15 años de la partida de Jorge Guinzburg: el profesional serio que hacía humor, el hombre bueno que todavía se extraña

Historia 12 de marzo de 2023
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Hacia 1995, el editor Guillermo Schavelzon le propuso a Jorge Guinzburg escribir un libro con un análisis de la política argentina en clave de humor. Aunque al humorista lo seguían tres millones de personas, la idea de escribir un libro que, aun siendo un boom editorial no superaría los 100 mil ejemplares, le gustó y aceptó. Firmó un contrato de 100 mil dólares y recibió la mitad como anticipo.  
Meses después, Guinzburg le entregó las 80 páginas que llevaba escritas más un pedido: “No me dejes hacer el ridículo con un libro malo. Me dedico al humor, pero soy un profesional serio”. Schavelzon leyó… y no le gustó. No aparecía esa chispa que mostraba en televisión. El editor se encontró en un brete. Por ser quien era el autor, aunque el libro fuera malo, se vendería igual y la empresa recuperaría el dinero. Pero si le decía al autor que el texto no le cerraba y este decidía no publicarlo, la editorial perdería el anticipo.

Schavelzon dio vueltas hasta que logró decirle lo que pensaba, comentando capítulo por capítulo. Guinzburg le agradeció su trabajo, pero le aseguró que no se sentía capaz de hacer algo mejor, que olvidaran el proyecto y que… devolvería lo cobrado. Al día siguiente le envió un cheque por los 50 mil dólares que había recibido. Fue la primera vez que el editor -con 30 años de experiencia- se encontró con un autor que devolvía un anticipo.

Esta historia que no es cuento, la narra el mismísimo Schavelzon en su libro El enigma del oficio. Memorias de un agente literario, y describe a la perfección a ese humorista ácido, culto, talentoso, inteligente e irrepetible y ético. Un profesional capaz de lograr que Araceli González y Mirtha Legrand narren su primera vez, el que revolucionó las mañanas televisivas con su Mañana Informales, el que hizo historia cuando juntó a Maradona, Joaquín Sabina, Graciela Alfano y Charly García en La Biblia y el calefón.

El profesional que formó los mejores equipos, que lideró ratings, pero que no dudaba en mandar al corte si veía al entrevistado incómodo aunque la medición bajara. El periodista que podía realizar una pregunta zarpada pero siempre respetaba un código: si un entrevistado decía “de esto no quiero hablar”, no se hablaba. El que imponía a sus movileros una máxima: solo encarar gente que no se encuentre en desventaja. El que lograba ser popular y profundo, que combinaba a la perfección humor repentino y capacidad de escucha, el que podía convertir todo en un hecho periodístico sin jamás subestimar al espectador. El hombre famoso -que de esos hay muchos-, pero sobre todo el hombre bueno -que de esos hay pocos-.

Guinzburg y Andrea Stivel se conocieron cuando ella trabajaba en el detrás de escena de Mesa de noticias, un éxito del canal estatal como también lo era La noticia rebelde, donde brillaba él. Los 14 años que le llevaba Jorge -37 a 23- y los 15 centímetros de altura por los que lo aventajaba Andrea eran problemas menores al lado de una química irresistible sostenida por el humor, la inteligencia y la capacidad ilimitada de crear juntos. Se enamoraron, se amaron y no se separaron más.

En los 23 años que pasaron juntos vivieron todas las caras del amor, como familia, como pareja, como compañeros de trabajo (en ciclos emblemáticos como Ilustres y desconocidos, La Biblia y el calefón, Peor es nada o Mañanas informales). Y es de esta última faceta sobre la que habla Stivel con Teleshow. “Como productora verlo en acción era impresionante. Era un tipo que trabajaba muchísimo la previa. No iba a un estudio de televisión, a una nota gráfica, a la grabación de un sketch sin un trabajo de investigación previo. No solo recibía lo que investigaban los productores, además buscaba su material. Después se sentaba en su escritorio y con toda esa información armaba el rompecabezas de la entrevista, el guion o el monólogo”.

En su libro La noticia Rebelde, el periodista Diego Igal describe que ya desde esa época Guinzburg recurría a los archivos periodísticos para buscar declaraciones previas de los invitados. En tiempos sin webm pasaba horas recortando o copiando a mano las declaraciones más jugosas de su personaje. Luego trascribía las preguntas que formularía y finalmente se encerraba en una oficina a pasarlas a máquina.

“Tenía tal estudio previo del invitado, tenía tan claro lo que podía hacer, que no necesitaba estar mirando qué preguntar. Él dejaba su oído y cabeza preparados para lo que surgiera a partir de la respuesta del otro”, explica Stivel. Sin embargo, aunque muchos recurren al archivo no logran la repregunta perfecta, la réplica mordaz, el humor inteligente. “Jorge tenía un talento innato para generar algo distinto, repentino, pero a eso le sumaba su gran capacidad de trabajo previo”, admite la productora, y suma un dato: no solo era un talentoso sino un talentoso entrenado. Un entrenamiento que comenzó cuando en sus inicios llegó a escribir hasta 50 chistes diarios para el ciclo radial de Pepe Iglesias, luego para Juan Carlos Mareco y el Fontana Show.

“Además de talento, Jorge tenía pasión por todo lo que hacía. Sumaba a su brillantez una capacidad de trabajo incansable -suma Miguel Gruskoin, que trabajó con él en Satiricón y luego lo acompañó como guionista de La Biblia y el calefón, Peor es Nada y Mañanas informales-. Aunaba el humor popular y la cultura. Tenía un respeto y una sensibilidad fuera de lo común en el medio. No solo lo recuerdo como profesional, también como amigo, siempre dispuesto a ayudar. Pasaron 15 años y todavía me cuesta encontrar otro como él”.

Entre las personas que aprendieron a su lado está Eduardo Coco Fernández, gerente de Producción de El Trece. “Trabajar con Jorge fue una de mis experiencias más lindas. Un tipo divertido, creativo, inquieto, gran entrevistador, gran compañero de trabajo y, sobre todo, buena gente. Siempre cerca de todos, siempre en contacto. Tuvimos una linda amistad”, le cuenta a Teleshow. y afirma que 15 años de su partida todavía cada vez que que se busca “un referente de humor, de entrevistador, de periodista. Siempre aparece. Se recuerda lo que hizo no solo con cariño sino como alguien que rompió el molde de lo tradicional”.

Fernández recuerda su capacidad única de “poder entrevistar con seriedad a alguien y a los diez minutos organizar un pogo en el programa y ponerlo de moda. Mezclar entrevistados que uno pensaba ‘imposible que estos se junten’, pero él podía, y además lograba un buen vínculo entre los invitados. Todos los que pasaban por su programa se iban felices y querían volver. Jorge era la sorpresa constante.”

Por su carisma, talento y éxito, Guinzburg podría haber sido una persona con un ego gigante o un narcisismo casi patológico, pero no. Solía decir entre risas que “las mafias triunfan porque se mueven en equipo”, por eso era un armador exquisito de grupos de trabajo. Para convocar a sus colaboradores se manejaba con su gran intuición. Más allá de pergaminos y experiencia, precisaba “sentir que se generaría química con él. Priorizaba esa química profesional sobre lo profesional. Tenía que estar cómodo por afinidad, por respeto y por humor. Le llamaba la atención el sentido del humor del otro, que pudieran sumarse a su juego”, revela Stivel.

Gastón Recondo fue uno de los privilegiados que trabajó con Guinzburg. “Ño conocí haciendo algún móvil en un partido de Vélez y luego nos cruzamos en Mar de Fondo y también en Radio del Plata”, le cuenta a Teleshow. “En el 2004 me llamó para pedir información sobre Juegos Olímpicos y yo sentí que me tomaba examen”. Al año siguiente a Recondo lo despidieron de la radio y averiguó si podía sumarse a Mañanas informales. Jorge lo citó, charlaron cinco minutos y le dijo: “Vos ¿querés trabajar conmigo? Porque yo quiero trabajar con vos. Te voy a hacer tres preguntas. ¿Aceptás hablar de temas que no sean estrictamente deportivos? ¿Podés traer un invitado de deportes por semana? ¿Podés ganar tanto?”. Recondo respondió a todo que sí y escuchó un “empezás el lunes”.

“Comenzó una relación fluida. Jorge buscaba la consolidación del grupo humano mientras trabajabas. Pero las vacaciones eran vacaciones: nos exigía que tomáramos un descanso porque era muy intenso tres horas y medias al aire todos los días”. Asegura que de él aprendió “a escuchar al otro, que el que lidera el programa debe ser el primero en llegar siempre. Lo extraño al aire, fuera del aire, en las charlas serias y en las reuniones divertidas. Era un hombre completo. Tenía calle, libro, humor. Tenía pimienta, discusión. Se la bancaba, desde su baja estatura era imponente donde entraba”. Y para graficarlo, cierra con una anécdota: “Nunca en mi vida vi que aplaudieran tanto a alguien que asistía al show de otro como lo aplaudieron a él cuando fue a un recital de Sabina en el Rex. Nunca, nunca, y mirá que fui a recitales. Se puso de pie el teatro entero”.

Guinzburg poseía una capacidad innata para brillar pero no por eso opacar a otros. Al contrario. Y Cecilia Ruffa lo puede asegurar. “Jorge fue muy importante. Profesionalmente cambió mi vida. Fue un antes y un después por lo que significó Mañanas informales y porque me hizo crecer un montón”. Dice que “lo admiraba desde siempre, y cada vez que me tocaba hacerle una nota me ponía muy nerviosa. Cuando me entero que empezaba Mañanas me dije: ‘Quiero estar’”. Cecilia cuenta que justo en ese momento la convocaron para otro programa. Estaba por firmar y en medio de la reunión le suena el teléfono. Era el mismo Guinzburg que la llamaba. Con el productor adelante y la lapicera en la mano “solo atinaba a decir ‘sí, sí’. Corto, pido mil disculpas, no firmo y me voy. A los días empecé en Mañanas”.

“Recuerdo mucho de él. Lo más importante era su forma de trabajar. Aprendíamos viéndolo. Era creativo pero además trabajaba más que cualquiera, llegaba antes que todos y sabiendo todo. Por eso también era exigente”, recuerda. El conductor era capaz de ver más allá de lo que se mostraba: “Después del programa nos juntábamos a evaluar qué había estado bien, qué se podía mejorar. Si tenía algo que corregirte, te lo decía. Estaba atento a todo y a todos”, detalla, y se emociona mucho y fuerte cuando afirma que “me enseñó a mantener la curiosidad constante, a saber que en todo hay una historia. Por eso lo recuerdo no tanto en esta fecha sino en el Día del Maestro, porque no solo me enseñó sino que vio en mi cosas que ni yo sabía. Cuando te decía: ‘Che, qué bueno esto que hiciste’, cuando te daba posibilidades nuevas. Él que era el más capo del mundo. Me decía: ‘Cómo me gustaría hablar en inglés de igual a igual como lo hacés vos”.

Si como profesional era un fuera de serie, como persona no se quedaba atrás. Ruffa agrega un dato conmovedor. Guinzburg se interesaba y preocupaba por cada una de las alegrías, las penas, la vida de todas las personas que lo rodeaban. “Entraba a maquillaje y le preguntaba a la maquilladora cómo estaba el marido. Sabía cómo estaba cada una de las personas que componía su equipo y eso para un laburo, ¡para la vida!, es increíble”, dice. “Se me pone la piel de gallina al recordarlo. Extraño esa producción que era tan especial, pero sobre todo extraño esas caricias para el alma que te regalaba. Trabajar con él te hacía mejor profesional pero sobre todo, mejor persona”.

El 12 de marzo de 2008, en su mejor momento, con 59 años y antes de tiempo de lo que las leyes de la vida indican, Guinzburg nos dejó. Dicen que solo se derrota a la muerte, aceptándola. Cuando se va gente como Jorge, resulta imposible ganar esa batalla.

Nota:infobae.com

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