







"Sin Vaca Muerta no se puede, y con Vaca Muerta solo no alcanza". Esta frase se le escuchó decir a la periodista Luciana Vázquez en la conferencia Una Argentina Productiva es Posible, realizada en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Claramente Vaca Muerta está tomado no solo como el yacimiento de hidrocarburos de Neuquén, sino como significante de los recursos naturales que aparecen como la meca de la economía nacional. Es decir, en Vaca Muerta entra el litio, el cobre y el resto de las exportaciones de los nuevos recursos naturales que fueron descubiertos y que el mundo necesita.
El período que sigue a la salida de Egipto está marcado, en la narración bíblica, por la expectativa continua de alcanzar la Tierra Prometida, un territorio que Dios había anunciado a los patriarcas -Abraham, Isaac y Jacob- como herencia futura para su descendencia. Esta promesa, formulada siglos antes del éxodo, funcionaba como punto de referencia colectivo para el pueblo de Israel, que entendía su desplazamiento por el desierto no solo como un tránsito geográfico, sino como el cumplimiento progresivo de un compromiso divino.
La Tierra Prometida es presentada en los textos como un espacio definido por la abundancia y la estabilidad: una tierra “que mana leche y miel”, fértil y apta para el establecimiento permanente. Esta caracterización tenía una relevancia particular para un grupo que, durante generaciones, había vivido bajo condiciones de servidumbre y luego en un entorno árido y móvil. La promesa de un territorio propio implicaba también la posibilidad de constituir una organización política y religiosa estable, lo que dotaba a la idea de un sentido identitario adicional.
Durante el trayecto por el desierto, la expectativa de acceder a esa tierra ocupó un lugar central en la vida comunitaria. Diversos episodios, como el envío de exploradores a Canaán, relatado en el libro de Números, reforzaban la percepción de que el objetivo estaba próximo, aun cuando su concreción se postergara. Las descripciones de la tierra realizadas por estos enviados, siempre referidas a su fertilidad y potencial productivo, contribuían a mantener viva la aspiración del pueblo.
El Gobierno pareciera ver en la explotación de Vaca Muerta y los minerales aquella llegada a la Tierra Prometida y construye la idea de que los obstáculos y privaciones generadas por su propia ajustes son pruebas que la sociedad debe superar para liberarse justamente de años de "casta" y "socialismo". Pero, así como el Dios del Antiguo Testamento dejó afuera de la Tierra Prometida a los judíos que habían sido esclavizados por el Imperio Egipcio porque tenía una relación ambivalente con la fe y la libertad, habrá ganadores y perdedores del nuevo país forjado por Vaca Muerta. Al igual que la Tierra Prometida no es ni puede ser para todos.
En una columna de Eduardo Fidanza en Diario Perfil, se plantea que Vaca Muerta funciona como un texto que cada actor político interpreta según sus deseos: panacea, espejismo o relato de abundancia eterna. Retoma la idea de que la Argentina siempre proyectó su grandeza sobre recursos naturales, primero la pampa húmeda y ahora el shale, y que ese imaginario se resignifica según las tensiones entre peronismo y liberalismo sobre cómo se crea y distribuye la riqueza.
A partir del análisis del sociólogo Hernán Fair, Fidanza traza un paralelismo entre el menemismo y el presente: en ambos casos, una fuerte identificación con Estados Unidos y con la promesa de un “destino de grandeza” si se corrige el rumbo.
Luego entra la voz de Ricardo Arriazu, referente del oficialismo, que sostiene un optimismo basado en Vaca Muerta y la minería: pronostica un salto macroeconómico enorme con un superávit energético que iría de 9 mil millones de dólares en 2025 a 20 mil millones en 2027. Para él, el obstáculo histórico es la desconfianza que generó el proteccionismo y que frenó inversiones. Arriazu propone un futuro donde la nueva economía energética y minera reconfigure el mapa social y político: el Gran Buenos Aires sería el gran perdedor, mientras el interior ganaría población y dinamismo, incluso provocando tensiones y cambios demográficos profundos.
Si efectivamente Vaca Muerta, de nuevo como significante total de los recursos naturales, lograra abrazar a los trabajadores que pasarán a ser desempleados por ser parte de ramas productivas que se dejen de proteger frente a la competencia externa, no habría demasiada objeción. Simplemente los nietos de los abuelos que emigraron de sus provincias para conseguir un mejor pasar en el Gran Buenos Aires volverían a sus orígenes familiares en búsqueda de lo mismo, urgidos por las circunstancias de un cambio económico.
Pero justamente ahí está el problema. Tal y como sucede con la Tierra Prometida, hay una suerte de castigo sobre el país subsidiado, el “país planero”, por ponerle un significante fuerte y provocador. “País planero” sin el cual no habría trabajo para la mayoría de la sociedad y que el modelo Vaca Muerta viene a poner en crisis.
Es decir, hay una reprimarización de la economía en curso que busca establecerse sobre los enormes recursos naturales que tiene el país y atraer inversiones extranjeras sobre la base de quitar todo elemento proteccionista de nuestra economía. Pero, cabe una pregunta vinculada a nuestro título: ¿Entra Argentina en Vaca Muerta? Si efectivamente se dan los niveles de exportación que soñamos, ¿se resolverían los problemas económicos del país?
En una nota escrita para La Nación de Juan Carlos Hallak y Andrés López, directores del proyecto de investigación del CONICET que está detrás de la conferencia mencionada, se le dan números a nuestro título.
Argentina genera hoy menos de 1.200 dólares por habitante en exportaciones de commodities basados en recursos naturales, un nivel muy distante del de los países que suelen usarse como referencia. Mientras Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait superan ampliamente esos valores y Noruega alcanza casi 30.000 per cápita, Australia llega a 13.000, Canadá ronda los 7300 y Nueva Zelanda se ubica cerca de 5000.
Frente a ese mapa, nuestro presente luce magro: unos 60.000 millones de dólares de exportaciones divididos entre aproximadamente 50 millones de habitantes. La discusión se vuelve más relevante al proyectar escenarios optimistas. Incluso si hacia 2030 se sumaran 38.700 millones de dólares adicionales provenientes del desarrollo de Vaca Muerta y de la minería, la cifra per cápita apenas ascendería a 2.012 dólares. Y aun empujando la fantasía al extremo, duplicando ese salto para 2035 y agregando 77.400 millones de dólares desde 2024, el resultado final se quedaría en apenas 2.827 por habitante, todavía por debajo de Chile y lejísimos de los países desarrollados basados en recursos naturales.
Los números muestran que la escala simplemente no alcanza: ni la disponibilidad de hidrocarburos ni la cartera minera tienen el volumen necesario para motorizar un proceso de desarrollo sostenido comparable al de las naciones consideradas “aspiracionales”. Las mejoras macro que traerán Vaca Muerta y la minería serán reales, pero insuficientes para torcer por sí solas la historia.
Además, estamos haciendo números como si luego las exportaciones de Vaca Muerta y la minería se dividieran en partes iguales para toda la población, algo que lógicamente no va a ocurrir. Para que los dólares que entran por Vaca Muerta lleguen a toda la población hay que hacer un encadenamiento productivo que genere más empleo alrededor de estos recursos naturales a tal punto que “entre” una buena parte del pueblo argentino que hoy se encuentra con bajos salarios y/o en la economía informal, lejos de cualquier prestación social.
Es decir, una cosa es ser Qatar y la otra ser Noruega. Puede haber un alto ingreso per cápita que como dijo Cristina Kirchner, “se lo lleven cuatro vivos” o puede haber un alto ingreso per cápita que refleje un aumento más o menos general del nivel de vida de la población. Pero para todo eso, Argentina deberá construir una estructura productiva más diversificada, capaz de sumar valor en el agro, la industria y los servicios, y no depender solo de lo que sale del subsuelo.
Esto es muy fácil de decir, pero muy difícil de hacer. Ahí entra el debate del rol del Estado y su lugar en la promoción de políticas industriales para el desarrollo de nuevas empresas. En el evento citado participó Pablo Lavigne, secretario de Producción, y dijo: "Para ser prácticos, el rol del Estado en la política productiva debería ser infinitamente menor de lo que fue, y menor de lo que estamos pensando que debería ser".
En resumidas cuentas, Lavigne plantea más o menos que el Estado estructuralmente es ineficiente para ayudar al desarrollo productivo del país y que en todo caso debe servir para ayudar a las empresas “en su metro cuadrado”. Es decir, facilitándole trámites para la resolución de sus problemas. Esto hace recordar a un viejo debate de nuestra política económica que fue citado en una nota de Federico Poli, titulada "Política Industrial: la vigencia de un viejo debate" y publicada en elDiarioAr.
Poli repasa un debate que Argentina arrastra desde hace décadas: si corresponde tener una política industrial activa o si debe dejarse que el mercado ordene todo por sí solo. Para ilustrarlo, recuerda una discusión emblemática de los noventa entre Marcelo Diamand, defensor de la intervención estatal para desarrollar sectores estratégicos, y Adolfo Sturzenegger (padre de Federico), que sostenía la postura opuesta en plena era Menem-Cavallo. Incluso en ese clima liberal, empresarios como Franco Macri y Roberto Rocca (padre de Paolo Rocca, quien volvió a reclamar lo mismo la semana pasada en la UIA tres décadas después, y padre de Mauricio Macri) advertían que ningún país se industrializa sin un Estado que oriente. En un clima de época donde el entonces canciller, Guido Di Tella, repitió aquello de que “la mejor política industrial es no tenerla”, frase que inmortalizaría Jaime Serra Puche, ministro de Industria y Comercio del Presidente de México, Salinas de Gortari.
El texto se mueve hacia el presente y muestra cómo el mundo entero -desde Estados Unidos y Europa hasta China, México y Canadá- está aplicando políticas industriales en gran escala, con subsidios, controles a las importaciones, restricciones tecnológicas, nacionalizaciones parciales y créditos dirigidos para sostener sectores clave. En simultáneo, China avanza con una estrategia estatal de largo plazo que articula inversión, innovación y poder geoeconómico. En ese escenario, Argentina aparece como una anomalía: discute si debe intervenir cuando todos los demás ya lo hacen sin complejos.
Poli recupera las palabras de Paolo Rocca en la Conferencia Industrial, donde afirmó que la combinación entre orden macroeconómico y política industrial no es contradictoria sino necesaria. Señala que el Gobierno logró avances en el plano fiscal, pero eso no alcanza si el país no define qué sectores quiere desarrollar para aumentar exportaciones, ampliar su densidad industrial y sostener empleos de calidad. La apertura comercial indiscriminada, advierte, puede desarmar actividades enteras, como ya ocurrió con la línea blanca, cuyas importaciones crecieron quince veces en un año. ¿Milei se habrá quedado con los libros que estudió en los noventa en la Universidad de Belgrano, pero en un mundo que pasó de página?
Imaginemos a un cirujano que estudió antes del desarrollo de la anestesia y hace sufrir ridículamente a sus pacientes. Bueno, es el mismo ejemplo con muchos economistas que no logran dotarse de los nuevos planteos que trae la coyuntura actual.
John Maynard Keynes comentó una vez que quienes toman decisiones se creen autónomos cuando "suelen ser esclavos de la influencia intelectual de algún economista difunto". Es decir, los que leyeron porque estaban de moda cuando eran estudiantes. Milei se quedó atrapado en los noventa y por eso llama coloso a Sturzenegger, heredero de cirujanos que, metafóricamente, operaban sin anestesia.
En la actualidad, justamente el problema lo expone el principal aliado del gobierno, Donald Trump. El presidente de Estados Unidos con sus aranceles proteccionistas busca reindustrializar el país para “Hacer Grande América Nuevamente”, como es su eslogan. Ahí el Gobierno tiene un punto ciego, porque si para Estados Unidos “MAGA” es reindustrializar, para Milei “MAGA”, “Make Argentina Great Again” como bromeó con Trump en reiteradas ocasiones, es dejar que las empresas extranjeras avancen sobre la producción local.
Si esto fuera parte de la propia destrucción creativa capitalista, en la que unas empresas y ramas productivas crecen y absorben a otras que caen, no habría problemas más que el ego dañado de unos cuantos dueños de empresas que harán terapia y se les pasará. Pero, como vimos en esta columna, “Vaca Muerta no alcanza” para todos, al igual que la Tierra Prometida, nace con la contradicción que es la esperanza de todo un pueblo, pero solo reservada para una parte de él. En el caso de la Tierra Prometida original, no entró ni el propio Moisés.
Volviendo al debate sobre el rol del Estado en la producción, tampoco se puede partir de la base de que solo la exportación de recursos naturales es competitiva en Argentina. En nuestro país hay empresas que son competitivas por fuera de estas áreas, que exportan y que les va muy bien. ¿Cuántas empresas más podrían sumarse a este esquema con promoción estatal y políticas de desarrollo productivo? Esta reflexión la hizo Hallak, director de la Maestría de Economía de la UBA y como decíamos, uno de los directores que está en el proyecto de investigación del Instituto de Investigación de Economía Política detrás de la conferencia citada.
En síntesis, Vaca Muerta y la minería, sumada a la Pampa húmeda deben ser el puntapié inicial para seguir desarrollando la economía productiva en la que entremos todos. No necesitamos caminar por el desierto porque justamente no vivimos en un desierto, vivimos en un país rico en recursos naturales y en recursos humanos, con un alto nivel cultural y sin conflictos bélicos o raciales.
Yendo a la discusión presente en la economía, si Vaca Muerta no alcanza solo para pasar a ser un país desarrollado, si alcanza para ser garantía de préstamos para nuestro país. El Gobierno parece querer endeudarse con ese reaseguro de fondo para seguir ganando elecciones y generando las reformas estructurales que Estados Unidos y el FMI le piden para seguir prestándole. ¿Hay plan más allá de eso? Si Vaca Muerta no alcanza para todos, ¿qué harán los que queden afuera de la Tierra Prometida? Son preguntas que no quedan claras y nos devuelven a que todo puede marchar de acuerdo al plan, pero cuando el plan es tan a corto plazo, eso no necesariamente es bueno.
Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi / Modo Fontevecchia






















