Cuando puedes clonarte a ti mismo: la ética y el absurdo del gemelo digital

Actualidad28/11/2025
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Tras escribir más de un artículo al día durante los últimos veintitrés años, he acumulado un volumen de textos lo suficientemente extenso como para poder entrenar un modelo de inteligencia artificial que pudiera escribir convincentemente «como yo». Con la tecnología actual, no sería difícil construir un sistema capaz de generar opiniones «que suenen como» si vinieran de Enrique Dans, un «profesor algorítmico» que siguiera publicando mucho después de mi muerte.

Aparentemente, esa es la próxima frontera de la productividad: el digital twin, o gemelo digital. Startups como Viven y herramientas como Synthesia están creando «clones de IA» de empleados y directivos, entrenados con sus voces, su escritura, sus decisiones y sus hábitos. La idea parece seductora: imagina escalar tu negocio infinitamente, responder correos electrónicos, grabar videos, escribir actualizaciones, etc., mientras te dedicas a hacer otra cosa, o a no hacer nada en absoluto.

Pero que sea seductor no significa que sea sensato.

Un mundo lleno de fantasmas digitales
Estamos entrando en una era en la que los profesionales no solo automatizarán tareas, sino que replicarán sus identidades. Una empresa podría crear una copia digital de su mejor vendedor o de su mejor agente de atención al cliente. Un director ejecutivo podría capacitar a un gemelo virtual para responder consultas. Una universidad podría implementar una versión de inteligencia artificial de un profesor popular, para impartir cursos a gran escala.

En teoría, suena eficiente. En la práctica, genera cierta confusión existencial: si la réplica es lo suficientemente convincente, ¿qué le sucede a la persona? ¿Qué significa ser productivo cuando tu versión digital es la que realiza el trabajo?

La fascinación por clonarnos digitalmente refleja la misma tentación que ha impulsado la automatización durante siglos: externalizar no solo la mano de obra, sino también la identidad. La diferencia radica en que la inteligencia artificial ahora puede replicar la voz de esa identidad, tanto literal como metafóricamente. 

¿Qué tal me vería como algoritmo?
En efecto, podría hacerlo fácilmente. Si alimentara un gran modelo de lenguaje con los millones de palabras que he escrito desde 2003 (cada artículo, cada publicación, cada comentario), obtendría una simulación bastante precisa de mí. Probablemente tendría mi tono, mi vocabulario, mis subordinadas anidadas e inacabables, y el ritmo adecuados. Podría escribir artículos razonablemente plausibles, tal vez incluso publicarlos con la misma cadencia.

Pero simplemente, perdería mi objetivo.

Lo he comentado en mil ocasiones: yo no escribo para llenar una agenda (aunque la llene), ni una base de datos (aunque la tenga), ni para cobrar (aunque cobre). Escribo para pensar o para enseñar. Escribir, para mí, no es un acto de producción, sino de reflexión. Por eso, como expliqué recientemente, nunca dejo que la inteligencia artificial escriba mis artículos por mí. No tiene sentido. Pedirle a un modelo que piense por mí iría en contra de la razón misma por la que me siento cada mañana a escribir.

Por supuesto, eso no quiere decir que no use la inteligencia artificial constantemente: resumo fuentes, verifico datos, exploro contraargumentos, busco referencias, corrijo o traduzco un montón de cosas. Para mí, es una herramienta de productividad brutal. Pero nunca dejo que escriba por mí, o que termine mis frases. Ése es el límite que mantiene mi trabajo como mío.

La ilusión de escalarse a uno mismo
La promesa de los clones digitales se basa en la misma idea errónea: que replicar resultados equivale a replicar valor. Las empresas ahora hablan de «embotellar la experiencia» o de «escalar el capital humano», como si la personalidad fuera una cadena de montaje.

Pero clonar resultados no es lo mismo que ampliar la competencia. El valor profesional de una persona no reside en sus palabras ni en sus gestos: es su criterio, su propósito, construidos con el tiempo a través del contexto y la curiosidad. Un modelo entrenado con tus decisiones pasadas puede imitar tu tono, pero no puede anticipar tu evolución. Es un fósil, no un futuro.

Un clon de inteligencia artificial mío podría imitar mi estilo de escritura de 2025. Pero si lo dejara publicar por mí, me congelaría en ese año para siempre, como una pieza de museo actualizada a diario.

De la productividad a la presencia
Directivos, emprendedores y creadores deben tener mucho cuidado con lo que desean. Un «gemelo digital» puede gestionar tu bandeja de entrada o grabar videoconferencias, pero también diluye lo que da sentido al liderazgo o la creatividad: la presencia. Si gestionan tu bandeja de entrada, perderás el control sobre lo que has recibido o enviado, y si es tu clon digital el que participa en una reunión, no tendrás en la cabeza lo que dijiste en ella y a quién: es así de sencillo.

En la cobertura que hizo Axios sobre los «clones de CEO», muchos ejecutivos confesaron que les gustaban sus dobles de inteligencia artificial (o el verse «tan importantes» como para que «tuvieran que clonarlos»), pero no confiaban plenamente en ellos. El clon podía gestionar interacciones repetitivas, pero no la empatía, la puntualidad ni los matices, cualidades que definen la credibilidad.

Delegar estas tareas a un algoritmo es como enviar un maniquí a una reunión: técnicamente presente, emocionalmente ausente 

La inmortalidad corporativa y la ética del legado
También está la peliaguda cuestión de qué sucede cuando tu gemelo digital te sobrevive. Algunas empresas ya tratan los datos de sus empleados como activos, así que ¿por qué no tratar a sus clones digitales de la misma manera?

Imagine una empresa o una universidad que continúa implementando la «versión de inteligencia artificial» de un líder o un educador querido después de su fallecimiento. Apple siendo dirigida en 2025 por un clon de Steve Jobs, por ejemplo. Puede parecer un homenaje, pero en realidad es una forma de nigromancia corporativa: utilizar los restos intelectuales de una persona para perpetuar una marca.

No es difícil imaginar universidades vendiendo «profesores virtuales», o corporaciones reutilizando a antiguos directores ejecutivos como avatares permanentes. En un artículo académico reciente sobre gemelos digitales, los autores advirtieron que la frontera entre «representación» y «posesión» se está difuminando. ¿Quién posee el clon? ¿Quién se beneficia de él?

Al replicar a las personas como objetos de datos, corremos el riesgo de convertir la identidad en infraestructura, en algo que se puede licenciar, monetizar o renombrar a voluntad.

La forma correcta de usar la inteligencia artificial para ser más escalables
Sin embargo, existe una forma racional de usar la inteligencia artificial para ser más escalables: como complemento, no como imitación.

Utilizo la inteligencia artificial a diario como compañera de pensamiento. Como decía Steve Jobs, «una bicicleta para mi mente«. Lee borradores, resume artículos, propone estructuras, sugiere referencias y critica mi lógica. Es como tener un asistente de investigación incansable e insaciable, y que además nunca se ofende si ignoro sus consejos, si decido pasar de él y de sus peces de colores. El acto de razonar, la decisión de qué decir y de cómo decirlo sigue siendo mía.

Esa es la diferencia clave entre usar la inteligencia artificial y convertirnos en ella. Cuando externalizamos el pensamiento, perdemos el ciclo de retroalimentación que nos hace humanos: el proceso constante de reflexión, revisión y crecimiento.

Los profesionales que adoptan la inteligencia artificial con responsabilidad ampliarán su alcance sin diluir su esencia. Quienes no lo hagan, acabarán descubriendo que sus propias voces son indistinguibles de las de sus máquinas.

Qué deberían aprender las empresas de esto
Para las empresas que están considerando la posibilidad de clonar a sus empleados o de crear avatares de inteligencia artificial, aquí va una lista de cuestiones que creo que vale la pena recordar:

Hay que definir el propósito, no la imitación. No fabriquemos gemelos de inteligencia artificial para replicar a las personas. Generemos sistemas que les permitan realizar trabajos de mayor valor.
Mantener al humano en el proceso creativo. La inteligencia artificial puede ayudar en la redacción, la codificación y el resumen, pero la decisión final debe ser humana.
Tratar los datos como un legado, no como una propiedad. Respetemos la autonomía de los empleados y creadores. Nadie debería convertirse en un activo digital perpetuo sin su consentimiento.
Centrarse en la mejora, no en la automatización. Usemos la inteligencia artificial para mejorar la inteligencia colectiva, no para eliminar su necesidad.
La inteligencia artificial no está aquí para reemplazar la experiencia humana: está aquí para desafiar cómo la aplicamos.

La paradoja de la autorreplicación
Pronto, cualquiera con suficientes datos podrá construir una versión digital de sí mismo. Algunos lo verán como inmortalidad, otros, como redundancia. Yo lo veo como un espejo, como una prueba de lo que realmente importa en el trabajo humano.

Cuando mi propio gemelo digital pueda escribir un buen artículo sobre inteligencia artificial, no me impresionará en absoluto: la cuestión no es si puede escribirlo, sino si puede apetecerle hacerlo y si de alguna manera, el que lo haga me sirve para el propósito que intento lograr.

Y hasta que los algoritmos se interesen genuinamente por la verdad, por los matices, por la curiosidad o por el propósito, seguiré haciendo lo que he hecho durante los últimos veintitrés años: sentarme, pensar y escribir. Y no porque tenga que hacerlo, sino porque todavía puedo hacerlo.

Nota: https://www.enriquedans.com/

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