





En 2017, Andy Weir publicó Artemisa, un libro cuya trama se desarrolla en la Luna, en una especie de complejo hotelero. ¿Una idea descabellada? No del todo. Weir es uno de los escritores más importantes de lo que se denomina ciencia ficción dura: sus historias podrían ocurrir en la vida real porque siguen las reglas de la ciencia. Tal vez suceda, tal vez no, pero sus escenarios son plausibles.
Casi una década después, la Luna deja de ser un escenario de novela. Estados Unidos y China planean bases permanentes y nuevos negocios. Nunca se había visto tanto interés desde las misiones Apolo. El plan es ambicioso: más de 400 misiones en los próximos 20 años, según la Agencia Espacial Europea. La recompensa también lo es: un mercado de aproximadamente un billón de dólares en 2040. Es una oportunidad histórica… y una carrera que todos quieren ganar.
El primer objetivo es encontrar agua. Allí se esconden millones de toneladas de hielo en cráteres eternamente oscuros. Ese hielo no es solo agua. Con la tecnología adecuada es oxígeno para respirar. La clave para convertirnos en colonos y no en simples turistas.
Las dos superpotencias quieren los mismos lugares de alunizaje, en busca de recursos estratégicos. Europa también quiere sus propias misiones y está financiando proyectos como Moonlight. No son los únicos: Rusia, Japón o India también tienen planes para conquistar la Luna. Por ahora, es una carrera tensa, pero limpia: no hay un conflicto abierto.
Weir imaginaba el turismo como motor económico, pero la realidad va mucho más allá: minería, investigación científica… y un trampolín hacia Marte. Basta pensar en estaciones similares a las de la Antártida, pero a 384.400 kilómetros de casa. Allí se pueden realizar experimentos y desarrollar nuevos fármacos. Además, es un escenario perfecto para simular la vida en Marte sin necesidad de un viaje de seis meses hasta el planeta rojo.
Para conquistar la Luna y desarrollar una economía se necesitará mucha infraestructura. No solo cohetes. Habrá que construir instalaciones, torres de comunicación y plataformas de lanzamiento. Los astronautas vivirán en bases acondicionadas, pero necesitarán comunicarse entre sí y con la Tierra. Mientras tanto, algunas tareas peligrosas o rutinarias serán realizadas por robots.
La comunicación es clave, y el espectro radioeléctrico lunar es escaso. Empresas privadas ya están presentando solicitudes ante la Unión Internacional de Telecomunicaciones para explotarlo. Lo que está en juego no son llamadas personales o el streaming en directo de turistas, sino conectividad crítica: datos en tiempo real para transmitir información y supervisar robots autónomos.
Ahora bien, si hay equipamiento, ¿con qué energía se va a alimentar? No es un tema menor: toda la infraestructura lunar necesitará potencia para funcionar. De ello depende la habitabilidad, el transporte o las comunicaciones, así como centros de datos capaces de procesar información que permitan aplicaciones de inteligencia artificial y automatización.
Las necesidades de energía serán elevadas. Afortunadamente, hay varias propuestas para generarla. Entre ellas, los reactores nucleares de uranio poco enriquecido se perfilan como una solución viable. Algunas empresas ya están trabajando para hacerlo realidad. Cada vez estamos más cerca.
Con la infraestructura y la energía aseguradas, surge la siguiente pregunta: ¿cómo transportar todo lo necesario? La gran diferencia con la era Apolo es la entrada de empresas privadas. SpaceX, Blue Origin y decenas de startups arriesgan, invierten y lanzan sus propias misiones. Los cohetes reutilizables han cambiado la economía del espacio. Falcon 9 redujo drásticamente los costes. Ahora en un entorno competitivo, las barreras económicas de transportar equipamiento al espacio se han desmoronado.
El transporte y la logística espacial, actualmente un mercado de 1.700 millones de dólares, podría multiplicarse por 4 el próximo lustro. El comercio funcionará en dos direcciones: de ida llevará equipamiento y, de vuelta, traerá minerales estratégicos. OffWorld, por ejemplo, planea desplegar un enjambre de robots autónomos para excavar y procesar tierras raras y después enviarlas a la Tierra.
La competencia lunar es real. Por eso se necesitan reglas claras. La NASA lidera un acuerdo internacional que busca un espacio seguro y próspero, con 28 países ya firmantes (España incluida). China, de momento, no se ha sumado. No está claro hasta dónde podrá escalar la rivalidad entre las dos superpotencias. Basta mirar lo ocurrido en Groenlandia para anticipar posibles tensiones.
Sin embargo, la Estación Espacial Internacional ha demostrado que incluso entre rivales es posible trabajar juntos. El futuro de la economía lunar dependerá de que las naciones compartan recursos pacíficamente y de que ciertos lugares se protejan como reservas científicas. La actividad comercial quedaría entonces limitada a zonas concretas.
El futuro lunar se jugará en distintos frentes: infraestructura tecnológica, explotación económica y cooperación internacional. Los retos son enormes, pero después de medio siglo, la humanidad regresa. Esta vez para quedarse.
Andy Weir lo imaginó primero. Y ahora, nosotros estamos a punto de vivirlo.
Nota:retinatendencias.com





