Oda al Autotune: himnos para la generación de cristal

Actualidad 28 de marzo de 2024
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Kalefa Sanneh, crítico musical en The New York Times, ya escribió allá por 2004 que los talibanes del rock (por él denominados “rockistas”) no suelen ser personas que defiendan su gusto o criterio musical, sino que simplemente atacan el ajeno porque asumen tener la razón de su parte. El “espíritu rockista” es aquel que sólo ve talento y calidad en la música orgánica, en todos esos grupos y solistas que escriben sus propias canciones, cantan sobre instrumentales analógicas y no han hecho jamás en su vida un playback. Como es obvio, esta forma de filtrar la música no es únicamente característica del fan del rock, pues encontramos más de lo mismo en el público del flamenco, el country, la zarzuela y el rap. Aquí hemos superado ya todo eso.

En este artículo no habrá tregua para quien se encuentre desfasado. Me explico. No se perdonará a quien sí puede escuchar los falsetes de los Bee Gees, pero no soporta a La Zowi da igual la canción que sea. Esto es una oda al Autotune.

Nací a finales de 1995. El espectro de mis gustos musicales es considerable gracias a que mi padre es un melómano de perfil bajo y mi madre una enamorada de toda canción que pueda tararear. Mi oído ha sido educado con voces portentosas: desde Rocío Jurado, Pastora Soler, Whitney Huston a Luis Miguel, Elvis Presley, Ana Gabriel, David Bisbal o Pavarotti. Hasta aquí todo pulcro, sin tamizar; orgánico. Pero resulta que también escuché en casa y en el coche a Cindy Lauper, a The Buggles, a The Bangles, a Los Pecos, al grandísimo Tino Casal. ¿Qué voces hay, al primer contacto, más características y sugerentes que las de estos intérpretes? “Girls just wanna have fun”, “Walk Like an Egyptian”, “Bailar hasta morir” eran canciones que me sonaban a fiestas lejanas en el tiempo en las que me habría gustado estar. Escuchando “Háblame de ti”, con unos seis u ocho años, sentía un extrañamiento maravilloso, experimentaba un pequeño valle inquietante musical. Estaba claro que cantaban, pero ¿por qué parecía que sus voces estaban al otro lado de un velo rugoso y metalizado? ¿Por qué transmitían melancolía aun sonando futuristas y electrónicos? Lo que recuerdo podría transcribirlo así: sus letras me tocaban y tocan a través de un sonido que las galvaniza.

Yo, que pasé gran parte de mi adolescencia escuchando rap (muy especialmente español y en español), no pude tragar a Xcese que, con su tema “Illuminati”, puso una pica en Flandes allá por el 2011. También entonces me costaba mucho entender a gente como Flavio Rodríguez. Mi criterio rockista de rap estricto me impedía valorar cómo ellos y otros tantos empezaban a empujar las lindes de lo que yo entendía por la esencia sacra de mi género musical predilecto. Se puede ser cuñao con catorce años, soy la prueba.

Por suerte, no nos encontramos en ese escenario. Por suerte llevamos años escuchando a Cher y a T-Pain y a Rihanna y a Black Eyed Peas y a Pitbull, aunque a veces reneguemos de este último. Llevamos más de dos décadas entrenando nuestros oídos con las posibilidades que el Autotune, utilizado como un instrumento más y no sólo como un programa de arreglos, aporta a miles de artistas de cientos de géneros distintos. Está ya un poco obsoleto el discurso de que el Autotune, desgraciadamente, ha permitido cantar a quien no había nacido para ello. Que son esas cosas que ocurren cuando la democracia llega a todos los ámbitos. Rebatamos el argumento. ¿Qué hacen entonces personas con incuestionables dotes de canto como Rosalía, Ariana Grande o Jason Derulo utilizándolo? Si alguien tiene la capacidad, sin más ayuda que algo de calentamiento previo y sentido del ritmo y la melodía, de malear su voz en distintas escalas y registros, ¿para qué habría de utilizar el Autotune, que encima enturbia su voz real, lo que es decir su personalidad artística?

Nadie va a discutir que un cierto porcentaje de los artistas más relevantes de los últimos diez años, concretamente de los gestados fuera de la industria musical, no tienen dotes para el canto, a veces ni siquiera una cultura musical media. Esto es una realidad, pero una realidad que guarda una única relación con su obra, a saber: que ésta ha sido creada desde el reconocimiento de esa paradójica ausencia. En el caso de algunos ejemplos que voy a aportar, esto supone una potencia antes que un lastre. Hay otros, sin embargo, en los que el artista ha decidido, en una apuesta por el directo y, en general, por complementar sus habilidades como intérprete, aprender pautas para el canto lo que, a su vez y curiosamente, permite que el Autotune sea utilizado con mayor eficacia al conocer sus virtudes y limitaciones vocales.

Cuando escuchamos a C. Tangana acometer Bolsas con el Autotune en directo (me refiero a su concierto en la sala 8 y Medio en 2016), lo que encontramos es una materialización sonora de los tropos tratados en la canción. Su modulación, bastante limpia y comedida, hace que veamos cuánta chulería autodefensiva hay en esa letra, en cuánta rabia y añoranza se regodea. C. Tangana no se tira el pisto de saber cantar, sino que busca dar profundidad y vuelo, mediante ajustes en su entonación, tanto a la parte lírica como a la melódica.  Un ejemplo más reciente y que a principios de los 2000 podría haber sido un sacrilegio: la versión que Recycled J hace del clásico Cacho a cacho de Estopa en su aparición en el segundo capítulo de la serie documental de Movistar + Grandes Éxitos: Carretera, Gasolina y Verbena. Él, que precisamente sí ha recibido clases de canto desde hace unos años para acá, utiliza aquí el Autotune para rasgar levemente su timbre y acercarlo así al de David Muñoz, además de para representar la velocidad a la que se refiere la propia letra. No asistimos a un falseamiento de las capacidades de Recycled J, sino de un uso de las herramientas de las que dispone como artista para llevar más allá su trabajo.

En esta línea del directo, quizás en la que mejor pueda apreciarse el trabajo real que supone manejar el Autotune con destreza, podemos incluir dos actuaciones que se encuentran en los extremos de un mismo cabo. A mediados de 2019 la conocida marca para fumadores OCB convocó a artistas emergentes para que en una de sus “Paper Session” mostrasen su música en vivo. Bad Gyal fue invitada y se decantó por interpretar Nicest Cocky, una canción equiparable al Hentai de Rosalía porque comparten una temática central: adoro follar con mi novio y te voy a contar cómo lo hago. Con un registro de Autotune metálico y reverberante, Bad Gyal convierte su intervención en una salmodia propia e hipnótica ante la que no importa entender una sola palabra.

 El segundo representante, contraejemplo por su empleo más sutil y armónico muy próximo al fluir del duende flamenco, es Dellafuente. En noviembre de 2018 participó en los ciclos musicales de MUBEA, unas grabaciones en acústico acogidas en el Palacio de Carlos V, sito en la Alhambra. Para este directo se acompañó de su productor Antonio Narváez y el cantante Moneo. Los instrumentos en escena son dos guitarras, un pad para los ritmos de fondo y Autotune al micro. Es tal la delicadeza con la que Dellafuente entona, la manifiesta conciencia de esa entidad dual que generan el programa informático y su voz, que nada viene a recordarte que esa no es la voz real del granadino. Nada puede distraer tu atención de lo que está sucediendo. Su naturalidad y templanza le otorgan un aura de honestidad magnética.

Bad Gyal, volviendo al ejemplo previo, vierte su letra a través de sonidos inesperados para un contenido así de explícito, lo que da buena muestra de cómo el Autotune puede ser un dispositivo con aplicaciones semánticas y narrativas en la música. Partiendo de la canción Swimming Pools (Drank) de Kendrick Lamar, uno de los músicos más respetados a escala mundial por sus trabajos conceptuales y su enorme calidad escrituraria e interpretativa, veremos cómo. Entre las dos estrofas que sustentan el grueso de la canción se inmiscuyen diez versos rapeados con un Autotune caricaturesco y algo revolucionado de forma que podemos imaginar al artista como una miniatura sobre su propio hombro. Se advierte al oído “Okay, ahora abre tu mente y escúchame, Kendrick. / Soy tu conciencia, si no me escuchas puedes ser historia, Kendrick. / Sé que tienes náuseas ahora mismo y quiero llevarte a la victoria, Kendrick.” Por supuesto que el sentido no se diluiría si no hubiese Autotune de por medio, pero es innegable cómo su presencia dota a la misma voz de Kendrick Lamar de un desdoblamiento automático gracias al que reconocemos la conciencia del artista y su mensaje, tomándolo así por un elemento vertebral de la canción. Ocurre justo lo mismo si escuchamos Diablo de la ya mencionada Rosalía. En ella, para crear una voz que refleje ridículamente a cierto segmento de su público, Rosalía introduce un Autotune infantilizante con un timbre que retrata y personifica a esos fans que sólo demandan una música hecha a su criterio y necesidades.

Es cierto que hay quienes utilizan el Autotune por entretenimiento, porque es fácil descargarlo en una app, porque es gracioso escucharse como si hubieses consumido helio y porque mucha gente cree poder medirse con Drake. Pero lo cierto es que engendrar una personalidad, una firma distintiva y un estilo tangible con este programa vocal no son menudeces. El no poder o no saber cantar no conduce directamente a recibir el 5º Dan en Autotune por más que su acceso sea libre para todo el mundo. Llegamos con esto a la cuestión de los matices.

Si queremos encontrar un ejemplo de virtuosismo sin barroquismos con el Autotune, tenemos que ir a “Koala”, escrito y producido por One Path. El tema cuenta la historia de chico-conoce-a-chica, pero haciendo hincapié en la obsesión compulsiva de esta última por el sexo. El estribillo (“No puedo salir de la cama. / La piba me agarra como un koala. / Me muerde, me araña. / Ella es bien brava.”) reaparece constantemente reproduciendo la insistencia de la chica. Algo que podría funcionar por simple reiteración, One Path lo hace suyo de modo que el estribillo regresa cada vez con un Autotune más agudo, barnizado con unos coros que emulan gritos de agotamiento hasta culminar en esa especie de voz atorada previa al llanto. Algo así es también apreciable en Luna Ki (la participante que renunció a su plaza en el Benidorm Fest por no poder utilizar Autotune) al interpretar “Bolita”. A ritmo de cumbia en este caso, su voz autotuneada carga con el sofoco y la ronquera de quien se ve rechazada en pleno enamoramiento.

 Y es que, para lo que nos toca a una Generación de Cristal que encuentra continuos motivos para el cansancio o la impotencia, el Autotune nos brinda la posibilidad de ronear y llorar a la vez, incluso de ser otro/a. Nos permite expresar la misma degradación a la que asistimos, la incertidumbre y la frustración vitales para las que seguramente era necesario encontrar un canal específico de expresión. Duki desgarra el Autotune y se desgarra con él cuando interpreta “She don´t give a Fo” o “Si te sentís sola” porque su desesperación es más poderosa que la armonía tonal. Albany, en sus primeras grabaciones subidas a YouTube, es pura vulnerabilidad e impotencia codificadas en un Autotune sucio y desamparado. Artistas como Pedro Ladroga y Sticky M. A. consiguen confundir su personalidad física entre tantas capas de vocales que deben ser tildados de transhumanistas sonoros, de chamanes invitándonos al rapto. Sólo hay que escuchar sus álbumes Vía Digital (Skydrvg 2.0) y 5ta Dimensión, respectivamente, para comprobarlo.

Como las canciones que me seducían extrañamente en la infancia, hay algo en la pseudo-robotización de la voz que me acaricia tuétano y vísceras. Reconozco la agresividad, la confidencia y la nostalgia que pueden transmitir las saturaciones y distorsiones vocales producidas por el Autotune. Siento la expiación total de Yung Beef en Ready pa morir y cómo se desquicia El Virtual en Paranoia invernal. Disfruto con las parrafadas demoníacas de Ghostemane y los insuperables desvaríos de Cecilio G. Sé que gran parte de sus obras no existirían sin este programa informático, igual que sé que habríamos quedado privados de muchas joyas y descubrimientos.

En definitiva, la música, con o sin esta tecnología, siempre será el mejor invento de todos los tiempos y cumplirá sus muchas funciones. Ahí estará para nosotros, pertenezcamos al ala rockista o seamos más predispuestos a explorar. Pero, como el talibán que he demostrado ser, elijo seguir a Lil Rufio y compartir su lema: Ponle a la vida Autotune.

Nota:https://retinatendencias.com/

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