¿Está entre nosotros?
(…) al General le gustaba andar en motoneta, y a mí la motoneta me parece ruidosa, incómoda, lenta y particularmente peligrosa: odio a las motonetas tanto como a las palabras que dicen mucho porque no significan nada.
Rodolfo Fogwill. Revisiones (1983)
La combinación entre tiempos de beligerante inestabilidad política y el publish or perish académico-mediático-editorial nos garantiza dosis interminables de verborragia sociológica. Los diagnósticos, las predicciones y las agendas de investigación nacionales y globales se entremezclan de forma constante en novedades editoriales que a veces logran una sobrevida breve. Como un ejemplo particularmente claro, si la caída de Dilma Rousseff era el canario en la mina anunciando el fin de la marea rosa y el juez Moro era un Alfonsín de la anticorrupción para algunos politólogos apresurados, el ascenso de Bolsonaro signó el giro irremediable hacia un postfascismo tropical y el recital de Madonna muestra a Lula como el líder latinoamericano más importante desde Perón. Todo en un proceso de menos de diez años.
El trayecto editorial y científico argentino no es ajeno al fenómeno. Los célebres números 237 de Revista Sur (diciembre de 1955) y 7/8 de la Revista Contorno (julio de 1956) diagnosticaban, procesaban y evaluaban la caída peronista con la misma premura que “El frondizismo en el espejo de la historia” (escrito a principios de 1959 por Tulio Halperín Donghi) parecía asignar a Frondizi un lugar mucho más relevante en la trama argentina que lo que las posteriores décadas de inestabilidad, golpes de Estado y “empate hegemónico” permitirían. Desde entonces, los diagnósticos coyunturales, las pasiones políticas personales y la metodología sociológica e historiográfica se entremezclaron en significativos (pero breves) capítulos de la larga serie de equívocos entre la academia liberal-republicana y el peronismo político.
Los ensayos de coyuntura y los estudios sobre lo contemporáneo son una parte importante del quehacer de las ciencias sociales. Aún más, en la Argentina democrática parecieron revestirse de cierta capacidad de producir intervenciones editoriales de rápida circulación e igual de rápida caducidad. Pasando de 1959 a la década del 2010, se puede recordar que durante años se habló con malicia del trabajo de José Natanson (¿Por qué? La rápida agonía de la Argentina kirchnerista y la brutal ineficacia de la nueva derecha) que pareció desacreditado con el triunfo en primera vuelta del peronismo en el 2019. En el libro, publicado tras las legislativas del 2017, se argumentaba que el gobierno macrista había consolidado “su dominio electoral” y fortalecido “la impresión” de que estaba “logrando construir una nueva hegemonía”. Natanson diagnosticaba que el kirchnerismo había perdido el apoyo de la “clase media baja”, construyendo un “populismo de minorías” mientras la figura del emprendedor macrista moldeaba una nueva subjetividad política. Así, según Natanson, el kirchnerismo se había convertido en una “caricatura pava” del populismo laclausiano. El autor incluso se daba el gusto de diagramar la psicología de Cristina: la veía poseedora de “una personalidad más volcánica” pero “desprovista del genio táctico de su marido”.
Si para Natanson el macrismo era un “espacio en disputa” apenas “inicialmente derechista” pero abierto a evolucionar hacia otros lugares gracias a su “ideología posmoderna”, a partir del triunfo de Jair Bolsonaro a fines de octubre del 2018 (apenas meses después de la publicación de ¿Por qué?) se volvería progresivamente difícil de negar la creciente consolidación de un macrismo “de derecha” que se impondría en el discurso de la alianza Juntos por el Cambio durante la campaña electoral del 2019. Mientras tanto, en torno al clima de triunfo peronista del 2019 se construyeron toda otra serie de novedades editoriales con distintos registros y alcances (desde las tempranas preguntas ¿Por qué funciona el populismo? y ¿Qué es el peronismo? o La grieta desnuda hasta un agónico Peronismo para la juventud) con sus aciertos, convites, aportes y provocaciones.
El desembarco del libertarianismo (o la “ultraderecha”) en el Poder Ejecutivo argentino trajo consigo, de forma lógica, una nueva oleada de biografías, ensayos, columnas y libros de divulgación científica. Al formato título-pregunta (utilizado por bibliografía sobre la “nueva derecha” en textos como ¿La democracia en peligro? o ¿Por qué la rebeldía se volvió de derecha?) se le sumó cierta novedosa utilización de un marketing del profeta: la construcción según la cual ciertos pensadores e investigadores habrían avisado con anticipación la victoria libertaria. Si el formato pregunta es una exigencia en el guionado de contenidos para redes sociales (desde videos cortos y tiktoks hasta largos ensayos de revista digital que buscan captar rápidamente la atención del espectador-consumidor), la pose de Casandra es un activo de larga eficacia en la construcción de figuras con potencial mediático. La originalidad y la predicción son activos que se cultivan y que son bien valorados por el entramado académico-editorial.
Empleando un subtítulo marcadamente similar al “no la ven” del discurso libertario, la editorial Siglo XXI publicó en diciembre del 2023 la compilación Está entre nosotros. ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir? coordinada por el investigador Pablo Semán. En la misma se pueden leer intervenciones de investigadores (sociólogos, politólogos, antropólogos) que en algunos casos muestran un largo recorrido dentro de la “derechología” mientras que en otros se acercaron a los estudios sobre la derecha desde temas adyacentes (el mercado editorial, la inclusión digital, el evangelismo, etc.). Los capítulos 1, 2 y 3 del libro (pertenecientes a Sergio Morresi, Martín Vicente, Melina Vázquez y Ezequiel Saferstein) muestran un determinado registro con códigos propios de la escritura académica mientras que la introducción (de Pablo Semán) y el capítulo final (de Pablo Semán y Nicolás Welschinger) adoptan un tono por momentos ensayístico mucho más cargado de diagnósticos políticos de coyuntura.
Los distintos capítulos del libro están salpicados e intervenidos por una estrategia editorial (consciente o no): “no la vimos venir”, “lo que se descubre tardíamente”, “un voto inesperado”, “historia de la novedad”, etc. De este modo, se inviste de cierta particularidad y capacidad profética (Semán, en particular, se encarga de enumerar a personas que “la vieron”) a una serie de investigaciones que se insertan en el campo de estudios sobre las derechas (mucho más amplio) que en Argentina viene siendo revigorizado desde el triunfo macrista en 2015 y que obtuvo una marcada relevancia internacional a partir del ascenso del trumpismo en Estados Unidos. Si la predicción estadística (la capacidad de conocer al individuo ganador de las elecciones) en buena medida fracasó entre los analistas argentinos y extranjeros a la hora de observar las elecciones del 2023 (en las que parecía segura una victoria de Juntos por el Cambio), no es menos cierto que el diagnóstico sobre la “derechización” de la sociedad –y de Juntos por el Cambio y sus franquicias en particular- era compartido por una buena parte de los observadores comprometidos. Entonces, ¿qué hay de nuevo en las estanterías?
Lo que distingue el esfuerzo de la compilación publicada por Siglo XXI es el tono excesivamente político y antagonístico de los textos firmados por Semán. El autor llama hipócrita y demuestra contradictoria (e “ineficaz”) la frase cristinista “la patria es el otro” mientras se vive un clima de “injusticias en las políticas de subsidio, irresponsabilidad en el manejo del dinero público, actos de corrupción y un internismo feroz” sumado a la “inconsistencia en la política de cuidados” y los “desempeños lamentables” durante la pandemia. Aún más, en un gesto parecido al tomado por José Natanson años atrás, Semán describe a un Macri conspirador que “advirtió bastante antes que muchos observadores y actores la transformación de la sociedad”. Incluso, parece sugerir que el macrismo fue el verdadero ganador de las elecciones del 2019. De este modo, analiza que la victoria “pírrica” del Frente de Todos en primera vuelta se reveló frágil una vez que en el gobierno demostraron no entender “los cambios sobrevenidos desde 2011” mientras que le dio razón “al cálculo” de Mauricio Macri que en 2019 obtuvo “un altísimo piso electoral, pese a los traspiés significativos de su gestión presidencial”. Está forma de evaluar al individuo-Macri parece débil al pensarla desde una metodología de las ciencias sociales: ¿cómo suponer los motivos de un actor individual y en base a eso diagnosticar a un movimiento político? ¿Por qué el “giro a la derecha” macrista sería una transformación estratégica y no parte de una compleja dinámica dialógica entre sectores antikirchneristas y derechas dentro de la cual el individuo-Macri es apenas un eslabón? Curiosamente el texto, a la hora de intervenir políticamente, elige criticar a los “voluntaristas” que evaluaron como “tibia” a la gestión de Alberto.
Aún más, Semán basa buena parte de su argumentación antagónica en la presentación de un supuesto “consenso progresista” que ha sido desmentido o perforado (depende del sector del texto que se consulte) por el ascenso libertario. En ningún momento de sus intervenciones el autor elige a otro autor con quien polemizar: no hay citas o menciones directas a los pensamientos que se combaten. De este modo, se construye la idea de este “consenso progresista” indiscutido que recuerda al supuesto “consenso alfonsinista” que se ha postulado en análisis políticos de los últimos años. ¿Ese consenso existió para los actores “progresistas? ¿Fue estático? ¿No es el “consenso progresista” una construcción de denuncia conspirativa realizado por las identidades “antiprogresistas”?
En la misma línea, el autor prácticamente denuncia que el gobierno peronista llevó adelante “una agenda progresista estrechamente centrada en los intereses de las militancias”. Para esta conclusión, ¿el autor entrevistó “militancias kirchneristas” o se valió de su intuición política? En la cita al inicio, Fogwill se refería a la palabra “sinarquía” como una de esas palabras que al significar mucho no significan nada, y en el mismo sentido pareciera que emplear “progresismo” como una categoría tan relevante y poco explicada en un texto que se pretende científico es problemático.
Si las derechas libertarias o antiprogresistas han buscado, como dice el autor, “reponer el valor de lo “políticamente incorrecto” pero verdadero en términos de doctrinas o ideas superiores”, su estrategia argumentativa o editorial parece por momentos reproducir la misma lógica. Este posicionamiento de denuncia a un espectro progresista (conjurado pero nunca citado) se vuelve aún más discutible cuando se descubre la estrategia metodológica escogida por el autor para buscar la esencia de lo libertario. En el capítulo cuatro, Semán y Welschinger exponen las conclusiones de entrevistas realizadas a votantes libertarios a lo largo del 2023. Para eso, escogen internarse en el exótico conurbano, “bajar al territorio”, a hablar con grupos de amigos, repartidores de Rappi y emprendedoras galperinianas.
Aunque en el ballotage (asumiendo que los votos del ballotage “son” de Milei) el libertarianismo solo se impuso en la zona norte del Conurbano y perdió la mayoría de la zona oeste y la zona sur (no quiero disminuir la importancia de la cantidad de votos que recibió en los municipios donde perdió), la operación antropológica escogida por los autores privilegia “descender” y encontrar la verdad entre sus habitantes. Sin entrevistas a otros tipos de militantes o votantes libertarios, por momentos pareciera caerse en cierto prejuicio epistémico que devela a “lo popular” como lo verdadero. Si “popular” es una categoría que vale la pena utilizar para describir científicamente fenómenos políticos es algo que no preocupa al texto. ¿Qué significa “popular” como categoría científica? ¿Un mapa electoral tiene que mostrar la suficiente cantidad de villas pintadas de amarillo libertario para considerar que Milei ha alcanzado el grado de votos suficiente para ser calificado “popular”?
En ese sentido, en algunas de las descripciones y conceptualizaciones que aparecen, pareciera que los militantes villeros que entrevista Vázquez se toman como una muestra más “real” de la subjetividad libertaria que el politólogo de la USAL encontrado por Saferstein. Aún más, es Semán quien parece insistir en encontrar el sustrato de lo libertario en la subjetividad de votantes “populares” de distritos en los que, en algunos casos, el libertarianismo no se impuso electoralmente. Creo que así como un discurso de Néstor Kirchner en 2004 no puede dar “la verdad” sobre la naturaleza del peronismo en el 2024, tampoco parece adecuado concebir que el testimonio de un joven que guía a Milei por la villa 21 devele algo particularmente impactante sobre el libertarianismo.
En un pasaje el texto adopta un tono que se podría encontrar en alguna revista de izquierdas de antaño: se diagnostica que el kirchnerismo quiso transformar los emblemas del peronismo y fracasó, mientras que la derecha libertaria habría logrado de forma exitosa realizar ese proceso con los “emblemas de derechas”. En consecuencia, Semán señala que el kirchnerismo “intentó conquistar la sociedad civil desde el Estado” de forma inversa a lo que hubiese “querido” Antonio Gramsci, observando una supuesta disociación “entre el respeto reformista a los procedimientos y la voluntad revolucionaria aplicada a los contenidos” del kirchnerismo. De este modo, el autor pasa a concebir como “vacía” e “incomprensible” a la “retórica de los derechos” frente a la que las derechas han impuesto interpretaciones alternativas que han logrado “imponerse”. Aún más, insiste: “Al comunitarismo imaginario de militancias con visiones románticas pero alejadas de los barrios, opusieron la militancia del individualismo de una población (…)”. De este modo, el mecanismo funciona en dos planos: si la visión de Semán “aviva” a quienes no ven y perfora el muro del mito sociológico, el discurso libertario hace lo mismo con un falso consenso progresista al que opone la verdad de la práctica individualista.
El cuarto capítulo, aún más que el prólogo, abusa (ya en un contexto que no puede excusarse en el registro del género literario propio de un prólogo a un libro científico) de generalizaciones y diagnósticos cuya fuente no puede precisar. Aunque sea anecdótico, es simpático que los autores señalen que “en Twitter, se percibía la nueva camada de votantes de Milei como una manga de nerds y virgos” porque sería fácil argumentar que esa era la percepción del segmento de Twitter donde se movían los autores mientras que las celebridades y usuarios rasos libertarios constituían una porción de “Twitter” mayor al “Twitter progresista” que los autores diagnostican y asumen como universal para construir un adversario. Más grosero aún se vuelve este tipo de diagnóstico cuando hablan de “las ciencias sociales” o “los progresistas” (¿habrán “bajado” a entrevistar “progresistas” de La Matanza?) para elaborar argumentos que por momentos parecen estar dirigidos a una pica entre socialistas militantes universitarios veteranos en un grupo de WhatsApp. Al moverse en los marcos de la evaluación de lo verosímil y lo práctico desde sus perspectivas personales, los autores antagonizan abiertamente con el “discurso progresista” con una lógica argumentativa que no es tan diferente a la de los best sellers antikirchneristas y libertarios de la última década.
En ese sentido, los diagnósticos políticos aparecen como una realidad que también es percibida por los sujetos que estudian los autores, en vez de una construcción política dialógicamente creada en un clima de época. Si “Cada decisión del Estado (…) abrió una brecha entre ciudadanos e instituciones”, es decir, cada decisión estatal como ente activo generó reacciones y reacomodamientos de los entes reactivos de la sociedad (desde los ciudadanos hasta las empresas y el “mercado” -generalmente ausentes del análisis de Seman) nos encontramos con que el análisis político-académico del autor reproduce, también, el estadocentrismo o cierto fetichismo perverso presente en el discurso libertario. Por momentos, esta sucesión de posicionamientos políticos y teóricos implícitos recuerda a cómo cierta bibliografía clásica sobre el primer peronismo parece concebir al peronismo como el único actor activo frente al cual el resto de las identidades políticas meramente reaccionaban.
Aunque Semán señala que las ideas de las “elites” libertarias, sus militantes y votantes no se corresponden necesariamente entre sí, no parece prestar atención al proceso dialógico de construcción de sentidos operado entre las interpretaciones y re-interpretaciones realizadas entre los diferentes componentes de la identidad libertaria (si es que se puede identificar a los votantes libertarios o a una mayoría de ellos con una identidad libertaria o al menos cultora de un individualismo pragmático). Al respecto, la aproximación historiográfica de Vicente y Morresi encuentra, por ejemplo, la dimensión dialógica entre las intervenciones mediáticas de Milei y su difusión y reapropiación a través de recortes en internet.
La visión que convierte a la derecha libertaria en su fase “masiva” en una consecuencia por el fracaso del gobierno de Alberto Fernández no deja de ser una forma patologizante de concebirla por más que el autor pase a compartir parte de su diagnóstico político con los jóvenes del conurbano que entrevista. Esta hipótesis implícitamente toma a cierto sentido de lo que es racional y democrático –y al estadocentrismo- como el valor de lo normal. Mientras tanto, al concebir a Milei como “intérprete privilegiado del malestar social” le otorga demasiado valor de verdad al argumento libertario y demasiado lugar al individuo-Milei dentro del artefacto social “Milei”. Si la postura del autor es contra el voluntarismo (camporista o post-camporista, supongo), parece a la vez contradictorio pensar que se puede evaluar de este modo la capacidad y las intenciones de un individuo y su discurso en un registro científico.
En algo coincido profundamente con el autor: la singularidad es lo propio de los fenómenos sociales y la historia no se repite. Podría agregar que el diagnóstico de novedad es tan construido como el diagnóstico de repetición. El juego ruptura/continuidad de los procesos sociales es más una decisión del investigador o del analista político que una “realidad” (en ese sentido, el texto de Morresi y Vicente en la compilación problematiza las cuestiones de ruptura/continuidad). Si el recorte temporal de una investigación histórica es la hipótesis principal, el punto de origen o los nudos temporales principales que se destacan en la larga línea de antecedentes son una de las herramientas principales del investigador. Aunque algunas de estas distancias y precauciones epistemológicas (que son, también, construcciones de la intervención al ser imposible construir un meta-discurso que no requiere a la vez otro meta-meta-discurso y así en una regresión al infinito) pueden parecer excesivas, se muestran necesarias para poder abordar un producto editorial que confunde (no necesariamente de forma intencional) el registro científico con el ensayo político coyuntural de forma reiterada.
Por Pablo Américo / Urbe