batalla se aplicarían mejor estas ideas que en la supuesta “batalla cultural”? Una batalla que no termina de estar claro si realmente existe. Es decir, actuamos como si existiera, el concepto tiene peso real, pero no está muy claro quienes son sus actores, cuantos bandos hay, por qué botín luchan, cuales son las condiciones de victoria, etcétera. 

Cuando hablo de batalla cultural me quiero referir específicamente a una fenómeno de politización rápida y creciente del debate en redes sociales y medios de comunicación, producto de una sensación de ruptura o ausencia de hegemonía clara. Los conflictos intelectuales no son nada nuevo en la historia de la humanidad, pero las formas específicas, muchas veces mal analizadas (o no analizadas), sí lo son. 

Cuando hablamos de batalla cultural, usualmente nos referimos a las acciones de los soldaditos de a pie de redes sociales que literalmente “pelean” por sus bandos. En Argentina, por ejemplo, tenemos clarísimo el rol de los “trolls” libertarios como actor político de imposición de agenda. Lo interesante de este campo de batalla específico es que nunca está claro quién es el objetivo de los ataques, ni por qué son ataques en sí mismos. Quizás quede más claro con algunos ejemplos: 

El raid, sea de una red social a otra (como en el viejo conflicto 4chan vs Tumblr), o el ataque masivo sobre un individuo, como el doxxeo, tiene como implicancia la idea de “ocupar un espacio”. Romper una hegemonía enemiga en una red social o hacer acobardar tanto a referentes como espectadores de tener una opinión de cierto tipo. 

Pero hay otras formas de batalla, que no se dan estrictamente contra un enemigo. La discusión interna publica, un fenómeno muy propio y específico de la actualidad, suele servir como ordenador de discursos y acciones para el campo propio. Además de bajar línea y hacer efectiva cierta línea de mando, puede tener como objetivo aislar lentamente a algún grupo díscolo que está en el área gris entre pertenecer y estar afuera. Un ejemplo claro sería el tipo de posteo en instagram o el hilo en twitter donde “se explica” que no se puede usar cierta expresión porque tiene cierto tinte político específico. Estos posteos no salen de la nada, sino que reflejan una idea de foro interno, donde se proclaman nuevos lineamientos para quién ya está convencido.  

Los nuevos soldados 

Pero ¿cómo se crean esas nuevas líneas de separación entre “grupos” en redes sociales? Se han hecho muchos estudios cuantitativos, pero lo más interesante, por el lado de la motivación, pasa por que es ideológica, pero principalmente estética. Y el núcleo central de esa estética es cada vez más el humor. El humor siempre fue una herramienta política clave, pero con la imposición del meme como unidad básica principal de la comunicación en el foro político más importante de la actualidad, la capacidad de hacer un chiste mientras se plantea una agenda se fue transformando en uno de los skills políticos fundamentales. 

En las últimas décadas, la juventud, además de una nueva cultura (que siempre la tiene) primereó el uso de las redes sociales masivas como espacio casi primario de socialización. Esto quiere decir que una gran parte de las formas y rituales sociales generacionales están formateados por ese medio, y a su vez las formas y rituales sociales de las redes están formateados en una matriz generacional específica. 

La edad, la clase social, el género, el país o región donde se vive y ciertos rasgos de la personalidad son los factores que influyeron en cuáles fueron las primeras camadas con acceso a la tecnología, cultura y espacios de socialización digitales de la última época. La verdad es que los cortes generacionales no son exactos; las vanguardias de la programación y del mundo de la red tienen una edad más avanzada, pero en términos de ingreso masivo, recién los nacidos a finales de los 80 o principios de los 90 pudieron tener una real socialización temprana digital. Esta generación y las dos que le siguen se suelen llamar Millennials, Gen Z y Gen Alfa; en Argentina, podríamos llamarlos la generación de los 90, la de la Década Ganada, y lo que sea que esté asomando ahora. 

Esta generaciones tienen algunos patrones culturales únicos, como el acceso a internet, a la cultura de videojuegos y el animé. Obviamente, una generación no se comporta como un bloque uniforme. Incluso, ese bloque con tanta digitalización era en su origen una extrema minoría. Con el paso de los años, estos grupos pasaron de ser un sector marginal (no por motivos económicos o étnicos, sino de prestigio social), a estar en el centro de la escena cultural, económica y también política. 

¿Cómo se vincula esto con lo que veníamos hablando al principio? La “batalla cultural” es un aspecto parcial, un ángulo del cual ver un proceso más complejo. Así como “wokes” y “basados” se pelean en twitter y ganan uno u otro espacio comunicacional, como resultado vemos un gran desplazamiento de viejas formas de ver el mundo, ancladas en otras generaciones sin un acceso tan directo a este nuevo espacio. 

Ser twittero o streamer es una forma de ascenso social y político. Por más ridículo que suene así escrito, cualquiera que lo analice más de un minuto puede entenderlo. Hacer política tradicional es muy caro, en capital económico y humano. Los viejos medios de comunicación tienen barreras de entrada muy altas. Hoy es más fácil llegar al poder siendo buen twittero que buen militante de base. 

Un combate difuso, a veces feroz, “horizontal” entre fuerzas rivales ideológicamente esconde un fuerte empuje vertical, victorioso “hacia arriba” de los “jóvenes”. Es una buena historia, pero no es la verdad completa.

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La vieja guardia 

La realidad es que las propias plataformas sobre las que está basado este fenómeno generacional son de propiedad privada y exclusiva de una generación anterior (la Gen X). Los viejos yuppies y los hippies, que otrora dieron su gran batalla cultural generacional, terminaron de atrincherarse donde pudieron. Esa primera “vanguardia del mundo de la programación” que nombramos antes. Apretados desde arriba por los boomers, que son la primera generación en vivir mucho más que la anterior y que acumularon una enorme riqueza en el boom post Segunda Guerra Mundial. Los controles sobre las normativas de la censura digital, las agencias de los servicios de inteligencia e información, todas palancas fundamentales del ecosistema de las redes que no son para nada controladas por los jóvenes (al menos hasta ahora fue así, quizás en Argentina estamos por ver el primer atisbo de una nueva época). 

Tampoco es cierto que los nuevos actores de las redes estén desvinculados de las dinámicas externas. Primero, las “redes” son y existen en lugares. Las terminales, individuos, cables y servidores están en países con reglas, leyes y economías. La política en las redes puede ser muy distinta de la política clásica, pero como aquella debe siempre subordinarse ante la realidad del poder. Por mucho trolleo que se haga, una guerra perdida o un gobierno que cae son hechos incontestables. 

Esto también se da en un plano blando o cultural. Es muy común plantear la oposición entre redes y academia, o cuentas anónimas y periodismo. La realidad es que son efectivamente distintas, pero no es que una reemplaza a la otra, simplemente aparecen nuevas funciones y roles, pero también se tejen relaciones entre los espacios e ideas viejas y las nuevas. 

Las nuevas derechas (por dar el ejemplo que viene al caso, pero también aplica a las nuevas izquierdas) pueden parecer plebeyas y autoconvocadas en sus formas (y en gran medida lo son), pero sus ideas no surgen de la nada. Incluso tampoco surgen “de la sociedad”, como usualmente se suele decir, tanto para lavar culpas como para pregonar superioridad moral. El libertarismo argentino es un fenómeno de abajo hacia arriba, de una cruzada en un principio marginal, sí, pero también mama de una corriente ideológica preexistente y muy académica, con Rand, Hayek, Mises y Rothbard, que en EEUU es una presencia muy conocida. Con las otras cepas de las nuevas derechas sucede lo mismo, desde el conservadurismo cristiano, pasando por los primitivismos antisociales y los aceleracionismos de derecha, entre otros. 

El espacio de las redes, y sus nuevos actores, son una gran oportunidad para todo lo que fracasa en otros espacios. Para los marginales de la academia, el periodismo, la política y la ciencia, especialmente para los no-tan-viejos-ni-tan-jóvenes, que no son ni nativos del espacio ni le tienen asco, las redes se convierten en la vía de escape hacia un nuevo tipo de éxito. El nuevo campo de batalla de las redes abre eventualidades que antes podían parecer ciencia ficción. Sin ir más lejos, la idea de “un gobierno libertario en Argentina” sonaba mas a un mod del Hearts of Iron que a una posibilidad política real. El “campo abierto” digital permite que ideas que se cultivaron en ciertos lugares cerrados y compactos germinen en nuevos territorios que no están preparados, o para usar una metáfora viral, que infecten lugares donde no hay anticuerpos preparados.

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La derrota cultural

En el plano de lo nacional y lo internacional esto es clarísimo, con la introducción a la vida política cotidiana de términos, modos e ideas de todas partes del mundo. EEUU, como centro político, económico y cultural, irradia muy claramente sus influencias. Hoy las derechas de todo el mundo hablan muy parecido al Partido Republicano, y lo mismo sucede en la vereda de enfrente, con los Demócratas. La alternativa es aislarse del sistema-mundo online o al menos poner las suficientes barreras como para impedir un efecto directo y masivo. Los únicos que realmente pudieron hacer esta segunda vía son los chinos, que mantienen el único terreno digital masivo y vivo aislado del espacio global-estadounidense, con su gran firewall, su enorme barrera lingüística y cultural y su sistema de control y censura interno. El mundo arabe-musulmán también mantiene cierta independencia, con las barreras linguisticas, pero principalmente religiosas y culturales (además un menor grado de digitalización, comparado con los chinos). 

La sensación de que todo el tiempo aparecen ideologías nuevas y raras no es un delirio, es la realidad de la nueva interconectividad masiva y de las nuevas redes de alianzas entre las viejas y las nuevas generaciones. La pregunta sería entonces “que hacer” al respecto. 

La batalla cultural se gana con poder de fuego memético. Que no es “ganar” las discusiones, sino imponer qué discusiones se dan y en qué términos. Cada vez que alguno de ustedes preguntan qué quiere decir “basado” es una prueba de que lenta e inexorablemente están perdiendo la batalla cultural (frente a los que impusieron ese término). Para los que estábamos mucho online entre 2010 y 2015, era un término ultra marginal, que solo “entendía” un nicho. El hecho de que se haya traducido al castellano y se use tan masivamente en el discurso político argentino (al menos el de redes, pero incluyendo periodistas de medios clásicos), muestra una fuerte imposición sectorial generacional. 

Esto está profundamente vinculado a la cuestión del humor. Uno de los puntos principales del humor como vector político digital está en que llega el momento de “explicar el chiste” a los que todavía no lo entienden. Y una vez que los “normies”, los que están afuera, hacen el sacrificio de “bajarse” a ser entender a esos “raros que hablan raro” ya es tarde, y se encuentran, como personaje kafkiano, convertido en ese horrible insecto digital. Este sistema de cooptación cultural tiene más de código cultural de colegio secundario que de programa político clásico del siglo XX, pero es brutalmente efectivo. 

Entonces, sabiendo de la imposibilidad técnica y política de anular el espacio de las redes, la próxima alternativa es aprender a usar las herramientas naturales a ellas. Muchos señalan, razonablemente, que el espacio no es neutral y que las formas de actuar en redes no pueden usarse contra sí mismas. Es decir, que no hay una forma no antisocial (en el sentido de debilitación de la sociedad) de usar aparatos masivos de cuentas anónimas para imponer ideas. Que las fake news o los edits con inteligencia artificial sólo pueden servir para sembrar la desconfianza en la comunidad. Que las redes construidas por el sistema norteamericano sólo pueden servir al sistema norteamericano. 

Por otro lado, no hay ningún motivo para creer que ya se hayan descubierto todas las herramientas posibles. Tampoco que no se pueda construir un espacio cultural digital propio que resista los embates. Ni que las herramientas que algunos dominan se les puedan volver en contra. Por último, es la propia generación de “nativos digitales” la que deberá encontrar el modo de usar, para bien o para mal, las herramientas de la era en la que le tocó. A esta altura está claro que subestimar la capacidad de la juventud es un deporte de riesgo.

 
 
Por Santiago Mitnik / Urbe

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