El virrey Milei, una escena británica y una pregunta incómoda

Actualidad27/11/2025
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Mientras celebrábamos el Día de la Soberanía, asistí a un evento que, por contraste, terminó iluminando ciertos dilemas de nuestra política exterior. Días atrás estuve en la recepción por el cumpleaños del rey Carlos III en la Embajada Británica en Buenos Aires. Jardines impecables, fish and chips, repostería fina y una banda tributo a Oasis que hubiera hecho sonreír incluso a los Gallagher en uno de sus raros momentos fraternales.

El embajador David Cairns ofreció un discurso cálido y preciso en un español impecable, sin pompas ni gestos grandilocuentes: diplomacia sobria, elegante y respetuosa del contexto argentino.

El punto más emotivo llegó durante los himnos, interpretados por María Álvarez de Toledo: primero el argentino, con su triple grito de “¡libertad!”, respondido por los presentes con un espontáneo “¡salud!”, y enseguida un solemne “God Save the King”.

Esa yuxtaposición —nuestra invocación a la libertad seguida del pedido británico de proteger a su monarca— produjo un destello histórico. Un instante después, surgió la pregunta que sobrevoló toda la noche: ¿estamos regresando, de manera inesperada, a la era de los virreyes?

El virreinato según Milei

España ya no define nuestro destino y las invasiones inglesas son apenas un capítulo en los manuales escolares. Sin embargo, Javier Milei se comporta cada día más como un virrey contemporáneo. El presidente libertario, que prometía liquidar tiranías “a motosierra”, actúa con la docilidad de un delegado político ante un monarca remoto: Donald Trump. El líder estadounidense —que se imagina a sí mismo como eje de un nuevo orden global— es seguido por Milei con una devoción casi litúrgica, incluso cuando eso contradice su propio credo libertario.

El desplante al G20 es el ejemplo más gráfico. Trump anunció que no participaría de la cumbre en Sudáfrica y Milei, como si respondiera a un reflejo condicionado, decidió no asistir tampoco. Argentina dejó vacía su silla en la mesa donde más necesita estar. No fue una estrategia nacional: fue un alineamiento emocional con el humor del patrón, aun cuando el verdadero jefe —el pueblo soberano— esperaría otra cosa.

Ese mismo patrón se replica en la política sanitaria. Al eliminar las inspecciones de la ANMAT sobre laboratorios extranjeros, el Gobierno renunció a su potestad soberana de verificar cómo se fabrican los medicamentos que consumen los argentinos delegandolos al CDC, una institución que esta semana alimentó el mito de que las vacunas causan autismo. Bajo el lema del “libre mercado”, se entregó la seguridad sanitaria a certificaciones ajenas, diseñadas para otras normativas y otras realidades de distribución y consumo. Menos control, más riesgo, y una lógica que suena más colonial que soberana.
A esto se suma un capítulo llamativo: la prohibición de plataformas de streaming y descargas como Stremio, Magis TV y distintos sistemas de torrents, en cumplimiento del nuevo acuerdo comercial con Estados Unidos.

En un país cuyo Presidente promete libertad absoluta de mercado, vetar herramientas digitales usadas por millones —muchas veces porque no pueden pagar servicios formales en dólares— tiene una ironía quirúrgica. No fue un debate sobre derechos de autor. Tampoco sobre cultura digital. Fue un gesto de alineamiento. Un “sí, señor” diplomático que instala controles digitales externos en un país que jamás tuvo esa prioridad en su agenda interna. En la tierra del “¡Viva la libertad, carajo!”, censurar plataformas a pedido de otro revela más sobre vocaciones de vasallaje que sobre la defensa del Estado de derecho.

La cruzada contra el lenguaje inclusivo completa la escena. El Estado que prometía reducirse al mínimo terminó dictando qué letras pueden usarse y cuáles no. Prohibir decir “todes” es tan autoritario como imponerlo. Paradójicamente, todo se inscribe en la agenda “antiwoke” de Trump: una batalla cultural importada, inspirada en la teoría gramsciana de la hegemonía cultural, hoy ejecutada desde un gobierno que denuncia al “marxismo” en cada micrófono.

Y detrás de todo, la diplomacia. Milei abandonó el equilibrio histórico argentino para abrazar sin matices una alineación rígida con el “Norte Global”. Rechazó el ya acordado ingreso a los BRICS y proclamó la “alineación total con Occidente” prometiendo integración global. El resultado fue aislamiento. Las pantallas de votación en la ONU lo confirman: Argentina aparece acompañada, a veces, por uno o dos países que hoy se alejan de las libertades básicas que Occidente dice defender.

Con ese panorama, “virrey Milei” deja de ser un chiste de sobremesa y pasa a ser un diagnostico de un lider que parece gobernar mirando más a Mar-a-Lago que al cabildo porteño.

Cuando falte el rey

Cuando Napoleón depuso al rey de España, Buenos Aires tardó un tiempo en enterarse. Cuando por fin llegó la noticia, el virreinato perdió sentido: sin rey, no había autoridad delegada, y el pueblo reclamó soberanía propia.

La pregunta inevitable hoy es: ¿qué será de Milei cuando Trump no esté? Cuando pierda una elección, cuando cambie el Congreso en 2026, o cuando la biología haga lo que inevitablemente hace con un octogenario.

Si Milei concentra su respaldo político en una sola figura extranjera, ¿qué quedará cuando esa figura desaparezca? Un presidente sin relato. Un virrey sin virreinato. Y un pueblo —de ambos bordes del espectro— reclamando lo que lleva más de dos siglos repitiendo: ¡Libertad, libertad, libertad!

Por Adrián Genesir  * Ensayista político / Perfil

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