El pacto Bessent - Caputo: tragedia, fracaso y escándalo global

Economía12/10/2025
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La historia de la deuda externa comienza a escribirse en 1824, con el infame empréstito de la Baring Brothers, un crédito por un valor millonario, del que el Estado argentino recibió poco más de la mitad, y casi nada en oro, que era lo que necesitaba para sanear sus arcas, sino en papeles de cambio que sólo podían utilizarse para comerciar con Gran Bretaña. Como garantía, se hipotecaron “todos los bienes, rentas y tierras” de la provincia de Buenos Aires. El dinero terminó solventando gastos comunes, la guerra con Brasil y una parte se volcó a una “comisión de entretenimiento de los fondos del empréstito” dedicada al derroche en forma de especulación financiera y corrupción del funcionariado del gobierno de Bernardino Rivadavia. En 1827, apenas tres años más tarde, fue el primer default. 

Las obligaciones terminaron de saldarse ochenta años más tarde, en 1904. En el interín la Argentina tuvo que desembolsar aproximadamente ocho veces el valor original del préstamo. Pero no se trató solamente de una mala transacción financiera: esa deuda sentó la base para la relación con Inglaterra y Estados Unidos en los siglos por venir sobre una matriz consolidada que incluye una élite local que se beneficia con incorporación del país a los mercados financieros internacionales, una potencia extranjera que no encuentra resistencia para imponer condiciones leoninas, la hipoteca de la soberanía y la cesación de pagos que termina por consolidar los mecanismos de dependencia. Detrás de eso: la decisión política de ejecutar una maniobra de subordinación de la patria para beneficio de unos pocos.

Casi un siglo después del empréstito con la Banca Baring llega el segundo hito de esta historia: el pacto Roca - Runciman. Otra vez las élites empujando la entrega nacional como salvaguarda regional. Otra vez Gran Bretaña imponiendo condiciones leoninas, esta vez a cambio de una cuota modesta para la compra de carne argentina en el contexto de la gran depresión. A cambio puso un tope a los precios y obligó a adoptar frigoríficos de capital inglés en la exportación, perjudicando la industria argentina. También se estableció un régimen libre de aranceles para ciertos productos británicos, que por supuesto no era recíproco. Por último, se garantizó que las libras esterlinas obtenidas por las exportaciones tendrían como destino prioritario el pago de intereses de deuda británica.

Esas eran las cláusulas públicas. La parte secreta establecía, entre otras cosas, la creación del Banco Central con un directorio mixto en el que la banca inglesa tendría una influencia decisiva. El fin de la soberanía monetaria. Julio Roca jr. lo celebró diciendo que "la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico". La realidad era otra muy distinta: el senador Lisandro de la Torre, quien encabezó la oposición al pacto, sacó a la luz un entramado de corrupción entre los frigoríficos ingleses y funcionarios argentinos para evadir impuestos, manipular precios y estafar a los productores. Por esa investigación un sicario intentó asesinar a de la Torre y terminó matando, en el recinto del Senado, a su colega Enzo Bordabehere.

El Pacto Roca-Runciman significó una reestructuración integral de la economía argentina a pedido de Londres. Ya no se trataba de la enajenación de tierras o ingresos fiscales, sino que las propias reglas e instituciones de la economía argentina se sometieron a una jefatura externa. Gran Bretaña no solo aseguró el cobro de su deuda, sino que obtuvo control sobre la política monetaria y los términos de la relación comercial. De esa forma se establecieron mecanismos de dependencia más profundos y estructurales. Argentina no solo estaba endeudada sino que además su economía tenía un diseño institucional específico cuya prioridad no eran los intereses nacionales sino los británicos. Y sobre eso se montó una trama de corrupción que transfería dinero en el mismo sentido.

Con asombrosa puntualidad, de nuevo pasó un siglo hasta que nos encontramos en el mismo lugar. Ahora el acreedor no es Inglaterra sino Estados Unidos, pero eso no modifica lo esencial: los pactos fraudulentos y poco transparentes, las condiciones públicas y las secretas, el rol protagonista de una élite que va a beneficiarse con la ruina nacional, las condiciones leoninas de la potencia, la notoria trama de corrupción subyacente, que enriquece a los protagonistas en cada pase de manos, y pronto, también, la imposibilidad de hacer frente a los compromisos adquiridos y por lo tanto la consolidación de los mecanismos de dependencia, que pueden condicionar el desarrollo del país y el bienestar de sus habitantes durante décadas o siglos, si no se deshacen las cadenas que le ponen un freno a nuestra soberanía.

A pocas horas de que se haga oficial ya resulta claro que el acuerdo entre Donald Trump y Javier Milei, negociado a través de sus tahures oficiales, Scott Bessent y Luis Caputo, es una continuación lineal del recorrido que comenzaron Rivadavia y Roca jr., y por lo tanto, que se trata de una tragedia en términos políticos, de un fracaso en términos económicos y de un escándalo de corrupción internacional de primera magnitud en términos penales. O dicho en otras palabras: que profundizará el deterioro de la soberanía nacional sin detener la destrucción de la economía pero enriqueciendo enormemente, en el proceso, a los protagonistas, a sus amigos y a quienes puedan acceder a información privilegiada. Y que cuando todo pase seremos más pobres y estaremos más endeudados y condicionados.

Desde el punto de vista político, esta semana el gobierno de Milei terminó de cederle el control de la economía argentina a la dupla técnica conformada por Bessent y la titular del FMI, Krystalina Georgieva, que dictarán, desde ahora, la política fiscal, monetaria y comercial desde Washington. Es la profundización de un proceso que había comenzado en diciembre de 2023 con la enajenación de la política exterior y de defensa. A partir de la intervención directa del Tesoro norteamericano en el mercado cambiario nacional, el gobierno de Trump tiene herramientas para condicionar a cualquier gobierno que venga después de este y quiera modificar su alineamiento geopolítico. Se trata de un compromiso difícil de deshacer ante la principal potencia occidental y que tiene un precio concreto.

¿Cuál es? Bueno, principalmente consta de una serie de condiciones que empiezan con un impracticable desacople de China, y en segundo lugar, de Brasil, siguen con el ingreso de capitales norteamericanos en los sectores estratégicos (nuclear, hidrocarburos, minerales raros y litio, hidrovía, Antártida, comunicaciones) y también subordinar a los sectores de la producción nacional que compiten directamente con Estados Unidos, como el agro, a los intereses de los productores del norte. Esto no es una teoría conspirativa sino que lo dijo Bessent en la primera nota que dio tras el anuncio: “Milei está comprometido a sacar a China de la Argentina”, “Argentina es rica en tierras raras y rica en uranio y están comprometidos con el ingreso de capitales norteamericanos”, “los chinos van a tener que volver a comprarnos soja”.

A cambio, el gobierno nacional recibió apenas el combustible que necesita para llegar a las elecciones del 26 de octubre sin una devaluación previa que terminaría de sellar un desastre electoral difícil de remontar. En el mismo sentido se inscriben los anuncios llamativos pero poco concretos sobre inversiones multimillonarias que también aparecen subordinadas al resultado electoral, casi como un acto de chantaje: “si querés estas inversiones votá a La Libertad Avanza”. En boca de estafadores es una promesa demasiado vaporosa como para mover el amperímetro, incluso si asumimos generosamente que la sociedad se guía a la hora de elegir por las noticias antes que por su bolsillo, donde los efectos de la malaria anarcocapitalista se sienten más fuertes que nunca.

Por eso, principalmente, es que el pronóstico para los comicios y el día después sigue siendo sumamente reservado, tanto como el futuro de Milei si el resultado no lo acompaña, pero con este acuerdo Estados Unidos se garantiza una palanca de presión formidable que podrá utilizar contra cualquier sucesor poco colaborativo. Se trata de una maniobra de injerencia exterior en la política argentina que no es nueva pero sí es inédita en su profundidad y sobre todo en su desnudez. Trump y Bessent intervienen para brindarle a Milei una última ficha y condicionar los eventos que se desaten en caso de que, presumiblemente, otra vez le vaya mal. Como el empréstito que tomó Rivadavia y el acuerdo que firmó Roca jr., el pacto que celebra hoy la Argentina tendrá efectos que se van a sentir durante décadas.

Al igual que aquellas páginas negras de la historia, en términos económicos ésta también es la historia de un fracaso. En primer lugar, el fracaso de un modelo que necesitó de dos salvatajes de 20 mil millones de dólares, primero del FMI y luego del Tesoro, para no volar por los aires. Pero sobre todo del fracaso que todavía está por delante. Las medidas anunciadas sólo funcionan como una curita destinada a durar dos semanas, pero de ninguna manera garantizan la estabilización de la Argentina, ni están pensadas en ese sentido. Es un diagnóstico en el que coincide buena parte del establishment norteamericano y que, curiosamente, no encuentra eco en estas latitudes: asistimos al curioso espectáculo de políticos que aspiran a gobernar y aceptan resignar soberanía. ¿Para qué quieren gobernar, entonces?

El ex analista financiero jefe del FMI, Maurice Obstfeld, escribió tras el anuncio un artículo donde sostiene que “el rescate de Estados Unidos a la Argentina no va a salvar al peso por mucho tiempo (...) excepto que vaya mucho más allá de lo que prometieron hasta ahora”. En cambio, dice, “a lo mejor le da a Milei un puente frágil para atravesar las elecciones de octubre sin una humillante devaluación”. Obstfeld considera también que la promesa de Bessent de que “todas las opciones” están sobre la mesa no tiene credibilidad entre los actores del mercado y que “esta estrategia no va a rescatar a la deuda argentina o el peso por mucho tiempo sino que va a dirigir dólares de los contribuyentes norteamericanos hacia la reducción de pérdidas de inversores globales que quieren salir de la Argentina”.

En el mismo sentido se manifestó el premio Nobel de Economía Paul Krugman. “No hay un escenario plausible en el que ni siquiera un préstamo de 20 mil millones de dólares salve la estrategia económica fallida de Javier Milei”, dijo Krugman. “Durante la crisis financiera de 2001 participé en una reunión en la Casa Rosada. Estaba allí porque el entonces presidente De la Rúa estaba desesperado por salvar el Plan de Convertibilidad. Ese plan guarda una fuerte familiaridad con el de Milei, tanto en su concepto como en sus resultados: euforia inicial que eventualmente lleva al desastre”, agregó. Pero el artículo del Nobel, a diferencia del anterior, no hace hincapié en el fracaso sino en la tercera faceta de esta página negra de la historia: el escándalo de corrupción detrás de la gestión de la emergencia financiera.

La nota se titula: “Rescatando las apuestas en Argentina de los amiguitos de Bessent” y sostiene que “el desembolso no es solamente un intento de salvar” a Milei “sino también rescatar a sus amiguitos de fondos de inversión”. En el anuncio del secretario del Tesoro “no hay ni una pista de un plan real para resolver el problema en el que se encuentra la Argentina” sino un mecanismo que conocemos muy bien: “Cuando un jugador como el FMI o el Tesoro de Estados Unidos presta plata al gobierno argentino, esa plata rápidamente fluye nuevamente hacia afuera” porque “los dólares de los contribuyentes de Estados Unidos sostienen el valor del peso, permitiendo a los fondos de inversión vender sus activos argentinos a precios inflados, después de lo cual el peso vuelve a caer rápidamente otra vez”.

Un rato más tarde el propio New York Times, el periódico más leído del mundo, dio cuenta de ese escándalo, que incluye el tráfico de información privilegiada, un negocio en el que tanto Bessent como Caputo han dominado con maestría en su carrera privada y ahora ejecutan igualmente desde cargos públicos, aunque se trate de delitos severos. “El rescate de Estados Unidos a Argentina podría beneficiar a grandes inversores internacionales”, titula una nota en la que consignan “dudas sobre si el verdadero objetivo es ayudar a los inversores ricos cuyas apuestas en Argentina podrían tambalearse si su economía se hunde” y que “importantes fondos de inversión, incluidos los dirigidos por amigos de Bessent, se beneficiarán financieramente de una ayuda económica para Argentina”.

Un nombre que salta a la vista es el de “Bob” Citrone, dueño del fondo Discovery, que en 2024 obtuvo una rentabilidad récord del 52 por ciento gracias a la bicicleta financiera: sus operaciones en Argentina le reportaron ganancias por dos millones de dólares diarios. En una entrevista a Bloomberg describió la operación: “Los instrumentos en moneda local son muy interesantes. Los rendimientos están en el rango del 45% o más. Nos gusta la deuda externa a corto plazo. Se pueden obtener rendimientos del 18% en dólares a tres años, algo que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo. La probabilidad de default en Argentina es mínima. Básicamente, recibes todo tu capital antes de que termine el primer mandato de Milei. Y creemos que tendrá una alta probabilidad de tener un segundo mandato.”

Bessent y Citrone son amigos y colegas desde hace décadas. El dueño de Discovery se jacta de haber ayudado al secretario del Tesoro a consolidar su fortuna con una apuesta contra el yen japonés en 2013 que les dio ganancias por más de mil millones de dólares mientras hundía al país en una profunda crisis por deterioro del poder adquisitivo, transferencia de riqueza y recesión. Es una de las “oportunidades que se dan una vez cada diez años” que Citrone dice detectar como nadie. La más famosa, quizás, sea el asalto a la libra esterlina de 1992, del que también participó el secretario del Tesoro, cuando los dos trabajaban para George Soros. Durante el llamado “Miércoles negro” los especuladores también embolsaron más de mil millones dejando atrás un tendal. Ahora tienen en la mira a la Argentina.

Cuando la economía de Milei y Caputo comenzó tambalear fue Citrone el que le pidió a Bessent que gestione ante el FMI un nuevo acuerdo, de acuerdo a un exhaustivo perfil que escribió el periodista norteamericano Judd Legum citando fuentes de la agencia CE Noticias Financieras. Días después de que se concretara, Bessent hizo un viaje relámpago a Buenos Aires. Horas antes llegó Citrone. Los dos estuvieron con Milei en la Casa Rosada, primero el maestro y después el discípulo. No era la primera vez que el dueño de Discovery veía al presidente argentino. En mayo de 2024, durante su visita al Milken Institute, en Los Ángeles, se vio el anfitrión, Citrone y el propio secretario del Tesoro. En noviembre volvieron a encontrarse en Mar-A-Lago, donde el inversor le regaló una caja de vinos.

Más o menos para la misma época de ese segundo encuentro, poco después de que Trump resultara electo presidente de Estados Unidos por segunda vez, los principales responsables de CPAC, las Conferencias Políticas de Acción Conservadora, una franquicia de encuentros de ultraderecha de los que Milei es habitué, el matrimonio de Matt y Mercedes Schlapp, fundaron una empresa dedicada al lobby llamada Tactic Global. En febrero de 2025 Tactic Global se registró como representante del gobierno argentino. “Tactic va a coordinar encuentros entre funcionarios de los dos países y ofrecer consejo estratégico a la Secretaría de Inteligencia del Estado”, de acuerdo al registro oficial donde también se consigna un contrato con esa agencia de 10 mil dólares por mes.

De acuerdo a la reconstrucción de Legum, la compañía matriz de Tactic es COC Global Enterprise”, dirigida por el lobbista, empresario y exagente de la SIDE Leonardo Scaturice, cuyo nombre se hizo conocido ese mismo verano por ser el dueño del avión en el que hizo un vuelo privado desde Miami su empleada de COC y organizadora del capítulo argentino de CPAC Laura Belén Arrieta, junto a diez valijas que ingresaron al país sin control. En abril, cuando Citrone viajó a la Argentina al mismo tiempo que Bessent, poco después del acuerdo con el FMI que él había ayudado a concretar, lo hizo acompañado de Matt Schlapp y a bordo del jet privado de Scaturice. Es posible que los amigos del secretario del Tesoro sean también financistas de la campaña de Milei, que viene floja de explicaciones.

Pero hay más: de acuerdo a reportes de medios argentinos, una pieza clave en el salvataje fue el estratega político republicano Barry Bennet, que también es socio de Tactical COC. Bennet estuvo la semana pasada en Buenos Aires, donde asistió por tres días consecutivos a la Casa Rosada para reunirse con Santiago Caputo, con la excusa o el motivo de coordinar detalles del viaje de Milei a Washington. Esas reuniones coincidieron con el regreso del monotributista en jefe a la conducción política de las negociaciones con los viejos aliados del gobierno, a quienes deben sumar en un nuevo esquema de gobernabilidad para que se pueda concretar el esquema diseñado a varias bandas entre Washington y Estados Unidos. Las gestiones de Caputo dieron un fruto módico pero quizás suficiente en el Congreso.

Tal como dio a conocer Gabriel Sued en El Destape, parte de ese operativo de apriete para dar una muestra de “gobernabilidad” contó con el auxilio de fondos de inversión involucrados en la operatoria, entre ellos, y principalmente, el JP Morgan, que como agente intermediario en el SWAP y otras posibles operaciones financieras podría embolsar sumas multimillonarias, tal como ya sucedió durante el Blindaje y el Megacanje de 2001. Prácticamente todo el equipo económico, empezando por Caputo y siguiendo por sus colaboradores José Luis Daza, Pablo Quirno, Vladimir Werning y Demian Reidel, fue empleado de JP Morgan. Durante sus años en Manhattan, donde opera la firma, entablaron amistad y relaciones profesionales con Bessent y con Citrone. Todo tiene que ver con todo.

El alineamiento de Milei y Caputo con esta red financiera y política ata la estabilidad de la Argentina a los intereses específicos de un pequeño pero poderoso grupo de especuladores de Wall Street y activistas de ultraderecha y subordina la soberanía nacional a los intereses económicos o políticos de estos actores. La convergencia con estructuras de la inteligencia argentina exhibe la aparición de un viejo patrón en el que la ideología se convierte en una justificación para la transferencia de riqueza a grupos cada vez más concentrados. Es un caso de estudio sobre cómo el capital especulativo utiliza la afinidad ideológica y los canales institucionales para mitigar riesgos políticos inherentes a los mercados que ofrecen ganancias extraordinarias. Pero sobre todo una nueva página negra en la historia nacional.

Por Nicolás Lantos / El Destape

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