La tormenta perfecta

Economía04/09/2025
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Si se quiere complejizar cualquier interpretación sobre el comportamiento de la economía siempre es un desafío intelectual preguntarse si, en el análisis de la coyuntura, no se está cayendo en el “sesgo de confirmación”, que es la tendencia casi natural del cerebro humano, o del “Sapiens” para quienes estén transitoriamente influidos por alguna bibliografía de moda (Harari), de interpretar la información de modo tal que confirme nuestras creencias previas. 

Existen razones biológicas y evolutivas que fundamentan la tendencia. Para la vida del cazador recolector las decisiones, normalmente tomadas sobre la base de información incompleta, debían ser rápidas. No había tiempo para detenerse en cuestionamientos. Un conjunto de creencias coherentes facilitaba la acción y la supervivencia. Adicionalmente, compartir creencias comunes servía para mantener la cohesión del grupo, reducir los conflictos y reforzar la pertenencia. Hablamos del famoso comportamiento tribal. 

Los miles de años y la evolución histórica no cambiaron estas características biológicas del sapiens. El comportamiento tribal sigue intacto y se reproduce en todos los ámbitos, de las tribus digitales a, por supuesto, las económicas, que son las que aquí interesan. 

El sesgo de confirmación en economía supone interpretar los hechos de modo tal que confirme nuestro marco teórico o, lo que es los mismo, cuando se mira desde la vereda de enfrente, preservar el marco teórico si los hechos no transcurren de acuerdo a lo previsto, lo que de manera muy sui géneris podría denominarse “sesgo de negación”.

Por ejemplo, dado que una vez más nos encontramos frente a la inminente zozobra de un esquema económico, todos quienes fueron opositores desde el minuto cero, caen en el sesgo de confirmación del propio marco teórico y sienten haber predicho los acontecimientos. Quien escribe, por ejemplo, siempre creyó que utilizar el ancla cambiaria cuando la economía no genera las divisas suficientes suponía una situación de dependencia insostenible con el endeudamiento externo y el ingreso de capitales. Más allá de compartir la necesidad inicial de impulsar algún tipo de estabilización, una vez definido el plan la previsión era que el modelo elegido por el oficialismo se agotaría más o menos rápidamente. En enero de 2024 los datos de las divisas que ingresarían por el blanqueo y el FMI no estaban sobre la mesa. Por el contrario, sí aparecía como una posibilidad real el contrapeso del ingreso de inversiones muy cuantiosas orientadas a la explotación de recursos naturales, lo que además lucía sostenible a largo plazo al tener como contrapartida la generación de un flujo exportador.

La precisión, antes de conocerse los detalles del plan mileísta, era que si el gobierno conseguía estabilizar la macroeconomía, el ingreso de capitales destinado a la explotación de recursos naturales, desde la minería a los hidrocarburos, generaría los dolares que retroalimentarían la estabilidad macro. El modelo emergente no sería ideal, pero sería económicamente sostenible. Habría mileismo y dólar barato por muchos períodos presidenciales. Argentina no sería Irlanda ni Noruega, pero el “modelo peruano” era una posibilidad cierta. No sucedió. Por más decreto 70 y RIGI, las inversiones masivas no llegaron. Lo que sí llegó, en cambio, es lo que menos se preveía, un blanqueo muy exitoso y un abundante nuevo endeudamiento con el FMI. La geopolítica metió la cola y permitió estirar el modelo del ancla cambiaria mucho más de lo que se esperaba inicialmente.

En paralelo, así como los opositores están convencidos de haber predicho el desenlace del presente, e incluso sienten que pueden reivindicar sus errores del pasado, quienes apoyaron a libro cerrado el plan del oficialismo ensayan el “sesgo de negación”. Veámoslo más de cerca. Para el neoliberalismo u ortodoxia local, la restricción externa no existe, la consideran un desvío teórico de la heterodoxia. La única restricción sería la interna. En consecuencia, todo se resuelve mágicamente si se elimina el déficit fiscal. Por eso hasta ayer nomas la esperanza se plasmaba en la pregunta “¿Y si funciona?” En tanto el caballito de batalla era que “esta vez es distinto” (que en los fracasos neoliberales del pasado) porque presuntamente el superajuste había eliminado el déficit. Luego, sin déficit no hay emisión y sin emisión no hay inflación. Tal la síntesis esquemática de las creencias compartidas de la tribu ortodoxa. ¿Cómo funcionará el sesgo de negación? Como tantas veces en las experiencias recientes volverán a ensayarse respuestas que explicarán que el modelo mileísta violó por múltiples vías la esencia del marco teórico compartido.

 Aquí terminan las visiones tribales, a veces llamadas ideologías, y empieza el más pedestre mundo de los hechos. Siempre esquemáticamente el contexto general es que efectivamente la economía local no genera internamente los dólares necesarios para mantener el ancla cambiaria, es decir el dólar barato. El sostenimiento se consiguió con distintas formas de endeudamiento que, en el presente, parecen haber alcanzado un límite. En el camino apareció la mala praxis. Al inicio del gobierno se advirtió el problema externo, se produjo una megadevaluación, se avanzó rápidamente con el ajuste fiscal y se acumularon reservas, se salió del rojo y se sumaron unos 6000 millones positivos.

Fue la luna de miel en el que la sociedad reforzaba su esperanza en el nuevo oficialismo y el Congreso le votaba todo. Luego, alrededor de mayo de 2024, entusiasmados por la tendencia a la baja que empezaba mostrar la inflación, el gobierno cayó en la droga mágica de la apreciación cambiaria y la política monetaria expansiva, que entre otros efectos expandió el crédito e indujo el inicio de un leve crecimiento mes a mes del Producto. En la segunda mitad del año el problema externo se resolvió con los 23 mil millones de dólares del blanqueo. La tribu opositora que había predicho la insustentabilidad inmediata recalibraba los datos. Pero ya a comienzos de 2025, la continuidad de la apreciación, junto con las demandas importadoras propias del crecimiento y del dólar barato, volvieron a presionar sobre las cuentas externas. Fue entonces cuando el gobierno sumó el ancla salarial vía la estrategia de pisar paritarias con el esquema de no convalidar aumentos que superen el 1 por ciento mensual. El resultado fue el comienzo del freno de la economía y de la recuperación relativa de ingresos. Febrero y marzo fueron meses de zozobra y de presión sobre el dólar hasta que en el segundo trimestre llegó el nuevo acuerdo con el FMI. El alineamiento con EEUU daba sus frutos y le ponían un pulmotor al modelo.

Abril-julio, fue el período de otro gran error no forzado del gobierno, desperdiciar la etapa de mayor liquidación de divisas del agro sin acumular reservas. Aunque el discurso oficial seguía perorando sobre las causas monetarias de la inflación existía una conciencia infinita sobre la virtud de clavar los precios básicos, primero el dólar y después los salarios.

Alrededor de mediados de julio se incurrió en el tercer error no forzado, una nueva medida de política monetaria expansiva, la eliminación de las LEFI, que no se reanaliza aquí, y que desembocó en nuevas presiones cambiarias y, luego, en el intento de contener el dólar vía futuros, la disparada de la tasa de interés y, finalmente, lo que podría considerarse el cuarto error no forzado por su significancia, la ruptura del esquema cambiario entre bandas vía la intervención del Tesoro en el mercado de divisas. El problema es que el Tesoro dispone de apenas 1.700 millones de dólares, una cifra que difícilmente alcance como muro de contención para llegar a las elecciones de octubre, lo que lleva al quinto error no forzado, el político, el haber transformado unas elecciones poco trascendentes en la provincia de Buenos Aires, encima en un territorio que al gobierno le fue adverso ya en 2023, cuando se impuso en prácticamente todo el país, en una suerte de día D, lo que puso en alerta a los mercados, que compraron el mensaje. La conclusión preliminar es que si el resultado del próximo domingo en la PBA es negativo para el oficialismo habrá sido el propio gobierno quien construyó y desató la tormenta perfecta contra su modelo económico.

Por Claudio Scaletta / El Destape

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